Sasha y su hijo, refugiados ucranianos en Algeciras: "El 24 febrero, nuestra vida se detuvo"

Las víctimas de la guerra de Putin

Periodista y refugiada ucraniana, llegó a la ciudad nada más comenzar la guerra: "Era necesario olvidarse abruptamente del presente, dejarlo todo y simplemente huir, salvarse a uno mismo, a nuestros hijos"

Versión original del artículo de Alejandra Ivanchikova

Alejandra Ivanchikova, Sasha, en la puerta del hostal donde vive en Algeciras / Erasmo Fenoy
Alejandra Ivanchikova | G.s.g.

13 de noviembre 2022 - 03:00

Se llama Alejandra Ivanchikova, pero la conocen por el diminutivo Sasha. Vive desde el pasado mes de febrero junto a su hijo León, de apenas dos años, en uno de los hostales que rodean el mercado Ingeniero Torroja de Algeciras. Cuando estalló la guerra en Ucrania, huyó hasta la frontera con Polonia y tomó el primer autobús que salía hacia el oeste sin conocer su destino.

El 1 de abril, poco después de que Sasha saliera de su país, tras intensos combates, el ejército ucraniano confirmó que Izium, la ciudad donde residía, estaba bajo control ruso. Según las autoridades locales, el 80% de los edificios residenciales fueron destruidos durante los combates.

En Ucrania, Sasha se ganaba la vida como periodista. Necesita volver a trabajar y escribir, confiesa. Poco a poco, va aprendiendo español. En la habitación del hostal con ventanas al mercado donde reside, ha escrito el artículo que reproducimos a continuación. Ya se prepara junto a León a pasar la Navidad lejos de su familia y amigos.

Sasha y León en la plaza del mercado Ingeniero Torroja en Algeciras / Erasmo Fenoy

El testimonio de Sasha

No destacamos entre la multitud. Somos fáciles de detectar entre los transeúntes. Cabello recogido en una cola de caballo o un moño espeso, ausencia total de maquillaje en la cara, ropa sencilla, a menudo deportiva. Y, lo más característico: una mirada preocupada y distante, como si no estuviéramos aquí, no en el tiempo, sino en otro lugar. Caminamos rápido, casi corriendo. Corriendo por las acogedoras y hermosas calles de la ciudad, vislumbramos a algecireños alegres y sonrientes que están sentados en silencio en las terrazas, disfrutando de un café y un delicioso almuerzo. Nadie tiene prisa, todos disfrutan de la vida, saborean el momento, aprovechan el presente y hacen planes brillantes para el futuro. "Cómo me gustaría sumergirme en esa atmósfera de una vida tranquila", pensamos al pasar... y seguimos con nuestros asuntos.

Hasta hace poco, también estábamos en casa, en nuestro país natal: vivíamos, amábamos, criábamos a nuestros hijos, íbamos de compras, acudíamos a nuestro trabajo, nos reuníamos con amigos los fines de semana en los mismos acogedores cafés. Y hacíamos planes. Grandes planes. Ir al mar, construir una casa, hacer reformas y, posiblemente, dar a luz a más niños. No teníamos miedo a soñar porque sabíamos que todos nuestros planes se cumplirían, que nuestros anhelos se convertirían en una gozosa realidad. Pero llegó el 24 de febrero... Un día laborable, ordinario, en mitad del invierno. Sin embargo, para muchos comenzó con noticias inquietantes, interminables llamadas a amigos y familiares y una absoluta incomprensión y negación de lo que estaba sucediendo. Había estallado una guerra en nuestro país. "No puede ser, es imposible, se trata de un error”, pensábamos.

"Pero llegó el 24 de febrero... Un día laborable, ordinario, en mitad del invierno. Había estallado una guerra en nuestro país"

En ese momento, nuestra capital fue bombardeada y se registraron las primeras bajas entre la población civil. En ese fatídico día, nuestra vida se detuvo. Era necesario olvidarse abruptamente del presente, dejarlo todo y simplemente huir, salvarse a uno mismo, a nuestros hijos. Hacer todo lo posible para que nuestros niños no vieran cómo volaban las bombas, no escucharan las explosiones desgarradoras y no se quedaran atrapados bajo las ruinas de nuestras propias casas, junto a mamá y papá. Mi hijo, por desgracia, ha pasado por todo esto. Ver a tu bebé de dos años, sentado en el suelo de la cocina, temblando y agarrado a su papá con todo su cuerpecito, e incluso parecer que no respira a causa de un miedo punzante... No existe algo más terrible en la vida. Dios no lo quiera, ni una sola alma pequeña e inocente debería experimentar tal cosa. Sin pensar, apoderada por el miedo, a toda prisa, recoges las cosas y los documentos más necesarios y huyes de este horror. Te lanzas a lo desconocido. Así fue el trágico comienzo de nuestro nuevo escenario de vida. El escenario de la vida de millones de ucranianos.

