Un gran capitán (II)
Historias de Algeciras
La noticia del accidente del popular vapor 'Elvira' atravesó como un rayo las calles de la tranquila ciudad de Algeciras
La Junta de Patrones determinó que el accidente por causa mayor, sin que el capitán pudiera evitarlo
Algeciras/Prosiguiendo con los versos comenzados en el capítulo anterior: Como las olas somos los mortales/ y vamos y venimos cual las olas/ los débiles expiran en las playas/ y los fuertes se estrellan en las rocas.
Y subido sobre las olas aquella tarde enmarzá (que cuando es Semana Santa solo trae nieve, hambre y mortandad) vapor, tripulación y pasaje del Elvira, empujados por el destino: “Vinieron á colisionar la nave contra el muelle de madera, generando graves momentos de peligro y confusión entre el pasaje y la tripulación”. Prosiguiendo la crónica del dominical suceso: “Afortunadamente no hubo que lamentar desgracias personales […] los contusionados fueron asistidos en el Hospital Civil”.
En aquella Algeciras sometida al provinciano bostezo, cualquier alteración en su rutinaria vida significaba todo un generador de noticias, más si cabe un accidente portuario de uno de los populares vapores capitaneado por el no menos conocido Nicart, y llevando a bordo a esposos, hijos o madres de la propia ciudad. La noticia, a pesar de la tranquilidad de la festiva jornada rápidamente atravesó como un rayo las calles de la, hasta ese momento, tranquila población.
Y desde la alejada Dehesa de la Punta, en la pequeña sierra de Getares donde en su cortijo gustaba pasar largas temporadas, en unión de su esposa y madre política, el prócer local Francisco España Rojas; hasta la pequeña aldea junto a la playa del Rinconcillo, lugar donde Gabriel Cárdenas vivía junto a su esposa; pasando por los patios de los Cumbre, sitos en la calle Carretas. Toda Algeciras tuvo rápido conocimiento de lo acontecido en el muelle de madera aquel día del Señor. Como invariablemente ocurre, no siempre la velocidad de la noticia va acompañada con la veracidad de los hechos...Y así también aconteció en este caso.
El asunto fue tratado sobre el estrado de cafés y bares donde consumados peritos en el buen beber y en el mejor yantar, expertos en el derrotero de llevar la copa a la boca y celosos de que el pequeño oleaje de manzanilla no traspasara el borde de los acantilados de cristal, juzgaron el proceder de aquellos marineros. Tampoco, las lavanderas experta en galernas en el río Ancho dejaron de comentar la comidilla del día; asegurando una de aquellas locuaces marineras de aguas dulce, al mismo tiempo que dejaba como bajera en tiempos de feria una camisa blanca, que, según le habían dicho de buena tinta, todo ocurrió cuando el piloto del Elvira, en vez de estar a lo que debía, estaba en cambio de palique churreteando con una joven matutera. Y finalizando la relatora su exclusiva, una voz sentenciosamente exclamó ¡¡Todos los hombres son iguales!!; mientras otra entonó con flamenco pellizco: "Pasan por el muelle las matuteras, y dicen los guardias, que son muy embusteras".
Pero el asunto llegó donde tenía que llegar, es decir al número 17 de la calle Imperial o del Convento. Para allí, libre de rumores, chismes, dimes y diretes, poder depurar responsabilidades si las hubiere. José Nicart Vélez, como buen profesional, había procedido, según se recogió en la apertura del oportuno expediente aclaratorio, en tiempo y forma, a: “Dar parte correspondiente á la Compañía propietaria del vapor Elvira, The Algeciras (Gibraltar) Bobadilla Railway Limited, y á la Comandancia de Marina”, sita en el reseñado número 17 de la antigua calle Rafael del Riego.
