Cerro del Prado, un asentamiento fenicio en la bahía
El Puerto de Algeciras a través de la historia (II)
Es este el primer enclave portuario establecido en la bahía de Algeciras con un activo comercio marítimo
Se halla situado a unos dos kilómetros de la costa y de la desembocadura del Guadarranque
Según recientes estudios, la llegada de los primeros navegantes fenicios a las tierras del Estrecho y a las costas gaditano-onubenses tuvo lugar en el siglo IX a.C. Los navegantes semitas ocuparon los promontorios costeros y las islas situadas a poca distancia del litoral, fundando factorías que, en ocasiones, se correspondían con poblados indígenas ubicados en las cercanías y con los que mantenían relaciones comerciales e intercambios culturales que produjeron profundas transformaciones en la estructura social, el urbanismo y el pensamiento religioso de las comunidades locales.
Tras la llegada de los primeros colonizadores fenicios se asiste a un período de afirmación y control del territorio con la instalación de pequeños centros de apoyo al gran movimiento colonizador que se iniciaría a finales del siglo VIII a.C. Posteriormente, estos asentamientos se fueron consolidando hasta convertirse en colonias permanentes, a veces de carácter mixto (semitas e indígenas), transformadas en focos de comercio (salazón de pescado y minerales a cambio de artículos de lujo, telas, tintes, cerámica, etc.) y de intercambios culturales en todos los órdenes.
Como en otras zonas del litoral andaluz, la línea de costa de la bahía de Algeciras presentaba importantes variaciones con respecto al litoral que hoy conocemos. A falta de los estudios geológicos que lo confirmen, se puede decir que la bahía, en los momentos en que se inicia la colonización fenicia, se prolongaba en dirección noroeste ocupando parte de los valles de los ríos Guadarranque y Palmones que desembocaban ambos formando un gran estuario actualmente colmatado. Situación similar se daría, según Carlos Gómez de Avellaneda, en la ensenada de Getares, donde un estuario se extendería sobre el actual valle bajo del río Pícaro. Esta línea costera nos llevaría a buscar los posibles asentamientos fenicios en la cumbre de colinas que dominaban en la antigüedad abrigados puertos naturales, pero que se encuentran en la actualidad a uno o dos kilómetros tierra adentro, como ocurre con el yacimiento de Cerro del Prado (San Roque).
Para Enrique García Vargas, en el seno de la bahía de Algeciras, sin duda la zona con mejores condiciones del Estrecho en la Antigüedad para establecer un puerto, desaguan los ríos Palmones y Guadarranque, cuyas desembocaduras han creado un complejo sistema de marismas y saladares. La posibilidad de disponer de salinas, un recurso fundamental para la producción a nivel industrial de salazón de pescado, sería otro de los valores de la bahía algecireña a la hora de elegir lugares para el establecimiento de colonos y de industrias salazoneras.
En la Antigüedad, como ahora, el gran puerto natural de la bahía de Algeciras representó un enclave de enorme trascendencia para el desarrollo de las comunicaciones marítimas entre el sur de la Península Ibérica y el Norte de África y para las conexiones de larga distancia entre el Mediterráneo Oriental y Central y los puertos fenicio-púnicos de la metrópoli gadirita. Al proceso de exploración de las costas y de elección de determinados lugares para instalarse (islas y promontorios costeros) debió acompañar un ritual religioso que asegurase el éxito de la elección y la neutralidad del asentamiento frente a las poblaciones indígenas. Al margen de la necesidad de poner los puertos y fondeaderos bajo el amparo de alguna divinidad, todo comerciante marítimo sabía que el esfuerzo y las inversiones realizadas para lograr llenar las sentinas de sus barcos de productos adquiridos en las lejanas costas de Occidente, se podían ir al traste si en el viaje de vuelta su embarcación era asaltada por piratas o acababa naufragando. Era, por tanto, vital asegurarse la protección de los dioses para que éstos velaran por la embarcación y su preciosa carga. Dicha protección se lograba mediante el "pago" de un tributo (ofrenda) en lugares señalados como "santuarios". Uno de esos santuarios estaba situado en la cueva de Gorham, en el litoral mediterráneo del Peñón de Gibraltar.
