Campo Chico
Gibraltar o la tergiversación de valores (V)
Historias de Algeciras
Algeciras/En estos momentos en los que Europa se siente afligida por la bélica actitud de Rusia, debemos recordar por ser también parte de nuestra historia local como esa misma gran preocupación, desgraciadamente, fue sufrida por nuestros antepasados cuando tambores de guerra sonaron amenazando su tranquila paz.
Uno de aquellos tristes momentos aconteció el día 25 de abril de 1898, fecha en la que el Congreso de los Estados Unidos de Norteamérica declaró la guerra a nuestro país. Hostil actitud fundamentada, según versión vertida por la interesada prensa, en la “responsabilidad” de España en el hundimiento del navío de aquella bandera llamado Maine.
Aquel primaveral día Algeciras amanecía con sus habituales y particulares sonidos mañaneros, destacando entre otros, el trajinar de los vendedores del mercado municipal, que, desde el lejano 1819, año en el que comenzaron su expediente de traslado, siendo alcalde el constitucionalista Ventura Fita, para ser reubicados en la cercana plaza Baja o de la Palma dos años más tarde; o la tradicional letanía en la subasta del pescado capturado de madrugada que se producía en la Pescadería; yqué decir del ir y venir de los trabajadores de Gibraltar, en sudiario encuentro con los vapores para ser trasladados al otro lado de la bahía. Todo aquella mezcla de rutinarios sonidos matinales conformaban gran parte de la sinfonía que despertaba diariamente a la ciudad de Algeciras. Pero aquel día de primavera de la última década del triste siglo XIX, no finalizaría con la tranquilidad con la que había comenzado. Una noticia se filtraría corriendo como la pólvora por toda la ciudad.
Al día siguiente, como cualquier otro día, el tren de Morrison hizo su entrada habitual más o menos a la hora prevista; pues no era fácil su cumplimiento horario dado el sinuoso camino que debía vencer en su tramos hasta o desde Ronda. Recordando la barojiana frase de mi siempre admirado don Pío en su obra: Las miserias de la guerra, donde uno de sus personajes comenta: "En los pueblos civilizados, los trenes llegan a su hora". Se ha suponer que el autor de uno de mis libros de cabecera como es El árbol de la ciencia desconocería la existencia del serrano trazado.
Vencido tal camino de balastros y vías, el ferrocarril de los ingleses haría su habitual entrada en la estación algecireña tras dejar atrás la cercana zona de Pajarete. El lugar, al parecer, tomó tal nombre por deformación del apellido Pajares dada la vinculación patrimonial nacida durante la segunda mitad del siglo XVIII del presbítero José Rodríguez Pajares con el molino situado en el entorno conocido como de “Pajares”, y cuya renta pagaba una misa anual en memoria del citado clérigo.
A continuación el citado tren dejaría atrás la pequeña elevación conocida como Puerto del Piojo, donde se encontraba la fuente del mismo nombre, lugar también señalado como majada o descansadero de las reses llegadas hasta nuestra ciudad desde el norte. El ganado entrante por el sur encontraría su lugar de parada en la llamada Dehesa de Ceuta, no lejos del lugar de descanso fijado por sus pastores. La citada Majada del Piojo, cada mes de junio, se veía frecuentada por los muchos aficionados algecireños taurómacos, dado que hasta allí llegaban escoltados por los caballistas los toros que posteriormente serían lidiados en La Perseverancia. Sea como fuere y exhalando el humo propio de su naturaleza mecánica, el tren llegaba hasta nuestra ciudad cargando, especialmente aquel día y entre bultos de todo tipo, la prensa nacional que portaba detalles de la mala nueva (llegada el día anterior mediante telegrama y esparcida por las siempre discretas fuentes oficiales) a través de un directo y cruel titular periodístico que helaría la sangre a toda la población algecireña... ¡¡Guerra con los yankees!!.
Rápidamente los pormenores de la declaración de guerra promulgada por el gobierno yankée se extendió de modo generalizado por toda Algeciras. La habitual tranquilidad que se respiraba, por ejemplo entre los puestos del mercado, se había tornado en caras de preocupación tanto entre los vendedores como en su fiel clientela. Difícilmente los dueños de los puestos o cajones, como también eran denominados tales como María de la Luz Puente, quién tenía asignada la casilla número 3; Manuel López, quién además de casilla en el citado mercado tenía su domicilio en la misma plaza de la Palma núm. 16; o Francisco Camacho cuya casilla gozaba de especial ventilación al estar junto al arco que daba al frente de la calle de la Soledad, hoy José Santacana; todos ellos comentarían con sus respectivas clientelas tan nefasta noticia.
