El Mesón y la Casa del Campo de Gibraltar
Campo Chico
En 1976, se publicó el primer número de Carteya, que pudiera ser tenida, con reservas, por precedente de Almoraima
La Casa del Campo de Gibraltar recibió del Mesón, en los años ochenta, una vigorosa inyección de vitalidad
El fallecimiento el viernes de la pasada semana, al filo de la medianoche, de Juan Guerrero Soriano es el adiós a una etapa ya lejana, de algo más de tres lustros (1982-1999), de presencia física y ostensible del Campo de Gibraltar en Madrid.
El Mesón “Algeciras”, con sus escasos cincuenta metros cuadrados, se convirtió no sólo en lugar de encuentro de la gente de la comarca, que vivía o pasaba por Madrid, sino además en un foco de atracción para los que no nos conocían, nos ignoraban o, lo que es peor, no tenían precisamente una buena imagen de nosotros. Dudo mucho de que alguna otra iniciativa generara tanto interés por la comarca como despertaban las erizadas que se celebraban en época de carnaval, en la calle madrileña Juan del Risco, en cuyo número 6 estaba el Mesón. La coincidencia en fecha de la erizada con Fitur, la feria internacional del turismo, suponía una mutua retroalimentación entre la conocida convocatoria internacional y los parroquianos del Mesón. Conexiones frecuentes con Radio Algeciras, entrevistas mantenidas con personajes relevantes o con quienes llevaban años alejados de su tierra pusieron tan de actualidad el día a día del relato de lo que se hacía en el Mesón que se organizaron excursiones en una dirección y en otra entre el establecimiento madrileño y Algeciras.
Durante años, todos los jueves, se celebraron en el Mesón tertulias o entrevistas que eran radiadas en directo o en diferido a través de Radio Algeciras. Estaban, sobre todo, motivadas por el deseo de trasladar a los oyentes las emociones de quien llevaba tiempo alejado de su entorno natural o de los espacios de su niñez y adolescencia, de actualizar sus sensaciones desarrolladas en estancias diferentes a las de sus orígenes y de contar las razones que habían propiciado su alejamiento, a veces no sólo físico, del espacio vivido en los primeros años. El Mesón se abrió el día de los enamorados, el lunes 14 de febrero, de 1983 y se cerraría, a la jubilación de Juan y de Amelia, en 1999, en plena Feria de Algeciras, el sábado 26 de junio de 1999. Poco más de tres lustros que hicieron de aquel legendario establecimiento, un lugar añadido a los sentimientos de proximidad de la gentes, sobre todo de Algeciras, pero también de la Comarca, que encontraban allí un refugio entrañable, un acento propio y un momento de reencuentro con su ambiente natural.
Por entonces las casas regionales, tan frecuentes y dinámicas en el Madrid de los años sesenta, estaban, salvo raras excepciones, en franca decadencia cuando no a punto de desaparecer. Muchas no pasaban de ser establecimientos de hostelería con escasa actividad cultural asociada a su denominación y con poca presencia de clientela ligada a sus referencias territoriales; con frecuencia, ni siquiera la cocina recordaba a la de la tierra. La mejora en la situación económica de la población inmigrante y en las comunicaciones eran factores que jugaban a la contra en el ánimo de quienes buscaban contactos con paisanos y un ambiente parecido al de sus orígenes. La Casa del Campo de Gibraltar (CdG) se había instalado en el número 27 de la calle Fomento, con dos plantas y muchos metros cuadrados. Estaba situada en el ángulo bordeado por la Plaza España y la Gran Vía, cerca del Senado y en uno de los enclaves más representativos del Madrid histórico. Su presidente en los años ochenta era Manuel Matías, un linense de la familia del joyero que fundó y regentó la antigua joyería de la calle Monet, uno de los tramos de la calle Larga, casi en la esquina del Callejón de las Moscas, adonde residía el inolvidable Juan “Chirobao” y continúan residiendo sus hijos.
