Por el Secano y el Hotel Garrido
Campo Chico
Las carreteras creadas por la Dictadura de Primo de Rivera se trazaron sobre calzadas romanas
Un promotor inmobiliario, llamado Garrido, construyó unos hotelitos donde la ciudad se acababa
Algeciras/Hace un lustro bien cumplido que me referí al ciprés de los pantanos que hay junto al edificio de Correos en el Secano. Los botánicos han bautizado a esta especie con el nombre latino de Taxodium distichum y aunque es originaria de América está muy extendida en Europa, particularmente en España. Los amantes de los árboles dicen que es el árbol más bello del mundo. Sus raíces son profundas y verticales, y su presencia indica de manera inequívoca la existencia abundante de agua en el subsuelo. Bien saben los constructores que en Algeciras corren las aguas subterráneas que es un primor, tanto que suponen una dificultad añadida a la cimentación de obra nueva.
Otro árbol monumental próximo es el que está junto al antiguo retén de la policía municipal, que ha sido destinado para albergar el memorial Paco de Lucía. Tanto estos como otros que andan repartidos por las proximidades del Secano, fueron plantados en parcelas, generalmente grandes, asociadas a otras tantas viviendas unifamiliares de las “afueras” de la ciudad.
La carretera nacional 340, de Cádiz a Barcelona por Málaga, es la más larga de su género en España. Ya sustituida en parte o en paralelo por autopistas y autovías, es la única de sus características que aún conserva un tramo de circulación de dos direcciones, precisamente en el Campo de Gibraltar, entre Algeciras y Vejer. Es la carretera con peor fama y la más tenida por peligrosa de las llamadas generales. Su construcción tiene su origen en el plan diseñado y puesto en marcha por el Gobierno, en 1926, en tiempos de la Dictadura del general Primo de Rivera (1923-1930). La Asociación Española de la Carretera se refiere a aquel plan, en un pequeño comentario titulado “1926. El Circuito Nacional de Firmes Especiales”, señalando que “fue el proyecto que permitió cambiar radicalmente el estado de nuestras carreteras”.
Un viajero inglés (¿?), Charles L. Freeston, recorrió, hace casi un siglo, en la primavera de 1929, las carreteras españolas y escribió un libro, bastante desconocido, en inglés, titulado Las carreteras de España: un viaje de 5.000 millas en el nuevo paraíso del turismo (The roads of Spain: a 5000 miles' journey in the new touring Paradise). El interés de Freeston por nuestra red de carreteras nacionales se debía a la buena fama que adquirieron en la Europa de entreguerras y a una invitación que le hizo el embajador de España en el Reino Unido, Alfonso Merry del Val, que aunque nacido en Londres, pertenecía a una aristocrática familia sevillana.
El viajero inglés (¿?) se puso a la labor y se hizo más de ocho mil kilómetros observando el trazado y el estado del firme de las principales carreteras españolas. El título del libro es bien explicito de la buena impresión que le produjo lo que vio y la consideración que le mereció España: “el nuevo paraíso del turismo”. Pero, además, es curioso que el autor se refiriera con notable antelación a lo que luego fue, a las posibilidades turísticas del país, cualificándolo nada menos que de paraíso. Freeston escribiría lo siguiente: "Es de estricta justicia decir que España ha dado un paso de gigante en el acondicionamiento de sus carreteras y que con tal energía se han llevado a cabo los trabajos, y con tan buen sentido, que las carreteras españolas pueden ser consideradas en verdad como las mejores del mundo".
Vaya Vd. a saber si, muchos años más tarde, no se inspiró en las palabras de Freeston el ministro Manuel Fraga Iribarne, al convertirse en titular de la cartera de Información y Turismo en el verano de 1962. En esos años sesenta, Fraga ordenó el desarrollo de una intensa campaña que con el lema “¡Spain is different!”, alcanzó a todos los rincones del planeta y supuso situar a nuestro país, en poco tiempo, en el liderazgo del turismo mundial. Fraga, catedrático en 1953 y hasta 1987, de Teoría del Estado y Derecho Constitucional de la Facultad de Ciencias Políticas y Económicas de la Universidad (Complutense) de Madrid (antes lo sería de Derecho Político, en 1948, de la de Valencia), fue una figura fundamental en la preparación anticipada del cambio de régimen político, que llegaría con la Transición hacia la democracia iniciada en 1975 en el seno de las Cortes Generales del llamado Movimiento Nacional.
Precisamente, casi al mismo tiempo que Fraga se convierte en catedrático de la más importante universidad española, desaparece el consulado de España en Gibraltar, que cerró sus puertas el 30 de abril de 1954, estando bajo la responsabilidad del ministro plenipotenciario Ángel de la Mora Arena. La insólita institución se crearía tres años después, en 1716, de la firma del Tratado de Utrecht. El cierre definitivo del consulado, después de otros varios temporales, cuya existencia no encaja en el no reconocimiento de la soberanía británica sobre la colonia militar de Gibraltar y mucho menos en la actitud de España frente a su estatus, quizás sugiriera al ministro Fraga –diplomático además de catedrático– la idea de disponer de una figura no muy bien definida, que desempeñara un papel parecido al de un testigo oficioso de la realidad que generaba la incidencia de la colonia en la Comarca.
