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El río de la Miel se queda huérfano

Obituario

La muerte de Juan Ignacio puede suponer el total enterramiento del cauce, sin nadie que pueda poner en valor las riquezas que todavía atesora

Fallece Juan Ignacio de Vicente Lara, referente de la historia y el patrimonio de Algeciras

Roberto Godino, Juan Ignacio de Vicente, José Ignacio Landaluce, Pedro Ríos y Alberto Pérez de Vargas en la presentación de la segunda edición del libro 'El río de la miel' en abril de 2023. / Ayto. de Algeciras
- Comisario Honorario de la Policía Nacional en Algeciras

09 de enero 2025 - 03:01

Algeciras/La muerte de Juan Ignacio de Vicente Lara ha dejado huérfano a su querido río de la Miel, el cual ya no tiene a nadie que siga investigando su historia olvidada, al menos con la sabiduría, esfuerzo y entusiasmo con los que él acometía esa tarea.

El río de la Miel ha sido testigo de una parte importantísima de la historia de España, y habiendo sido brutalmente mutilado en la década de los setenta del siglo pasado, la muerte de Juan Ignacio puede suponer su total enterramiento, sin nadie que pueda poner en valor las riquezas que todavía atesora, ni descubrir la historia que aún desconocemos relacionada con su curso fluvial.

Pero no es del río de lo que quiero escribir, sino de Juan Ignacio, de la importancia que ha tenido en la Cultura (con mayúsculas) algecireña, y de mi amistad con él y con su esposa Mercedes.

Conocí a Juan Ignacio a mitad de la década de los 60, y desde el inicio de nuestra amistad compartimos el entusiasmo por la naturaleza y la arqueología. Cuando él fue consciente de que la enfermedad congénita que padecía le conducía inexorablemente a una ceguera total, antes de que eso ocurriera, me cedió la dirección del CEHA (Centro de Estudios Históricos Arqueológicos) que dirigía hasta aquellos momentos. Este era un nombre muy pretencioso, pues en realidad se trataba de un grupo de arqueología ubicado en la OJE, que nació al amparo de la Comisión Organizadora del Museo Histórico-Arqueológico de Algeciras, que coordinaba el inolvidable José Rivera Aguirre. El CEHA aglutinaba a un grupo de entusiastas adolescentes enamorados de todo lo relacionado con el patrimonio histórico de nuestra comarca, los cuales se encargaban de rescatar piezas con valor histórico que salían en las frecuentes obras urbanas, evitando que estas acabaran en las escombreras, y localizando vestigios de los pobladores prehistóricos de la zona, principalmente en las terrazas que rodean las costas de nuestra Bahía. Por el CEHA han pasado ilustres algecireños, como es el caso del malogrado Juan Antonio Mata Serrano, Rafael Gómez de Avellaneda y Sabio, Juan Marín y Pablo Antonio Fernández Sánchez.

Los componentes del grupo de arqueología hacíamos innumerables “marchas”, como llamábamos a las excursiones didácticas que realizábamos, visitando cuevas, abrigos naturales, yacimientos arqueológicos, castillos, inmersiones submarinas en busca de pecios romanos, rastreos de las terrazas marinas en búsqueda de piezas de sílex y, en general, cualquier actividad relacionada con la arqueología. En esas marchas se acrecentaba la pasión de los componentes del grupo por la arqueología. También, por supuesto, la imperecedera amistad que desde entonces nos unió a los componentes del grupo con Juan Ignacio.

Me recordaba recientemente Juan Ignacio que nosotros, la generación de los 50, éramos la generación del esfuerzo y del entusiasmo, y que fuimos capaces de salir adelante y triunfar a pesar de todos los obstáculos que la vida puso en nuestro camino. Muy cierto. Pero de todos nosotros, el que más obstáculos tuvo que salvar, y el que tuvo que lidiar con los animales más feroces que la vida ponía en su camino, fue él. Siempre salió victorioso de esas batallas, incluso en aquellas que libró contra la incomprensión y la envidia, y que fueron muy frecuentes.

