El paño de la Verónica

Campo chico

El “verdadero icono”, según la tradición, alude al gesto de una joven que enjugó el rostro ensangrentado de Jesús de Nazaret

Lo de menos es que la leyenda no sea cierta ni que haya no sé cuántos paños por esos mundos: “se non è vero, è ben trovato

El almendral de San Roque.
El almendral de San Roque.

La persona y el artista se confunden en perfecta armonía en Antonio López Canales. Escribir de él o sobre él, exige tomarse tiempo y disponer de cancha, de modo que habré que limitarme y reservarme, para dejar algo aquí y ahora escrito, sin perjuicio de volver a abordar el argumento. Su obra es considerable y variadísima. Tal vez el hecho de ser profesor de secundaria y de haberlo sido de primaria, le han inducido a entrar en técnicas y, sobre todo, en motivos muy diversos. Pero en el retrato, creo yo, alcanza cotas de esas que se te antojan inalcanzables; incluso comprobando que han sido alcanzadas. No quiero entrar en valoraciones relativas, en la comarca hemos tenido suerte. Contamos con muchos artistas relevantes, y podemos disfrutar de una producción grande en calidad y cantidad, que no se refleja del todo, sin embargo, en el espacio escaso de que disponemos para exhibirla y acercarla a la contemplación.

Sin, como digo, entrar en estimaciones, me atrevería a asegurar que López Canales es el artista de mayor producción de cuantos han compartido nuestro espacio, en cuya obra ese mismo espacio se ha constituido en escenario. Allá por 1982 dedicaría toda una exposición al Peñón, la roca integrada en nuestro paisaje que es un icono comarcal sin pertenecernos del todo. “Cien variaciones sobre un mismo tema: el Peñón de Gibraltar” ya sería una colección sin precedentes ni semejanzas, que bastaría para corroborar que, en efecto, la proporción de obras plásticas en el acervo comarcal, aportadas por López Canales, es superior a cualquier otra.

Antonio es simultáneamente algecireño y sanroqueño. De añadido, su mujer, Mercedes; tan fácil de querer como él mismo; es de la Estación y por ahí cerca, por Taraguilla, anduvo el maestro pintor ejerciendo de maestro de escuela. Porque nuestro artista rodó su segunda infancia, adolescencia y primera juventud entre la Alameda de San Roque, la antesala de los cuarteles, y la cuesta de San Felipe; pero nació en el número 1 de la calle Ancha, en Algeciras. Junto a la esquina en donde el Piñero se constituyó en uno de los primeros cafés cantantes de esta parte del mundo y se hizo el primer conjunto flamenco de nuestra historia, Los Gaditanos, de Flores, Molina y Chiquetete. A pocos metros de una casa cuartel de la Guardia Civil que se insertaba en el paisaje urbano como si le perteneciera. Junto a una barbería frecuentada por el gran Andrés Mateo y frente a uno de los edificios singulares del casco histórico algecireño, el de los Ramos, una familia con muchas derivaciones, ligada a una agencia de aduanas de aquellas que tanto se significaron en el dinamismo portuario de la ciudad. Mi amigo Manolín, Manuel Gutiérrez Alonso, me descubrió que en esa casa hay una puerta, precisamente la de la calle Ancha, de la época colonial, de madera tallada con escenas filipinas. La otra puerta, frente al bloque de viviendas que sustituyó al Cine Almanzor, probablemente sea del mismo origen que aquella, pero está pintarrajeada salvajemente.

Conocí a nuestro admirado López Canales en el Instituto, cuando él, un poco mayor que yo, rondaba los trece años de edad, pero no quiero entrar en detalles porque de lo que se trata ahora sobre todo, es de aludir a su reciente obra maestra: El paño de la Verónica. Cuando Antonio era maestro en Taraguilla, director –para ser preciso– de la Agrupación Escolar José Antonio, después de una estancia provisional en el Colegio Virgen del Mar de Algeciras, le visité alguna vez y hablamos sobre su futuro. Decidiría entonces hacer Bellas Artes y trasladarse al Colegio San José de Calasanz. Pronto obtuvo, con el número uno, la Cátedra de Instituto y pudiendo, por lo tanto, elegir cualquier lugar de España optó por aquella querida institución en la que los dos estudiamos en el mismo curso que Santiago Sarmiento, Enrique Muriel, Rafael Salas, Pilar López, Ramón Cardona, Manuel Soria, José Pérez Martínez, Pedro Gallardo y Juan José Nieto, entre otros que terminaron con nosotros el bachiller superior u optaron por egresar tras la reválida de cuarto para hacer carreras de ciclo corto.