En ese cauce se situaría la figura de Fernando Segú Martín, un periodista catalán, que dejó una huella indeleble en la comarca y aún hoy forma parte sustancial de los círculos madrileños asociados de un modo u otro al Campo de Gibraltar. Segú acompañó a Fraga, en 1966, durante los sucesos de la localidad almeriense de Palomares, cuando dos aeronaves de la Fuerza Aérea de Estados Unidos, un avión cisterna y un bombardero, colisionaron en vuelo al realizar una maniobra de abastecimiento de combustible, provocando la caída al mar de cuatro bombas termonucleares.
El general Primo de Rivera, bajo cuya autoridad se organizó una red de carreteras que fue admiración del mundo entero, pertenecía a una familia ligada, sobre todo, a Jerez, pero también a Algeciras, donde su hijo José Antonio, de pequeño, en “el polvorín”, más allá del cementerio viejo, se alejó del grupo de adultos con el que estaba y a punto estuvo de perderse o quizás de caer al mar por el acantilado. Se había distraído contemplando una pequeña cánula por la que corría agua procedente de un manantial subterráneo.
El general había sido destinado a Algeciras en 1905, cuando José Antonio tenía dos años. A su cargo estaba el batallón Cazadores de Talavera nº 18 y residió durante su estancia, que duraría a intervalos hasta 1908, en el magnífico edificio que ocupa la manzana que, al costado de la Plaza Alta, se sitúa en el callejón que hoy lleva su nombre. José Antonio sería fundador de Falange Española, cuyo liderazgo desempeñó entre 1933 y 1936, año en que sería condenado a muerte y fusilado, en un plis plas y tras un juicio de dudosa fiabilidad, por el Gobierno de la República.
Las carreteras creadas por la Dictadura de Primo de Rivera se trazaron sobre las antiguas calzadas romanas, de tal forma que atravesaran un buen número de ciudades, porque de lo que se trataba era de procurar que éstas se beneficiaran del tráfico. La N-340, que tenía en La Vinícola, ante el Patio del Loro, el km 106, parte de su kilómetro cero en Puerto Real y termina en el 1.248 en Barcelona. Transcurría con su actual trazado a orillas de Los Guijos, Los Pastores y la Piñera, entrando por el puente Matadero y siguiendo por el Secano paralelamente a las murallas andalusíes, hasta dejar a un lado la Fuente Nueva para adentrarse en el Hotel Garrido, la Bajadilla a su izquierda y Málaga en el objetivo.
De Cádiz (Puerto Real) a Barcelona, la N-340 atraviesa 150 municipios en diez provincias y cuatro comunidades autónomas, siempre asociadas al litoral mediterráneo, tras nacer y recorrer las orillas de la costa atlántica gaditana. Yo diría que con la Ruta de la Plata, de Sevilla a Gijón (717 km), se forma el par de carreteras más importante de la península.
La N-340 a su paso por Algeciras serpentea entre el flanco marino y el rural. La privilegiada situación geográfica del Campo de Gibraltar hace que pueda darse una doble percepción de la rica realidad de nuestra ciudad. Los vecinos del lado este del Secano se sienten de la costa, frente a los del oeste, mejor dispuestos a identificarse con la vida rural. Se aprecia bien esa dicotomía en el maravilloso libro de Juan Ignacio de Vicente y Pedro Ríos, El Río de la Miel, al que me referí en este mismo recuadro a poco de empezar la primavera, el 26 de marzo del pasado año. El hecho de haberse desarrollado la infancia y juventud de sus autores, respectivamente, a unos metros del mar y en El Cobre, supone para ellos una añadidura de naturalidad al relato, fruto de sus propias vivencias.
El Hotel Garrido, etapa terminal de la carretera como vía urbana, debe su nombre a sus orígenes, en la primera y segunda década del siglo pasado, cuando a resultas de la Conferencia de 1906, Algeciras pasa a ser objeto de deseo de emprendedores y de iniciativas públicas. Un promotor inmobiliario construyó una serie de hotelitos para alquilar donde la ciudad se acababa. Se apellidaba Garrido y de “los hoteles de Garrido” –con ese ánimo de simplificación tan nuestro– acabose en Hotel Garrido.
La creciente población de Algeciras a partir, sobre todo, de 1940, hizo muy solicitada la oferta de viviendas de alquiler, y la escasez de disponibles provocó un efecto llamada sobre promotores inmobiliarios y contratistas, que encontraron en la ciudad un espléndido espacio de negocio. Recuerdo especialmente, por la amistad que tuvieron con mi familia a Manuel Garzón y a su esposa, Teresa, que procedentes de Sevilla alquilaron una casa en el nuevo barrio “de las afueras”. Uno de sus hijos, Juan, creo que era el mayor, se echó novia en Algeciras, mientras probaba a ser torero. Coincidió en la afición con Luis Marquijano, uno de los pocos tangerinos que se han vestido de luces, y el sanroqueño Paco Garcia (Trevijano), pero ninguno de ellos remató la faena. Fue para bien, porque los tres hicieron mucho y bueno en la Comarca. Juanito Garzón se hizo cargo de la papelería Ango, a la jubilación de Antonio Gómez, su propietario, en la calle Ancha, y luego regentó un estanco, un poco más allá en la misma calle. Muy integrado en la ciudad, fue una figura destacada en el movimiento cofrade de Algeciras.
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SUPLEMENTO
Llegan al Campo de Gibraltar días muy especiales con grandes eventos para toda la población