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La repoblación de la Algeciras cristiana (1344-1369)

Algeciras Musulmana y Cristiana

Capítulo 17. Tras la entrada de Alfonso XI en la ciudad, debían reemprenderse las seculares funciones portuarias y urbanas como había sucedido con Córdoba, Sevilla, Jerez o Tarifa

Los términos de Algeciras cristiana desde la conquista de la ciudad por Alfonso XI en 1344 hasta su pérdida en 1369.
Antonio Torremocha

27 de julio 2019 - 04:00

Algeciras/La campaña de Algeciras, que se había prolongado por mar y tierra durante veinte meses, y la posterior desarticulación de la sociedad musulmana a consecuencia de la diáspora de todos los moradores de la ciudad hacia el Magreb o hacia el reino de Granada, provocaron la desaparición de las estructuras político-administrativas y económicas que habían caracterizado a la ciudad, base naval musulmana y cabecera de los territorios situados al norte del Estrecho, a lo largo de seiscientos treinta años. Cuando Alfonso XI, acompañado de los nobles, eclesiásticos y caballeros extranjeros que habían participado en el cerco, entró en la ciudad el 28 de marzo de 1344, Algeciras, en poder de Castilla, debía reemprender de nuevo las seculares funciones portuarias y urbanas como había sucedido, en el pasado, con otros enclaves musulmanes como Córdoba, Sevilla, Jerez o Tarifa cuando fueron conquistados por los antepasados del rey castellano-leonés que había logrado rendir Algeciras. Las primeras actuaciones de Alfonso XI, una vez que hubo tomado posesión de la ciudad, fue establecer un concejo municipal (constituido por catorce regidores) encargado de su gobierno, proceder al repartimiento de las casas y propiedades de la misma y dotar a las autoridades locales de unas normas legales para asegurar la buena administración y el control de una sociedad que, por su cercanía a la orilla africana y a los territorios del reino de Granada, presentaba enormes dificultades de cara a su repoblación y una inestabilidad crónica inherente a la condición social de los nuevos pobladores, pues aunque los inmuebles (casas, alcázares, baños, molinos, alhóndigas y mezquitas) eran entregadas a grandes señores y a miembros destacados de la Iglesia, éstos no acudían a vivir en la ciudad, sino que era gente de baja extracción social la que se atrevía a residir en un lugar tan expuesto.

Para asegurar la posesión de Algeciras, una ciudad que contaba con un perímetro defensivo de casi cinco kilómetros, que había albergado una población -en los meses del asedio- cercana a las treinta mil almas (según la Crónica castellana) y que se hallaba peligrosamente situada muy cerca del territorio enemigo y alejada de los principales centros urbanos de la Andalucía cristiana, se necesitaba atraer suficiente número de repobladores-guerreros con los que poder acometer la defensa de la plaza, asegurar el mantenimiento y reparaciones del recinto amurallado y reactivar la actividades industriales, comerciales y portuarias que habían sido la base económica de la ciudad durante los siglos anteriores. Sin embargo, a pesar de los esfuerzos de los monarcas castellanos -sobre todo de Alfonso XI, a cuyas instancias se erigió la diócesis de Algeciras-, y de haberse procedido a un primer repartimiento de la ciudad -del que sólo se conservan noticias indirectas, pues no se ha hallado el “Libro de Repartimiento”-, de favorecerse el establecimiento de colonias de mercaderes catalanes y genoveses en la ciudad y de otorgarse un ordenamiento regio especialmente dirigido al gobierno del nuevo concejo, la repoblación de los territorios fronterizos cercanos al Estrecho sería lenta y siempre insuficiente. La mayor distancia de las nuevas tierras conquistadas con respecto a las zonas de origen de los repobladores, la escasez de hombres disponibles, el aislamiento de la ciudad y de su alfoz desde el punto de vista geográfico (rodeada de ásperas sierras), la proximidad de potentes enclaves musulmanes como Gibraltar y Ceuta, la perniciosa incidencia de las crisis de subsistencia y, sobre todo, dinástica (guerra civil entre el rey Pedro I y su hermanastro Enrique de Trastámara), iban a convertir en infructuosos los esfuerzos de los reyes y de la iniciativa privada por repoblar la ciudad de Algeciras y su extenso término.

