Tribuna Económica
José Ignacio Castillo Manzano
La financiación autonómica, ¿Guadiana o Rubicón?
OBSERVATORIO DE LA TROCHA- NUESTRO URBANISMO HISTÓRICO
En anteriores entregas de este artículo vimos como el casco histórico de Algeciras, en su sector al norte del antiguo cauce del rio de la Miel, tenía una peculiar topografía.
Junto al dominante cerro de San Isidro, con su vértice a 38 metros sobre el nivel del mar, la plataforma de la Plaza Alta (22 metros) llegaba por el sur hasta el borde donde se iniciaba, generalmente de modo brusco, una franja de cuestas con mucha pendiente que desembocaba en una planicie a escasa altura sobre el nivel del mar (4 metros). Esta era un estuario en época prehistórica y más tarde se fue colmatando para atravesar una fase de marisma, terminada en una paleoensenada ante la bahía. Su aspecto debió ser muy parecido a la actual desembocadura del cercano río Palmones y, como él, presentaba meandros y esteros así como islas o pequeñas penínsulas. Una de estas ha sido comprobada arqueológicamente y pudiera corresponder a la verdadera “isla verde” que dio nombre a la Algeciras islámica.
En la Edad Media, el que hoy tiene el nombre oficial de Barrio de la Caridad, en su parte de poniente era pantanoso y la población se concentraba en la zona más cercana a la bahía, con la paleoensenada residual convertida en un puerto interior, en la zona de la actual Plaza Baja. Algeciras, sin suficiente guarnición a causa de la guerra civil castellana, fue ocupada fácilmente por Mohammed V de Granada en 1369 y tras la retirada meriní de la peninsula, también ocupó Gibraltar en 1374.
Ante las pocas fuerzas de que disponía, el sultán de Granada se concentró en el entonces pequeño y enriscado Gibraltar, destruyendo Algeciras exactamente en 1375, según los continuadores de la crónica del arzobispo Jiménez de Rada. Durante más de tres siglos, en las ruinas de la ciudad y en su territorio, de desarrollaron actividades agro-ganaderas, a pesar de ser escenario de algún que otro enfrentamiento bélico, y algunos intentos de reconstrucción. Esta sobrevino a causa de la necesidad de un puerto cercano para socorrer Ceuta, que sufría un larguísimo asedio por parte del Sultán de Marruecos, y estaba mal atendida a causa de la pérdida de Gibraltar.
Llega en 1721 el más importante ingeniero militar de la Corona, Jorge de Verboom, a fin de buscar el mejor fondeadero para socorrer a Ceuta. Lo que vio en las ruinas de Algeciras le convirtió en el mayor defensor ante la corte de la reconstrucción de la vieja ciudad ordenando un exacto levantamiento topográfico de las ruinas, así como un minucioso sondeo del fondeadero. Una operación tan larga y difícil no pasó desapercibida y ante la noticia de la creación de un puerto, con las enormes posibilidades económicas resultantes, hizo que rápidamente numerosos emprendedores se instalaran en las ruinas. Cuando Verboom regresa en 1724 se sorprende de esta espontanea repoblación e intenta regular su caótico urbanismo diseñando un trazado de calles en cuadricula, que no se pudo llevar a cabo a causa del asedio de Gibraltar en 1727.
En su citado regreso, Verboom se encontró con tres nuevos núcleos urbanos, el más importante, en la llanura aluvial, formado por casas cubiertas con teja, en manzanas que ya casi formaban la Plaza Baja, mientras que en la plataforma de la Plaza Alta, se formaba otro núcleo de algo menor entidad, pero con importantes elementos como el cortijo de Varela, la Capilla de Europa y la incipiente Iglesia de La Palma, disponiéndose alrededor de la actual Plaza Alta y la actual calle Convento o Alfonso XI. Entre ambos núcleos, se extendía la franja de las cuestas, ocupada por repobladores más desfavorecidos que habitaban en chozas en vez de en casa cubiertas con tejas.
Si nos centramos en la zona baja de las ruinas, la cartografía histórica nos delata, en 1722 una ocupación del terreno similar a la medieval, a causa de la forma de construir de los repobladores, que utilizaba preferentemente las ruinas medievales como cimentación, eludiendo los espacios carentes de ellas. Por lo tanto, se reproduce el esquema de una zona occidental, de poniente o al oeste, de baja o nula ocupación, que en tiempos fue marisma, luego zona poco edificable y que finalmente en la primera mitad del siglo XVIII era zona de huertas, aunque sometida a inundaciones cuando las crecidas del rio. En contraste, en la misma planicie, la zona oriental, al este o de poniente tuvo una densa ocupación como veremos, debiéndose ello a la concentración de ruinas donde edificar.