"De todos nosotros, el que más obstáculos tuvo que salvar, y el que tuvo que lidiar con los animales más feroces que la vida ponía en su camino, fue él"

Como ejemplo de que fuimos la generación del esfuerzo, voy a contar como realizamos nuestros estudios de Bachiller. Hicimos primero y segundo en diurno, pero rápidamente las necesidades familiares nos obligaron a trabajar, y teniendo muy presente que la formación era una necesidad, continuamos estudiando en nocturno, compaginado trabajo y estudio. Había compañeros ocupados en las tareas laborales más diversas; Juan Ignacio trabajaba en una oficina, y yo de peón de albañil con Juan Téllez, padre del escritor algecireño Juan José Téllez. Realizamos los cursos de tercero y cuarto, así como el examen de reválida, y a continuación tuvimos un año en blanco, pues no había quinto curso en la modalidad de nocturno.

Una comisión de estudiantes se desplazó hasta Madrid, para aportar firmar ante el Ministerio de Educación y demostrar que había alumnos suficientes en Algeciras para continuar el Bachiller superior en la modalidad de nocturno, y por fin, tras ese año en blanco y convencer al Ministerio, pudimos continuar el Bachiller superior. Había dado tiempo para que se construyera el nuevo Instituto, y en él realizamos la parte final de ese Bachiller superior y el COU. Allí nos encontramos como compañera de estudios a Mercedes Ojeda Gallardo, que desde entonces ha sido el faro, el báculo, los ojos, la compañera y el gran amor de Juan Ignacio. No se podría entender la vida y la obra de Juan Ignacio, sin Mercedes. Ni la de ésta sin Juan Ignacio.

La solidaridad era una herramienta necesaria entre el alumnado del nocturno, y principalmente con Juan Ignacio debido a que su ceguera se aceleró de tal manera que durante el curso de COU ya era prácticamente total. Pablo ayudaba en Historia del Arte, y yo, sobre todo, en Matemáticas. Tengo un recuerdo especialmente amargo del día en el que fui consciente de que Juan Ignacio se había quedado totalmente ciego: corría el mes de noviembre de 1973, y nos habíamos desplazado hasta la ciudad de Villarreal, en Castellón, Rafael Gómez de Avellaneda, Juan Ignacio y yo, para asistir a la boda de nuestro amigo Antonio Jesús Espantoso Blanco. Nos pusieron en la mesa presidencial situada en una zona prominente del salón durante el banquete, pues éramos la única representación del novio. Aunque Ignacio no parecía que había perdido la vista totalmente, seguramente porque ya se entrenaba para ello y disimulaba esa carencia visual con total maestría, a la hora de la comer la tarta me di cuenta de que ya no veía absolutamente nada. Fue un momento especialmente amargo, pero él nos animaba a Rafael y a mí con su eterna sonrisa, como si todo fuese la cosa más natural del mundo.

La vida le ponía las pruebas más duras, pero él las superaba todas. Por eso, la ceguera no fue un obstáculo para continuar su formación universitaria, ni para ejercer la docencia. Por supuesto, tampoco lo fue para su labor investigadora, tanto en temas históricos, como en antropología social, donde él y Mercedes han realizado una labor tan fructífera e ingente, que todavía no es consciente la ciudad de Algeciras de la importancia que la misma tiene.

En una entrevista que le hicieron en 2016, tras jubilarse de la labor docente, él mismo reconocía con estas palabras algunas de las trabas que tuvo que superar: "Fíjate qué cosas pasan, algunas de las personas que pusieron trabas a mi trabajo a causa de mi ceguera, quizás buscando en mi descalificación un provecho propio, hoy son también minusválidas por haberles deparado la vida como a mí una inoportuna discapacidad, supongo que ahora sabrán lo duro que es sentirse marginado, pero por ahora puedo decir que ha habido más rosas que espinas". Incluso en esa respuesta se ve su generosidad y optimismo.