Gente brillante, pero Pilar era algo más que excepcional, las matemáticas se le daban tan bien que la profesora de esa materia en el Instituto, Pilar Sáez de Cabezón, que era licenciada en Químicas, se servía de Pilar para preparar las clases. Fue una de las primeras mujeres en obtener plaza en Aduanas. La oposición se celebró en un edificio que Hacienda tiene al principio de la madrileña calle de Alcalá, justo a la izquierda cuando se deja atrás la Puerta del Sol. Algo tuve yo que ver en ello, le llevé a mano la máquina de escribir, una Underwood gigantesca, con la que superó con creces las exigencias del examen de mecanografía.

Cuando Antonio se presentó a las oposiciones de Instituto, yo era catedrático de la Universidad de Alcalá. Poco antes lo había sido de la Escuela de Magisterio de Segovia, donde coincidí con Manuel Sánchez Méndez, que lo era de dibujo. Más tarde, este gran profesional, obtendría la cátedra de Didáctica de la Expresión Plástica en la Escuela de Bellas Artes de la Universidad Complutense. Pues bien, la casualidad hizo que mi colega y amigo, Sánchez Méndez, fuera el presidente del tribunal de las oposiciones a las que concurrió Antonio. Hablé con él, interesándome por el opositor y Manuel me aseguró que era un número uno indiscutible. Me alegré de que Antonio eligiera nuestro Instituto, tal como yo habría hecho si las circunstancias lo hubieran permitido. Ese edificio que ahora llaman Kursaal pudo haberse llamado Francisco Bravo, profesor desde sus inicios en 1942 y en donde ocupó todos los cargos y responsabilidades posibles. Cuando Antonio era catedrático de ese Instituto en el que fue alumno y en el que desarrolló la mayor parte de su carrera docente, propuso que Francisco Bravo fuera el nombre del Instituto. Bravo fue nuestro profesor de lengua española y también, como ya he dicho en anterior ocasión, alcalde accidental de Algeciras en vísperas de las primeras elecciones municipales, las de 1979, sustituyendo, en calidad de primer teniente de alcalde y concejal de Hacienda, a José Ángel Cadelo, que debió dimitir para presentarse en la lista de la UCD.

En la última exposición realizada hasta ahora, de López Canales, en diciembre de 2014, tuve el honor y el privilegio de presentar el catálogo. Me detuve ante un cuadro, que ahora preside la pared principal de mi casa algecireña, que me llamó la atención entre tantos como la merecían. Se titulaba El almendral de San Roque y fue uno de los primeros cuadros del artista, pintado en 1970. Tenía su historia, había sido vendido y sufrió un deterioro accidental. Su propietario se lo devolvió a Antonio para ver si podía corregirlo y ya no quiso recuperarlo. Veo en él una espesura de hojas que parpadean al paso de una brisa, que siento remontar de la Bahía, y un bosque que parece ofrecerte una estancia de olores. Escribí entonces y escribiría ahora, lo que sigue: “La montaña aparece relegada a un papel secundario, casi inapreciable; pero ahí está presidiendo un espacio que se siente inmenso sobre una alfombra densa y extensa, desigual y rugosa, sobre la que destacan troncos recostados y erectos participando del misterio. Las tonalidades cromáticas te transportan a un mundo silencioso donde una brisa imaginada mece la luz detenida en las hojuelas”.

No hace mucho, López Canales, ha hecho un retrato de Juan Moya, ese cocinero barbudo y entrañable, empeñado en ser, él también, artista, testigo de su presente y coleccionista de lo que se nos ocurra en la comarca. Es un retrato impresionante que te sobrecoge. Y ahora, El paño de la Verónica, con el rostro del Nazareno en una imagen simétrica especular (de espejo) del sagrado titular de la Cofradía, que ya no desfila, como en otro tiempo, por la calle Río porque ya no están ni José Lérida Cortés el Pañero ni Miguelito Lara Sánchez; ni hay en ella gitanos buenos que lo reciban y lo retengan. El “verdadero icono” (vera icona, verdadera imagen), según la tradición (no los Evangelios) alude al gesto de una joven (quizás de nombre Berenice, de la misma raíz etimológica que Verónica), que abriéndose paso entre la gente, enjugó el rostro de Jesús de Nazaret cuando iba, con la cara ensangrentada y coronado de espinas, camino del Calvario. Lo de menos es que la leyenda no sea cierta ni que haya no sé cuántos paños por esos mundos (v. gr. El Santo Rostro, en Jaén), porque como dice el adagio italiano “se non è vero, è ben trovato” (si no es verdad está bien relatado).

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