Imagen de la Virgen de la Merced, patrona de Jerez, que, según la tradición, procede del convento mercedario de Algeciras fundado en 1345.

En cuanto a su función portuaria, se mantuvo durante la etapa cristiana de la ciudad en torno a su puerto interior y a los arsenales que, desde el siglo X, existían en ella. El concejo municipal nombrado por Alfonso XI estaba obligado a tener armadas y listas en las atarazanas, a sus expensas, dos galeras para unirlas a la flota del rey de Castilla cuando éste las reclamara. En el año 1360 era alcaide de las atarazanas de Algeciras un caballero llamado Martín Yáñez y, cinco años más tarde, estaba al cargo de estos arsenales un tal Ruy García.

Debido a las quejas de algunos buenos ciudadanos residentes de Algeciras, el 4 de febrero de 1345 Alfonso XI otorgó un Ordenamiento Regio de contenido breve, dirigido a todas las ciudades del reino, pero especialmente al concejo y la ciudad de Algeciras, en la que la falta de una legislación local, la heterogeneidad y, en ocasiones, proclividad a la rebeldía de los repobladores y la necesidad de respaldar las decisiones de los jueces frente a estos grupos de población con un pasado delictivo, requerían una normativa severa sobre organización judicial y orden público que lograra mantener el control de unos repobladores no siempre dispuestos a seguir los mandatos emanados de las autoridades locales o territoriales.

A la general crisis económica y demográfica documentada por las fuentes escritas desde, al menos, principios del siglo XIV, se vino a unir, a partir de 1348, los brotes de la llamada Peste Negra cuyos efectos fueron catastróficos en algunas zonas de Andalucía. La investigación ha constatado el abandono de numerosos lugares que quedaron convertidos en despoblados. Además del prolongado brote epidémico de 1348-1350, se han documentado otros en los años 1363-64, 1367, 1373, 1380, 1393 y 1399, cuyos efectos debieron ser también devastadores, puesto que no sólo impedían la formación de excedentes de población que pudieran ser enviados hacia los nuevos territorios conquistados, como era la zona del Estrecho, sino que provocaron el despoblamiento o el abandono de enclaves recientemente repoblados.

Entre 1345 y 1369 se sucedieron años de carestía e inestabilidad que obligaron a abastecer a los pobladores de Algeciras de trigo desde Sevilla y Jerez. Una fase crítica se localiza entre 1345 y 1348. En las Cortes de Burgos de 1345 los procuradores de las ciudades se quejaban de que “en este año en que estamos fue muy gran mortandad en los ganados, y otro si la cosecha muy tardía por el muy fuerte temporal que ha hecho de muy grandes nieves e de grandes hielos…”

Un ordenamiento regio trató de ordenar la proclividad a la rebeldía de los repobladores

Tras la muerte de Alfonso XI en 1350, la pugna entre el rey Pedro I y los trastamaristas desembocaría en una larga guerra civil. Este enfrentamiento repercutiría negativamente en el proceso de consolidación de las ciudades cercanas al Estrecho, intensficando las dificultades para su repoblación y provocando un peligroso estado de indefensión de tan estratégicos enclaves.

En el caso de Algeciras, a pesar de los esfuerzos del rey Alfonso XI por atraer pobladores a la ciudad con el repartimiento de fincas, el establecimiento del obispado en abril de 1344 y de sendos conventos de mercedarios y trinitarios en el año 1345, los impedimentos antes mencionados imposibilitaron que se consolidara una población estable que debía estar constituida por agricultores, ganaderos o mercaderes al mismo tiempo que ejercían de hombres de armas, lo que desembocó, pasados veinticinco años, en que la ciudad que tantos esfuerzos había costado al rey Alfonso XI tomar volviera de nuevo a poder del Islam.

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