El insólito origen urbano del barrio de la Caridad (VIII)
OBSERVATORIO DE LA TROCHA- NUESTRO URBANISMO HISTÓRICO
El Hospital de la Caridad se construyó exactamente sobre las ruinas medievales de la puerta de Tarifa, aprovechando sus materiales para la edificación
La calle Panadería o Emilio Castelar actual debe su nombre a una importante panadería en ella situada cuya producción contribuía a cubrir las necesidades del hospital
El insólito origen urbano del Barrio de la Caridad (VII)
Tercera fase de ocupación
El Hospital de la Caridad es un importante elemento que, como tantos logros en aquella heroica Algeciras, se logró gracias a los esfuerzos de los ciudadanos, sin distinción de clases sociales. Hay que tener en cuenta que en aquella época ejercía una función polivalente al servicio de los más necesitados y muestra de su oportunidad y eficacia es que continuó en sus funciones sanitarias hasta muy avanzada la segunda mitad del siglo XX, cuando fue sustituido completamente por el nuevo complejo hospitalario situado al sur de la ciudad.
Además de su importancia como monumento histórico, el hospital fue un importante hito en el urbanismo de la ciudad. La situación era excelente, en el borde periférico de la ciudad, en zona muy ventilada -como ya se prefería en las normas de la época- pero sin estar demasiado expuesto al levante. Disfrutaba de la cercanía de las vegas y posteriormente también de la inmediata Alameda Vieja. El acceso desde el mar era muy fácil, a través de la calle Tarifa, y más cercano aún si tras remontar el río en una embarcación ligera se desembarcaba a la entrada de la Alameda.
Coincidía con la salida al camino de Tarifa, con el de las vegas y con el secano, que bordeaba la ciudad hacia el norte y conectaba con otras rutas hacia Sevilla, Ronda y Málaga. Se construyó exactamente sobre las ruinas medievales de la puerta de Tarifa, aprovechando sus materiales para la edificación. Para su financiación se recurrió a métodos tan curiosos como los fondos aportados por una “mesa de trucos” (así se nombra en la documentación) o el recibir encargos sobre el tañido de campanas en honor de difuntos.
Por cierto, la calle Tarifa no conducía directamente a la citada puerta homónima, sino que llegaba a ella tras alcanzar las murallas, girar al norte en ángulo de 90º y siguiendo el curso de estas, atravesar un espacio de unos 25 metros. Siguiendo la ley de persistencia en el plano, este recorrido se ha traducido en el espacio libre que supone la plaza de Juan De Lima. El extraño recodo descrito se refleja tanto en los planos del siglo XVIIII como en los actuales y se debe a ser la calle Tarifa un camino medieval que en su extremo estaba afectado por las inundaciones del río y esto se tuvo en cuenta en la Baja Edad Media al levantar el último y más exterior recinto, disponiendo la gran puerta de Tarifa en zona menos inundable y haciendo partir de ella un nuevo tramo hasta el puente.
En esta fase el haz de caminos cuyo vértice coincidía con la salida de la plaza baja, donde la actual calle Emilio Santacana cortaba a la calle de Tarifa, se convierte en un conjunto de calles que en algunos casos coinciden con antiguos arroyos de cuando Algeciras estaba en ruinas. Ese respeto por los pequeños cauces fluviales es muy importante en la morfogénesis de la urbanización espontanea o no planificada, pues siempre interesa edificar en los bordes superiores no inundables, de ahí viene la denominación coloquial de “arroyo”, ya en desuso, para referirse a la calle.
En relación con este tipo de calles lo están algunas calles que conectan la plataforma de la plaza alta con la parte baja de la ciudad, o sea, vías en rampa a través de la franja de las cuestas. Entre ellas hay que considerar Juan Morrison, con pendiente suave y que conecta Carretas o General Castaños con Panadería (Emilio Castelar). En esta calle, su acera de Poniente supone el piedemonte de la última estribación al sur en la colina de San Isidro, que viene a desaparecer en la intersección de la calle Teniente Miranda con Huertas o Emilia de Gamir. Su arranque en conexión con la calle Sevilla origina una pendiente muy brusca, suavizada al traspasar General Castaños.
