Las 60 balas del narco colombiano para Andrés
Tráfico de drogas | Puerto de Algeciras
Dos sicarios tirotearon por encargo la casa de un trabajador portuario después de que Aduanas se incautase de un alijo de 135 kilos de cocaína ocultos en un contenedor
Los narcotraficantes le responsabilizaban de haberse quedado con la droga
Algeciras/Sentado en una silla, Andrés seguía negando con la cabeza, una y otra vez. “Venga, dínoslo, si está claro”, le inquirían los agentes de la Unidad de Delincuencia Especializada y Violenta (UDEV) de la Comisaría de la Policía Nacional de Algeciras. Él daba nones, con la cabeza gacha. “Que no, que no os voy a contar nada”, balbuceaba nervioso, sin parar de mover las piernas.
La noche antes, dos sicarios españoles, enviados por un clan colombiano de la droga, habían frenado en seco la moto en la que iban justo delante de la casa unifamiliar de Andrés, en el barrio de La Juliana, cerca de la venta El Conejo. En la Algeciras más popular. No era muy tarde, rondaban las diez de la noche y en la calle aún había algunos vecinos paseando. Mientras el conductor se ocupaba de mantener la motocicleta en marcha, su acompañante, sentado en el asiento trasero, se sacaba de la chaqueta un arma automática. La primera de las tres ráfagas de disparos impactó en la fachada de la vivienda a media altura.
Andrés (nombre ficticio) y su esposa no estaban en casa a esa hora. Sí su hija, una chica de 23 años que descansaba tumbada en la cama cuando escuchó las primeras detonaciones. De un salto y de forma instintiva corrió hacia la habitación de sus padres. Hubo suerte y ninguna de las balas que penetró por las ventanas la alcanzó.
Al día siguiente, la reconstrucción de los hechos realizada por la Policía Nacional determinó que el pistolero había efectuado tres ráfagas y que, casi sin levantar el dedo del gatillo, disparó siguiendo los pasos de la joven en el interior de la casa a medida que esta iba encendiendo las luces para llegar hasta el dormitorio del matrimonio. Los agentes pudieron recuperar del suelo 60 vainas del calibre 9 milímetros.
El Puerto de Algeciras es el hábitat laboral de Andrés, maniobrando una de las grúas que mueven los contenedores acá y allá en el patio, situándolos en el lugar preciso antes de ser depositados en la bodega de un buque o cargados en el remolque de un camión. Su puesto de trabajo es un otero privilegiado situado a decenas de metros sobre el suelo desde donde controla visualmente los muelles, incluidos algunos puntos ciegos que escapan al control de las cámaras de vigilancia.
Al igual que su padre y otros miembros de su familia, Andrés lleva toda la vida en el oficio y es una persona bien relacionada, con muchos contactos a pie de tajo y también en algunos despachos. Eso le permitió, entre otras cosas, colocar a su hija como estibadora, una de las pioneras en romper el techo de cristal en los muelles. Su hermano, en cambio, cumple pena de prisión por tráfico de drogas.
En el plano salarial, no puede quejarse. Su sueldo es acorde a su experiencia y responsabilidades por encima de la media de sus compañeros, lo que le lleva a superar de largo unos ingresos brutos de 100.000 euros al año. Conduce un buen coche, tiene una casa bonita y otras propiedades inmobiliarias, pero la Policía Nacional sospecha que no todo lo que entra en su buchaca tiene un origen lícito. La Udev y Vigilancia Aduanera llevan tiempo siguiéndole los pasos y él, de alguna manera, sabe que algo no va bien.
No es el único caso. Algunos trabajadores portuarios, al igual que agentes de la autoridad, han sido detenidos o están siendo investigados por poner la mano y tomar dinero de los narcotraficantes. En los juzgados de Algeciras, La Línea y San Roque, al igual que en la Fiscalía Antidroga del Campo de Gibraltar, hay tochos que ocupan habitaciones enteras dando cuenta de casos similares al de Andrés, al que se le acumulan los problemas: la Policía Nacional y Aduanas le tienen echado el ojo y los narcos le reclaman cuentas pendientes porque en su albarán consta una entrega perdida de la que le hacen responsable directo.
Para los investigadores, Andrés no es un angelito al que han pillado en un desliz, en un negocio aislado, sino “un elemento imprescindible” para la introducción de la cocaína de las mafias, que se aprovecha de su posición estratégica en el puerto para introducir la droga, primera escala en Europa.
Las consecuencias del tiroteo pudieron ser más graves, pero los investigadores policiales concluyen que los narcos colombianos tan solo pretendieron dar un aviso a su cómplice: si hubieran querido matarle, los sicarios le habrían esperado en la puerta de su casa para descerrajarle un tiro en la cabeza. Y punto. Tal cual está sucediendo en la Costa del Sol, donde en los dos últimos meses han sido asesinadas cinco personas en ajustes de cuentas relacionados con el tráfico de drogas.
