Un gran capitán (y III)
Historias de Algeciras
La burguesía algecireña del siglo XIX no se entendería sin la presencia de José Nicart Vélez, un industrial protagonista de negocios tanto con socios como con su esposa, Gerónima Garzoli Coder
Algeciras/Aquellos hombres con los que José Nicart entró en sociedad mercantil constituían una buena muestra de los pequeños propietarios miembros de la burguesía de la Algeciras finisecular del XIX; estando entre estos Joaquín Castillo Cordón, hermano de José Castillo a la sazón, secretario de la Junta Local de Protección a la Infancia; José Castillo Durán, propietario de terrenos en la Dehesa del Novillero y miembro de la Sociedad Marítima de Socorros Mutuos cuyos fines, entre otros, eran “procurar la asistencia médica a domicilio y medicamentos necesarios a todos los inscritos, así como al socorro de 2 reales de vellón diarios siendo indigente, mientras se mantenga en cama y en convalecencia a juicio del profesor (médico); en el caso de administrársele el Viático (eucaristía en peligro de muerte) contará del mismo modo con los enseres de la sociedad. También se le abonará a las familias por razón de entierro la cantidad de 150 reales si falleciese en esta Ciudad, y si se le verificase fuera de ella solo tendría opción á 100 reales para luto”.
Castillo Durán también era propietario de un café establecido en calle San Quintín, “á continuación del muelle nuevo de esta bahía”, según reza en los textos consultados. Otro socio de Nicart fue Antonio Pérez Pino, quién ejercía de tutor de “Ceferina Rodríguez y su hija menor Luisa Cecilia Rodríguez, propietarias de casa-horno sita en calle Escopeteros 11”. Tenía Pérez Pino su domicilio en el número 33 de la calle Tarifa, estuvo casado con Cristina Rusca, de quién enviudó. También contaban entre sus socios all industrial Manuel Ríos; Francisco Muñoz Toledo, de profesión empleado y domiciliado en la calle Reina 14; y por último Ricardo Torres Fernández, propietario de tierras cercanas al camino conocido como El Rodeo.
Su desahogada posición económica le permitía a Nicart avalar a personas de su confianza y entorno, como así hizo con el jornalero Miguel González, a quién “por sesión celebrada por la Junta Directiva de la Sociedad Casino de Algeciras, presidida por el Excmo. Sr. Don José Santacana Mensayas y Don Luciano Martínez Llover, en calidad de Secretario de la Sociedad, autorizados para formalizar arrendamiento con Don Miguel González Ruíz, casado y de esta vecindad […], manifiestan que la Sociedad Casino de Algeciras, es dueña en propiedad de la finca siguiente: Una casa principal de altos y bajos situada en la calle Alfonso XI, antes Ymperial, esquina á la Plaza de la Constitución de esta Ciudad y señalada con el número 29 […] Don José Nicart Vélez, casado, marinero, dijo que se constituía en fiador del arrendatario y se obligaba en todos sus bienes presentes y futuros al cumplimiento de dicho contrato [...] en caso de que aquel no lo llevase á efecto por cualquier causa”.
Pero la gran apuesta en el mundo de los negocios para quién fuera capitán del Elvira sería en un corto futuro, la participación como accionista de un gran sueño industrial local bajo el nombre de Conservas La Algecireña. Constituyéndose una sociedad mercantil, en la que estaba representada toda la burguesía de Algeciras, los medianos y grandes empresarios, pequeños emprendedores y ahorradores. En definitiva, en aquel listado de accionistas estaba todo aquel que era, podía o quería ser alguien en aquella ciudad de comienzos de siglo.
Si bien en un primer momento Nicart no estuvo presente en la fundación de la sociedad, renombrados personajes que sí lo estuvieron le animaron a incorporarse en la siguiente tanda, siendo estos con expresión de sus respectivos números de acciones: “Luis Baltasar Urra, 309; Emilio Santacana Mensayas, 105; Juan Furest Pons, 92; Rafael de Muro y Joarizty, 42; Plácido Santos Lavié, 25; Ricardo Rodríguez España, 10; Juan Agüera de la Vega, 12; Federico Ibáñez de la Vega, 30; Francisco Coterillo Ojeda, 20; Luís Lombard Baglietto, 20; Antonio González Novelles, 10; Juan Forgas Estraban, 10; José de Gomar y García, 15; Manuel Villalta González, 10; Francisco España Rojas, 10; José Cumbre Castillo, 10; Manuel Fillol Palop, 5; José Vento Jiménez, 10; Eladio García Mesol, 5; Agustín Porras Maeso, 1 y Francisco Rojas Astorga, 1”.