En ese espacio cuadrangular, comprendido aproximadamente entre la calle Alameda o Cayetano del Toro (240 metros de longitud), la Banda del río o Segismundo Moret (200 metros) la avenida de la Marina (280 metros) y la calle Panadería o Emilio Castelar con su prolongación en las calles Santa María y Ojo del Muelle (380 metros). En el poblamiento de ese polígono se pueden establecer tres fases.
En este espacio, por iniciativa popular y entre 1721 y 1724, o sea solo en cuatro años, un tiempo récord, es posible estudiar en la zona estos elementos:
Edificaciones en la actual Marina y en la estrecha y alargada manzana de cierre entre la plaza y el mar. Las primeras pudieron responder tanto a almacenes para suministro a Ceuta, como a viviendas de pescadores o almacenes relacionados con pesca y actividades marítimas.
Las cuatro manzanas al oeste y suroeste de la plaza baja y las que la cierran al Norte y Oeste son muy importantes en superficie y reúnen varios equipamientos, por lo que pueden tratarse individualmente:
La Plaza Baja en sí. Como ya hemos comentado, era impensable que aquellos aventureros dejados a su suerte en sus primeros tiempos tuvieran intención de crear no una, sin dos grande plazas, si contamos con la Plaza Alta, algo mas retrasada en su cierre que la baja. Esta no presentaba ninguna ruina aprovechable para construir sobre ella por motivos que ya se han expuesto en entregas anteriores.
Los caminos en el terreno no edificado. En la planimetría histórica el mas importante es el que conducía a Tarifa y en la fase que comentamos aún no era calle, registrándose en él como única edificación, la casa de Sebastián el Granadillo.
Otro camino era el que desde la también aislada casa de Josefa de los Reyes, conducía al río de la Miel, precisamente hasta un sector de la banda del río, algo mas abajo del punto donde mas cerca estaban la villa norte y la sur, actual Villa Vieja. Allí, en una fuente gráfica se registran los restos de una puerta y un puente que unía ambas villas.
En la siguiente entrega nos ocuparemos de los numerosos caminos que conducían al espacio libre de la calle Tarifa comprendido entre las citadas manzanas R y P.
Espantado del desordenado urbanismo de los emprendedores, Verboom diseña para la nueva Algeciras un trazado con tendencia ortogonal que no puede ser perfectamente regular. En primer lugar porque intenta respetar lo más posible lo ya edificado y en segundo lugar por lo irregular del terreno, adaptándose a la costa y siguiendo la pauta marcada por las murallas. Se establecen unas 36 manzanas (los límites son a veces imprecisos) de diferentes tipologías: cuadradas, rectangulares, con esquina truncada e incluso con ángulo entrante. Las del oeste, fronteras a la colina de La matagorda, luego de San Isidro, no están cerradas. El futuro Barrio de San Isidro no se considera en ese momento que llegue a ser poblado alguna vez y se deja sin trazado. Se dibujan nueve calles en sentido norte-sur y otras nueve en el oeste-este. Las grandes plazas previas al trazado racionalista son respetadas.
Poco después, Verboon diseñó una fortificación abaluartada que, como ya hemos dicho, hubiera convertido a Algeciras en la plaza mas fuerte de la zona entre Cádiz y Málaga. Pero reparó en que las fortificaciones a construir en la banda del río se interferían con las manzanas calculadas en ese sector y por eso hizo retroceder hacia el norte un buen espacio los extremos de las manzanas afectadas. Esto se hizo constar en todas las copias de la cartografía posterior relativa al trazado en cuadriculas. Aparte de este detalle, no modificó por su parte el resto del trazado, pero de haber sido puesto en práctica con todo rigor, no hubieran podido soslayarse otros cambios. También diseñó el primer muelle de la nueva Algeciras, apoyado su extremo en las piedras de la Galera.
En primer lugar, ya se había construido mucho y las indemnizaciones, aunque circunscritas solo a lo estrictamente indispensable, tenían ya un costo considerable. No olvidemos que no era un proyecto de repoblación partiendo de cero con un terreno plano y virgen, sin edificaciones preexistentes y esperando a unos vecinos prestos a instalarse en buenas condiciones, como por ejemplo sucedía en la urbanización de nuevas ciudades españolas en América. Se trataba de una reforma, y estas se convierten con mucha facilidad en ese tipo de urbanismo quirúrgico de alto coste en relación con el fenómeno de las nuevas vías trazadas sobre un sistema urbanístico anterior. También hay que tener en cuenta la desidia de los regidores de San Roque, tan reacios a la resurrección urbana de Algeciras. A todo esto buscó soluciones, a veces drásticas nuestro animoso ingeniero, pero el asedio a Gibraltar en 1727 lo impidió, como ya hemos referido.
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