En el citado informe, Nicart expresó lo que sigue: “José Nicart Vélez, 51 años, casado, capitán de buque y de esta vecindad […] y manifiesta que el Domingo día 3 del corriente venía mandando el vapor Elvira de la propiedad de la Compañía del Ferrocarril de Bobadilla á Algeciras, en el viaje de Gibraltar á Algeciras de las 18:30 h. que por causa de la mucha corriente y de la marea para afuera que había al atracar al muelle se aconchó el vapor contra el mismo sin que fuera posible evitar el choque que resultó el vapor con el cintón y parte del tambor partido”.
En aquella época la citada Comandancia de Marina se encontraba ubicada en el número reseñado y en un antiguo caserón frente al Hospital Militar. Estando al frente de la misma el capitán de navío Manuel Montero Rapalo, siendo el segundo comandante Manuel Fernández Pintado y Díez de la Cortina; actuando como Juez Instructor, el teniente de navío de 2ª Agustín Pintado, y ejerciendo como secretario de aquel juzgado marítimo Francisco Raffo Reguera.
Siguiendo la normativa vigente para este tipo de causas, le correspondía a la autoridad de Marina establecer el procedimiento. Principiar por la conformación de la comisión para la evaluación de los hechos; previa apertura ya reseñada del oportuno expediente, y una vez oídas las partes, tras la pertinente apreciación de los peritos, proceder a expresar una justa resolución. Sin duda, el momento crucial para delimitar posibles responsabilidades sería el previo estudio y posterior dictamen de la Junta de Patrones. Importantísimo órgano pericial para el estudio de los hechos y valoración de lo ocurrido; compuesta, como su propia denominación indica, por miembros de reconocida solvencia en la materia objeto de juicio.
Tras un pormenorizado estudio de lo acontecido aquella tarde de domingo en el muelle de madera, la citada Junta se expresó del modo siguiente: “Reunida la Junta de Patrones y examinado por ésta el caso ha declarado: que la avería fue por causa mayor sin que pudiera evitarlo el Capitán por lo que no daba lugar a formación de expediente”. Res iudicata pro veritate habetur (La cosa juzgada se tiene por verdad).
Sin duda, el dictamen de aquella junta de peritos, tuvo en cuenta, además del riguroso análisis de los hechos la magnífica trayectoria y profesionalidad -más que demostrada- del capitán José Nicart Vélez. Y como a lengua larga le corresponde memoria corta, el positivo fallo calmó la maledicencia callejera.
Y así, una vez olvidado el mal trago, nuevamente la figura del popular capitán volvió a convertirse en parte del paisaje para el paisanaje que diariamente surcaba por distintos motivos de Poniente a Levante o de Levante a Poniente, las aguas de la bahía. Pasado el tiempo, cuando resultó imposible contar el número de veces en las que la boina del Levante se había posicionado sobre la gran roca; o las olas generadas por las palas del Elvira habían chocado contra la piedra Galera, ocurrió lo que sigue, según verbal testimonio de quién apellidado Botella, y vecino que fue en la Banda del Río, oyó de su padre, marinero a las órdenes de Nicart... Y Cómo me lo contaron lo cuento y como me lo dijeron lo digo :“En una de aquellas rutinarias travesías, Nicart observó al atracar en el muelle gibraltareño, la doble presencia de un alto dirigente de la Compañía propietaria del vapor, junto a la de un joven marino que portaba en su gorra sus mismos galones. Tras una breve entrevista entre los tres personajes, quedó claro que aquel viaje de vuelta del Elvira sería bajo las órdenes del nuevo Capitán”. José Nicart, afrontó al parecer, aquella difícil situación, acudiendo a los principios de educación, prudencia y dignidad que sus padres le habían inculcado. Principios que él, junto a su mujer, habían hecho lo propio en la formación de su hijo, Ramón Nicart Garzoli.
