Hotel Reina Cristina: El hotel de los ingleses (I)

Historias de Algeciras

La construcción del establecimiento, promovido por la compañía inglesa de ferrocarriles, no estuvo exento de polémica con Madrid

La promoción era vista como una injerencia británica tras el desastre del 98

Una imagen de época del Hotel Reina Cristina.
Una imagen de época del Hotel Reina Cristina.
Manuel Tapia Ledesma

21 de febrero 2021 - 03:00

Algeciras/Coincidente con el triste cierre de tan emblemático establecimiento meses atrás, es justo recordar que para este referente de Algeciras sus comienzos no fueron nada fáciles. Con el tiempo, su aristocrática imagen coronando la cima de la mal llamada Villa Vieja, su estratégica posición junto a la bella ensenada del Chorruelo, o su dominante figura sobre el Kursaal, formarían parte del paisaje de nuestra ciudad marcando toda una época.

El Hotel Reina Cristina se constituyó en estandarte de la zona urbana inglesada del lado sur del río de la Miel. Y sus importantes visitantes aprendieron a situar en el mapa a la siempre olvidada Algeciras. El Hotel de los Ingleses se ganó a pulso –como es norma obligada de nuestra idiosincrasia para lo nuestro– el respeto y consideración por generaciones de algecireños; muchos de ellos descendientes de los que –afortunadamente pocos– lo denostaron.

Si bien, décadas atrás, aquella meseta de la Villa Vieja estaba destinada a fines militares, sería en la última década del siglo XIX cuando comenzaría la tramitación administrativa para la construcción del hotel. En septiembre de 1897, aún: “Se halla en tramitación en este Ayuntamiento el expediente formado para el proyecto de camino de uso público, así lo dice la memoria, en la parte baja á espalda del barrio de la Villa Vieja que la compañía del ferrocarril se propone construir á sus expensas”.

Continuando el documento: “Dicha carretera de siete metros de ancho recorrerá el trayecto comprendido desde la caseta de la Aduana en el muelle de madera, en dirección paralela á la playa, hasta cerca del primer castillo destruido, cuatrocientos veinte metros; y de allí torciendo á la derecha hasta el llano de la Villa Vieja, en donde se habrá de levantar el Hotel, cuya área de emplazamiento mide 26.473 m2”. En 1 de octubre de aquel mismo año, el pleno del Ayuntamiento acordó: “Informar favorablemente el proyecto de la empresa del ferrocarril para construir á sus expensas una carretera ó camino de uso público en la playa del Chorruelo, de cómodo acceso al Hotel que dicha empresa trata de establecer en aquel sitio”. En 31 de diciembre de 1898, se hacía público: “Han dado principio las obras para la construcción de una carretera, que partiendo de la caseta del muelle, termine en la Villa Vieja, en el nuevo Hotel que ha de levantar allí la Compañía ferroviaria”.

La primera crítica a la construcción del hotel surgió en la lejana –para todo– capital del Estado. Pendiente siempre del mantenimiento del orgullo patrio frente a la colonia de Gibraltar y eternamente olvidadiza con las necesidades de los habitantes de esta comarca. Los voceros madrileños se hacen eco de su construcción y motivan la siguiente respuesta local, según se recoge documentalmente: “Delicada es por lo demás la cuestión suscitada con motivo de las concesiones hechas á favor de la compañía inglesa del ferrocarril de Bobadilla á Algeciras. Su voz de alerta ha promovido un cisco de padre y muy señor mío, cuyas alarmantes consecuencias obligan á tratar el asunto con todo el detenimiento e interés que merece”.

Proyecto militar sobre la meseta donde se construiría el Hotel Reina Cristina.
Proyecto militar sobre la meseta donde se construiría el Hotel Reina Cristina.

Prosiguiendo la tal reflexión como respuesta al capitalino posicionamiento patriótico: “La compañía ferroviaria á que aludimos compró á un particular un predio rústico en los altos de un lugar llamado Villa Vieja, donde en el legítimo uso de sus derechos, se construye un hermoso Hotel á la altura de los adelantos modernos. Lo cual es lógico e irremediable”.

