El héroe de la calle Alta (I)
HISTORIA DE ALGECIRAS
Dolores bien pudo comenzar su relato con una pregunta: "¿Sabes José, que esta casa perteneció a la familia de un hombre muy valiente?"
"¡Qué magnífico edificio!", pensaría José, como cualquier espectador, al ubicarse ante aquella magnífica obra de arquitectura neoclásica, ejecutada a finales del siglo XVIII en la barcelonesa Plaza de Palacio, junto a la hermosamente decorada Fuente del Genio Catalán. Allí, nada menos que en aquella soberbia edificación iba a prestar sus servicios el joven algecireño José Ariza, funcionario de la Administración Aduanera de España. Aquel algecireño que en pos de su carrera profesional se había convertido en vecino de Barcelona, no pocas veces dejaba de recordar el duro camino que había recorrido hasta llegar a su destino en la cosmopolita ciudad condal. Orgulloso de su estudiantil trayectoria, rememoraría con cierta nostalgia cómo fueron sus comienzos académicos desde su más tierna infancia. Parafraseando los versos de Luís Bernarde, bien podría decir: "Si para conseguir lo conseguido, tengo por bien lo sufrido".
Como tantos jóvenes de buena familia en aquella lejana Algeciras de finales del siglo XIX, contaría para sus primeros pasos en el mundo del conocimiento con una maestra de “párvulos a domicilio” que le introdujera en las primeras letras. Las clases sociales menos favorecidas contaban a su vez con una “miga” contratada por el Ayuntamiento, tal y como hizo la institución municipal con la auxiliar de primera enseñanza Dolores Reyes Silva, quién desarrollaba sus clases en un local abierto en la calle Correo Viejo propiedad del consistorio de la calle del Convento.
Cuando el municipal presupuesto no daba para más existía otra enseñanza para las clases menos pudientes desarrollado dentro del contexto de la cristiana caridad, teniendo su ubicación en los salones parroquiales de la iglesia de la Palma. Conforme los jóvenes de aquella Algeciras dejaban su infancia y se introducían en la pubertad los afortunados descendientes de familias con posibles continuaban sus estudios; mientras los menos favorecidos por "¡Oh, fortuna variable como la luna!" -según recogían en sus Carmina Burana, o cantos medievales, los frailes goliardos o juglares-, la gran mayoría, hacía tiempo que habían dejado de asistir a la escuela para ayudar con su trabajo a la precaria economía familiar.
José, como los jóvenes de su clase, acudía al llamado Colegio de Nuestra Señora de la Palma, al cual se accedía previo examen selectivo de ingreso. Una sesión municipal de la época recogía al respecto: “Se acordó que las vacantes que en lo sucesivo ocurran en el Colegio Nuestra Señora de la Palma, de las subvencionadas por el Ayuntamiento, se provean por oposición entre los aspirantes. También se acordó se invite a los alumnos subvencionados actualmente en el indicado colegio para mejorar sus notas de exámenes, si han de continuar disfrutando del expresado beneficio”.
Los más exigentes podían encontrar un mayor refuerzo académico en las clases particulares que daban, entre otros, el maestro Navarro Murillo, gran profesional de la enseñanza que años después se localizaría como director de la Escuela Municipal de Peñarroya (Córdoba). También existía otro tipo de formación privada encauzada hacia un fin profesional concreto, como era el caso de los aspirantes a la carrera militar, quienes contaban con las clases que impartía por aquellos años Domingo Sánchez Olivares, sargento (reserva 29) destinado en el Regimiento de Infantería de esta Ciudad.
