Habilitación aduanera e histórica casa en la calle de Escopeteros

Historias de Algeciras: El Sexenio Democrático

En noviembre de 1870, el algecireño Francisco Fernández López enajenó en favor de Antonio Brusco Pérez la conocida fábrica de curtidos

La España más castiza acogía la llegada de la transparencia a los festejos taurinos con la publicación de los productos y costes

Agradecimientos, alegaciones y un diputado por Algeciras

La plaza de toros La Perseverancia (1866).
La plaza de toros La Perseverancia (1866).

Algeciras/Sea como fuere el alcance de la chanza y la burla hacia el nuevo rey, la sociedad española seguía rindiendo pleitesía a viejos vicios tales como el de la violencia. Por aquellos días de preparativos en palacio para cuando llegara el “elegido”, aún persistían por las calles de España partidas violentas compuestas de “matones a sueldo”, de extremistas ideológicos o caciques de provincias. El más popular de aquellos grupos era el conocido como La partida de la porra, muy arraigado en Madrid. Según algunos autores, este grupo de agitadores nació al mismo tiempo que la revolución del 68. Armados hasta los dientes, irrumpían en las imprentas de los partidos opositores o daban palizas a los líderes contrarios. La liberal partida de La porra surgió como respuesta a la -más lógica- absolutista partida o ronda de Tarrés, también compuesta por matones de la misma calaña, perseguidores de iguales fines y objetivos, empleando los mismos métodos persuasivos.

Al mismo tiempo que en la capital del reino reinaba la fuerza bruta, en Algeciras y en otros municipios de la comarca y provincia, los días anteriores a la elección real se vivieron con cierta intensidad. Una enrarecida atmósfera política que fue recogida documentalmente del siguiente modo: “En Algeciras, Tarifa y Vejer, según noticias, se notaba ayer alguna alarma; las autoridades para tranquilizar á los vecinos honrados habían adoptado medidas de precaución; pero no había motivos fundados para esperar que el orden se alterase, ni la alarma era producida por otra causa que la lectura de periódicos de Madrid en que se anuncia sangre y fuego cuando se vote el monarca”.

Curiosamente, y junto a la noticia oficial del nombramiento del nuevo monarca, vino otra, no menos oficial, de más positivo efecto directo para nuestra ciudad: “Por el ministerio de Hacienda se ha resuelto á propuesta de la dirección general de Rentas [...] la habilitación concedida á la aduana de Algeciras [...] para el adeudo de todos los efectos que conduzcan consigo los pasajeros y cuyos derechos no excedan de 250 pesetas”. Importante noticia que demuestra el cada vez más destacado protagonismo del fondeadero algecireño. A la espera de que la mencionada propuesta se llevase a cabo por el bien de la buena administración aduanera, los algecireños proseguían con su habitual y rutinaria vida. Tal fue el caso de Federico Soto Rebolo, viudo e industrial, quien según acta “en este Ayuntamiento se ha rematado á favor de éste el arrendamiento del fruto de la bellota en majada de montes de Comares por la cantidad de 452 pesetas [...] José Soto, de 45 años, casado y propietario se constituye en fiador de su hermano”.

El también algecireño Francisco Fernández López enajenó en favor de Antonio Brusco Pérez la conocida “fábrica de curtidos situada en la Ronda de esta ciudad, núm. 1 perteneciendo, al mismo tiempo el edificio, las casas bajas que tiene laterales y á la espalda y de frente a la calle Nueva, a la cual sale también la puerta falsa de la fábrica y otra puerta que tiene la fábrica destinada al maestro de la industria al lado sur. Todo el edificio tiene su frente al Poniente y dá á la Ronda de la población y sitio nombrado Secano”. La citada fábrica fue edificada por Miguel Tizón de la Calle, en terrenos que graciosamente -tal vez para potenciar la industria en nuestra ciudad y crear los tan necesarios puestos de trabajo- le cedió el municipio a finales de la década de los veinte del siglo XIX. Tras varias herencias y enajenaciones cayó en manos del citado vendedor.

El alcalde constitucional de Algeciras rinde cuenta de sus gastos e ingresos.
El alcalde constitucional de Algeciras rinde cuenta de sus gastos e ingresos.

