Tribuna abierta
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Observatorio de La Trocha - Nuestras imágenes históricas
Algeciras/Hace una semana en estas páginas publicamos nuestro artículo Una obra impresionista representando el muro de la marina en Algeciras donde atribuíamos (e incluso a veces afirmábamos) que el autor del cuadro en cuestión era el artista británico Albert Moulton Foweraker (1873-1942). Al día siguiente de su publicación, nuestro amigo Antonio Benítez Gallardo nos hizo saber amablemente que estábamos en un error, al ser otro el autor de la pintura. El verdadero artista fue el pintor polaco Jan Ciaglinski (1858-1913), que pintó esa vista de Algeciras hacia 1898. Gracias a las indicaciones de Antonio, hemos localizado el retrato de Ciaglinski y otros datos de interés sobre su vida y obra, pero en justicia corresponde a Antonio Benítez tanto su publicación como su desarrollo y a ello le alentamos.
Solo diremos que la obra, conservada en la galería de arte de Lviv o Leópolis, capital cultural de Ucrania, es efectivamente de pequeño formato (23,6 x 31,8 cm) y se trata de un óleo sobre lienzo pegado a cartón, soporte habitual para apuntes y estudios previos, siendo muy cómodo para artistas viajeros. Y por supuesto Ciaglinski está clasificado como impresionista. Nuestro imperdonable error, al atribuir la autoría al británico Foweraker, se debió al localizar el cuadro en internet, sin que constara información sobre el autor y junto a un grupo de obras del citado artista británico. Al tener el convencimiento de que era un apunte pequeño, pensamos que por ello no estaba firmado… Debió llamarnos la atención, como bien ha observado Antonio, la gama de colores cálidos empleados por Ciaglinski, en contraste con los fríos verdes y azules tan usados por Foweraker en sus atardeceres y nocturnos.
Y él no figurar en el libro de Antonio Benítez Algeciras en la pintura inglesa. De finales del siglo XIX a principios del Siglo XX, se debe a que no era precisamente un artista inglés, sino... polaco. Sin proponérnoslo, dimos a entender que la obra “se le había escapado” a Antonio, al no estar firmada ni haber identificado el escenario, y nada más lejos de la realidad, pues en todo momento era conocida de nuestro amigo que además había reconocido el ámbito representado. Lo sentimos y solicitamos tanto la indulgencia de los lectores como la del citado especialista.
Por cierto, al poco tiempo de la publicación, aparecía un comentario bajo pseudónimo en el que también reclamaba la autoría para Ciaglinski, lo cual es buena señal, pues indica que existe más interés por estos temas del que parece. Según hemos averiguado, a consecuencia de la guerra entre Ucrania y Rusia, la obra no está expuesta, sino protegida en los almacenes del museo.
Hasta aquí, las rectificaciones, pues seguimos manteniendo lo expuesto en el resto del artículo en cuanto al análisis estético y técnico de la obra, así como a la Marina como espacio generador de la resurrección de Algeciras.
La comarca del Campo de Gibraltar ha tenido una historia muy peculiar, que ha perjudicado la creación y conservación de un patrimonio artístico potente. Zona de paso y frontera entre mares, continentes y civilizaciones, gran parte del patrimonio cultural que hoy podría enriquecernos ha sido destruido y eso se manifiesta plenamente en el caso de Algeciras. De no haber sido cuidadosamente arrasada en el año 1375, en las edades moderna y contemporánea hubiera tenido una importancia similar a la de Málaga, Jerez o Cádiz, con la formación de un patrimonio artístico-monumental semejante al de estas ciudades. Pero los más de tres siglos en que estuvo borrada de la lista de ciudades vivas, nos privó primero de de seis siglos de arte islámico anterior a la destrucción y de haber seguido la fase cristiana, habría habido multitud de ejemplos de mudéjar, gótico-mudéjar y gótico final.
Se nos privó también del Renacimiento y del primer Barroco, con todo lo que eso significa, y cuando la ciudad resurgió en la primera mitad del siglo XVIII, fue durante mucho tiempo un simple pueblo, cuya escasa disponibilidad económica y cultural no permitió aprovechar debidamente ni el barroco tardío, ni el neoclásico o los movimientos del siglo XIX y principios del XX. Después, con un desarrollismo mal entendido, la incultura tomó de la mano a la especulación para destruir gran parte de nuestro patrimonio arquitectónico, sin que, por otra parte, se planificara una expansión urbana con verdadera grandeza.
