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Así salvó la vida el hombre atrincherado en La Bajadilla

Al sur del sur

Joaquín Llanos, inspector jefe de la Policía Nacional y valioso psicólogo mediador, fue la persona clave que puso fin a un episodio que se prolongó durante más de seis horas

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Dos agentes de la Policía Nacional dialogan con el hombre atrincherado en el tejado de la calle Teruel. / Jorge Del Águila

Algeciras/El lugar, una reducida azotea con apenas 3 metros cuadrados para poder moverse, en un edificio de cuatro plantas de altura. Calle Teruel, en La Bajadilla (Algeciras), distante unos centenares de metros de la humilde y olvidada casa natal de Paco de Lucía. Desde las 13:30 -cuando salió huyendo después de que unos agentes que patrullaban de paisano tratasen de identificarlo en la calle- a Eduardo (nombre ficticio) apenas le separa de la muerte un metro de distancia. Varias veces amenaza con lanzarse al vacío si algún policía se le aproxima, con el riesgo de que, en la caída, agarre y arrastre consigo al agente.

Quienes conocen y tratan con el inspector jefe Joaquín Llanos están curados de espanto si, a mitad de un almuerzo, deja sin explicaciones los cubiertos sobre la mesa y sale pitando tras recibir una llamada requiriendo sus servicios, a veces a cientos de kilómetros. Así sucedió ese día, el pasado miércoles 13, cuando abandonó un curso en la Comisaría de Algeciras y se presentó ante Eduardo cara a cara. Esta vez, nada de hacer beber mucha agua a la persona atrincherada para obligarla a orinar y a bajar la guardia; la táctica era convertirse en su primer aliado.

Eduardo: sin familia, sin empleo, consumidor de sustancias estupefacientes y con tres tentativas previas de suicidio a sus 34 años

Extremeño, afincado en Algeciras desde hace años y destinado en la actualidad en la Comisaría de La Línea, Llanos es psicólogo y miembro de la Red Nacional de Negociadores de la Policía Nacional. No en vano, el 30 de noviembre, fue el encargado de impartir la lección inaugural del centro asociado de la UNED en Algeciras con una ponencia titulada La comunicación como estrategia.

Fue él también quien, en octubre de 2022, detuvo a un menor de edad de origen magrebí en la Piñera tras apuñalar mortalmente a Jesús Maya frente a la parroquia del barrio. Su rápida y brillante actuación evitó un baño de sangre en el barrio, entre clanes marroquíes y gitanos. Cuando hace unos meses se celebró el juicio que condenó al arrestado, los Maya recibieron al inspector jefe a las puertas del Juzgado de Menores de Algeciras como un héroe. Cosas que pasan.

El de Eduardo era "un caso multicausal, diagnosticado con trastorno límite de la personalidad y celotipia" (celos patológicos), según constaba en el completo informe que desde la prisión de Botafuegos se había hecho llegar a la Policía, de acuerdo al protocolo de actuación antisuicidios. Su novia, sobre la que tenía una orden de alejamiento pero que estaba presente en la calle Teruel, le había dejado hacía poco tiempo y su madre había fallecido hacía año y medio. No solo no había pasado el duelo, es que ni tan siquiera lo había asumido ni iniciado. Por ahí fue por donde Llanos encauzó su estrategia, apoyado en todo momento por sus compañeros de Seguridad Ciudadana y de la Unidad de Delincuencia Especializada y Violenta (UDEV) de Algeciras, de los que fue su jefe y a quienes considera su familia.

Sabía que, si le cogían, no iba a salir de entre rejas hasta cerca de los 50. “Es que voy a estar mejor muerto, es que estoy sufriendo”, gritaba entre sollozos

Sin familia, sin empleo, consumidor de sustancias estupefacientes y con tres tentativas previas de suicidio a sus 34 años, ni el pasado ni el presente de Eduardo tenían algo remotamente positivo. Al día siguiente era su cumpleaños. La primera vez que fue recluido en un centro de menores por la comisión de un delito fue con 14 años y, cuando el miércoles fue localizado, le quedaban aún siete años de prisión por cumplir, a lo que se le sumaban seis causas pendientes. Carne de cañón en estado puro. Sabía que, si le cogían, no iba a salir de entre rejas hasta cerca de los 50. Eduardo era consciente por completo de su panorama y de lo que le esperaba. “Es que voy a estar mejor muerto, es que estoy sufriendo”, gritaba entre sollozos.

El primer paso dado por la Unidad de Prevención y Reacción (UPR) de la Policía Nacional había sido fijar un círculo de seguridad en la calle, cortar el tráfico y quitar de en medio a los curiosos para evitar que alguien resultase herido y Eduardo, al igual que sucede con otras personas atrincheradas, se sintiese durante unas horas un líder con el control de la situación. Está fuerte y es ágil: en su huida había ido pasando de edificio en edificio, saltando una medianera tras otra, hasta quedarse sin salida.

Llanos tenía claros los pasos a dar. Al tratarse de un espacio abierto, de nada habría servido para reducir a Eduardo el empleo de gases lacrimógenos; también se descartó usar una pistola táser (de descarga eléctrica) ya que los ganchos no hubiesen prendido en la ropa impermeable que llevaba. "Solo quedaba hacer encaje de bolillos con el poder de la palabra, sin precipitaciones", asevera el inspector jefe.

Un abrigo, un cigarrillo y un breve encuentro con la ex novia para que se abrazasen pusieron el punto final

El mediador recurrió a la figura de la madre fallecida para convencerle, para que reflexionase y alcanzase las conclusiones por sí mismo: “¿Qué te diría ella? ¿Que te vienes conmigo o irte en sentido contrario?”. A partir de ahí, le dijo, una vez en prisión, podría rehacer su vida aprendiendo un oficio en los talleres que se imparten. Es el llamado efecto Papageno, por el que la persona ve una alternativa a la muerte. "Nada de mirar hacia atrás, de seguir escondiéndote de la Policía como una rata", le espetó Llanos a Eduardo. Le insistió en que, en la cárcel, también podría tratar su drogodependencia. Y aprender a pasar el duelo por quienes ya no están.

“Eduardo, vamos a dejar de perder el tiempo, vamos a hacerlo bien y no des más el espectáculo, que la gente del barrio, con todo lo que te ha arengado, ahora que cae la noche y el frío, no sale nadie. Al final, somos nosotros los que estamos contigo. Nadie te va a tocar”, le insistió el inspector jefe. Un abrigo, un cigarrillo y un breve encuentro con la ex novia para que se abrazasen pusieron el punto final. Para Llanos, la secuela es una severa ronquera, producto de las bajas temperaturas y de hablar, a veces a gritos, durante más de seis horas en mitad de la noche. Así, hasta la siguiente vez.

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