El quedar 48 acciones en cartera permitió la incorporación al ilusionante proyecto conservero de nuevos accionistas, estando entre estos José Nicart Vélez, el viejo capitán del Elvira, acompañado por los también nuevos accionistas: “Adolfo Casola Piuri, propietario; el también hermano del presidente José Santacana y Mensayas; el comandante de infantería Manuel Maroto y Maroto; el empleado José Garbarino y Demaría; el ingeniero municipal Miguel Cardona Juliá; el comerciante Rafael Otero Altarribas; Carlos Plá y Furest, propietarios; el coronel retirado Enrique García Dacal; el también propietario Federico de la Torre Cataño; el comandante de oficinas militares Rafael Ortega Arjona; el industrial Saturnino Oncala de la Vega; Antonio Gil Pineda, propietario; Antonio Furest Aguilar, propietario; el teniente auditor Onofre Sastre y Canet; el comerciante Ángel Medina Benítez; los médicos Buenaventura Morón González y José Zurita y Gómez; José Trelles Ruíz y José Vecino Méndez, ambos del comercio; los empleados Francisco García Palacios y Andrés Lorite Sabater; y el industrial, Federico González Díaz”.
Desgraciadamente los resultados y las previsiones económicas no se cumplieron y tras dos años de lucha para mantener en pie aquel proyecto local empresarial, comenzaron a cumplirse los requisitos recogidos en sus Estatutos para la disolución del proyecto (Capítulo VII, Artº 59. 2º), demostrando el balance anual que “las pérdidas alcanzaban a la mitad del capital social”. Y entre la primavera y el otoño de 1904 se reunieron los socios para analizar la situación, y antes de que el descalabro económico fuese mayor, se creó: “La Comisión Liquidadora de la expresada Sociedad, en sesión de 20 de septiembre de 1905, en cumplimiento de los acuerdos tomados en Junta general de Señores accionistas en 21 de mayo y 16 de octubre de 1904 [...], Certifico que en Junta general de Señores Accionistas celebrada el día 16 de Octubre de 1904, se acordó que la Comisión Liquidadora de ésta Sociedad que se nombró en 21 de mayo del mismo año compuesta de los Señores: Don Ernesto Larios, Don Emilio Santacana, Don Luís Lombard y Don Baltasar Urra...procedan con la mayor urgencia al cumplimiento del acuerdo tomado llevando á la práctica la liquidación general de la Sociedad, haciendo cuantas operaciones sean necesarias con el indicado objeto”.
Sin duda, José Nicart había dado un paso muy importante a pesar del fallido intento empresarial para sumarse al gran tejido social y económico de Algeciras. Aquello no sería más que el comienzo de una nueva fase en su vida; pues casado con una mujer adelantada a su época –Gerónima Garzoli Coder- con un gran carácter emprendedor, ambos generarían una importante actividad económica aumentando el patrimonio familiar.
La señora Garzoli de Nicart, haciendo gala de poseer gran cualidad para los negocios, procedió a conceder un crédito a la señora Evarista Zarzamendi, esposa de Benito Sierra Oliva, entregándole la cantidad de 2.500 pesetas, constituyendo el matrimonio: “Hipoteca sobre una suerte de tierras de su propiedad, sita en el Cortijo del Acebuchal, con una cabida de 24 fanegas, cercano al Poniente con el popular Cortijo de La Menacha”. También se introdujo en el contexto inmobiliario conjuntamente con su marido, y tras este primer negocio, vino la compra por los esposos Nicart-Garzoli de varias viviendas en nuestra ciudad, como el número 7 de la calle Alameda; o, las casas números 8, 11 y 12 de la calle Reina, todas ellas propiedad de Patrocinio Miranda, esposa de Miguel Martín Delicado, industrial de profesión y padre del que fuera posteriormente gran músico local Miguel Martín.