Tanto la Policía como Aduanas sabían de sobra cuál era el motivo del tiroteo que a punto estuvo de acabar con la vida de la hija de Andrés, un episodio resuelto a nivel público sin más detalles en una breve nota de prensa policial y que fue remitida a los medios de comunicación días más tarde, en uno de esos fines de semana plagados de noticias sobre fútbol.
La tesis de los investigadores es que Andrés había hecho uno o varios trabajos para los colombianos en el Puerto de Algeciras, un enorme enjambre donde cada año se mueven 5 millones de contenedores y donde es imposible saber a ciencia cierta si el contenido declarado oficialmente coincide al ciento por ciento con el real.
El conocido como método del gancho ciego consiste en romper los precintos e introducir unos cuantos kilos de droga en un contenedor, a espaldas de la empresa que lo ha contratado con un transporte lícito, para sacarlos una vez están situados en el patio del muelle.
Ocho millones de euros en tres bolsas
Fue el 14 de marzo cuando Andrés debía abrir un contenedor para sacar de su interior tres bolsas de deporte en cuyo interior había 135 kg de cocaína, repartidos en 111 pastillas y ocultos en una carga legal de plátanos procedentes de Guayaquil (Ecuador), cuyo destino final era Arabia Saudí. Todo iba según lo previsto, pero algo o alguien hizo que el gruista desistiese en el último momento de recoger el alijo, que en el mercado hubiera alcanzado un precio de unos 8 millones de euros. No estaba equivocado porque esa noche había muchos ojos siguiendo sus pasos.
El SVA estaba al acecho y sin perder de vista el patio donde reposaba el contenedor con la droga junto a otros 70 llegados en el mismo barco y a la espera de ser cargados en el buque que los llevaría a su destino final. Una de las principales funciones de los experimentados agentes de Aduanas consiste en rastrear el recorrido que hace toda carga procedente de una zona productora de droga y de los barcos que hacen escala en sus puertos. Este era el caso.
Pasado un tiempo prudencial y a la vista de que nadie pasaba a hacerse cargo de la cocaína, Aduanas abrió el contenedor para incautarse de las tres bolsas de deporte, situadas al alcance de la mano, sobre cajas repletas de plátanos. La experiencia acumulada por Aduanas, y dado que la investigación permanecía abierta, hizo aconsejable no emitir en esta ocasión un comunicado de prensa dando cuenta de la aprehensión de la droga pese al éxito que suponía la incautación.
Un mes más tarde, los colombianos seguían sin creerse las explicaciones de Andrés. La prensa es para las mafias una fuente de información fiable y cotidiana y, dado que ningún medio de comunicación había dado cuenta a esas alturas de la aprehensión de 135 kilos de cocaína en el Puerto de Algeciras, su sospechas se depositaban sobre Andrés. Las amenazas a su entorno se sucedían sin surtir efecto y sin que apareciera un solo gramo de droga. El tiroteo fue el recordatorio de que las cuentas hay que pagarlas, sea de la forma que sea.
Andrés tiene claro desde esa noche cuáles son las reglas del narco. A los agentes que recogieron las vainas delante de su casa la noche de los disparos y que fueron a verle con más calma apenas 24 horas después les costó reconocer la vivienda: el gruista se había encargado de reponer los cristales de las ventanas, de que los albañiles tapasen los agujeros de las balas y de cambiar hasta el color de la pintura de la fachada, que lucía completamente nueva. Como si nada hubiese pasado.
Durante varias semanas, Andrés y su familia se fueron a vivir a otro domicilio, huyendo de una nueva y posible represalia de los narcotraficantes, seguramente más determinante. “¡Tenéis que decir que la droga la tenéis vosotros!”, suplicaba a los agentes, pendientes aún de agotar todas las vías posibles de la investigación.
La nota de prensa de Aduanas con la incautación de la cocaína y las correspondientes imágenes fueron distribuidas, finalmente, el 3 de junio. Andrés ya tenía en sus manos la prueba que, a priori, le salvaba de nuevos intentos de represalia por parte de los narcotraficantes colombianos, aunque tanto la Policía Nacional como Aduanas tienen la impresión de que antes o después alguien pagará las cuentas pendientes.
Jesús ‘El Capa’: el cerebro
El pasado día 14, la Guardia Civil daba cuenta de la detención de Jesús G. M., El Capa, en el marco de la Operación Estratum. Bautizado por la Benemérita como “el señor del Puerto”, los investigadores le consideran el presunto cerebro que durante años controló la introducción de cocaína a través de los muelles algecireños. Cuando el perro del servicio cinológico marcó la mesa de billar en la que escondía 100.000 euros en efectivo, uno de los agentes bromeó: “Esto es para ti calderilla, ¿verdad?”. Esposado y con las manos a la espalda, el Capa dio por respuesta una media sonrisa.
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