Juan Ignacio de Vicente Lara, un ejemplo de resistencia frente a la adversidad
Obituario
El autor recuerda la aportación a la cultura de Algeciras del historiador recientemente fallecido
En la mañana del domingo, una llamada amiga nos confirmó lo que ya esperábamos, aunque algunos manteníamos un hilo de esperanza: Juan Ignacio de Vicente había dejado de sufrir tras una implacable enfermedad. ¿Por qué abrigábamos cierta ilusión de mejoría? Porque nuestro amigo, además de su calidad humana, dotes intelectuales y capacidad científica, es el mejor ejemplo que conocemos de resistencia frente a la adversidad. Si repasamos su intensa trayectoria vital, recordemos que vino al mundo el 16 de septiembre de 1951, en el número 19 de la antigua calle de la Cruz Blanca (actual Alférez Villalta Medina).
El lugar de nacimiento parece una premonición, pues casualmente esa calle domina las ruinas de la muralla medieval, precisamente en el punto donde se libraron los combates más violentos de todo el asedio de 1342-1344, según la crónica de Alfonso XI y allí la arqueología confirma como cristiana la muralla conservada tras quedar arrasada la islámica por una larga e intensa “lluvia” de bolaños (proyectiles de catapulta).
Ese heroísmo por ambos bandos, en ese lugar concreto, viene a encajar con otro tipo de heroísmo, no colectivo, sino personal e íntimo, pero no menos épico. Es el caso de Juan Ignacio, un ejemplo para todos nosotros. Nuestro amigo era un chico que ya destacaba por su amor a la arqueología y la historia, vocación que le llevó a pertenecer a la Comisión Organizadora del Museo Histórico-Arqueológico de Algeciras, que coordinaba el inolvidable José Rivera Aguirre y de la que ya formábamos parte desde 1963 otros amigos, entre ellos Pedro Rodríguez Oliva, hoy catedrático emérito de arqueología, el infatigable Antonio Benítez Sánchez (cariñosamente Noni, para sus familiares y amigos) y nuestro llorado Juan Antonio Matas Serrano, que nos dejó inesperadamente hace unos meses.
El caso es que cuando Juan Ignacio estaba dedicado a sus estudios y su trabajo, se manifestó con toda su crudeza una enfermedad congénita que le condujo poco a poco hasta la ceguera, con 23 años. Pero él no se resignó y no quiso quedarse en la cuneta, pues, con una voluntad de hierro, combatió contra su problema hasta tal punto que las personas que no le conocían creían que estaba en posesión de todos sus sentidos, pues era tal su naturalidad e integración que los que lo tratamos podemos dar fe de que jamás hemos conocido un caso semejante.
Juan Ignacio terminó sus estudios superiores y tuvo una variada trayectoria, alcanzando la presidencia en la delegación comarcal de la prestigiosa Asociación Nacional de Amigos de la Arqueología, con la cual revitalizó a la citada comisión organizadora del museo. Las colecciones reunidas se incrementaron y la evolución cultural, tanto de la sociedad como de la política, permitieron el apoyo municipal a los esfuerzos del equipo liderado por Juan Ignacio, que fue el primer director del museo, cargo que ejerció de 1981 a 1992.
Además de su esfuerzo de tipo museístico, Juan Ignacio de Vicente ejerció varios trabajos, algunos de ellos por cuenta de la Diputación Provincial como, desde 1978, la clasificación y reorganización de archivos históricos municipales, entre ellos los de San Roque, Jimena de la Frontera y Algeciras, destacando su gran labor en todos ellos y en especial en el de Algeciras, dadas las agresiones sufridas los fondos y las difíciles condiciones de conservación, dejando exacta constancia de las inconcebibles aventuras sufridas por este tesoro documental, que por fortuna hoy está perfectamente organizado y conservado, siendo un orgullo para la ciudad.
También nuestro amigo se dedicó profesionalmente a la enseñanza secundaria, siendo docente durante 18 años en los Institutos de Enseñanza Media Miguel Hernández y Federico García Lorca, jubilándose a los 66 años, tras ganarse la admiración y el respeto de compañeros y alumnos.
Como historiador, se inició en la prensa local, incluso llevando durante un tiempo una sección fija sobre historia y patrimonio cultural y más tarde paso a publicar sus trabajos en la desaparecida revista Carteya, bajo el pseudónimo de Oricalco, pero esto fue solo el principio pues su madurez como investigador le hizo aventurarse en un sector casi inexplorado hasta entonces por la investigación histórica, como es el inicio de la repoblación de Algeciras en el siglo XVIII.
Recordemos el excelente trabajo que realizó en la historia de Algeciras publicada por la Diputación, abarcando tres tomos y confiada a varios autores, coordinados por el acreditado historiador Mario Luis Ocaña Torres. A Juan Ignacio le correspondió el capítulo VI, relativo al siglo XIX, y realizó un trabajo magistral al no limitarse a la descripción de acontecimientos y su análisis, sino abarcando un panorama lo más completo posible sobre la ciudad al estudiar aspectos como urbanismo, comunicaciones, demografía, organización administrativa y economía. Es extensa la bibliografía histórica generada por Juan Ignacio de Vicente, por lo que nos limitamos a mencionar la que creemos su última aportación, un completo libro que estudia todo lo relativo al río de la Miel, escrito en colaboración con otro gran algecireño, Pedro Ríos Calvo.
Aún existe un campo en el cual Juan Ignacio de Vicente fue absoluto pionero en la comarca: el trabajo de campo (o sea, en contacto directo con la realidad) en etnología, con una producción tan extensa que la trataremos en otra ocasión, contentándonos ahora con recordar su libro de 1982 -¡Hace ya más de cuarenta años!- titulado El Chacarrá y sus tradiciones.
Todos estos logros ya serían notables si se debieran a una persona en plena posesión de sus facultades físicas, pero este caso es mucho más admirable si recordamos que Juan Ignacio de Vicente alcanzó esas metas siendo invidente, demostrando que la adversidad física fue derrotada y que los invidentes son una reserva intelectual que la sociedad no puede permitirse desaprovechar. En el caso concreto que nos ocupa, el éxito de Juan Ignacio de Vicente se debe en primer lugar a su voluntad de hierro y en segundo lugar a los medios técnicos y de todo tipo con los cuales una sociedad evolucionada puede ayudar a los invidentes.
Hay un tercer factor imprescindible, la esposa de Juan Ignacio, Mercedes Ojeda Gallardo. Si ya es muy conocida la frase “Detrás de un gran hombre hay una gran mujer” en este caso es insuficiente, pues se debería decir “Hubo una vez dos grandes personas”, pues los que conocimos al matrimonio podemos atestiguar que formaban no solo una excelente familia sino un eficiente equipo de investigación. Mercedes en su modestia niega su propia valía, pero nosotros debemos reconocerla y que no quede eclipsada por el brillo de Juan Ignacio.
Un gran algecireño con el cual está Algeciras en deuda, nos ha dejado antes de tiempo, cuando había alcanzado experiencia, madurez y conocimientos para regalarnos todavía lo mejor de su producción intelectual. Una enfermedad nos ha privado de ello, contra la cual ha sucumbido esta vez el viejo guerrero…
El hijo de Mercedes y Juan Ignacio, es arqueologo en la húmeda y fría Edimburgo. Algeciras tiene muchos hijos perdidos por esos mundos, ojalá llegue un tiempo en que la ciudad sea tan fuerte y sabia que pueda empezar a recuperarlos.
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