Continuando la lógica e inevitable cavilación: “Con objeto de hacer más cómodo y rápido el acceso á dicho Hotel, se solicitó y fué concedida la construcción (ya terminada) á orillas del mar de un malecón y de una carretera. Más tarde se ha concedido también la construcción ó ensanche de un muro de contención en la margen derecha del río de la Miel, para la colocación de una vía apartadero, y el del muelle para una grúa de carga y descarga de mercancías”. Llegados a este punto, el pensamiento patrio califica lo expresado como: “Lo real, lo positivo”. Prosiguiendo: “Pues, lo que respecta al nuevo puente del expresado río, puede decirse que hasta el presente, es solo un proyecto que ni se ha presentado á centro oficial alguno, ni ha podido por lo tanto recibir la indispensable sanción legal; y lo mismo ó cosa parecida ocurre con el dragado. Este, según informa Algeciras-Bobadilla Railway Company; dice por su representante le fue solicitado por algunas de nuestras autoridades á quienes no han podido satisfacer por el mal estado de sus fondos pecuniarios”. Dirigiéndose a continuación en su pensamiento al meollo de la cuestión: “¿Está justificada la alarma? ¿Existen motivos para que el país proteste por tales concesiones? Preguntas estas que se deben de contestar ineludiblemente […] con el propio estudio de la cuestión”.

Dando como resultado de la reflexión fundamentada en el “estudio” citado: “La construcción del Hotel, la de su carretera, el ensanche del muro de contención, el nuevo puente y el dragado, constituyen mejoras incalculables en el orden de urbanización y saneamiento, mejoras que jamás se hubiesen –ciertamente– abordado por nuestro pueblo. Esto es innegable y está en la conciencia general –local, pero al parecer no del resto del Estado–. Pero nosotros preguntamos: ¿Tras esas mejoras puede ocultarse algún peligro para el porvenir de nuestro Campo? Respondan los hechos las experiencias históricas”.

Continúa la cavilación local frente al madrileño pensamiento: “En el año 1891 la referida compañía ferroviaria pretendió, sin resultado satisfactorio alguno, obtener autorización para construir un ramal de ferrocarril desde Algeciras á La Línea y en el de 1894, pide también otra autorización para hacer el puerto de Puente Mayorga. Con bastante prioridad á este proyecto, que tanto atacó la prensa nacional en general, aparecen por este apartado rinconcito algunos representantes de no sabemos qué otra compañía inglesa y se dedican á la compra de cuantos predios rústicos se le ofrecen próximos á las playas que conducen hasta la expresada villa de La Línea”. Prosiguiendo la reflexión sobre la teoría conspirativa que se difunde más arriba de Despeñaperros: “Después asistimos á la instalación de un consulado británico que coloca su asta de bandera en la fachada que habita. Y por último contemplamos las repetidas compras de fincas urbanas y rústicas que se otorgan á súbditos ingleses”.

Tras este “análisis” prosigue el documento, su visión histórica que califica de experiencia: “Hasta aquí los hechos. Ahora la experiencia histórica. Esta, con su elocuencia abrumadora nos muestra la Sierra Carbonera, llorosa y harapienta; el espigón seco y arenoso, las humanitarias casetas de lazareto provisional, metamorfoseadas en neuróticos fantasmas; la Punta del Carnero quebrada y enfermiza; y por último, el derecho moral transitorio, convertido por la diplomacia moderna en principios de fáciles conquistas. Creemos sin embargo, deduciendo de lo expuesto que á la larga y acrecentándose la colonia británica y sus intereses en nuestro Campo, se aprovechará la ocasión de trastornos interiores para una intervención extranjera militar, pacífica, sí, pero intervención al fin, cuya suspensión no podrá por menos de dejar el rastro de su presencia”. Agregando: “Es verdad que los ingleses, como dicen muchos, no tienen necesidad de andarse con halaguitos de mejoras, para invadirnos el día que mejor les parezca; pues ni siquiera nuestras costas, tan importantes para el porvenir de España por su política colonizadora en Marruecos, disponen de medianas fortificaciones de defensa”.

Es decir, la simple pretensión de la construcción del Hotel Reina Cristina crea todo un “pensamiento confabulatorio”, que se supone generado dentro del contexto del llamado Desastre del 98; y durante el cual en pleno enfrentamiento con el mundo anglosajón que representaban los Estados Unidos de América, se produjo la siguiente advertencia: “Entre España y Francia existe, no solo una perfecta inteligencia sino planes combinados de común acuerdo para herir los intereses británicos. El problema se reduce á lo siguiente: ó España se alía con Inglaterra, en cuyo caso el Peñón dejaría de estar amenazado por la parte española, ó contrae compromisos con potencias hostiles á la Gran Bretaña”.