De seguro queentre aquel diario gentío de visitas al mercado algecireño se encontrarían, entre otras, asiduos como: Josefa Meléndez Canales, propietaria junto a su esposo Vicente Díaz de la cercana y popular pensión La Económica; Juan Bautista López, anciano vecino de rondeña naturaleza, muy estimado y autoproclamado libre pensador, quién tenía su residencia en la casa de huéspedes De Castro, sita en el número 2 de la calle Huerta del Ángel; o, por último, Juan Rossi, propietario de la cercana fonda La Tarifeña, sita en la misma plaza que acogía al mercado municipal. Sin duda la llegada de tan desgraciada noticia hasta nuestra ciudad, sería el general comentario durante aquellas primeras horas de aquel postrimero día del mes de abril del 98.
Por aquellas primaverales jornadas, tanto previas como posteriores a tan comentada declaración de guerra, en nuestra ciudad también acontecieron otros hechos que marcaron el ritmo de la ciudad, como por ejemplo: “En la iglesia parroquial de la Palma con asistencia de gran número de feligreses se celebró misa por el eterno descanso de Pascasio García Rodríguez al cumplirse un año de su fallecimiento”. García Rodríguez era un conocido empresario local, que estaba casado con Encarnación Reina poseedores ambos de oficina de farmacia ubicada en la esquina de la calle Larga con calle Carretas. También fue de interés para la ciudadanía la subasta que la Aduana de Algeciras llevó a cabo y consistente en el siguiente lote: “Un coche de 4 ruedas pintado de azul y toldo bastante usado tasado en 123 pesetas; y 20 latas de 288 kilos de petróleo tasadas en 180 pesetas”.
También por aquellos belicosos y preocupantes días, el trabajo civil que se desarrollaba en la impopular Oficina de Reclutamiento Municipal, sita en la nueva Casa Consistorial, sería reconocido por las instituciones castrenses. Por tal motivo y en su amplio salón de sesiones se recogió en acta: “La Comisión Mixta de Reclutamiento, ha acordado consignar voto de gracia para el Ayuntamiento de Algeciras y sus empleados; pero muy especialmente para el ilustrado oficial primero Don Diego López por haber presentado los expedientes del actual reemplazo y revisiones anteriores perfectamente determinados, interpretando y aplicando la ley con la diligencia debida y acabada. El Sr. López es acreedor por su inteligencia y pericia de la merecida distinción de que ha sido objeto. Felicitándolo la corporación por ello”. Tal reconocimiento para un funcionario del Ayuntamiento algecireño no se volvería a repetir hasta pasados 99 años (Boletín Oficial de Defensa. Nº 2/1997) en la persona de un funcionario aún en activo.
Y así, dentro de la siempre triste realidad de la guerra y en cumplimiento del inexorable calendario administrativo, se hizo público el tan temido llamamiento: “EDICTO. Ley de Reclutamiento y Reemplazo.- Alistamiento, de los mozos que cumplan 19 años desde primero de Enero á fin de Diciembre de 1898 tienen la obligación de ser inscritos en el alistamiento solicitándolo los interesados, ó los padres ó los curadores cuando aquellos dejen de cumplir este requisito. Los que no sean comprendidos en el alistamiento del año correspondiente y no se presenten para hacerse comprender en el inmediato, serán incluidos en el primer alistamiento que se verifique después de descubierta la omisión, siendo destinados á Ultramar sin tomar parte en el sorteo”.