Y aquí seguimos. Ya a salvo pero, por costumbre, estamos alerta a cada sonido y susurro. Ya no nos gustan los cohetes ni los fuegos artificiales porque nos recuerdan el horror que nos vimos obligados a soportar. ¿Y todo por qué? Porque una criatura inhumana quería más poder, dinero y tierra fértil. A él no le importa nuestro presente ni futuro, ni nuestros hijos, no le importa que hayamos perdido la vida por completo. O que tengamos que construirla desde el principio.

Sasha y León, sonriendo en primer plano / Erasmo Fenoy

La rehacemos en estrecha conexión entre nosotros, pero cada uno de una manera diferente. Cada uno de nosotros tiene su propio destino y su propio camino de vida. Hay personas que ya tienen nietos, pero no conocen el calor materno en sus vidas. Hay mujeres divorciadas que, desde hace tiempo, están acostumbradas a hacerse cargo de sus propias vidas, sin depender de nadie. Los hay jóvenes y solteros que sueñan con un amor grande y puro. Hay quienes ya conocieron ese amor. También están aquellos que, al mudarse a otro país, al experimentar la tragedia, han comprendido que a su lado no hay una persona querida.

Todos nos despertamos por la mañana y escuchamos las voces de los demás habitantes del pasillo común. Al fin y al cabo, vivimos en un hostal. Hemos olvidado nuestras cómodas casas y apartamentos. Pero no nos quejamos y comprendemos todo. El destino de los refugiados es éste: durante mucho no tendremos un hogar. Hay, no obstante, un techo sobre nuestras cabezas.

"Hemos olvidado nuestras cómodas casas y apartamentos. Pero no nos quejamos y comprendemos todo. El destino de los refugiados es éste: durante mucho no tendremos un hogar"

Hora del desayuno. Café o te, cereales o un bocadillo, quizás una tostada con mermelada, y aquí estamos, llenos de energía, comenzando un nuevo día. Un día de descubrimientos, curiosidades, buenas y malas noticias, nuevos conocimientos, nuevas dificultades y, por supuesto, nuevas victorias. Cada uno tiene lo suyo. Pero todos tenemos una cosa en común: estamos constantemente en contacto con familiares, amigos y familiares. Nos preocupamos y buscamos la manera de estar juntos, extrañamos y esperamos reencontrarnos. Al mismo tiempo, aprendemos a vivir el hoy, el aquí y el ahora. Para muchos, esto es una dura ciencia. Después de todo, estábamos acostumbrados a mantener nuestras vidas bajo control, a ser independientes, estableciendo metas y yendo hacia ellas, estábamos acostumbrados a soñar y hacer planes.

Aquí, por desgracia, no somos responsables de nuestras vidas. Dependemos de otras personas y de la organización que nos ayuda, dependemos de las circunstancias. Vivimos con la sensación de que estamos siendo arrastrados por una corriente impetuosa y nos vemos obligados a nadar y resistir. Después de todo, aún no poseemos las habilidades de natación necesarias y no podemos superar los elementos por nuestra cuenta. Tratamos de acostumbrarnos a la nueva vida, gente y circunstancias. Todos los días tratamos activamente de unirnos a la vida cotidiana de los algecireños. No llores, no te enfades y no te deprimas. Y si estamos tristes, que sea a solas, en el silencio de la noche.

Durante el día vivimos una vida activa y llena de acontecimientos. Aprender algo nuevo, dominar habilidades desconocidas. Por supuesto, el manejo del idioma se ha vuelto primordial. En los cursos de español, somos los estudiantes más diligentes y responsables. Después de todo, entendemos cuánto lo necesitamos y todos los días nos enfrentamos el problema de la barrera del habla y la incapacidad de comunicarnos con claridad. Hay tanta gente interesante, abierta y amigable alrededor y ni siquiera podemos charlar. "¿Cómo te llamas? Ucraniana and no itiendo", ésas son todas nuestras frases. Ahí es donde termina el diálogo y comienza la confusión total y el deseo de huir. Pero estamos estudiando afanosamente y, muy pronto, seremos libres para charlar con la población local.