Ha habido momentos negros, como la destrucción del Ojo del Muelle, el obelisco de la plaza Alta, la iglesia del Convento de La Merced, la Alameda norte, el acueducto del siglo XVIII, el Patio del Cristo, el antiguo Pósito (donde hoy el hogar del Pensionista), la antigua plaza de toros, las pinturas murales del actual IES Kursaal, como ha denunciado recientemente José Juan Yborra, y otros ejemplos.
Un punto de inflexión en este proceso fue la cerrada defensa que en 1979, por primera vez en su historia, la ciudad hizo de la capilla de Europa, que en nombre del progreso, como siempre, iba a ser derribada, como sí lo fueron la capilla exterior del Cristo de Las Flores y más adelante la escalinata monumental o los dos mejores edificios dieciochescos de la ciudad, sitos en la calle General Castaños, y otros tristes ejemplos. En su parte más cercana al mar, las murallas medievales de la avenida de Blas Infante también estaban siendo arrasadas con máquinas y no sabemos hasta donde hubiera llegado el desastre de no haber sido afortunadamente denunciado y detenido el disparate.
Todo ello habla muy mal de la madurez cultural de una ciudad en la cual un grupo de entusiastas inició en 1963 los trabajos para crear un museo municipal, entre la indiferencia, el desprecio y a veces la burla tanto de la sociedad como de las autoridades municipales de aquel momento. No fue hasta más de treinta años después, en 1995, cuando la progresiva mentalización tanto administrativa como ciudadana, permitió al fin la creación de un museo oficial y bien dotado.
Por otra parte, la comarca ha estado alejada de centros de investigación como las universidades de Sevilla, Málaga o Cádiz y no recibió a tiempo el interés de los investigadores allí radicados. Pero afortunadamente surgió en 1991 el Instituto de Estudios Campogibraltareños, que partiendo casi de la nada, ha conseguido elevar la investigación sobre la comarca a unas cotas antes insospechadas, coordinando el esfuerzo de numerosos investigadores agrupados en diez secciones que abarcan un amplio abanico de temas sobre el Campo de Gibraltar.
Pero todavía la historia del arte en nuestra ciudad padece importantes lagunas, pese a las esforzadas aportaciones de historiadores como Pedro Rodríguez Oliva, Salvador Bravo, Luis Carlos Gutiérrez, Antonio Rízquez, Ana Aranda, Francisco Quiles, Antonio Torremocha, Angelina Melle, Andrés Bolufer, Antonio Benítez Sánchez, Ángel Sáez, Mario Ocaña, Juan Carlos Pardo, José Juan Yborra, Juan Carlos Martín Matilla y otros, habiéndonos aportado algunos de ellos aspectos novedosos no suficientemente tenidos en cuenta hasta el momento de sus intervenciones, con trabajos sobre orfebrería, arquitectura inglesa, urbanismo, iconografía religiosa, arquitectura civil y popular o sobre escultor José Román.
Estas acciones van reuniendo trabajosamente piezas de un puzle que, de antemano sabemos incompleto, pero en el cual cada nueva pieza o elemento que se aporta nos descubre aspectos tan interesantes como poco conocidos. Este es el caso de Antonio Benítez, que con la obra citada, nos descubre una faceta que se intuía a través del conocimiento en la comarca de alguna obra, ya desde los años 60 del siglo XX como en el caso de la Plaza Alta en día de lluvia, de Alfred East. Pero de aquel vislumbrar una pequeñísima parte, hemos dado un paso de gigante con los medios informáticos actuales, que nos permiten acceder a tesoros patrimoniales antes solo accesibles para algunos viajeros.
Hemos de estar agradecidos a Antonio Benítez, que tras una paciente labor de recopilación y estudio, ha descorrido los velos que nos ocultaban un notable aspecto de nuestra historia del arte, cuyos resultados no han permanecido en la comarca ya que se deben a artistas viajeros, que se llevaron consigo sus obras. Antonio Benítez ha estudiado a fondo el problema y las dificultades de resolución, siendo su primera aproximación al tema en 1991, en el transcurso de las III Jornadas de Historia del Arte, organizadas por la Sección II del Instituto de Estudios, y más adelante, el texto y algunas ilustraciones fueron publicados en la revista Almoraima, nº 56, el año 2022. Nuestro amigo es persona sobradamente conocida en el mundo de la cultura algecireña, pues fue presidente de la Sección 1ª del Instituto de Estudios Campogibraltareños, figurando entre de los creadores en 2003 de la Coordinadora de Defensa del Patrimonio del Campo de Gibraltar (Codepa), y que como estudioso ha publicado numerosos trabajos de investigación.
