El insólito origen urbano del Barrio de la Caridad (VII)
OBSERVATORIO DE LA TROCHA- NUESTRO URBANISMO HISTÓRICO
El agua marca la distribución urbanística de la época y crea varios ejes en la ciudad durante la segunda y la tercera fase de ocupación
Segunda fase de ocupación, entre 1722 y 1734
En la anterior entrega, nos ocupamos de la pasmosa resurrección urbana de Algeciras en solo cuatro años y por iniciativa popular. Como el objetivo de estas líneas es la zona baja de la ciudad, denominada oficialmente Barrio de La Caridad, en ella nos centramos, dejando el resto de Algeciras para otros momentos. Ya hemos visto como en la repoblación se plantean dos núcleos, el de la Plaza baja, más antiguo e importante y el de la Plaza Alta en un principio más secundario, en contra de lo que se ha venido pensando tradicionalmente. Como este trabajo se dedica a la llanura baja o Barrio de la Caridad, en ella nos centramos, dejamos para otro momento el resto de la ciudad.
Ya vimos cómo, tras propagarse la noticia de la intención oficial de crear un puerto, acudieron rápidamente multitud de emprendedores, que en cuatro años y de forma espontánea dan origen a varias manzanas, principalmente al suroeste de la Plaza Baja, que pronto empieza a definirse. Al final de esa fase, la plaza está completamente cerrada y las manzanas ocupan la franja de las cuestas y el espacio al sur de la plaza. Como elementos de interés en esta fase:
En el citado espacio al sur de la plaza, aparece un conjunto de calles con apariencia racionalista y que parece seguir las directrices del trazado de Verboom, pero que en realidad se debe al ángulo recto formado por el rio (banda del río, actual Segismundo Moret) y una primera manzana paralela a la costa dando una de sus caras a la marina, ya denominada así en 1736. Esta manzana estrecha y alargada, extendida entre la banda del rio y la plaza, dio origen a la calle del Mesón, que bajaba hasta el rio, actual calle Teniente Riera, y las dos calles siguientes, antigua del Rio (actual José Santacana) y calle del cuartel (curiosamente, actual calle del Rio) se trazan paralela a la primera. La manzana que en la fase anterior acogía al cuartel de caballería lo es también de uno de infantería y por ello pasa a llamarse “de los cuarteles”,
El resultado es un sector rectangular que en apariencia sigue a de Verboom y que se detiene ante el sector de huertas intramuros. El peculiar trazado de las manzanas delata la adaptación a las ruinas y cimientos de un recinto murado medieval según el plano de 1736. En la esquina nordeste, se presenta la plazuela de la puerta de la mar, actual plaza de la Pescadería.
El camino de Tarifa ya se ha convertido en calle, debido al conocido fenómeno de la ocupación de bordes en caminos y cañadas. Las edificaciones de su acera sur son extrañamente uniformes en planta, formando un ritmo, lo cual hace pensar en una construcción planificada formando una manzana estrecha y alargada. Ya están muy avanzadas las demás calles del “tridente” que confluye en la intersección de la calle Santacana con la de Tarifa atravesando las huertas y que se va colmatando poco a poco. Las huertas intramuros son notables, como veremos.
Tercera fase de ocupación, entre 1734 y el siglo XIX
Las huertas. Fue muy importante en el barrio esa dedicación del espacio a la explotación agrícola de regadío, gracias a la poca altura sobre el nivel del mar, que facilitaba el transporte del agua necesaria y a tratarse de un suelo de excelente calidad. En realidad se trataba de una prolongación intramuros de las famosas vegas del río de la Miel, cantadas por los poetas medievales y que estuvieron en explotación, controladas desde Gibraltar, durante el tiempo en que Algeciras estaba derruida y especialmente durante los siglos XVI y XVII.