Para la carrera profesional que interesaba a José Ariza, Algeciras también contaba con excelentes formadores para afrontar el reto profesional que el joven algecireño se había propuesto; siendo uno de estos profesores Constantino Rocafort, quién llegó a desempeñar un importante cargo en la pirenaica aduana de Port Bou (Gerona); o, el también inspector de aduana Celestino Oliva Roselló, quién se estableció en nuestra ciudad después de ejercer su trabajo en distintos destinos, siendo el último la histórica ciudad de Oviedo. Sea como fuere, el esfuerzo realizado por el algecireño José Ariza España, obtuvo sus frutos; y tras presentarse a las oportunas oposiciones convocadas por el Ministerio de Hacienda y sacar el necesario “aprobado con plaza”, dio comienzo a su vida laboral en aquella España que miraba con cierta lejanía al futuro siglo XX, arrastrando todo el lastre del fatídico XIX y que aún le quedaba por vivir el desastre de la pérdida del moribundo imperio en el cercano y funesto 98.
Ariza llevaba varios años plenamente establecido en la bona ciutat si la bossa sona, incluso había contraído matrimonio en aquella bella población, cuando recibió una triste noticia desde su lejana Algeciras: Dolores Ariza Ruiz (la tía Dolores), hermana de su padre había fallecido. Hombre que creía en la familia como lo demuestra su matrimonio, José recordaría con gran cariño a su tía, persona que para él -dada la soltería de aquella-, siempre le hizo sentir según hizo ver en sus últimas voluntades, como el hijo que la difunta bien pudo haber tenido pero que no tuvo. Dolores, la tía Dolores, de naturaleza algecireña, era hija de Miguel Ariza y María Ruiz. Mujer de gran religiosidad, pertenecía a distintas cofradías de la ciudad.
Su condición de católica la llevó a encargar con vehemencia a sus deudos: el tradicional sepelio que comenzaba en la llamada casa mortuoria ó domicilio del difunto, aplicándosele 50 misas rezadas previo pago de 2'50 pesetas cada una, siendo presidida la liturgia -como así lo exigió la difunta-, por el presbítero de la parroquia de Ntra. Sra de la Palma, Manuel Moreno Fernández, su confesor. La tía Dolores, junto a su madre Josefa España, se habían constituido en el lógico pilar en el que se apoyaría José tras la muerte de su padre José Ariza Ruíz. José contaba con un hermano de nombre Miguel, como su abuelo por parte paterna; Miguel, dada su mayor juventud y la siempre madurez demostrada por José, le hizo convertirse, al parecer, en referente de aquel ante la falta del cabeza de familia de los Ariza España.
El ya no tan joven empleado de aduanas José Ariza, además de hermano de Miguel, era a su vez hijo de José Ariza Ruiz y de Josefa España Lobato; tanto su hermano como él pertenecían por tanto, por la rama paterna, a la estirpe creada en nuestra ciudad por Miguel Ariza Moreno, quién contrajo matrimonio con María Ruíz. Su padre, además de tener como hermana a su querida tía Dolores, también tenía otro hermano, previamente fallecido y de nombre Antonio, el cual contaba con dos hijos, primos de José y de nombres Joaquín y Manuel Ariza Martínez. Su abuelo se había convertido en propietario de una viña situada en la dehesa de la Punta, en el también conocido como Pago del Lobo. Aquella alejada finca era reconocida en el lugar por el apellido de su propietario “Ariza”, tenía una cabida de 26 fanegas, y contaba por el norte con las escasas aguas del arroyo del Lobo; teniendo como vecinos a los también propietarios: Félix Fernández, Tomás Portillo y Juan Rodríguez Ramos.
Tras la muerte del patriarca de la familia, Viña Ariza fue heredada por sus hijos...Y como de una maldición se tratara, tras el fallecimiento del padre y en un espacio corto de años, fueron falleciendo los hijos varones de quién daba nombre al predio: Antonio y José, quedando como única heredera la tía Dolores, de cuya muerte recibió José Ariza la noticia mientras cumplía servicio al Estado en su destino barcelonés. José junto a su hermano Miguel heredaron la parte de la viña que le correspondía a su padre... Pero nuevamente la parca visitó a la familia Ariza España; y así lo hizo para despojarla de su menor hijo Miguel. La propiedad fue heredada por Josefa España en nombre de su hijo menor y futuro empleado de Hacienda José Ariza. Poco tiempo después, cuando aún vivía su tía Dolores, esta se desprendió de su “parte” y se la vendió al conocido propietario Manuel Moreno Fernández; tras lo cual quedaba muy menguada la popular y conocida por todos Viña Ariza. No sería precisamente esta propiedad del patrimonio familiar, y tal vez por los malos recuerdos a los que estaba ligada, la que atrajo la atención de José Ariza.
