El marqués de Verboom, padre fundador de la Algeciras moderna (I)

Observatorio de la Trocha | Nuestro urbanismo histórico

La aparición de este personaje histórico hace posible la resurrección de la ciudad tras varios intentos fallidos

Retrato del marqués de Verboom

Como es sabido, la Algeciras medieval fue casi totalmente destruida en el siglo XIV, concretamente en 1375, como resultado de complicadas circunstancias históricas que pronto daremos a conocer. Ya hemos recordado en esta sección de Europa Sur algún acontecimiento interesante sucedido en los siguientes siglos de abandono y soledad, como la fugaz estancia del rey de Portugal en Getares el año 1415, el proyecto de reconstrucción por el Conde Duque de Olivares en 1642, o la angustiosa necesidad de socorrer a Ceuta en 1720, que hizo imprescindible habilitar el puerto de Algeciras, cuyas posibilidades económicas motivaron la repoblación espontánea de la ciudad.

En este proceso secular de reconstrucción intervinieron diferentes personajes a los que hemos de estar agradecidos, pues desde su personal punto de vista, ante el escenario de la ciudad muerta, e impresionados por la tragedia histórica, desearon e intentaron la resurrección de esta urbe que nunca debió ser borrada de la faz de la tierra. A los intentos del rey Enrique IV (hubo otro anterior que apenas se conoce) o de Olivares, se suman los de principios del siglo XVIII, motivados por la pérdida de Gibraltar, con la instalación de refugiados en distintos lugares de la comarca, entre otros en las ruinas de Algeciras, en espera de regresar a los hogares perdidos.

Fracasó la recuperación del Gibraltar austracista por la casa de Borbón y el tratado de Utrecht concedió en 1713 a Inglaterra la ciudad como botín y pago de su ayuda al pretendiente de la casa de Austria. Desvanecida la esperanza, la cruda realidad obligó a los antiguos gibraltareños a consolidar los nuevos núcleos poblacionales, en un principio provisionales, y que ahora había que hacer definitivos y organizar con arreglo a las leyes y costumbres del resto del reino.

Las autoridades municipales de Gibraltar en el exilio seleccionaron en 1714 las ruinas de Algeciras como mejor emplazamiento del “nuevo Gibraltar”, pero la iniciativa no prosperó, consolidándose con el tiempo el poblamiento provisional al otro lado de la bahía, en una colina donde había una ermita dedicada a San Roque. Se había ordenado a la población dispersa su concentración en núcleos urbanos, por motivos de seguridad, orden y organización socio-económica, destacando San Roque y Los Barrios, pero fueron muy escasos los ex gibraltareños acogidos a las ruinas y cortijos de la vieja Algeciras.

Estos grupos fueron no obstante lo bastante nutridos para que su estado de abandono y alarmantes condiciones morales preocuparan a un gran hombre de estado, el obispo Lorenzo Armengual de la Mota (1663-1730) que tras su visita al “sitio de las Algeciras” en 1717, considerara totalmente necesaria la reconstrucción de la ciudad a fin de beneficiar a aquellos lamentables grupos humanos con las ventajas de una vida en sociedad. A su opinión de religioso sumaba una amplia cultura y su visión de experto en asuntos de estado, pues antes de su promoción al obispado, había sido nada menos que Gobernador del Consejo de Hacienda, en tres ocasiones, como miembro del equipo de gobierno del rey Felipe V de Borbón, conocido como “el Animoso”.

Con otros objetivos algo menos altruistas, aparece en 1720 el proyecto de Bartolomé Porro, que propuso repoblar las Algeciras con emigrantes italianos, pero fracasó debido en gran medida a los regidores de San Roque, feroces enemigos del resurgir de la vieja Algeciras. Otro proyecto que redundaba en la potenciación de Algeciras, el del teniente coronel Juan Laffitte, tampoco se hizo realidad. Sin el menor afán de victimismo, es necesario admitir que, como en siglos anteriores, tanto la resurrección urbana de Algeciras, como su posterior independencia administrativa, tenían algunos viejos y nuevos enemigos.

Ruinas de Algeciras.