Casi coincidente con las votaciones para elevar al trono hispánico al que fuera su saboyano pretendiente, en Algeciras, y con el simple acuerdo de sus propietarios: “Manuel Sánchez Solís y José Solís Miñana, se vendió por la cantidad de 1.250 pesetas á José Román del Valle -padre del futuro artista José Román- una casa de planta baja situada en el número 6 de El Calvario, que dá su frente al Paseo de la Feria”.

Siguiendo con la realidad algecireña en aquel penúltimo mes del 70, en el que España hacía efectiva su monarquía constitucional, se produjo la siguiente resolución judicial sobre otro inmueble: “Francisco Jiménez Junquillo, adquirió título de propiedad tras litigio por sentencia judicial sobre una casa situada en el número 21 de la calle de Escopeteros de esta ciudad”. Esta vivienda, no exenta de historia, perteneció a la capellanía fundada en la villa de Los Barrios por Juan Gerónimo Martínez y “habiéndose denunciado por su mal estado y abandono ante el juzgado de instrucción de primera instancia de este Partido, sería adquirida en pública subasta por Antonio Junquillo en 1842”. Tras reformarla fue vendida en 1851 a Cristóbal Jiménez, casado con María Junquillo Amador, padres del adjudicatario. Años después y tras el fallecimiento de Francisco Jiménez Junquillo, la propiedad de la casa pasaría a su hijo Francisco Jiménez Gómez, residente en Cádiz, casado, de 28 años de edad y de profesión empleado; quién la vendería por la cantidad de 1.000 pesetas al también algecireño y propietario de 40 años Julio Jaén López.

Dejando atrás la gran historia que una simple vivienda puede albergar, desde la Casa Consistorial algecireña -no exenta de historias- se remite un escrito a las autoridades gaditanas que, una vez visto, genera el siguiente punto en la preceptiva acta: “Se dió cuenta de un oficio del Sr. Alcalde 1º Constitucional de la Ciudad de Algeciras, fechado el 24 del corriente al que acompaña certificación del acuerdo celebrado por aquel Ayuntamiento en 18 del mismo mes y una liquidación de sus consignaciones en presupuestos de sus ingresos en arcas y de la parte de ellos satisfecha por cuenta de sus débitos á la provincia, todo por consecuencia de la orden de este Cuerpo estrechándole bien á su pesar el pago con objeto de satisfacer obligaciones provinciales, urgentes y sagradas de vencimientos anteriores al 31 de Diciembre. Visto que los considerandos en que se condensa esta enojosa cuestión, tienden á justificar el cumplimiento del compromiso que el Alcalde contrajo en sesión de 30 de Julio respecto de satisfacer á la Caja Provincial por dozaba (sic) partes el contingente que á aquella Ciudad ha correspondido para cubrir el déficit del presupuesto ordinario corriente y abonar la conducta del mismo funcionario que en su calidad de Ordenador de pagos parece que ha asignado mensualmente á las obligaciones de la provincia la parte alícuota de los ingresos. Considerando que -prosigue la mencionada acta- no por falta imputable en 1º grado al Alcalde, puede creerse que el Municipio ha declinado la responsabilidad que le toca por no dotar el presupuesto de los recursos suficientes á cubrir las cargas en él [...] y respecto del Cupo de 13.716 escudos, 824 milésimas que ha tocado á dicha ciudad para atribuir al presupuesto ordinario del presente ejercicio, se excitará el celo del Alcalde y Ayuntamiento para que las libranzas giradas que puedan expedirse puedan ser atendidas con interés [...] y que si esta Corporación ha sentido un vivo disgusto al verse en el duro trance de estrechar sus exigencias, no ha sido menos el que ha experimentado al observar cierto género de resistencia en el Ayuntamiento de Algeciras”.

María Dolores Mar Oria, tenia una casa en el número 3 de la calle de  Montereros.
María Dolores Mar Oria, tenia una casa en el número 3 de la calle de Montereros.