Tras comprar a la madre del célebre pianista local las citadas viviendas de la calle Reina, volvió el matrimonio nuevamente a adquirir de la misma propietaria, otra vivienda en el distrito bajo de la Caridad, siendo ahora objeto del negocio el número 1 de la calle Alameda. Posteriormente, y dado el ventajoso emplazamiento en el que radicaba la citada vivienda para cualquier tipo de negocio, recordemos que daba al norte con la populosa y muy transitada plaza Juan de Lima, rápidamente fue objeto de compra por un industrial local, en este caso, el conocido barbero Francisco Sánchez Moreno, quién vio en aquella esquina una magnífica oportunidad para. “Abrir negocio propio de su oficio con éxito” como así -según reseña consultada-, fue.
En esta actividad inmobiliaria más achacable a la señora que al viejo lobo de mar, se sumó la también compra del número 11 de la calle Ángel, frente a la calle Cristo. Esta vivienda, necesitó para su venta la autorización judicial correspondiente, dado que la misma era propiedad del menor Bartolomé Fernández Cano quién a su vez era representado, según la legislación vigente, por su padre Máximo Fernández Valentín. El menor había recibido aquella propiedad tras el fallecimiento de la que fuera su tía por parte de madre María Cano González, la que estuvo casada con el importante propietario local Benito Ortiz de Barahona.
A pesar de todas estas importantes operaciones inmobiliarias, el auténtico medio natural del popular Capitán seguía siendo el mar; y a él estuvo vinculado de un modo u otro. Ello le llevó a adquirir un falucho de nombre El Cabozo, matrícula de esta Capitanía Marítima de Algeciras, folio 143 de la 2ª lista. de 9'50 m de eslora; 2'75 de manga; 1 m de puntal y 6'75 Tm. Aquel barco, con el que surcaría en no pocas ocasiones las aguas de la bahía sumergiéndose sin duda en recuerdos de su época al mando de los vapores de la Compañía del Ferrocarril Algeciras-Bobadilla, sería vendido tiempo después a un vecino de la cercana y joven ciudad de la Línea de la Concepción llamado Francisco Jiménez García.
En cuanto al hijo del matrimonio, ya fuera por decisión propia o por consejo paterno dada la mala experiencia vivida por su progenitor, optó éste por dedicarse laboralmente en oficios de tierra adentro y vinculados al servicio público; tal y como lo demuestra el siguiente extracto documental: “Obedeciendo órdenes del Alcalde señor Mónaco procedieron el Inspector de Policía Urbana don Ramón Nicart y el Jefe de la Guardia Municipal don Juan Figuera, al reconocimiento de la leche y al repeso del pan a todos los industriales y vendedores de dichos artículos, decomisando 86 litros de leche adulterada y cuyos dueños fueron multados”. El joven Nicart había decidido alejarse del peligro de los imprevisibles cambios del tiempo que se producen en el Estrecho, para acercarse a las invisibles tormentas que se originan en los despachos municipales.
En cuanto a los célebres vapores, los populares Elvira y Margarita, junto con el Cristina; escenarios sus diferentes puentes de mando de gran parte de la vida profesional del capitán Nicart, éstos serían vendidos años después a otra compañía naviera, cuando: “Don Atanasio Lorenzo Álvarez Pascual, haciendo uso de las facultades que le tienen conferidas la Compañía del ferrocarril de Algeciras (Gibraltar) Limitada, vendió a la Compañía de Vapores del Sud de España, representada por Don Francisco Vicente Montero y Riera y Don Francisco Orellana Moreno, los vapores de la propiedad de la Compañía del ferrocarril, nombrados Elvira, Margarita y Cristina [...] así como aparejos, máquinas, muebles y objetos que les pertenecen”. Con esta gran operación mercantil se daba fin una primigenia fase de la historia del que sería futuro puerto de Algeciras, donde el capitán José Nicart Vélez dejó su buen hacer en lo profesional y en lo personal.
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