El marqués de Verboom

Ante este estado de cosas aparece en escena un personaje de primera magnitud, el Marqués Jorge Próspero de Verboom (Amberes, 1665-Barcelona 1744), quien llegó a ser Capitán General, fundador del Cuerpo de Ingenieros Militares de España e Ingeniero General, a cuyas ordenes estaban todos los ingenieros de España y sus territorios. Entre sus muchas aportaciones a la nación, una poco conocida es que diseño un modelo de cuartel de implantación general, buscando mejorar las condiciones de vida de la tropa.

En 1721, tal como se ha repetido muchas veces “a bordo de las galeras del rey” fondea en Algeciras para reconocer la bahía y sus posibilidades. Esta misión no tenía nada de casual, pues a los entonces competentes miembros del gobierno no había escapado la vital importancia de la comarca de cara al mantenimiento de Ceuta y al freno del expansionismo ingles desde Gibraltar. Sobre todo, tras el testimonio de Armengual de la Mota y el fallido proyecto de Porro, era necesaria una información de primer nivel sobre la compleja situación de la bahía y sus poblaciones.

Las estancias del Marqués de Verboom en Algeciras entre 1721 y 1726 y sus intervenciones sobre la ciudad no solo generan abundante documentación, sobre todo gráfica, sino que son vitales para comprender la morfogénesis y evolución de la forma urbana urbana en la ciudad, pues el marqués no es un viajero, ni un lejano tratadista, ni un erudito o curioso… es un técnico de alto nivel que no visita la ciudad, sino que actúa sobre ella. Sus trabajos sobre Algeciras tienen para nosotros un triple interés:

En primer lugar, el ingeniero efectuó un reconocimiento de toda la bahía, de Gibraltar, desde el mar, y por supuesto, de los alrededores de Algeciras. Tras su concienciación sobre la posibilidad y necesidad de reconstruir la ciudad, inmediatamente él y su equipo iniciaron la ardua labor de realizar el levantamiento topográfico de las ruinas de Algeciras y su periferia. Ello se hizo con la mayor exactitud y los sistemas cartográficos más avanzados de la época, obteniendo ese esfuerzo los excelentes resultados que conocemos.

Para los informes sobre Algeciras no descuido documentarse sobre su historia y en general pocas cosas dejo por tratar, salvo informar algo más sobre los restos de monumentos medievales, en especial los religiosos, que sin embargo había identificado perfectamente el autor de la Fuente Mercedaria, creemos que aprovechando las tradiciones locales. A Verboom le interesan sobre todo los aspectos militares y de repoblación, y pasa por alto en su descripción los restos de edificios que escapaban a su misión.

También es extraño el no referirse a los cortijos edificados sobre la ciudad, alguno muy importante, como el regidor Varela, también conocido posteriormente como “de los Gálvez” sin referirse además a sus dueños ni a la ciudad de San Roque, bajo cuyo dominio estaban las ruinas de Algeciras y sus modestos habitantes. Es muy raro, además, el que no tuviera referencias sobre el intento de repoblación de Porro (1720) ni años más tarde sobre el de Lafitte (1725). Todo hace sospechar que estos silencios son interesados y que Verboom estaba más informado sobre el asunto de lo que habitualmente se piensa, habiendo recibido instrucciones confidenciales sobre algo más que reconocer la Bahía.

Los informes, correspondencia y proyectos de Verboom sobre Algeciras y su actuación directa sobre la misma dieron lugar a una copiosa documentación siendo de ella lo más notable la aportación gráfica, que permite abrir un abanico de posibilidades para la investigación. Los aspectos más interesantes para nosotros son:

Esta dotación gráfica es única en todo el panorama nacional sobre todo si tenemos en cuenta que ciudades muy importantes carecen de una secuencia semejante de planos, por otra parte, revolucionarios en su momento al ser ejecutados con todo rigor topográfico. Recordemos el caso de Sevilla, cuyo primer plano, el encargado por Olavide data de… 1771, o sea treinta años más tarde que la serie cartográfica de Verboom.

Decidido a la repoblación de Algeciras, Verboom se convirtió en el mayor impulsor de la misma, y su empeño dio lugar a una copiosa e insistente correspondencia con algunos de los personajes más importantes de la nación, pero la resurrección no se produjo por inspiración estatal ni por la vehemencia de Verboom, sino de la manera más sorprendente, como veremos en la siguiente entrega de este artículo.

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