Un gran capitán (I)
Historias de Algeciras
El popular vapor 'Elvira', de la Compañía de Ferrocarril Algeciras (Gibraltar) Ltd, conectaba los puertos de Algeciras y Gibraltar
Su tripulación aprovechaba la estancia en la colonia para efectuar compras de productos como café y tabaco
Algeciras/Como era habitual en día feriado, aquella fresca mañana de domingo había comenzado de modo tranquilo. El mar estaba movido y barruntaba que al final del día la marejadilla aumentaría; o así seguramente lo apreciarían los expertos ojos de marino experimentado de José Nicart, capitán del popular vapor Elvira.
Eran las 8 horas y 45 minutos de aquella festiva jornada, cuando, puntual como el Joaquín del Piélago de la compañía Haynes, Nicart comenzó su rumbo en dirección hacia el puerto y plaza de Gibraltar. Pocos viajeros llevaría a bordo aquel día el familiar vapor propiedad de la Compañía de Ferrocarril Algeciras (Gibraltar) Ltd, pues también la católica y mayoritaria población gibraltareña, al igual que la española de este lado de la frontera respetaba el Día del Señor, cerrando sus negocios y acudiendo a las celebraciones religiosas de precepto.
Los horarios de aquellos vapores en aquel comienzo del nuevo siglo, y para cuando casi una década atrás los ingleses y su capital habían relanzado económicamente la comarca pero muy especialmente nuestra ciudad, eran los siguientes:
Horas de salida de los vapores de Algeciras para Gibraltar: A las 8’15 h y 11 h de la mañana. A las 2 y á las 6 de la tarde. Y á las 9’45 h de la noche.
Salidas de Gibraltar para Algeciras: A las 5’40, 8’15 y 11 de la mañana. A las 3 y á las 6’40 h. de la tarde.
Siendo el precio del billete: primera clase 1’50 pesetas. En segunda clase 1 peseta.
Aquel viejo marino, con sus más de 50 años vida y el haber pasado la mayor parte de ellos en el mar, le permitía saber distinguir nada más que tocar con su mano la rueda del timón: un buen navío y una buena máquina; y el Elvira, su barco, lo era. Aquel vapor puesto bajo su responsabilidad fue construido en Glasgow (Inglaterra), el año de 1892; y según rezaba la documentación de abordo: “Tiene su máquina una fuerza de 70 caballos; con 33 m. 66 cm de eslora; 5 m y 66 cm de manga; 2 m y 50 cm de puntal, siendo el porte total del referido buque 135’96 Tm de las que descontadas 73’11 Tm quedan netas 62’85 Tm. = Tiene asignada la señal distintiva H.L.F.P.= Dicho vapor está inscrito en el Registro de Buques y Mercantil de Cádiz, al folio 269 del tomo 2º del libro de buques, inscripción primera, hoja, número 142”. José Nicart era un hombre feliz manejando aquella máquina.
Su habitual presencia observando desde el puente de mando, ya fuera la subida a bordo de los viajeros, en su mayoría trabajadores empleados en la colonia y personas dedicadas al matuteo, o la bajada al regreso de aquellos tras una dura jornada, conformaba para aquellos esforzados vecinos de Algeciras una familiar estampa; constituyéndose, junto con su galoneada gorra, en parte del diario paisaje del muelle de madera.
Tras soltar amarras aquel día, el Elvira, bajo la atenta mirada de su capitán pondría como era habitual rumbo hacia el Este, al otro lado de la bahía. Aquel pequeño puerto algecireño que quedaba atrás, se describía técnicamente por los derroteros de la época del modo siguiente: “Al N 58º 18’ O como 1/2 milla de la Isla Verde, se halla el muelle de la ciudad de Algeciras, que á la orilla de mar se extiende al E dejando próximo a las casas del S. el río de la Miel, en el que en pleamar entran los barcos de mediano porte y del tráfico del país”.
Prosiguiendo el marino texto: “Medio distante del Muelle como al E NE, está la Galera que es una piedra á flor de agua, dividida en dos con una restinga próxima á la parte del N E y ¼ de milla al N 5º E a la Galera hay un placerito con dos brazas de fondo. Una restinga de piedra sale al E de la medianía de la ciudad y otra de piedras más grande del extremo más N de ella, por donde está el Fuerte de Santiago”.
