Cruzados extranjeros en el cerco de Algeciras (1342-1344)
Algeciras musulmana y cristiana
La ciudad se percibía como el último obstáculo que debía salvar Castilla para cerrar definitivamente las puertas de la Península al Islam
La Cruzada, dirigida en un principio contra los musulmanes que ocupaban los Santos Lugares, se fue haciendo extensiva, en los siglos XIII y XIV, a territorios y estados islámicos muy alejados de Palestina. La Península Ibérica –zona de conflicto entre ambas ideologías desde el siglo IX– iba a ser objetivo de la Cruzada cuando de las grandes empresas de Oriente no quedaba ya sino un vago recuerdo.
Atraídos por la posibilidad de combatir en defensa de la Cristiandad, muchos caballeros transpirenaicos acudieron a la corte castellana con el objeto de ponerse al servicio del rey de Castilla y ganar los beneficios de la Cruzada. El espíritu caballeresco, el afán de aventura, la sublimación del ideal cristiano y la búsqueda –en no pocas ocasiones– de beneficios materiales llevaron a nobles franceses, italianos, ingleses, alemanes, navarros, castellanos, aragoneses y portugueses hasta la frontera con el Islam para participar en las campañas emprendidas por los reyes de Castilla.
Fue la declaración del papa Clemente VI de 21 de mayo de 1342, dirigida a los soberanos cristianos y que reafirmaba su decisión de dedicarse particularmente a defender a la Cristiandad contra las invasiones musulmanas lo que animó al rey Alfonso XI a preparar la campaña de Algeciras. En realidad, esta declaración papal vino a dar el definitivo impulso a los planes que sobre Algeciras tenía el rey de Castilla desde octubre de 1340, cuando, vencidos meriníes y nazaríes en el Salado, se presentaba la ciudad de la Bahía como el último obstáculo que debía salvar Castilla para cerrar definitivamente las puertas de la Península al Islam africano.
El número total de caballeros extranjeros que participaron en el cerco fue de unos seiscientos, sin contar a los mesnaderos que les acompañaban. En el real se hallaban aposentados en una misma zona, aunque separados los anglosajones de los franceses: los ingleses y alemanes cerca del real del Infante don Pedro, los franceses junto al real que ocupaban los aragoneses. En la puerta de cada tienda su ocupante colocaba su lanza y junto a ella su escudo de armas y el yelmo colgado sobre una pértiga. De esta manera se podía conocer la identidad del caballero que la habitaba.
En este artículo se hará mención a tres de ellos: Felipe III de Evreux, rey de Navarra, y Gastón II, Conde de Foix, y su hermano Roger Bernal. En enero de 1343, teniendo noticias el rey navarro de que Alfonso XI había puesto cerco a la ciudad de Algeciras, decidió acudir con sus huestes al Estrecho para poder cumplir el viejo deseo de emprender una cruzada contra los musulmanes. Dice la Crónica de Alfonso XI que “habiendo oído decir de la bondad de este Rey Don Alonso de Castilla y de León cuán grande era… puso en su corazón de venir a esta guerra que él había con los Moros, y mandó preparar las cosas que había menester.”
Felipe de Evreux se puso en camino con cien caballeros y trescientos peones. El resto de la tropa y los bastimentos necesarios para varios meses de campaña los envió a puertos de Guipúzcoa para que, desde allí, llegaran por mar hasta Algeciras. En Jerez de la Frontera lo esperaban algunos caballeros enviados por el rey de Castilla, los cuales le dieron escolta hasta el real de Algeciras al que llegó a mediados de julio, instalándose con sus mesnadas junto al Conde de Foix y otra gente de la Gascuña. Sin embargo, a las pocas semanas de su llegada fue atacado por la pestilencia que se había declarado entre la tropa y nada pudieron hacer los médicos para aliviarle. A finales del mes de septiembre partió el monarca navarro enfermo en dirección a Sevilla, muriendo en el transcurso del viaje, en Jerez de la Frontera, el 27 de septiembre de 1343. Había estado en campaña contra los musulmanes de Algeciras menos de un mes y medio.
Gastón II, Conde de Foix, y Roger Bernal, Vizconde de Castelbó, imbuidos por el espíritu caballeresco de la época y –según la Crónica de Alfonso XI, claramente inclinada hacia el bando inglés en la Guerra de los Cien Años– atraídos más por la soldada y las mercedes que podrían recibir que por los ideales cristianos de cruzado, abandonaron sus territorios norpirenáicos y, después de cruzar la Península Ibérica en compañía de numerosa hueste de la Gascuña, llegaron al cerco de Algeciras a finales del mes de junio de 1343. Durante ese verano, los caballeros gascones participaron en varias escaramuzas y celadas contra los algecireños cerca de los muros de la ciudad. A finales de julio entraron en combate, junto a las huestes del rey de Navarra, con un destacamento musulmán que había salido de Algeciras por la puerta de Jerez. “Et el Conde de Foix et su hermano, et los que iban con ellos ficieron el aguijada muy flojamiente, et como perezosos..., et los Moros vinieron a topar en el Conde de Foix et su hermano, et en las gentes que estaban con ellos. Et ellos así como acometieron de comienzo cobardemiente el espolonada, así fueron muy cobardes en la pelea.”
Entrado el mes de agosto, dice la Crónica que el Conde de Foix exigió al rey su sueldo, comunicándole que en caso de no recibirlo abandonaría el cerco. Como Alfonso XI estaba muy necesitado de hombres y carecía de recursos en aquellos momentos, procedió a contratar un préstamo con los mercaderes genoveses que había en el campamento. Con el dinero obtenido pagó el sueldo de un mes al Conde y a los que estaban con él, a razón de 8 maravedises diarios a cada hombre de a caballo y 2 maravedises a los peones. Al Conde de Foix le pagó 200 y a su hermano 50. Esta actitud egoísta e interesada de los caballeros gascones fue muy criticada por los nobles ingleses y castellanos. Pero, a pesar de haber recibido su soldada, el Conde de Foix no cambió de actitud. En otra ocasión, el rey de Castilla le había ordenado que fuera a guardar una bastida (torre de asalto) del ataque de los musulmanes, pero el gascón no acudió al relevo, teniendo que hacerse cargo de la defensa de la torre algunos mesnaderos castellanos.
El 20 de agosto comunicó el Conde de Foix al rey que deseaba partir con su hueste y retornar a la Gascuña. Como el ejército granadino-meriní se hallaba cerca del río Guadiaro y en Ceuta estaba reunida la flota del sultán de Fez para pasar a este lado del Estrecho, el rey intentó persuadir al Conde, pero cómo este persistiera le dio, finalmente, permiso para que abandonara el campo cristiano. Los dos caballeros gascones partieron en dirección a Sevilla, pero estando en esa ciudad Gastón II de Foix adoleció de un mal fatal que le condujo a la muerte. No cabe duda de que, si damos crédito a la Crónica, el comportamiento del Conde de Foix y de su hermano no fue precisamente el que se esperaba de un caballero cruzado que, como tal, debía anteponer a cualquier interés personal o material, la valentía, la generosidad, la lealtad al monarca, el sufrimiento físico e incluso la muerte, si fuera menester, en cumplimiento de lo estipulado en la Bula de la Santa Cruzada.
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