El extremo superior de la calle Cristóbal Colón es el mejor ejemplo del cambio brusco que supone el borde de la plataforma superior de la ciudad en relación con la franja de cuestas. La calle citada tiene fuerte pendiente también suavizada al traspasar General Castaños, sin embargo, la calle Prim es la de menor inclinación del conjunto y la de más fácil tránsito en el centro de la franja de cuestas, lo cual supuso hasta época muy reciente un considerable flujo de tránsito, que intensificó los establecimientos comerciales y ciertos equipamientos, como el pósito de cereales, desde su extremo superior (General Castaños) hasta su prolongación por Emilio Santacana. Un caso distinto es Rafael de Muro, que siendo muy corta, presenta la mayor pendiente del conjunto. El extremo de esta zona de cuestas lo constituye la muy larga calle Teniente Farmacéutico Miranda, que en realidad pertenece a la colina de San Isidro y que en la zona que nos ocupa, conecta desde una altura superior con la más baja Juan Morrison por medio del peculiar callejón de Escopeteros.
La calle Panadería o Emilio Castelar actual, responde en su trazado a una antigua línea de costa que parte del ojo del muelle y debe su nombre a una importante panadería en ella situada, cuya producción contribuía a cubrir las necesidades del hospital. En su extremo de levante presenta un fuerte entrante, en cuyo ángulo interno había una edificación pequeña y no alineada con la calle, a la que se accedía por unas gradas. Albergaba el desaparecido bar “El barrilito nuevo”. Su interés radica en ser en origen una edificación anterior a la formación de la calle, como una casa de los primeros repobladores, o uno de los escasos cortijos que había entre las ruinas antes de la repoblación de 1722-1726. De todas formas, entre el retranqueo municipal y las nuevas construcciones en ese lugar, de ese antiguo elemento sólo subsiste el quiebro o entrante al que nos hemos referido. Esta calle travesaba también la zona de huertas, a un nivel más alto que su paralela, la más estrecha calle de las Huertas o de Emilia de Gamir, cuya morfología también está ocasionada por una etapa en la regresión de la antigua costa. Su nombre pudo deberse a retener las huertas que atravesaba durante más tiempo que las calles adyacentes.
En esta fase ya está totalmente cerrada la Plaza Baja, estableciéndose una curiosa dualidad con la Plaza Alta. Esta parece corresponder a un sector poblacional con superior nivel socioeconómico, por lo tanto la plaza tenía un carácter más burgués, lúdico y representativo, las reformas del general Castaños que tanto ennoblecieron ese espacio para que fuera imagen representativa de la ciudad estaban perfectamente fundadas. Además, la Plaza Alta estaba contenida en el triángulo religioso formado por la capilla de Europa, la iglesia de la Palma y el convento de la Merced, lo cual le prestaba mayor relevancia, sobre todo en aquella época de exaltada religiosidad.
Por el contrario, las funciones de la Plaza Baja eran menos refinadas pero más prácticas y utilitarias a nivel popular, pues sirvió a modo de “campo de marte” para las necesidades de maniobras e instrucción de los cercanos cuarteles. Allí se celebraron corridas de toros e incluso ejecuciones públicas, hubo un hospital militar en su frente sur y desde fines del siglo XVIII una fuente muy útil para que las embarcaciones hicieran aguada, sobre todo las de la Marina Real. Pero una función fue desplazando poco a poco a las demás y fue la de mercado de abastos.
En un principio, el mercado de verduras, a modo de zoco moruno, estaba en el extremo de levante de la calle Panadería o Emilio Castelar, en un ensanchamiento que se conoció un tiempo como plaza de las Verduras, función compartida con la parte baja de la calle Sacramento o Rafael de Muro que comunica con la plaza Baja. Ese tramo de calle, todavía hoy, casi 300 años más tarde, sigue siendo lugar de trabajo de modestos vendedores que siguen ofreciendo especies y productos del campo obtenidos por recolección y no por cultivo. Hasta hace pocos años se vendían allí juguetes fabricados en hojalata doblada o totalmente artesanales, así como aves, sobre todo las destinadas a ser consumidas en las fiestas navideñas. Aparte de las cultivadas en las numerosas huertas intramuros de la población, allí se vendían las producciones de las vegas del río de la Miel. La venta de pescado radicaba en la calle Pescadería, que comunica la plaza Baja con la playa extendida ante la Marina.
En esa playa llegó incluso a desembarcar en 1832 el gran pintor romántico Eugène Delacroix (1798-1863) y realizó apuntes de marineros y de algunas casas de la marina, pero esto es otra historia…
Volviendo a los suministros, la primera carnicería de la que se conoce su emplazamiento aproximado estaba en la calle de la mar (actual calle del Muro) esquina al ojo del muelle. Hemos visto como tres aspectos comerciales muy importantes para la ciudad se situaban en puntos de la periferia de la plaza, y es que ella participaba en esas actividades, hasta el punto de que en el siglo XIX se instala directamente en ella el mercado central. Es cosa sabida que en las ciudades portuarias era necesaria una plaza cercana a los muelles o al punto principal de varada, para facilitar el estacionamiento provisional de mercancías a embarcar (no olvidemos los suministros a Ceuta) o la concentración masas humanas, como en casos de embarque militar.