Pronto la reseñada Caja de Reclutamiento, sita en el vistoso edificio municipal de la calle Imperial, se vio concurrida de jóvenes que formando ordenada fila esperaban su turno, estando, entre otros, los imberbes vecinos de Algeciras: “Antonio Blanco García, Francisco Pilares Valencia, Alonso Campos Rueda, José Gómez Molina, Juan López González, José Salvadore Martínez, Juan López Marín, Antonio Mena Román, Ramón de la Aurora Rodríguez, José Cuevas Cuevas, José López Martínez, Juan Pérez García, Antonio Barea Román, el hermano del anterior, Juan Barea Román, Andrés García Carrasco, Cándido Moreno Gómez, Arturo Sánchez Trujillo, Fernando Valencia García, Rafael Corchado Arias, José Morilla Molina, Fernando Miralles González, Julián Rubio Vivante, José Núñez Núñez, José Luís Domínguez Sánchez, José Rodríguez García, Francisco González Rosado, Francisco Sánchez Piñero, Fernando Romero Pérez, Andrés García Carrasco, Juan Carpona López, Antonio Dueñas de Pablo-Quevedo, Francisco Jiménez Cano, Tomas Torres Ribas,Antonio Valdés Otero, Antonio Vera Cacao, Aurelio Casero San Juan, Alfonso Tobal Quiñones, Alberto Costa Martínez, Aurelio Ríos Rodríguez, Antonio Vázquez Ballesteros, Antonio Muñoz Reguera, Antonio Collante Sánchez, Antonio Serrano Molina, Antonio Ayud García, Antonio Blanco Izquierdo, Antonio Lobato Moreno, Antonio González Arroyo, Antonio Aguilar Santaella, Antonio Morales Bianqui ó Bianchi, Antonio Diosdado Muñiz, Antonio García Arabolasa, Antonio Puyol Vides, Antonio Fuillerat García, Antonio Huete Rivera, Antonio Díaz Cote, Antonio Ballesteros Fuentes, Antonio Olmedo García, Antonio Gómez González, Antonio Sales Galindo, Alfredo García Sarria, Benito Tergo Hará, Bartolomé León Ríos, Cristóbal Moreno Gómez, Celestino Díaz Calvo, Cristóbal Díaz Herrera, Diego Haro Orozco, Diego Pérez Gómez, Diego Delgado Utor, Diego Huidobro Medina, Diego, Puerto Sánchez, Emilio Carrillo Lobato, Emilio Muñoz Rodríguez, Eugenio Pérez Ponce, Eduardo Beneroso Sánchez, Evangelino Gil las Heras, Francisco Fuentes Lorenza, Francisco Muñoz Calvente, Francisco Benítez Díaz, Francisco García Toledo, Francisco Andrades Bautista, Francisco Beneroso Sánchez, Francisco Peña Salas, Francisco Hernández Morales, Francisco Jiménez Arjona, Francisco Fello Siles, Francisco Pozo Arjona, Francisco González Suárez, Francisco Mancilla Durán, Francisco Gálvez Rodríguez, Fernando Prieto Méndez, Francisco Ruiz González, Gabriel Quirós Acedo del Olmo, Ignacio Niebla Rivero, Ildefonso Mancera González, José Rodríguez Fuentes, José Bocio García, Juan Gobea Castillo, Juan Pérez Paredes, Juan Ocaña Ochoa, José Ramos López, Juan Baglietto y Dotto, José Gómez Roncero, José Beneroso Guzmán, Juan Díaz Camacho, José García Pérez, Joaquín Santos Medina, Juan Ragel Bedriomo, José Cantero Cané, Juan Lara Reyes, José Mancebo Gil, José Sierra Jiménez, José Aragón Donaire, José Rivera Medina, José Carrillo Román, Juan Sánchez Pichardo, José Rodríguez Ruiz, Juan González Focón, José Montesino Arana, Joaquín Díaz Parra, José Castro Clavijo, José Quintana Quintana, José Prada Blanco, José Cano García, José Márquez García, José Firado Macias, Juan Ramos Dabila, Luís Santos Calderón, Luís Calderón Reberdito, Luís García Gutiérrez, Luís Pecino Salvatierra, Manuel Ramos Calderón, Manuel García Solano, Manuel Morales Rey, Miguel Ramos Jiménez, Manuel Martínez Peña, Manuel Gálvez Núñez, Manuel Arias García, Manuel Gómez Segura, Manuel Yedra Gil, Manuel Jiménez Cano, Manuel Cruces Padilla, Manuel Martínez Arroyo, Manuel Romero Ragel, Manuel Márquez Fernández, Miguel Herrera Moreno, Manuel Díaz Calvo, Manuel Rivero Zayas, Miguel Delgado Ruiz, Miguel Campaña María, Manuel Salas Pérez, Nicolás Alarcón Montes, Ricardo González Márquez, Rafael Lledó Cabo, Ramón Sánchez Alcoba, Ramón Carmona Gutiérrez, Ramón Aldecoa Nieto, Rafael del Puerto Guzmán, Salvador Burgos Piñero, Santiago Pozo García, Salvador Andrade Jiménez, Salvador Rodríguez Tocón, Sebastián Pérez, Jiménez, Sebastián Granado Barroso, Simeón Palomino Blanca, Valentín Rozo Santos Izquierdo y Valentín Pardo Sandiles, entre otros muchos valientes algecireños”.
Y conforme los expedientes de cada uno de estos mozos alimentaba a la siempre fría administración, paso previo al embarque con dirección a Ultramar, una ardiente vela era encendida en la iglesia de la Palma por cada uno de aquellos mozos, alentando las esperanzas de sus familias por un regreso con vida de aquel que marchaba.
Se cuenta del caso de una madre que en la espera enfermó, siendo el regreso del soldado objeto del siguiente romance: Dijeron al hijo que pase/ corriendo enseguida a abrazar a su madre/ fue la mejor medicina el hijo para la madre/ poniéndose buena enseguida de la alegría tan grande.
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