Manuel era entonces un comerciante de relojes, del corte de todos aquellos que daban vida a la calle Río y a sus alrededores. Como el algecireño Manolo García, el padre adoptivo de la añorada Maribel García Revilla, Manuel Matías había trasladado a Madrid su negocio basado, sobre todo, en la venta de relojes de batalla, fabricados en Hong Kong. Manolo, el padre de Maribel, era un hombre encantador. Fue presidente del Algeciras C.F. en los sesenta, y con su capacidad de relación, afabilidad e influencia contribuyó a que el Algeciras fuera en la temporada 1965-66, el tercer clasificado de la Segunda División, a un paso del ascenso a Primera. Sus recepciones a los visitantes en la Pensión Vizcaíno de la calle de la Aduana, eran sonadas. La pensión, de una conocida familia algecireña, sustituyó al Hotel París (después Madrid), para cuya firma se construyó en una época, las primeras décadas del siglo, en que se cuidaba la estética urbana. Junto al magnífico edificio del Hotel Sevilla, que construyó la familia González-Gaggero, en los primeros años veinte, en el lugar que ocupaba la Aduana, flanqueaba la entrada de la calle que se prolonga hasta la Plaza. En el número 18 había un patio de vecinos, que fue cuartel, conocido popularmente por “el cuartelillo”, donde nació en 1939, Juan Guerrero Soriano.
La Casa del CdG estuvo precedida por el Círculo Linense que estaba en los alrededores de la plaza de la Ópera. En la década de los ochenta, la gran mayoría de sus socios estaba formada por linenses y tarifeños y apenas si era frecuentada por paisanos de los otros núcleos urbanos del CdG. Su época dorada fue la de los primeros años de le Transición. En 1976, se publicó el primer número de su órgano oficial, la revista Carteya, que pudiera ser tenida, con muchas reservas, como precedente de Almoraima; no más allá del sentido que les da el que ambas nacieran con vocación de ser una revista unitaria y multidisciplinar para la comarca. No obstante, Carteya era, sobre todo, de información general y, desde luego, netamente conservadora, muy en la línea de la inspiración militar de un tiempo pasado, pero no olvidado ni, en ese momento, caducado. Algunos párrafos de su primer editorial orientan considerablemente sobre su espíritu: “El Peñón, que enmarca físicamente los horizontes de los siete municipios de su Campo, se ha convertido también en un horizonte espiritual de los españoles, guión de nuestra unidad nacional y banderín a cuya sombra desaparece toda discrepancia” (los tiempos cambian que es una barbaridad). En el mismo editorial, más adelante se lee: “Carteya es raíz profunda de nuestra historia, solar de heroicas lealtades y basamento de futuro”.
En esos años primeros de la Transición, en el CdG se disfrutaba de los beneficios del Plan de Desarrollo iniciado en 1965 y Carteya tenía bastante de esos años que de tanto provecho fueron para la Comarca. Entre los redactores estaba el gran Jose Riquelme, delegado de la revista en el CdG, jimenato de nacimiento y linense de adopción, una firma imprescindible, y entre los colaboradores, Manuel Natera, una figura fundamental en el desarrollo económico y social del CdG, Manuel Fernandez Mota, poeta y escritor de prestigio, cofundador del grupo poético “Bahía” y Julián Martínez, cronista de las artes plásticas en el CdG, entre otros. El presidente de la Casa era en la fecha de salida de Carteya, Manuel González Scott-Glendonwyn un coronel del Ejército, a punto de retirarse entonces, ligado familiarmente a San Roque, que protagonizaría toda una aventura terminada en tragedia. Había nacido en Écija, donde su padre tenía una farmacia, y era descendiente por línea materna de un coronel inglés que murió en la India, casado con una sanroqueña a la que conoció estando destinado en Gibraltar. Manolo Scott para sus compañeros militares era un hombre emprendedor, de excelente olfato comercial y amante de los negocios.