Si bien aquel corto trayecto marítimo pudiera parecer exento de contratiempo alguno, no lo era tal; los cambios bruscos de vientos en el Estrecho o las resultantes mareas o nieblas, entre otros fenómenos atmosféricos, mal podían dar cuenta de sus riesgos y peligros. Peligros de la bahía, de los cuales y en no pocas ocasiones, el viejo lobo de mar junto a su tripulación y el familiar pasaje, habían sido víctimas y testigos.
Aquellos laboriosos algecireños que a bordo del bonito y marinero Elvira sufrieron los rigores de la mala mar, bien les parecería que el familiar vapor más que navegar por las habituales aguas tranquilas de la bahía lo hacía atravesando el siempre temido y a la vez respetado por los más audaces marinos Cabo de Hornos.
No en vano aquellos peligros naturales estaban detalladamente prevenidos en las marinas cartas: “Y llegando a fondear en la Bahía de Algeciras y Gibraltar […] si se fuere de Levante se pasará á una regular distancia de Punta Europa, pues no conviene acercarse demasiado, así porque el monte hace abrigo del E y rechaza el O, si son bonancibles porque las corrientes son muy fuertes con revisas en sus inmediaciones […] Si la posición señalada para el rumbo que debe seguirse no se ha podido tomar desluego que se entró á causa de ser el viento en la Bahía como acontece, distinto del que corre por fuera, se deberá mejorar oportunamente para que le coja el viento que desea con ventajosa situación […] viniendo de Levante es preciso apartar de media Bahía para huir de los remolinos del viento que vienen furiosos de las quebradas […] En la bahía de Algeciras sucede la pleamar á la una de la tarde los días de conjunción y oposición, y las mayores mareas ascienden de 5 á 6 pies”. Había que respetar las aguas y los vientos de esta la histórica y gran ensenada, y a fe que Nicart, como el resto de los marinos que habitualmente la circunnavegaban, lo hacía.
Una vez atracado en el puerto de Gibraltar y con el conocimiento de que todo estaba bajo control, como sería habitual en toda aquella tripulación espejo de su capitán, y en función de practicar la popular pacotilla o porción de géneros que los marineros u oficiales de un barco pueden embarcar por su cuenta libres de flete, Nicart se acercaría a los establecimientos de la plaza colonial para cumplimentar aquel diario compromiso, ya fuera generado por la amistad, la reiterada petición de un simple conocido o el diario encargo de su esposa de este o aquel artículo de difícil compra en tiendas o ultramarinos de este lado de poniente.
José Nicart estaba casado con Gerónima Garzoli Coder, teniendo el matrimonio su domicilio en el número 13 de la calle Carretas o General Castaños. Para aquel supuesto cumplimiento de los inevitables “mandaos”, la tripulación del Elvira incluido su capitán bien podían bajar a tierra, pues la empresa del ferrocarril les proveía, en tiempo y forma, de aquellos preceptivos permisos necesarios que las autoridades gibraltareñas exigían a los extranjeros, expresando la normativa al respecto: “Todo extranjero que desee entrar en Gibraltar deberá proveerse de un billete a la puerta por donde penetre. Este ticket será valedero para el día en el que lo obtenga, y hasta el primer cañonazo de la tarde. Pudiendo refrendarse en la Central de la Policía, por 3, 4 ó 10 días. Cualquier habitante de la plaza que tenga en su casa una persona empleada extranjera sin el competente permiso será castigada como infractor á la Ley de Extranjeros con una multa que no exceda de 5 pesos fuertes, ó en su defecto un mes de prisión correccional. Además de los populares tickets, existían, según la norma de la colonia británica: Las licencias temporales, las cuales se pueden obtener en la Jefatura de la Policía los lunes, miércoles, jueves y sábado, en horario de 10 h. Á 11 h. de la mañana. No se concederá ningún permiso ó licencia sin que presenten certificado de vacunación”. La citada ley advertía: “Los agentes de policía tienen derecho á preguntar ó investigar lo que deseen saber de cualquier persona que les merezca sospechas de no ser súbdito inglés; el preguntado tiene obligación de contestar categóricamente á cuanto se le pregunte”.
