Lotería de Navidad
Comprueba tu número

En la cuna del hambre (I)

HISTORIAS DE ALGECIRAS

La ocupación de Gibraltar supuso una tragedia que dejó un número de huérfanos imposible de asumir por las nuevas poblaciones

Los grandes ganadores fueron los gobernantes de uno y otro lado; el pueblo combatió la necesidad con el comercio ilícito con los británicos

El éxodo visto por Ortega Brú, donde los niños tienen su triste protagonismo.
Manuel Tapia Ledesma

07 de mayo 2023 - 03:00

Aún el sol no había despuntado por el horizonte para los vecinos de la caleta. En aquella roca olvidada por la alejada corona el amanecer estaba pactado. Aquel era un contrato no escrito desde la noche de los tiempos y por el cual, los habitantes de levante disfrutaban de la salida del sol, privilegio negado a la mayoritaria población que residía cara al poniente. Durante la puesta, las tornas cambiaban. Aquel amanecer traería, además del agosteño calor, la tragedia.

Relata Juan Romero Figueroa: "Persuadidos los enemigos que esperaban en vano la entrega de Gibraltar, pusieron en línea a las cinco de la mañana del domingo 4 de agosto de 1704 empezaron tan horrible e incesante fuego que en seis horas que duró arrojaron 30.000 balas...".

Un día antes el famoso cura gibraltareño, recogería para la historia: "Vimos cosas horribles, de día y de noche, envuelto el espacio en nubes de fuego. Desconsolados lloran y el clamor sube al cielo. La mujer y el varón, las doncellas y los niños". Y después el éxodo: "Donde con gritos desgarradores -prosigue Romero- había quién llamaba al hijo extraviado". Era la triste salida de los vecinos, calificada esta muy acertadamente por el desgraciado protagonista de los hechos, como: "Penoso espectáculo". Prosiguiendo el desconsolado narrador: "Unos corrían por los campos sin rumbo ni norte; otros se guarecían en las viñas y cercados; otros iban a buscar refugio en las ocultas chozas de los montes; y muchos caían muertos de hambre y de cansancio, víctimas del ardiente sol canicular". De todo lo cual la gibraltareña infancia fue protagonista. Padres cargando con sus hijos, buscando a sus vástagos; menores huérfanos en busca de socorro. Los niños, siempre los niños.

Años después, concretamente en 1741, el ingeniero británico James Moore, según recoge en el Dictionary of National Biography, Ed. Sidney Lee, Londres, 1909, Vol. 13 pp. 350 y 351, expresaría el deseo de: "Dejar constancia de la reciente conquista de Gibraltar, recogida de algunos oficiales de la Marina Real que habían participado en la misma". Según la compilación de las reseñadas versiones: "La repentina capitulación de la ciudad-fortaleza solo se podía explicar por haber tomado las fuerzas inglesas como rehenes a un buen número de mujeres y niños de Gibraltar, empleados como escudos humanos al llegar ante los muros del Baluarte del Rosario, donde se conminó la rendición de sus esposos y padres". El protagonismo infantil, dentro de los narrados hechos por Moore, fue bien definido años más tarde por el historiador andaluz López de Ayala, como “de utilidad social” de los individuos protagonistas. E introdujo a "religiosas, mujeres y niños" entre "los despavoridos que buscaron refugio en el santuario de la Virgen de Europa". Para el final dejó la tan trágica frase: "La gente inútil para la defensa".

En 6.000 almas cifra el cura Romero la población que sufrió su cruel destino; no pocos autores rebajan el número, tal vez, más acertados. Los que sobrevivieron al cataclismo conformaron el origen de una realidad actual que, como un legado que nos llega desde el pasado, llamamos: Campo de Gibraltar. De regreso a aquella triste realidad, y según refieren los documentados datos ofrecidos por sus protagonistas: "El territorio del Campo se convirtió en zona de guerra quedando cerrada -en teoría- a la presencia de nuevos vecinos". Años después vendría la confirmación de la derrota a través de un texto firmado en los Países Bajos; lugar que, como si una broma del destino se tratara -o tal vez no- se eligió para escenificar la sumisión donde los “invictos Tercios”, en siglos pasados, tanta gloria cosecharan. Los auténticos perdedores en aquel mercadeo territorial fueron aquellos vecinos protagonistas del comarcal Éxodo: hombres, mujeres y niños -siempre los niños- que tuvieron que labrarse un futuro, sin más ayuda que sus propias manos, alrededor de la familiar bahía.