Al morir su querida tía Dolores y como muestra del gran cariño que profesaba a su sobrino José, al que había tratado como segunda madre, le dejó un importantísimo legado repartido por la zona urbana y rural de nuestra ciudad; lo que no significó, en modo alguno que se olvidara del resto de sobrinos a los que también dejó legados de cuantía; incluso a su sobrina-nieta de nombre Rosario -hija de su sobrino Joaquín y por tanto nieta de su hermano Antonio- correspondiéndole parte en el posterior reparto de bienes de la difunta. Pero para la tía Dolores, José era diferente.
Para el empleado de la barcelonesa aduana, trasladarse hasta la otra punta del mapa para hacerse cargo del rico legado dejado por su tía no debía ser nada fácil: su trabajo, el dejar a su esposa sola o, quizá, la lógica presencia -presente o futura-, de algún primogénito hacía harto difícil que el cumplidor funcionario pudiera emprender tan largo viaje a pesar de las indudables ganas que pudiera tener en visitar su Algeciras natal. Pero José encontró la solución en un amigo de la familia y buen conocedor de la finada tía, el presbítero y a la sazón primer teniente de la parroquia de la Palma don Cristóbal Porras Pérez. Este, y en su nombre, contando con los documentos que la ley obliga aceptó en nombre de José Ariza España tan importante legado.
Convertido en importante propietario algecireño, aunque ejerciente desde la lejana ciutat donde la bossa sona com si no sona es bona el funcionario de Hacienda, de seguro en no pocas ocasiones, y en relato de los pormenores de sus muebles e inmuebles sitos en Algeciras, le comentaría a su esposa -y quizá a su también posible retoño-, la historia que giraba sobre la casa de la calle Alta. Más allá del valor de las propiedades recibidas, un sentimiento especial le producía, al parecer, el número 41 de la citada y popular calle algecireña. Casa que por otro lado, había sido la morada de su querida tía y por tanto, dada su constante presencia en ella, muy ligada a su infancia y juventud. Tal vez en una noche de lluvia y viento que los algecireños llaman de vendaval, Dolores viendo la dificultad que el niño tendría para conciliar el sueño, mientras oía los goterones de agua chocar contra los cristales de la venta de su cuarto, al mismo tiempo que las tupidas cortinas eran incapaces de impedir que la luz de los relámpagos las traspasaran, la tía Dolores, como era habitual en aquella época aún ajena a la tecnología del siguiente siglo, le contaría cierta historia, tratando, quizá, de justificar aquella galerna, que, como era tradicional, solía caer en determinadas épocas del año sobre Algeciras.
Dolores bien pudo comenzar su relato con una pregunta: "¿Sabes José, que esta casa perteneció a la familia de un hombre muy valiente?". El jovenzuelo, con los hijos abiertos y llenos de curiosidad le respondería obviamente de modo negativo con un movimiento infantil de cabeza. Tras el que su tía, de ser así, se reafirmaría en su calificativo: "Pues sí... ¡Aquí vivió la familia de un héroe!". Prosiguiendo Dolores, como la lógica impone: "Había en Algeciras un marinero que estaba casado y tenía un hijo". Su vida, como la de todo marinero era la mar; se dice que: "¡Cómo de un milagro se tratara, solo para los marineros permite Dios que el pan salga del mar!". Y así era, es y será, dado el apego que estos valientes hombres mantienen a su arriesgado trabajo. El que es marinero de verdad, en tierra se marea, atestigua otro antiguo refrán.
(Continuará).
También te puede interesar
Lo último