Que las campanas suenen por Paco de Lucía
Reloj de la Palma
José Luis Pavón y AEPA trabajan para dar al reloj de la Palma el toque del genio de la guitarra
El relojero mayor enseña los engranajes del monumento, desconocido para muchos algecireños
Algeciras/Es algecireño. Especial, pero de padre inglés. Lo diseñó George Gram en 1741 y hace más de doscientos años que da la hora a un pueblo que apenas lo conoce. Construido en 1771, no fue instalado hasta 1804. Es una máquina imponente: reloj mecánico de tres carretes, movimiento, sonerías de cuartos y toques de horas completas. Pero sus campanas suenan en una ciudad que apenas lo conoce.
Su estado actual es el mismo que mostraba en el siglo XVIII. Mejor, incluso, para José Luis Pavón, compañero del reloj de la iglesia de la Palma desde hace más de medio siglo. “Los tres martillos están completamente separados, porque antes de que hubiera electricidad ya estaba aquí el reloj y las campanas se tocaban desde abajo, cuando Pablo el campanero jalaba desde abajo a través de las troneras. Cuando había repique o cualquier cosa, nos llamaban a los niños de la academia Gómez para ayudar a arreglarla”. De entre los que subían a socorrer el reloj solía tomar el mando un José Luis adolescente que, con lo que había aprendido de su padre y abuelo, ya apuntaba maneras. Hoy, es ese niño el que planifica una última innovación para el reloj al que ha dedicado su vida.
Que Paco dé la hora
Con 350 socios, la Asociación de Emprendedores del Patrimonio Algecireño (AEPA) cuenta con José Luis Pavón como vicepresidente. “Uno de los patrimonios más importantes de Algeciras es el reloj y la membresía del relojero mayor nos permite disponer del artilugio para asociaciones que vienen de fuera y gente local que lo quiere ver”, valora Antonio Gil, presidente de la asociación.
Nacida en 2015 con la razón de defender y difundir el patrimonio de Algeciras, AEPA desarrolla una labor diversa en cuanto, mientras da continuidad a los estudios ofertados en el colegio de adultos Juan Ramón Jiménez, organiza talleres y visitas a colegios para explicar el legado de Algeciras a niños de 4º de Primaria.
Este año, AEPA tiene como meta ponerle los toques de Paco de Lucía, algo similar a lo que se hace ya en la plaza de las Tendillas de Córdoba. “Se nos aprobó y en ello estamos. Celebramos la idea con unas campanadas infantiles en diciembre. Creo que va a ser inminente ya”. El reto: que un reloj bicentenario toque la guitarra como el genio. “El reloj no se puede tocar. Sería a través de la electrónica, o de ondas electromagnéticas, que es como suena el Ángelus”, sopesa el maestro relojero, anhelante por seguir mimando a la máquina con las tecnologías más novedosas.
El hombre que nació debajo de un despertador
“Yo he sido un relojero toda la vida. Nací debajo de un despertador, como se suele decir”, se presenta Pavón, un algecireño que, aunque naciera en Huelva, como él dice, la gente de Algeciras, como la de Bilbao, nace donde le da la gana. De niño, dedicaba las tardes a aprender de su padre y abuelo, maeses relojeros. “Yo tuve en mi casa una trilogía: un padre, un maestro y un amigo. Mi padre me lo enseñó todo, para mí era un dios”.
Con 17 años, cuando estudiaba peritaje en la academia Gómez, “se fastidió todo”. Su padre murió y Pavón se quedó solo. Sin nadie ni nada, arreglando relojes. Ahora, a sus 79 años, es relojero mayor de Algeciras y Tarifa y el año pasado fue nombrado Hijo Adoptivo de Algeciras. Ingenioso pero no ingeniero como se define, tiene la vena docente por el rector de la Universidad de Cádiz y estudia relojes como el de Alcalá de los Gazules y Málaga.
Hoy, hace 65 años desde que José Luis Pavón descubriera un reloj moribundo dentro de la torre. Seguía operativo, pero en un estado lamentable. “En el año 1956, esto andaba con pegotes de grasa. Un día dejó de tocar los cuartos, luego la hora; se paraba cuando le daba la gana. El mantenedor, Domingo Martín, a veces subía tres o cuatro veces al día porque se le paraba el reloj y lo tenía que empujar para que anduviera”.
“Antes de morirse del todo, pasé años peleándome con todo dios para poder restaurarlo. Pero en este pueblo no se fían de nadie y yo no era la excepción. Pues les dieron porras”. La restauración de la iglesia y la torre de 1998 le pareció una oportunidad para reclamar atención para el reloj. Después de pedir permiso a la Junta de Andalucía y al obispado de Cádiz, un arquitecto de la diócesis lo visitó ese mismo año. “Me dijo: «Como te voy a tapar la torre, puedes hacer con ella lo que quieras. Y encima, te voy a pagar las esferas»”, recuerda.