El citado riego se facilitaba gracias a una gran acequia, que tras una captación en el curso del rio de la Miel, lo bordeaba por su orilla izquierda, de forma paralela al cauce, durante varios kilómetros y lógicamente a mayor altura. Esta se lograba gracias al piedemonte de las ultimas laderas de San Isidro y esa posición superior permitía regar todas las huertas de la vega izquierda y mover varios molinos. Su extremo de levante llegaba hasta casi la puerta de Tarifa y cortaba “por las malas” la parte baja del Secano, el camino a la vega y las ruinas de las murallas, entrando por el extremo de la calle Tarifa, cuyo paso también cortaba, para entrar en las extensas “Huertas de López” donde el caudal se dividía en matriches, para distribuirse eficazmente por todos sectores.
Las huertas que no podían beneficiarse de esa acequia se regaban por medio de pozos que aprovechaban la capa freatica que descendía desde San Isidro así como la del río de la Miel. El más famoso era el citado Pozo del Rey, vital para la supervivencia de los cuarteles de la zona baja, en especial el de caballería y los documentos de propiedad y venta de inmuebles en siglo XIX demuestran la existencia de pozos privados en todas las casas de Algeciras. Las huertas fueron retrocediendo ante la urbanización y se pueden considerar casi eliminadas intramuros en el siglo XIX, con excepciones, como la pequeña huerta que al menos, hasta hace pocos años, sobrevivía discretamente al extremo de la calle Anghera (no anchera, como figura en su rotulo callejero). Extramuros del casco histórico, sobrevivió alguna huerta, al extremo de la avenida de Agustín Bálsamo, por lo menos hasta los años 80 del siglo XX.
La Alameda Vieja. Fue una consecuencia natural de esa abundancia de agua en el sector occidental del barrio. Se creó a mediados del siglo XVIII y se extendía a lo largo de la actual calle Alameda o Cayetano del Toro y desde la orilla del río avanzaba en línea recta hasta la actual plaza de Juan de Lima, en el extremo de la calle Tarifa. El diseño habitual en la época, era el de cuatro hileras de árboles, dejando un paseo central y disponiendo bancos entre las dos hileras laterales. Debió ser un lugar muy bello, con las huertas a un lado y el terreno natural con las vegas del rio de la Miel al otro. Por otra parte, era una muestra de civilización y modernidad en una ciudad que pocas décadas antes consistía en unas ruinas ocupadas por aventureros.
Respondía esa iniciativa a las ideas higienistas de la Ilustración, siendo además un logro urbanístico, una de pocas soluciones ambiciosas que se registran en la historia urbana de Algeciras. La alameda, a fines del XVIII formaba un eje panorámico que unía dos hitos, la Capilla del Cristo de la Alameda al sur y el Hospital de la Caridad, con su capilla de San Antón al frente. Pero a su vez este eje tenía como pivote paisajístico la citada capilla, nexo de unión con el eje de la banda del río. Al otro extremo, el arranque de la alameda era coincidente con la calle Tarifa, ese antiquísimo eje urbano, tan importante en la ordenación del barrio. Si el resultado fue tan afortunado, ¿Por qué no se conserva aquel notable logro urbano?
La respuesta está en el mismo elemento que permitió su creación, el agua. Precisamente estaba situada la Alameda en el punto de mayor peligro ante las periódicas crecidas del río. Las hemos presenciado hace muchos años y todos sabemos que no eran ninguna broma, hasta el punto que muchas casas en la parte del barrio más expuesta, necesitaban muretes de contención en sus huecos bajos que daban a la calle, e incluso de otro murete en el portal, de unos cincuenta centímetros de altura y que era necesario salvar levantando una pierna.
Ese peligro desapareció a principios de los años 70 del siglo XX al cubrir y desviar el río, pero en el siglo XVIII tenían que sufrir la inundación, soportable en las huertas pero inadmisible en el ámbito urbano, sobre todo si se intentaba dotar de mobiliario urbano aquel lugar de esparcimiento. Es evidente que la afluencia de agua benefició y perjudicó a un tiempo a la Alameda, pero veremos como la aportación de ese elemento soluciono también ese problema para la ciudad.
