'Roando' latas
Tribuna de opinión
La vida evoluciona y las antiguas tradiciones desaparecen o se transmiten y, entonces, se transforman generación tras generación
En esto de las latas, la evolución y el cambio son manifiestos
Cuando las latas suenan, la magia despierta en Algeciras
Algeciras/Cuando uno llega a viejo -así, sin circunloquios-, a menudo le asaltan recuerdos de la infancia. A veces surgen de manera espontánea, traídos por el viento, por el olor de la brisa marina y la brea, por el color gris y las formas de las nubes del levante, por el petardeo del motor de una hoy inusual traíña, o por los rayos del sol estival sobre una pared encalada. Otras vienen de la mano de algún acontecimiento que se repite en una fecha señalada. La Navidad es uno de ellos.
Los villancicos siempre me trasladan a mi pueblo, Algeciras, con las comparsas y rondallas, la de Maza de Lizana y la de Juanito Casas, que ensayaba en la taquilla del cine Sevilla, frente a mi casa. Recuerdo a los paveros de largas cañas por las calles -¿ven que viejo es uno?- y cuando huelo una copa de anís, aunque sea agosto, me acuerdo de la gente que pasaba por mi puerta cantando de madrugada y rascando con una peseta la botella de Anís del Mono. Y como no, sin esfuerzo aún me veo con mis amigos roando latas, así lo decíamos nosotros, la víspera de los Reyes Magos. Me permito decir roando y no rodando, primero para ser más fiel a mis recuerdos y luego, porque el uso continuado de una palabra permite que se le caiga una letra sin desdoro, eso que los filólogos denominan evolución fonética.
En mi infancia no había tantas latas como ahora. En realidad hoy vivimos entre latas de refrescos, tomate, sardinas, cerveza, de zurrapa y lomo en manteca blanca y qué sé yo cuantas otras cosas. Echen un vistazo a su alacena. Pero entonces no era así. Yo usaba las pocas latas de leche condensada y de carne con bí que traían de Gibraltar y me guardaba mi tía Ana. A veces, para hacer más ruido, Pepe Calderón famoso por sus "callos y caracoles" nos daba latas grandes de atún que aún olían a eso mismo. Las atábamos a una cuerda y recorríamos la calle desde el cruce con San Antonio hasta su terminación, frente a la fachada lateral del Casino Cinema. Nadie nos habló del gigante Botafuego ni de la penuria económica de aquellos días, ni nuestros padres intervenían para nada, ni nadie nos convocaba a un concurso de latas. Solo pretendíamos divertirnos, hacer ruido, llamar la atención y quizás en nuestra ingenuidad, "dar la lata" a ver si los Reyes se mostraban generosos. Pero la vida evoluciona y las antiguas tradiciones desaparecen o se transmiten y entonces cambian y se transforman generación tras generación. En esto de las latas la evolución y el cambio son manifiestos.
Es sorprendente ver cómo este acontecimiento con repercusión nacional, convertido en espectáculo, convoca cada año a miles de niños, padres, abuelos y demás parentela en un acto convocado y organizado por el Ayuntamiento con banda de música, lluvia de caramelos y desembarco de los Reyes Magos entre un estruendo de latas y muy visible presencia de las numerosas autoridades locales. Aunque muchos niños arrastran modestos rosarios de latas de colorines, abundan las complejas y vistosas construcciones donde se aprecia la destreza y el ingenio de padres que quizás sin saberlo, compiten para hacer destacar a sus niños. Incluso en los últimos años se ha establecido un concurso de esculturas de lata con unas bases y unos premios. En todo esto existe originalidad y seguramente un efecto beneficioso sobre la cultura popular y la cohesión social pero se ha perdido la espontaneidad e inocencia que tenían aquellas mañanas de la víspera de la Epifanía. En todo caso es la evolución inalterable de los acontecimientos.
No quiero parecer el cascarrabias melancólico que piensa que cualquier tiempo pasado fue mejor, pero me preocupa este exceso de artificio y de tutela y protagonismo por parte de nuestros gestores de una fiesta en origen tan sencilla y simpática. Decía Marcuse, un filósofo de la universidad de California de moda cuando yo ya había dejado de roar latas, que no hay ninguna radicalidad que no sea digerida y absorbida por la sociedad capitalista. Para entendernos, que nuestras sociedades desarrolladas se acomodan modificando los deseos, adaptándolos ofreciendo una ilusión de libertad, de creatividad, novedad y glamur, cuando en realidad nos sustraen el germen original de nuestra cultura y tradición. En fin, espero que los Reyes Magos les hayan traído muchas cosas buenas hayan o no roado latas. Esto solo es otra forma de verlo.
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