Su buena y esmerada educación vino a emplearla Nicart al acompañar y enseñar al nuevo comandante de la nave su puesto de mando. La prudencia hizo acto de presencia cuando, como un pasajero más, se acomodó en cubierta; se ha de suponer que con gran sorpresa por parte del resto de la tripulación, alejándose de la posición de mando del nuevo oficial. Solo quedaba por entrar en liza, la dignidad, la cual encontraría su acomodo sobre las maderas del muelle algecireño. Nicart, durante el interminable regreso estaría viviendo, quizá, la peor de las travesías que había tenido que soportar en su larga vida profesional. Mil veces desearía los temporales que la madre naturaleza genera, antes que las tormentas surgidas en los despachos de los hombres.
Y como a veces los renglones torcidos de la Providencia se enderezan sin lógica alguna, la justicia del universo va más allá que la positiva norma aprobada por el poder humano. Y así que aconteció que aquel nuevo Capitán al atracar su querido Elvira, chocó su casco contra el muelle; si bien es cierto, no con la violencia que el mar le impulsó aquel fatídico domingo nunca por él viejo Capitán olvidado, pero suficiente como para generarle importantes daños materiales al navío. Una vez en tierra, nuevamente los tres personajes se reúnen, tomando el representante de la Compañía la decisión de que Nicart vuelva al mando de la nave. Y... Cómo me lo dijeron, lo digo y como me lo contaron lo cuento... Haciendo acto de presencia en escena, el último de los principios de aquel viejo lobo de mar: la dignidad. Y ésta se hizo patente renunciando al mando ofrecido, movido por dos simples y justas razones: la primera, las formas o carencia de estas horas antes en su “pública destitución” por por parte del representante de la Compañía presente. La segunda, que al aceptar de nuevo el mando, implícitamente asumía Nicart como propios, los daños infringidos al barco por la inexperiencia del joven oficial también presente.
Y mientras José Nicart se alejaba de la portuaria escena, ante la -quizá- atónita mirada de aquellos dos personajes, que de seguro se preguntarían de cuál época anterior se había escapado aquel individuo; al mismo tiempo que otro tripulante -tal vez- testigo de los hechos, temería por el futuro profesional de su estimado, respetado y viejo capitán. Y el tiempo pasó, mientras aquella nueva generación de españoles como el novel capitán y representante de la Compañía, tomaban las riendas de aquella sociedad en el nuevo siglo. En cambio, y siguiendo la consultada documentación, mientras el Elvira seguía navegando, se sitúa a José Nicart Vélez –y a su familia-, alejado del mar y con una gran actividad social.
Poco tiempo después, Nicart, junto a su socio José Castillo en la propiedad de una balandra nombrada Nora, de esta matrícula, procedió a nombrar representante para la venta de aquella nave al vecino de nuestra ciudad, pero de naturaleza portuguesa José Nacimiento Sarmiento. También concedió préstamo en la cantidad de 1.500 pesetas al también vecino de Algeciras Manuel Padilla, quién para afrontar dicha deuda hipotecó la vivienda de su propiedad sita en el número 32 de la calle Alta. Aquel buen momento económico para José Nicart se tradujo, entre otras, en la compra a su antiguo socio José Durán de una embarcación tipo balandra de nombre Vencedor, incluidas palas, jarcias, velamen, cadenas, anclas y demás enseres de esta matrícula: folio 140, de la 2ª lista. Para cuya compra contó como era preceptivo, con la licencia del Comandante de Marina, costando la operación la cantidad de 500 pesetas.
Como hombre previsor, el viejo lobo de mar se había asegurado para él y su familia un futuro. Nicart desde varios años atrás, antes de su presencia a bordo del Elvira, se había constituido en un importante propietario de inmuebles en nuestra ciudad al adquirir junto a otros socios como: Joaquín Castillo Cordón, José Castillo Durán, Antonio Pérez Pino, Manuel Río Fuentes, Francisco Muñoz Toledo y Ricardo Torres Fernández, la compra de unos terrenos que fueron huerta de Dolores Sánchez Montes y Luisa Cantero, sitos en el distrito de la Caridad, para la edificación de una casa-fábrica tahona en la calle que posteriormente se denominó Reina, hoy, Miguel Martín.
(Continuará).
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