Pavón pronto congregó un equipo que, de forma altruista, arreglara el reloj. Entre ellos, Pepe Martí Perles, otro inventor, autor de una reproducción de Los Arcos donde el agua fluye como antiguamente. El 3 de agosto, el equipo empezó a desarmar el reloj. Tardaron 144 días. El maestro calcula que habrían tardado menos, pero decidieron limpiar las piezas más delicadas (la clavija, la noria-escape) con ultrasonidos, “algo que todavía no se hacía mucho en aquella época. Lo que hicimos nosotros aquí en 1998, eso sí que no lo ha hecho nadie. Fíjate el Big Ben, que lo van a cerrar dos años. Y este en cinco meses estaba más que resuelto”. Los aceites también se trataron hace 20 años para quitarles los azufres. Pero el cambio más impresionante no se hizo sobre el reloj, sino en la cámara que lo cobija.
Lo propuso el jefe de obra. Conforme aquello iba cogiendo color, empezó a salir a la luz un bronce brillante que alentó a Pavón a querer seguir mejorando la restauración. Además, arriba, el hombre que daba cuerda apenas podía andar por dos tablas de andamio que había. Llamó a Remigio el Niño, ingeniero naval del varadero El Rodeo, quien envió al maestro calafateador. Acompañado por un aprendiz, empezó a tomar medidas y le propuso: “¿Tú quieres que te haga el camarote de un yate? Ayudaría a mejorar la temperatura en verano y en invierno”. “Eso está hecho ya”, respondió Pavón con pocos miedos. Y aquí está el yate, sin motor y dentro de un reloj.
Las esferas las hicieron en la Escuela de Arte y Oficio, en metacrilato. Por dentro son opacas y se ven perfectamente los números y por fuera son satinadas para que el polvo no se quede depositado. “Eso lo estudiamos bien para que fueran como son, las más limpias de toda Europa”. Los números, Jaime Pérez Ramos, maestro herrero, enseñó a los niños a hacerlos con pelos de segueta. Gastaron cerca de 400.
En el cuerpo del reloj, la complejidad en habitación. “Ahora empezará a andar esta parte de aquí, que son los cuartos. Automáticamente, el cuarto le dice a la hora que ande en aquel lado. Es muy bonito de ver”, dice Pavón, con los ojos clavados en el movimiento de los engranajes, después de casi siete décadas presenciando el espectáculo. “¡Ya va a caer! Cada golpecito de la lenteja es un segundo”. Las 3.972 piezas sincronizadas, cada una haciendo lo suyo. De esas, solo 214 asoman a la Plaza Alta. ¡Ni un puzle, José Luis! “¿Qué puzle? Yo puedo con esos puzles y con más. Mi obsesión ahora es hacer uno de 36.000 piezas”.
Arriba, en el campanario, Ceuta y Gibraltar escoltan la atalaya y sus tres campanas. El reloj toca los cuartos en las campanas Mª Auxiliadora y San Pedro y las horas en la dedicada a Ntra. Sra. de la Palma. La última, de 1156 kilos, data de 1868, el año de La Gloriosa.
“Esto es una obra de arte y la mayoría no sabe lo que tenemos aquí. Te vas a Francia o Suiza y todos los relojes están puestos al día. Y este, uno de los más exactos, uno de los más grandes de Europa, de los mejor mantenidos... Es el único del mundo dentro del camarote de un yate y muchos algecireños ni saben qué hay aquí dentro”.
La asignatura pendiente de Algeciras
Hace 20 años, el reloj era un coto cerrado donde nadie subía. Hoy, aunque el acceso sea sencillo y tanto el Juan Ramón Jiménez como AEPA estén abriendo las puertas a cada vez más visitantes, las entrañas de la torre de la iglesia de la Palma siguen siendo, para Gil y Pavón, la asignatura pendiente de los algecireños.
“Me han llamado de Información y Turismo para hacer visitas, porque en septiembre, que es el Día Mundial del Turismo, quieren hacer una visita como todos los años. Les he dicho que me traigan azafatos, yo les enseño el tema y que vengan a enseñarlo ellos. Porque yo voy para arriba ya y sería una pena decir que no a quienquiera que me llame”. Aunque, por ahora, no será el relojero el que ponga obstáculos: “El reloj es del pueblo y, como es del pueblo, estoy obligado a venir a enseñarlo cada vez que alguien me diga que quiere venir a verlo”.
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