Cuarta fase de ocupación
Hasta bien avanzado el siglo XIX no se completa la ocupación urbana del barrio, y a ello contribuyó la ampliación del espacio de regadío extramuros gracias a la nueva traída de aguas mientras se sustituía la alameda vieja por la nueva. La acequia que regaba intramuros constituía un estorbo al potenciarse las carreteras hacia Tarifa-Cádiz por el puente llamado del Matadero y hacia Málaga por la ronda del Secano. Si se une la vía paralela al río y a las vegas, actual avenida de Agustín Bálsamo, se forma otro “tridente”, adquiriendo la salida de la plaza de Juan de Lima ante el hospital, una función todavía mantenida en la actualidad como “puerta” moderna de la ciudad, entre el espacio intramuros tradicional y el periférico.
Naturalmente esta estratégica función de tránsito era tan imprescindible que la antigua acequia hubiera necesitado una canalización subterránea por debajo de esas importantes vías, pero ello no fue necesario, pues la antigua zona de huertas era más rentable como espacio urbanizable ante el éxito demográfico y económico de la joven ciudad.
Este auge se frenó tras la guerra contra Napoleón de 1808-1814, conocida como Guerra de la Independencia. Pero el crecimiento de la ciudad prosiguió completándose la ocupación del espacio norte con la urbanización del cerro de San Isidro y en el barrio sur, actual de la Caridad, con la edificación en los espacios de huerta que entre sí dejaban las calles antes mencionadas. Se crearon otras trasversales, como, conectando Juan Morrison con Cristóbal Colón, la de San Juan, con su discreto callejón sin salida, la calle Anghera, vías ya presentes en 1736. Pero el gran avance fue la conversión en calle de un camino que conducía al río desde la salida de la plaza baja hacia la calle Tarifa y que dio lugar la actual Duque de Almodóvar, haciendo avanzar la urbanización a costa de las huertas.
Se completó la ocupación tanto del barrio como de todo el espacio intramuros, a cuenta de la Alameda Vieja y de la Huerta del Ángel. La primera, como hemos visto, fue sustituida a principios del siglo XIX por la Alameda Nueva, al norte de la ciudad, y por lo tanto su espacio se urbanizó, completándose sobre 1846 la nueva calle de la Alameda, llamada así con toda propiedad.
Ya solo quedaba la zona de la llamada genéricamente Huerta del Ángel, cuya planta triangular estaba delimitada por la citada calle Alameda a poniente, la de Tarifa al norte y la Duque de Almodóvar por levante. Cuando se urbanizó este último espacio, entre los años en las décadas del siglo XIX, las calles anteriores de ese sector se guiaban “grosso modo” por el plan de Verboom, pero solo en apariencia, pues hemos visto que estaban condicionadas por el ángulo sudeste del recinto medieval.
Pero al avanzar hacia el oeste la sucesión de calles paralelas a la actual Avenida de la Marina y casi alcanzar el ángulo opuesto de la antigua muralla, esta bajaba por el Secano con la orientación NO-SE, lo que originó ese espacio triangular, que dificultaba mucho la creación de nuevas calles en el mismo sentido. Por lo tanto, se utilizó la calle Tarifa como línea maestra, trazándose tres calles paralelas a ella, cortadas por una pequeña calle paralela a la de la Alameda, dándose así lugar a cinco pequeñas manzanas que contrastan con las de su entorno, grandes y alargadas.
El acceso entre la calle Tarifa y el nuevo barrio formado a sus espaldas se solucionó con las pequeñas calles Velarde y Huerta del Ángel. Ésta en un principio llegaba hasta el río, pero en su mayor parte se rebautizó como Duque de Almodóvar. La anomalía de ejes antes mencionada se manifiesta también aquí, pues entre las calles Tarifa, Monet y ese primer tramo de Huerta del Río, se forma una manzana triangular totalmente ocupada por un solo edificio de planta insólita y uno de los más interesantes de la ciudad, como veremos mas adelante. Este pequeño y peculiar barrio se llamó del Ángel por la huerta citada, pero es conocido popularmente como “Los Callejones”, y con el se completa la edificación del espacio urbano en el casco histórico, a intramuros del recinto medieval. Pero el tema no termina aquí…
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