Amigo del gran alcalde sanroqueño Francisco Jiménez, Papá Manolo, como llamaban al coronel en Nigeria, donde se establecería durante muchos años, había abandonado en su juventud, estando en tercero, la carrera de Medicina, para alistarse como soldado raso, en 1936, en el Ejército y en el arma de Regulares, en Larache, y participar con las tropas del general Franco en el alzamiento militar. Alcanzó el empleo de capitán al final de la guerra y se mantuvo ya en el Ejército hasta su retirada, en los años setenta. Después de presidir la Casa del CdG se trasladaría a Nigeria para montar en sus ricos caladeros una industria de captura de langostinos y gestionar su comercialización en España. Paralelamente creó las marcas Kanfort (autoaplicador para el cuidado del calzado) y Hurra (espuma para el tratamiento de manchas) y se convirtió en uno de los mejores coleccionistas de arte africano de los siglos XVII y XVIII. A lo largo de su vida, siempre conectada a San Roque, reunió gran cantidad de bocetos y esculturas del reputado imaginero Luis Ortega Bru, que acabaría donando a la ciudad. A su vuelta definitiva de Nigeria se afincó en Jávea con su esposa, Ángeles Bravo, y se trajo a Inocencio, un joven nigeriano, como empleado doméstico. El joven resultó ser un enfermo mental y un mal día, el segundo del mes de septiembre de 2002, acuchilló al coronel y estranguló a su esposa. El Ayuntamiento de San Roque, presidido por Fernando Palma, declaró públicamente su desolación e inició los trámites para nombrarle Hijo Adoptivo.
El delegado de Actividades Culturales de la Casa del CdG era en 1976, Jaime del Campo Urbano, conocido abogado linense, hermano del sociólogo Salustiano del Campo, catedrático éste, en esa fecha, de la Universidad Complutense y antes de la de Barcelona. La importancia académica y científica de esta gran figura de la ciencia española, maestro de maestros, que fuera presidente, nada menos que del Instituto de España, es extraordinaria. Algo después y por poco tiempo, sucedería a Manolo Scott en la presidencia de la institución. Fue un periodo brillante para la Casa, que en lo sucesivo iría siendo abandonada a su albur por los ayuntamientos de la Comarca. Los socios no eran muchos y sus posibilidades económicas muy limitadas, de modo que la Casa acabó por ser una de tantos reductos de alusión regional que había en Madrid. Su pervivencia se debió al trabajo e incluso al aporte económico que le proporcionaba su presidente, Manuel Matías, que por entonces era un empresario de éxito, y por sus colaboradores. Linenses y tarifeños constituían el soporte social de la Casa. La calle Fomento, en cuyo número 27 se ubicaba, albergó una de las más de doscientas checas que hubo en Madrid, la primero llamada Checa de Bellas Artes, por su situación en el Círculo de Bellas Artes de la calle de Alcalá, y luego Checa de Fomento, hoy blanqueada –Deo gratias– por el Instituto de Enseñanza Secundaria “Santa Teresa”.
El director y redactor Jefe de Carteya era Mariano Aguilar Olivencia, coronel de Infantería y uno de los más conocidos y leídos escritores militares. En su obra se encuentran títulos tan sugestivos como: “El Ejercito español durante la II República”, que sería finalista del premio “Espejo de España”, “Gibraltar, episodios militares” y “El Ejército español durante el franquismo”. Además de ser coordinador gráfico, redactor en parte y asesor histórico de la monumental obra colectiva, “Historia de las Fuerzas Armadas”. La personalidad del presidente de la Casa del CdG y la del director de Carteya dan una idea contundente del prisma a través del cual se gobernaba la Comarca en esos primeros años de la Transición, aún teñidos del espíritu del postfranquismo que, no obstante los detractores del fondo sur del universo político y aun cuando se mantuvo la autoridad militar por encima de la civil, sentó las bases de la espléndida realidad que, con las debidas reservas, es hoy el Campo de Gibraltar. El gobernador militar era, durante los años de postguerra y hasta la Transición, la autoridad máxima e incontestable de la Comarca. Esta pequeña parte de España a la que pertenecemos era, de hecho, territorio militar. La Casa del Campo de Gibraltar recibió, en los años ochenta, una vigorosa inyección de vitalidad cuando apenas ya si se acordaba nadie de la entidad. No sólo por la publicidad que se le dio desde el Mesón Algeciras y por la actuación en ella de los grupos que venían a las erizadas y en Navidad, a unirse a nosotros en la calle Juan del Risco, sino porque los algecireños nos incorporamos a sus actividades.
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