Extracto documento crítico con la presencia inglesa en Algeciras.
Extracto documento crítico con la presencia inglesa en Algeciras.

La clase política española, en palabras de sus voceros, parece no tener conciencia de la realidad en la que está sumergida tras el desastre de Ultramar, respondiendo algunos de sus dirigentes: “La respuesta hispana y en este caso nuestra nación ó con sus propias fuerzas, ó con el auxilio de sus aliados pueden aniquilar facilísimamente cuantas naves se acojan al puerto de Gibraltar […] este ha sido precisamente el motivo de las alarmas del diputado inglés y el origen de su campaña para que Gibraltar sea una verdadera base de operaciones de guerra y no un cebo permanente para las agresiones de las potencias enemigas”. Para mayor preocupación de la diplomacia española a las alarmantes declaraciones del diputado británico, se unieron las de un reconocido almirante de la Royal Navy, quien, de modo nada sutil ni mucho menos “inocente”, se pronunció del modo siguiente: “El único modo de proteger eficazmente á Gibraltar por la parte del Oeste, sería la ocupación del territorio español que lo circunda con 30 ó 40.000 hombres”.

Prosiguiendo el reflexivo texto conspirativo: “¿Cómo justificaría Inglaterra ante Europa nuestra conquista por las armas? Esto no puede ser y de serlo habría sonado la terrible hora del desquiciamiento universal (¿acaso una guerra mundial comenzada por la ocupación británica del territorio del Campo de Gibraltar?)”. Continúa el texto: “Por el contrario, el tiempo, la diplomacia y el oro todo lo allanan, y no sería nada de extraño de continuar el Campo de Gibraltar sin defensas que los que hoy creen inofensivas ciertas comodidades y las defienden á capa y espada, recojan desde el frío fondo de sus tumbas los ayes dolorosos y lagrimas ardientes de una generación esclavizada”.

En definitiva: nada más y nada menos, todo lo que dieron de sí, los simples inicios de la construcción del Hotel Reina Cristina. El esperpéntico ataque hacia el proyecto del Hotel y demás obras financiadas con capital inglés, también tiene su repercusión al otro lado de la verja: “Será esto muy triste y doloroso para los patrioteros, pero de gran satisfacción y conveniencia para el interés de Algeciras, que consigue con ello un gran beneficio que no le han podido proporcionar sus administradores, le pese a la madrileña opinión que tanto le ha alarmado esta gran mejora de que va á disfrutar la ciudad vecina”. Añadiendo con humor británico: “¿Se puede hacer invisible la presencia inglesa?”.

Las criticas alcanzaron extremos como el que sigue: “La construcción del Hotel Inglés será la base de una respetable colonia inglesa; no hay que dudarlo. Ellos, los ingleses, acaban de arrojar de sus viviendas á diecinueve familias de pobres marineros so pretexto de que, alejándolos del sitio donde varaban sus embarcaciones y ponían á secar sus redes, cesara el clamoreo contra la construcción de la carretera que han hecho á la orilla del mar; y tienen razón”. Continuando la demagogia implícita en el documento: “Ellos piensan fabricar una barriada contigua al Hotel, para instalar á sus empleados y servidumbre por su tanti y cuanti, comprarán los pocos terrenos concedidos á vecinos de Algeciras, como han arrendado, pujándolas, las casas de aquellos infelices pescadores”.

Esta opinión local, calumniosa y demagógica además de retrograda, evita señalar a las autoridades locales para evitar el posible perjuicio de “los pobres marineros”. También elude comentar, el impulso económico y urbano que la construcción del criticado hotel, una vez levantado, significaría para la ciudad. El texto desarrolla en su parte final un claro localismo rancio mezclado con la reseñada demagogia: “De todo lo que resultará, en último término, justificada la etimología del nombre Algeciras o Las Algeciras, porque serán dos: una abandonada, sucia, antihigiénica, sin escuelas, sin iglesias católicas, pobre y sin ninguna clase de comodidades; y otra elegante, con escuelas, iglesias evangélicas, bella y hermosa. El río de la Miel las separará, y por esta favorable circunstancia dejará de ser el azote infeccioso de todos los vecinos, que de ser así, sería otro nuevo rasgo que distinguiría á la antigua Algeciras de lo que hoy se está formando en la Villa Vieja”.

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