Merece la pena contribuir a la divulgación del citado libro que ha sido un éxito de aceptación, editado por primera vez en 2022 e impreso en Jaén, cuenta con 135 páginas y 56 ilustraciones, todas en color, salvo siete en blanco y negro. La portada (en unión de la cubierta trasera) está ocupada por una reproducción de una vista de Algeciras desde la actual entrada de la piñera, obra de Alfred East, y el prólogo se debe a la licenciada en Bellas Artes Raquel Benítez Burraco, y en él se refiere, entre otras cosas:
“Son muchas las horas invertidas y muchas las anécdotas que podría contarnos [el autor] acerca de cómo llegó hasta este dibujo o a aquella acuarela: las lecturas de cartas manuscritas, noticias de prensa o referencias bibliográficas; los correos electrónicos a museos, fundaciones y académicos o particulares; las búsquedas en la red, en bibliotecas, o en archivos. La ilusión, la constancia, el cuidado puesto en cada historia y en cada una de las obras mostradas…”.
En las páginas que siguen, Antonio Benítez una sobria y eficaz panorámica de las circunstancias históricas que propiciaron esa afluencia de artistas, así como el marco donde se produjo y como este fue traducido a las obras concretas. Muy importante es la aportación de una fuente, el reverendo James MacGregor (1832-1910) en 1900 y años siguientes informaba sobre la ciudad y sus posibilidades para el turismo ocasional o la residencia fija, en aquella ciudad “de aire oriental, con sus casas limpias y tejados ocres, salpicados del amarillo de líquenes secos, y sus calles empinadas que llevan inexorablemente hasta la gran plaza de toros que corona la ciudad". Las palabras del reverendo parecen describir el caserío plasmado por los compatriotas en sus cuadros, como veremos.
Antonio Benítez pasa al tratamiento de cada uno de los cinco artistas que ha recopilado y estudiado:
Josep Crawhall III (1861-1913) estaba integrado en un grupo de pintores que admiraban el impresionismo triunfante en Francia, sus acuarelas de tema animalista tuvieron gran éxito. Visita Algeciras en junio de 1891 y en la feria asiste a una corrida. Ello fue muy importante, pues entre recuerdos y apuntes pudo realizar su excelente serie de acuarelas La corrida de Toros en Algeciras, de la cual se publican tres ejemplares en el libro comentado, que demuestran su vigoroso sentido del movimiento. Sir Frank Brangwyn (1867-1956) tuvo una ingente producción, pasmosa por cantidad y calidad: Mas de 1.000 óleos, 660 acuarelas, 500 aguafuertes, 400 grabados, 280 litografías, murales por un total de 2.000 m², sumando a todo esto el diseño de 20 vidrieras, 230 muebles y el diseño de más de 40 interiores y obras arquitectónicas. Visitó Algeciras en 1894 y acompañado por Alfred East, en 1896. Antonio Benítez obtuvo referencias de que representó Algeciras en tres ocasiones y ha conseguido reproducir dos de estas obras.
William Lee-Hankey (1869-1952) visitó Andalucía en 1904, pintando en Algeciras una animada escena de mercado, que Benítez sitúa, a nuestro juicio acertadamente, en la esquina noroeste de la Plaza baja. También representa la popular Plaza Alta, captando muy bien la luz matinal y el desaparecido obelisco. Albert M. Foweraker (1873-1942) especializado en paisaje, fue un apasionado de los efectos de luz crepusculares y de los nocturnos a la luz de la luna. Paso varios inviernos en Andalucía, a partir de 1905 y nos dejó, sobre Algeciras diecinueve acuarelas, firmadas, pero no fechadas y representando espacios la mayoría perfectamente identificables.
Sir Alfred East (1844-1913) visitó Algeciras en seis ocasiones: 1896, 1900, 1901, 1907, 1909 y 1911 exponiendo en la Royal Academy obras sobre nuestra ciudad en 1902, 1906, 1907, 1908 y 1911. Como consecuencia de esta actividad, el conjunto de su obra sobre Algeciras es el más extenso de los recopilados por Benítez, nada menos que veintiséis obras, entre óleos, acuarelas y una aguatinta con grabado. Tuvo temas recurrentes, representando el acueducto del siglo XVIII, tanto de cerca como de lejos, en ocho ocasiones, la inevitable Plaza Alta en cinco y la plaza de toros en tres. Entre todas estas obras ya en los años 60 el pasado siglo se había publicado en color (posiblemente en el ABC dominical) la acuarela reproducida por Benítez con el nº 12 (pág. 107) con el título Iglesia Catedral, Algeciras. Allí, Alfred East captó acertadamente un día de lluvia en la plaza Alta, con todos sus matices y reflejos.
El libro que comentamos viene a descubrirnos un aspecto prácticamente desconocido de la historia del arte en Algeciras y consideramos importante el realizar una segunda edición.
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