"Aquí, por desgracia, no somos responsables de nuestras vidas. Dependemos de otras personas y de la organización que nos ayuda, dependemos de las circunstancias"

Por supuesto, también nos enfrentamos a muchos problemas cotidianos: ¿Dónde está el centro de empleo? ¿Cómo conseguir una cita con un médico? ¿Qué hacer si te quedas sin dinero en tu teléfono? ¿Cómo llegar al centro comercial? ¿Cómo inscribir a un niño en la piscina municipal? ¿Cuáles son los horarios de los autobuses? ¿La playa está lejos o puedes ir caminando? ¿Cómo abrir una cuenta bancaria? Agradecemos sinceramente a las personas que nos ayudan en la adaptación. Nuestros hijos se están incorporando activamente a la vida cotidiana española junto con sus madres. Van a la guardería, a la escuela, a los clubes. También aprenden español, por supuesto. Encuentran amigos, se desarrollan y, lamentablemente, cada día se olvidan más y más de su hogar.

El almuerzo está programado cada día a la misma hora. Y después de eso, nuestro hostal parece congelarse. Tiempo de relax. Cada uno en su propia habitación. Alguien estudia, alguien duerme, alguien se comunica con sus seres queridos o mira las noticias. Ver las noticias se ha convertido para nosotros en el mismo ritual ordinario y cotidiano que una ducha. Con renovado vigor seguimos cada día. Limpiar o ir a la tienda, nadie ha cancelado las tareas rutinarias. En el torbellino de las preocupaciones, no nos damos cuenta de cómo pasa el tiempo.

En la cena conjunta, como siempre, nos reunimos entre las paredes de un comedor común. Tenemos nuestra propia atmósfera allí. Intercambiamos noticias e impresiones del día, las madres intentan alimentar a sus pequeños inquietos y los niños corren y gritan, sintiéndose los protagonistas en medio de las mesas. Todo es ruidoso, fatigoso pero, al mismo tiempo, inexplicablemente cómodo.

"En el torbellino de las preocupaciones, no nos damos cuenta de cómo pasa el tiempo"

La tarde fresca desciende suavemente sobre la ciudad. Es el momento de dar un paseo antes de acostarse y terminar el día con el ritual habitual. La rutina lo es todo. Hábito, costumbre, repetición. Esas son las palabras con las que vivimos. El llamado día de la marmota. Pero, hasta ahora, es el mejor escenario para nosotros. Nos acostamos con la esperanza de un nuevo día luminoso, lleno de acontecimientos, descubrimientos agradables y cambios inesperados.

Sasha lleva viviendo en Algeciras desde que abandonó Ucrania en febrero / Erasmo Fenoy

Deseamos "buenas noches" no solo a nuestros compañeros de hostal, sino también a familiares y amigos. Es triste que solo mentalmente. Pero abrazándolos y besándolos en nuestros sueños, esperamos que muy pronto podamos sentir su calor. Buenas noches, querido pueblo, que el Señor guarde vuestra paz y vuestro sueño. Despierta mañana bajo los rayos de sol que brillan a través de la ventana, y no con explosiones y sirenas aullando. Dulces sueños, mis amores. Estamos aquí, separados. Somos activos, pero estamos encadenados. Sociables, pero no habladores. Preocupados, pero centrados en lo esencial.

En estrecha conexión con los que alguna vez fueron extraños, todos hemos tejido una nueva vida. Nos ayudamos, apoyamos, juntos experimentamos todas las alegrías y tristezas. En Ucrania decimos: "Gloria a Ucrania, gloria a los héroes". Al recordar esta frase, nos damos cuenta de que cada uno de nosotros somos un héroe a nuestra manera. Incluso un niño de dos años que ya ha vivido demasiados sobresaltos en su corta vida. Y que todavía no sabe coger bien una cuchara, sino besar y abrazar a su madre, como diciéndole: "No tengas miedo, no estás sola, yo estoy contigo”.

"Cada uno de nosotros somos un héroe a nuestra manera. Incluso un niño de dos años que ya ha vivido demasiados sobresaltos en su corta vida"

Y una madre con tres hijos, que no se rinde, encuentra la fuerza para construir una nueva vida. E incluso si llora en silencio, furtivamente, temerosa de perturbar el sueño de los niños. Y una anciana que fácilmente podría disfrutar de su jubilación, cultivando rosas y jugando con sus nietos, pero se ve obligada a adaptarse a una nueva vida, un nuevo lenguaje y una nueva mentalidad.

Todos somos héroes de nuestro país, en el pasaporte y en el alma. Todos luchamos por la libertad, mental y física. Corriendo en esta rápida corriente, no sentimos ni la orilla ni el fondo. Pero todos aprendemos a nadar para no ahogarnos, para controlar hábilmente las olas del devenir y navegar con seguridad hacia una vida tranquila y feliz.

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