Algunos de aquellos menores fueron ocultos testigos y protagonistas desde los abultados vientres maternos de aquellos acontecimientos; tal fue el caso del nascituro (concebido pero no nacido), Miguel Martín de Torres, quién en el útero de su madre salió de la ciudad pérdida para trasladarse a la de Gaucín; donde una vez nacido, tal vez con cinco ferocidades, el 29 de septiembre (día de San Miguel), de aquel infausto cuarto año del décimo octavo siglos, se estableció junto a sus padres Francisco Lucas Zamora y Juana Muñoz Torres, en aquella serrana población. Años después aquél que huyó amparado por la naturaleza de una mujer resuelta en luna, quizá por la querencia humana, busco hogar en uno de los municipios resultante de aquel éxodo, constituyendo hogar y domicilio junto a la ermita de San Isidro; donde posiblemente, y siendo ya un octogenario, sin dejar de mirar cada día la tierra donde fue concebido, marchó hacia la otra vida.

De regreso al próximo pasado, los grandes ganadores en la transacción territorial fueron los alejados gobernantes: el usurpador amplió su imperio en ultramar, como premio a su interesada intervención en conflicto ajeno; el perdedor se aseguró el no ser molestado -¡qué real inocencia!-, en el gobierno de su gran Empire heredado. El sabio refranero popular bien podría definir la situación para el primer caso como: "A río revuelto ganancia de pescadores" y, para el segundo, "Pan para hoy y hambre -eso sí, soberana- para mañana".

El tiempo demostraría que la codicia del pescador primero, no cejaría en reducir la hogaza de pan del segundo. Y para mayor histórica vergüenza mientras las gentes prosiguen luchando su duro destino, se publica en la capital del siempre alejado reino, un texto bajo el pomposo título de: Tratado de Declaración y Explicación sobre algunos de los artículos del antecedente adjuntado en Utrech, excluyendo de su texto el hambre, la necesidad y la pérdida de sus seres queridos para quienes realmente sufrieron el hecho generador del “declarativo y explicativo tratado”.

Y los menores en desamparo, junto a los huérfanos víctimas del conflicto buscaron refugio. Y con el tiempo apareció administrativamente el concepto de “hospicio”, no siendo contemplado desgraciadamente, como solución a su necesidad: "El Comendador y religioso de N(tra). S(ra) de la Merced, redención de cautivos del Convento -para entonces- establecido en la Almoraima en que representan que en Gibraltar tenían Hospicio para la curación de los enfermos religiosos y que de presenten necesitan hacer en este sitio de San Roque, casa para el mismo efecto". Los desprotegidos menores, aún habrían de esperar. La población heredera de los atributos administrativos y sentimentales de la pérdida ciudad con legítima competencia para ello, responde a tal petición mercedaria, expresando en concejil sede: "La ciudad lo concede por muy servicio de Dios y alivio de estos vecinos, por el beneficio del aumento de misas". Se ha de suponer que en la aplicación de tal licencia, fundamentada entre otras, para el “alivio de estos vecinos”, quedaba incluido el necesario socorro a los menores nacidos en tiempos de hambre y cebollas.

Extracto acta subasta arbitrio del vino en favor de los niños expósitos (1796). / E.S.