El acueducto y la Alameda nueva. Entre 1776 y 1784 se construye la mayor obra publica concebida hasta entonces en la ciudad, la traída de aguas desde las sierras, un acueducto basado en tramos subterráneos y aéreos en la depresión del Cobre y el la del río de la Miel, cuya espectacularidad hace olvidar el extraordinario esfuerzo que supuso la perforación de minas permitiendo el acceso al agua desde una cota muy alta de la topografía del casco histórico y su distribución a distintos puntos de la ciudad. Sobre esta gran obra de ingeniería y sus consecuencias hablaremos en otra ocasión, solo diremos que responde al éxito demográfico y económico de la nueva ciudad, que alcanzó su apogeo a finales del siglo XVIII y principios del XIX, para ser truncada esa carrera ascendente en 1808, con la llamada guerra de la Independencia, una de las mayores catástrofes de nuestra historia, que nos hizo perder los virreinatos ultramarinos y nos sumió en una crisis de la cual costó mucho salir, Volviendo al acueducto, la afluencia de agua en la parte alta de la población tuvo dos consecuencias inesperadas:
- Se puso en regadío todo el espacio de laderas entre el barrio de San Isidro y la avenida de Agustín Bálsamo, con lo cual el nombre de “Secano” aplicado a la zona, quedo para la historia, aunque todavía se mantiene en el camino de ronda que bordeaba la ciudad por poniente, la popular avenida del secano, oficialmente dividida entre “Patriarca Obispo Pérez Rodríguez” y “Ruiz Zorrilla”, en su parte alta.
- Fue posible crear una alameda nueva precisamente en la parte mas alta del conjunto, en la prolongación de la elevación de San Isidro, un amplio espacio arbolado que descendía, en la zona llamada del calvario, hasta la equivalente prolongación de la plataforma de la Plaza Alta, donde más adelante se dispondría el parque María Cristina.
Un elemento tan importante en las ciudades españolas de la época era la plaza de toros y esta se situó precisamente como coronación y vértice paisajístico de la nueva alameda, por lo que la ciudad dispuso de una excelente zona lúdica con buen arbolado, pues este se extendió también a lo largo de la actual avenida del Capitán Ontañón, de forma paralela al parque.
Otro importante hito en el Barrio de la Caridad fue la Capilla del Cristo de la Alameda, levantada en 1776 por iniciativa y esfuerzo popular, como tantas cosas en la emprendedora Algeciras de la época, una población que en gran medida “solo se tenía a sí misma”. El pequeño templo se edificó en un lugar muy peligroso por las crecidas del río y eso fue posible gracias a utilizar como cimentación una torre muy importante del recinto medieval, conocida en los planos como “la atalaya”. Esta torre cerraba el largo frente de murallas que partía desde lo mas alto de la ciudad y terminaba en el rio sufriendo allí una inflexión en 90 grados para acompañar el rio hasta el mar. Muy cerca de allí existía un cementerio, en la posteriormente llamada “Huerta del Ancla” que acogía a los fallecidos en el hospital militar que daba a la Plaza Baja. La capilla pudo venir a complementar o incluso a sustituir a la desaparecida “Capilla de los marineros” que recogía la devoción de los hombres de la mar y estaba situada en la actual plaza de la Pescadería. Esta función religiosa fue al final recogida por la capilla de San Antón o capilla del Hospital de la Caridad, sobre todo al recibir culto allí la Virgen del Carmen desde 1783. El lugar de culto experimentó otro traslado más al crearse la Iglesia del Carmen en los años 60 del pasado siglo. El caso es que la Capilla del Cristo de la Alameda, esa pequeña joya del barroco popular, tuvo una importante función en el paisaje urbano, al ser a un tiempo vértice focal en la Alameda Vieja, el estuario del río de la Miel y la parte final de las vegas, tras el puente, en la citada huerta del ancla, sin olvidar la cercana villa vieja.
No hay comentarios