De regreso al -aún- oficioso reinado del futuro Amadeo I, muchas son las incógnitas que despierta su figura en determinados ámbitos de la sociedad española; por ejemplo para la iglesia, cuando esta se pregunta: “¿La exaltación al trono de Castilla del Príncipe Amadeo de Saboya, será un momento histórico, un suceso fausto ó infausto para el Catolicismo?. ¿Qué móviles dirigirán su espíritu el día en que se viese rodeado del amor, del respeto, del entusiasmo de los Españoles?. ¿Trataría de implantar en España un organismo político que pugnase con el sentimiento religioso dominante?”. Tampoco faltan los irónicos comentarios: “Si supiera el general Prim lo que hacen los oficiales y soldados de todos los regimientos con los retratos ó fotografías del duque de Aosta, que de su orden se reparten en los cuarteles, bien seguro que no se emplearía tan mal dinero del Estado. Entretanto sigan dando á los fotógrafos y ocasión á los soldados burlones de desternillarse de risa a costa del Macarroni I. Tampoco falta la dura crítica republicana: La revolución muere en el mismo punto en el que la monarquía renace [...] los que han creído ver en la monarquía la salvación del país han apurado todos los medios para conseguir que se creara, siquiera fuera artificialmente [...] ¡En dónde están esas manifestaciones ruidosas de los pueblos, en dónde esas muestras de que la opinión del país va unida á los deseos del Gobierno?”.

Entre tanta crítica la cotidianidad se impone, como así aconteció a la propietaria algecireña de 30 años Ana María Gómez Sánchez, quién “En 1868 y para atender á sus negocios, prestó la cantidad de 187 escudos á María Dolores Mar Oria [...] hipotecando una casa de piso bajo en calle Monterero 3, junto al huerto de Francisco Álvarez y se compone de tres piezas, patio y pozo de agua [...] a devolver en un plazo de dos años. Como así fue”. Aquella casa la recibió María Dolores por herencia de quién fue su madre, María Dolores Oria, el 7 de abril de 1868; posteriormente la vendería por la cantidad de 500 pesetas a su acreedora, Ana María Gómez Sánchez. En similar circunstancia económica y para atender a sus negocios procedió del mismo modo el vecino de Los Barrios, José Gómez Delgado, quién recibió del algecireño Miguel Navarrete García, la cantidad de 3.000 pesetas: “Á devolver en un año (1871), en plata ú oro, y si así no lo hiciere quiere y consciente se le ejecute y apremie con todo el rigor legal”.

Sin abandonar el también rigor en “dimes y diretes” para con el futuro monarca, la España castiza y taurina vuelve sus ojos hacia las también revolucionarias formas reglamentarias que se intentan imponer en Madrid, y que con el paso del tiempo llegarán -sí o sí- con gran escándalo para los ortodoxos de la fiesta, a todos los cosos del país; pues: “Según el Estado general de todas las suertes de las corridas de toros verificadas en esta Corte, los productos y gastos de las corridas se harán públicos. Las corridas serán regularmente de seis toros, sin perjuicio de aumentar el número si el público, como es de esperar, premia con su asistencia los esfuerzos que se harán por complacerle. Continuarán suprimidos los perros de presa y en su lugar se usarán banderillas de fuego para los toros que no entren á varas, con lo cual el público no perderá las suertes de banderillear ni estoquear. También se rematarán con la puntilla los caballos heridos que no puedan salir por su pié de la plaza, para evitar otra de las repugnancias del espectáculo”. Los toreros que reinaron -sin oposición de ningún estamento político ni religioso-aquel año fueron: Cayetano Sanz, Francisco Arjona Reyes (hijo de Cúchares); y Salvador Sánchez, Frascuelo. Picadores: Juan Antonio Mondéjar, Juaneca; Domingo Grande, el Francés; Juan Trigo, José Calderón, Francisco Calderón y Manuel Sacanelles. Banderilleros: Domingo Vázquez, Antonio Munave, el Mañero; y Ángel Fernández. “La política solo debe ocuparnos ocho días al mes, el resto dedicarlos a corridas de toros, fuegos artificiales y vivas al rey”. Frase puesta en boca de uno de los protagonistas de la novela Cuentos Políticos de Silverio Lanza.

stats