Y al otro lado de la bahía, adjunto a la pequeña edificación que recibe por bondadoso nombre el de Oratorio, enclavado en un lugar de dignas ruinas pero de pasado glorioso, improvisados chamizos fueron levantados; y pasado el tiempo se abrió un cotarro para paliar la hambruna de grandes y pequeños (los niños, siempre los niños). Para entonces los necesitados se auto-socorrieron encontrando en la solidaridad la herramienta necesaria. Se crearon cofradías o corporaciones que al amparo gremial de los mareantes, en su mayoría conformadas con “gentes de la mar” dedicada a la actividad del productivo corso, quizá como venganza para recuperar en parte lo que años atrás les fue robado. Y así, pasados los años, pero no el olvido por lo vivido, los que fueron niños forzosamente exiliados, ayudaron a los hambrientos y enfermos llegados en aluvión a la emergente ciudad; pues la dejadez de la corona para con sus súbditos se había convertido en tradición. El vetusto caserón levantado en la cercanía de la plaza Baxa y río de la Miel y gracias a la solidaridad del prócer de la época y propietario del mismo José López Alustante, recibió con extrema generosidad la denominación de hospital. Tras la construcción del futuro -ese sí meritoriamente llamado- Hospital de la Caridad, la referencia popular hacia aquel albergue pasaría pomposamente a convertirse en la de Hospital Viejo. Y el nuevo hospital fue levantado, y al poco tiempo de su puesta en marcha un viajero apellidado Ponz, al pasar por nuestra ciudad, escribió en su diario: "Hay en Algeciras, si no me lo exageraron, hay mil vecinos con corta diferencia: una parroquia, un convento de mercedarios, un hospicio de Trinitarios y el hospital de la Caridad". Confuso texto recogido por el citado viajero, pues a la inexistente sede trinitaria a la que hace alusión (Tapia Ledesma, M. El Cristo de Medinaceli en Algeciras 1682. Europa Sur, 16 de abril de 2000), se une la omisión de la cierta acogida de niños pobres, expósitos y huérfanos, que sí realiza el recientemente levantado hospital por obra y gracia de los hermanos de la Cofradía de Nuestro Señor Jesucristo. Afortunadamente para los niños -al parecer- olvidados de Dios, y sin madre que se derrame hilo a hilo sobre su cuna, surge otra esperanza más allá de la pobre ingesta de cebolla y hambre.

Llegada la última década del luminoso siglo para el mundo y apagado para la comarca al no recuperar la ciudad pérdida, la cada vez mayor población en la búsqueda de un mejor futuro al amparo del ilícito comercio con los británicos, hace que el número de menores que deambulen por la renacida ciudad de Algeciras aumente en tal proporción que supera sobradamente los recursos del hospital, y en su pequeño apartado destinado a Expósitos. Ante tal situación el Ayuntamiento algecireño constituido 41 años antes (1755) aprueba en cabildo destinar el arbitrio de la subasta del vino a tales menores, según relata el acta de la sesión: "En esta ciudad de Algeciras, en 21 de septiembre de 1796 [...] habiéndose sacado en pública subasta el Arbitrio del vino e impuesto por la venta en por menor de él, que se estableció en virtud de Real privilegio para las obras de las fuentes de esta publica conducción de sus aguas puras y limpias por el término y que ahora sigue con noticias de Real y Supremo Consejo donde depende su solicitud para la continuación por ser único arbitrio preciso y necesario a la conservación y subsistencia de otra obra y piadosa de mantener a los niños expósitos, como está hecho presente y todos los informes correspondientes para esta se otorgue y resuelba por dicha Superioridad, bajo de lo qual se dará a pública Subasta Con arreglo a las condiciones que tiene la Ciudad dispuestas [...] y acordado por la Ciudad sobre [...] venta del Vino de la Cosecha de sus haciendas. Prosiguiendo la citada acta...Para evitar los fraudes que podían cometerse que todas ellas dieran publicidad y hechas presente á los Postores y concurrentes para q(e). inteligenciado y con legación á las mismas hiciesen Posturas y á el efecto señaló para el remate el día hocho de Abril pasado de este año á señalado sus entradas y hora, su publicaron y con sujeción a las citadas condiciones y acuerdos [...] varios Postores haciendo sus Posturas quedando Ultimam(te). p(ra) el otorgante en la condición de quarenta y ócho mil y cien reales que había de pagar en el año con otro tal día de noventa y siete, cobrando con arreglo á lo señalado de introducción, Almacenes y Taberneros pagando mensual ó semanalm(te). la cuota que le corresponde según la principal que había de poner de su cuenta y cargo en poder del Tesorero de dicho fondo [...] y quedó á su favor el citado arbitrio que aceptó en debida forma asegurando dar la correspondiente fianza para seguridad del pago y siendo justo dar cumplimien(to). a ello otorga que acepta en su fabor el remate del referido arbitrio bajo las condiciones y circunstancias prevenidas y acordadas por la Ciudad...". Y la ciudad garantizó el pago “preciso y necesario” para el mantenimiento de los desvalidos menores. Los niños, siempre los niños.

No hay comentarios

Ver los Comentarios

También te puede interesar

Instituto de Estudios Campogibraltareños

El escudo de armas de la Algeciras cristiana medieval (y II)

Lo último

La Guardia Civil en San Roque (CCLV)

La reorganización de la Guardia Civil (XXXIX)