Afortunadamente para los diarios circunnavegantes -en su mayoría por obligación- de la bahía, aquel exhaustivo control solo era llevado a cabo de modo unilateral por las autoridades coloniales. Décadas atrás y durante el anterior siglo, también las autoridades españolas se aprovecharon de dicha diaria necesidad para sacar unos “cuartos” a aquellos trabajadores. Aquel abuso dio lugar -de oficio- a la siguiente denuncia: “Habiendo tenido conocimiento que en la Ciudad de Algeciras se cobra un derecho a las personas que pasan á la plaza de Gibraltar, se acordó se haga la indagación correspondiente sobre este particular, y que para ello se pida informe al Ayuntamiento de Algeciras, relativo á si es cierto el cobro de dicho derecho, expresando cual es la cantidad que se exige y bajo el título ó pretexto, quién la percibe, que aplicación tiene y que producto se le calcula”. Daba igual para su cobro si el acceso era de carácter marítimo o terrestre.
De regreso al devenir de la corta tripulación del Elvira en su deambular por Gibraltar, de seguro que al igual que el resto de trabajadores hispanos, aquellos marineros incluido su capitán y en cumplimiento con la normativa reseñada, portarían en sus bolsillos el oportuno documento exigible, reseñando el citado el plazo refrendado más largo posible; no ya solo por comodidad, sino también para cumplir relajadamente con la colonial legalidad y evitar malos encuentros con los agentes de la autoridad local. Un mal parte a la naviera bien podría constituir motivo de reprimenda al marinero. En cuanto al orden se trataba -al parecer por los testimonios obtenidos- la empresa exigía una conducta intachable a su tripulación. No hay que olvidar que los propietarios del Elvira y las autoridades británicas “hablaban el mismo idioma”.
De vueltas al devenir por los comercios de la colonia, hasta la próxima salida del vapor, comentar que lo expendedores de las codiciadas cervezas inglesas como Abrines en Cornwall’s Parade (antigua plaza de la Verdura); importadores de los magníficos cigarros como Russiano en la calle Real; o la espectacular confitería de Montegriffo, ubicada frente a la Iglesia, sin duda gozarían de la frecuente presencia de aquellos marineros del Elvira. Tan cotidiana era la presencia de estos vapores de la compañía del ferrocarril británico en el fondeadero calpense, que sus nombres fueron utilizados por un establecimiento local para anunciarse:
Los barcos Elvira y Margarita de Algeciras, resultarán chicos para las muchas personas que desde esta localidad irán á comprar el rico café de tueste diario marca M. BELMONTE, que vende la tienda de D. Manuel Domínguez, Callejón de los Masones, núm. 1.- Gibraltar.
La travesía de vuelta llevada a cabo durante aquel fresco domingo de primeros de marzo, se esperaba con la lógica rutina de los frecuentes y cortos viajes. Aquellos marinos entre los cuales bien podrían estar los algecireños: Manuel Díaz con domicilio en el número 21 de la calle Larga; Julián Rubio domiciliado en calle Baluarte 19; o, el también avecindado en nuestra ciudad José Sánchez Moreno, residente en el conocido como sitio del Rinconcillo; en definitiva una buena representación de todos aquellos hombres de la mar, que con su buen hacer y sobrado conocimiento de las aguas de la bahía, bien podían ayudar al feliz regreso de aquel cansado pasaje que diariamente, y en su mayoría, acudía a la colonia para ganarse el pan propio y el de sus familias. Puestos “manos a la obra”, y una vez retirada la rampa, sueltas las amarras y puesta en marcha las paletas en el interior de los voluminosos tambores ubicados a babor y estribor de la nave, dio comienzo el viaje de regreso. Al mismo tiempo que la proa del Elvira miraba hacia poniente, alguien podría haber recordado desde su cubierta los ferrandinos versos compuestos en el siglo anterior relacionando destino vital y los modernos nautas: "Los que quedan en el puerto/ cuando la nave se va/ dicen, mirando á lo lejos ¡Quién sabe si volverán/ Y los que van en la nave/ dicen, mirando hacia acá ¡Quién sabe cuando volvamos/ si se habrán marchado ya!" Y como juguetes de las olas todo barco, junto con los que en él navegan, está expuesto a los cambiantes giros de la fortuna, como así le aconteció al vapor Elvira cuando sentía la cercanía de las seguras aguas algecireñas.
Continuará
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