Al margen de la ocupación de esta cueva, en la que se han hallado cerámicas fenicias y de tradición tartésica y exvotos de origen egipcio, considerada como un “santuario” por los primeros navegantes que cruzaron el Estrecho, el asentamiento portuario estable de los fenicios se localizó en el cercano Cerro del Prado, descubierto por el geólogo Menanteau y el arqueólogo Tejera Gaspar en el año 1975. Este importante yacimiento fenicio se halla ubicado sobre la cima de una colina a unos trescientos metros de la orilla izquierda del río Guadarranque y a unos dos kilómetros de la costa actual y de la desembocadura del río, pero que en el siglo VII a.C. se encontraba situado en el litoral del gran estuario que ocupaban los valles bajos del Guadarranque y del arroyo de Madre Vieja.
Se logró documentar un poblado con casas de paredes de piedra y barro dedicado a la agricultura y a la pesca, pero en el que la actividad comercial debió representar un importante recurso económico. Cerro del Prado se hallaba emplazado sobre un promontorio de fácil defensa a cuyos pies se extendía un puerto natural situado en el centro del estuario. Estaba bien conectado con el interior del territorio a través del valle del Guadarranque y por vía marítima con las restantes colonias semitas que jalonaban la costa malagueña-granadina y, más allá del Estrecho, con las colonias de la fachada atlántica marroquí y con la gran metrópoli de Gadir, centro del comercio con Tartesos.
Los diversos materiales recuperados sitúan la vida activa del asentamiento entre los siglos VII y VI a.C., con continuación en la época fenicio-púnica hasta mediados del siglo IV a.C. Dichos materiales son de diversa tipología (cerámicos, metálicos y cultuales). Se documentaron numerosos restos de cerámica de barniz rojo, pintada a imitación de la cerámica griega, ánforas datadas en el siglo VII a.C., fragmentos de otras más tardías y lucernas. Algunos de los materiales cerámicos son importaciones fenicias de Oriente (costa sirio-palestina) y otros de producción local o regional. Destaca entre los objetos exhumados en el yacimiento, el llamado Toro de Cerro del Prado, que se expone en el Museo de Cádiz. Se trata de una pequeña figura de toro fundido en bronce, realizado a la cera perdida, de excelente ejecución y calidad, echado, con la boca cerrada, la cabeza ligeramente recogida sobre el pecho y la cola enrollada encima del lomo. Según el arqueólogo Jorge Maier, recuerda a los toros de los capiteles hallados en los palacios aqueménidas. Esta figura debió formar parte de algún objeto o conjunto dedicado al culto. Otras imágenes de toros, de bulto redondo, grabadas o en relieve, se han hallado en yacimientos orientalizantes y tartésicos, como el de Safara (Portugal), también echado, o el de Alcalá del Río, de similar postura.
Cerro del Prado se ha de considerar el primer enclave portuario establecido en la bahía de Algeciras que desarrollaba un activo comercio marítimo que complementaba con la explotación de recursos marinos (pesca), como lo atestiguan los anzuelos de bronce y los restos de ánforas del tipo A-4 de Mañá-Pacual, dedicadas al transporte de salazones a partir de finales del siglo VI a.C. A mediados del siglo IV a.C., transformaciones sufridas por la línea de costa, probablemente por la colmatación del estuario del río Guadarranque y del arroyo de Madre Vieja, obligaron a los habitantes de Cerro del Prado a abandonar la colina sobre la que habían estado establecidos, al menos desde el siglo VII a.C., trasladándose a un cerro situado a unos dos kilómetros hacia el sur, junto al litoral y a la desembocadura del río donde hoy se hallan los restos de la ciudad púnico-romana de Carteia.
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