Para Juan Ignacio, la ceguera nunca ha sido un problema, sino un motor de superación que servirá de ejemplo a generaciones futuras. Recuerdo que era un gran aficionado a la fiesta de los toros, y hemos ido en nuestra querida plaza de toros de Las Palomas a varias corridas de toros. El olor de la plaza, el silencio del toro embistiendo, los "uys" y los "olés" del público… todo lo percibía Juan Ignacio con mucha más intensidad que el resto de los espectadores. Yo solamente le explicaba algunos detalles del reglamento taurino y los nombres de los pases que daba el torero. Me hacía sentir la fiesta de los toros con mucha más intensidad que cuando iba sin su compañía.

Voy a relatar una última anécdota, para que se entienda como era Juan Ignacio, y lo que ha perdido la ciudad de Algeciras: Juan Ignacio y Mercedes Ojeda descubrieron un documento que certificaba la constitución del primer Ayuntamiento del municipio de Algeciras, una Real Cédula de Fernando VI, con fecha 6 de septiembre del año 1755 mediante la cual se refundaba la ciudad, concediéndole la independencia de San Roque. En recuerdo de esa efemérides, comenzó a celebrarse El Día de Algeciras en esa fecha a partir del año 2005, interrumpiéndose hasta el año 2023, en que de nuevo se retomó la celebración, gracias a la labor de AEPA2015. El 6 de septiembre de 2024, RecreArte junto con AEPA2015, convocaron un evento para celebrar en la plaza Juan de Lima el Día de Algeciras, en el cual Juan Ignacio daría una conferencia y la escritora Nieves Buscató se encargaría de leer un bando imaginario dirigido a los algecireños de aquella época, el cual había sido elaborado por el propio Juan Ignacio.

Juan Ignacio de Vicente recibe un reconocimiento institucional en el Día de Algeciras de 2012.

Aunque el evento era de gran importancia, y en esta ocasión se daba la coincidencia de que también colaboraba la asociación Algeciras Acoge, a la Plaza Juan de Lima solamente acudimos unos pocos amigos de Juan Ignacio, y otros tantos curiosos que por allí pasaban camino del mercado de abastos. Como siempre, las palabras de Juan Ignacio, tanto las suyas propias como las que puso en boca de la escritora Nieves Buscató, fueron un alarde de su prodigiosa memoria, adornadas con la sabiduría que atesoraba.

Parece que el evento, más allá de a los organizadores y a los amigos, no interesaba a nadie. Por no interesar, no interesó ni al propio cronista oficial de Algeciras, que pasó por allí camino de otro evento y no se detuvo a apoyar y escuchar las palabras de Juan Ignacio.

Algeciras es una ciudad cainita, pues la actitud de ignorar o rechazar a sus personajes más ilustres está muy arraigada. Véanse los casos de Paco de Lucía y de Alberto Pérez de Vargas, que han tenido que morir para que la ciudad se dé cuenta de lo que ha perdido su patrimonio cultural. Nuestro amigo común, Alberto Pérez de Vargas, me decía el pasado 16 de diciembre, recién operado Juan Ignacio en Málaga: “Pedro estoy muy preocupado por Juan Ignacio”. ¡Qué ironía de la vida!, pues unos días más tardes murió de forma silenciosa Alberto, y su afligida esposa Cristina me decía en el tanatorio de la M-30 de Madrid: “Estoy preocupada por Juan Ignacio, y pienso constantemente en Mercedes”. También me dijo que los homenajes hay que hacerlos en vida.

Amigo Juan Ignacio, como dice Joaquín Sabina en su disco Lágrimas de mármol, "me duele más la muerte de un amigo que la que a mí me ronda".

(Espero, como tu nieto Íñigo, que el “Señor de las Llaves” te haya abierto las puertas de la eternidad)

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