Teatro de Barrio Vivo, un medio para la prevención y la terapia en Algeciras

Cultura

Los participantes en el taller encuentran estímulos y círculos de nueva vida en la expresión teatral

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El grupo de teatro de Barrio Vivo en la sala de atrezzo.
El grupo de teatro de Barrio Vivo en la sala de atrezzo. / Erasmo Fenoy
Fernando Silva

08 de noviembre 2023 - 02:00

Un niño puede pasar de cortar piezas de hachís a trabajar en una pizzería, ya siendo joven, sí, lo que significa un cambio radical en su vida, lejos de un círculo de vida dañino e ilegal y dentro de un camino nuevo, con sus dificultades, pero muy alejado del riesgo de la cárcel. En el tránsito entre una y otra situación intervienen personas y hechos, entre ellos la coordinadora antidroga Barrio Vivo de Algeciras y sus actividades de prevención en las que el teatro es un instrumento de transformación.

El grupo de teatro de Barrio Vivo tiene una antigüedad de treinta y tres años. Es, desde casi los comienzos del movimiento ciudadano contra el tráfico y consumo de drogas, el núcleo de voluntariado más activo de la coordinadora que proyecta y desarrolla actuaciones para la prevención, la formación y la integración mediante programas propios o en colaboración con otras entidades.

Primero fue la información que daban dos ex toxicómanos en una oficina instalada en el edificio La Escuela. Pero había que dar un paso más hacia la acción para evitar nuevos contagios y para promover una cultura de inclusión en la sociedad. Fue Miguel Alberto Díaz, ahora también, como entonces, presidente de Barrio Vivo, quien le preguntó a Carmela Berrocal. La respuesta fue el teatro como medio para prevenir, para llegar a niños y adolescentes de barrios marginados del reparto de oportunidades legales y de una vida sana frente al consumo de drogas o al dinero fácil, la riqueza rápida que exigía entrar en la delincuencia, principalmente el narcotráfico. Los jóvenes estaban muy expuestos a quedarse fuera de espacios comunes para la gran mayoría y había plena conciencia sobre este problema con el que no se ha acabado. Corría el año 1990 del siglo pasado.

“Comenzamos a trabajar en La Piñera, en el colegio Alfonso XI y en el Virgen del Pilar, en San Bernabé y en la biblioteca de El Saladillo. Ahí empecé yo sola a hacer talleres”, cuenta Carmela Berrocal, una mujer de mucha reflexión y de más acción, alma del grupo de teatro de Barrio Vivo. Le podíamos decir directora, que lo es, pero en este movimiento los cargos importan menos que en otro tipo de organizaciones.

Carmela Berrocal.
Carmela Berrocal. / Erasmo Fenoy

Ella vivió la experiencia de un joven, en una improvisación, invitado a exponer su día a día, empezando por el desayuno. “¿Qué harías tu cuando te levantas?”, le preguntó. El niño empieza a poner la mesa y empieza a cortar. “¿Qué es lo que estás haciendo?”, le preguntó Carmela. “Estoy cortando las posturas de hachís”, le respondió. “A mí me impacta, claro”, nos cuenta. Al niño no, es su normalidad, pero a partir de ahí hay que trabajar.

¿Cómo se actúa en esos casos? “A través de dinámicas, planteando temas como qué es lo que hacen yendo en autobús. Vas creando situaciones a ver cómo responden, o creas un conflicto, un debate. Lo que vas haciendo es sacarle una información, de manera muy sutil, de lo que viven, y le ayudas, sacándoles de su lugar, que se relacionen con grupos con más normalidad”, relata Berrocal.

Los cambios en los comportamientos son lentos, se consiguen muy poco a poco. Hay a quien le invade el desaliento, pero no a Carmela: “A mi me decía una compañera mía que se había planteado muchas veces si realmente conseguíamos el impacto en las barriadas, con todo lo que vemos. Si yo no creyera que nuestro trabajo sirve ya no estaba aquí, y por qué lo creo, porque me veo a chavales que dormían en la calle, que los he tenido también, y los he visto trabajando en una pizzería de la Plaza de Andalucía. Me los he encontrado, me cuentan su vida actual. Su familia puede seguir en la misma situación, pero ellos ya han salido. O una chica, que pertenecía a una familia desestructurada, que ahora termina arte dramático en Málaga, y que tiene un camino. Está cantando. O sea, que sí, que hay un impacto de nuestro trabajo en esas personas”.

Fran, Abel y Mari.
Fran, Abel y Mari. / Erasmo Fenoy

Anabel es una de las actrices más veteranas. Llegó al grupo a partir de un curso de biodanza, como algunos de sus compañeros: “Hay una cosa que imagino que nos pasa a todos. Es la pregunta que nos hacemos a veces. Dios mío, por qué nos hemos metido en esto. Antes de empezar te quieres morir, pero no sé, llegas al escenario, no ves a nadie porque no ves caras, solo ves luces y empiezas tú a transformarte, a hacer el personaje, y desaparecen los miedos por completo. Y luego la convivencia. Somos un grupo humano precioso. Es que te engancha. Trabajo a turnos y siempre pienso, a ver el año que viene. Pero no lo dejo”.

El movimiento contra las drogas y su acción preventiva a través del teatro tuvo su época dorada. “Estábamos en casi todos los sitios, en San José Artesano, Bajadilla, Piñera, Saladillo, con un equipo de diez monitores, donde todavía el voluntariado se podía pagar sin hacer contrato. Lo que nosotros hacíamos era una bonificación por la gasolina y el tiempo que se le dedicara, que tampoco era mucho”, cuenta Berrocal. Era una época en la que emergía el teatro en Algeciras a través de La Algarabía, el Teatro Estable, luego el Aula Municipal de Teatro, con personas como Alfred Radford, José Luis Múñoz, Mari Eugenia Ferrera, Pedro Delgado. Luego llegó la crisis económica de 2008, que repercutió en muchas asociaciones. Decaen las subvenciones y con ellas la prevención que se realizaba en las barriadas. Desaparecen entidades y se reducen los programas de actuación.

“No podíamos intervenir en todas las barriadas y nos preocupó qué iba a pasar si no estábamos haciendo ese trabajo en esas zonas. Sí, se ha notado. Los niños ya han cambiado, no juegan tanto en la calle, la captación para que vengan al taller te cuesta más trabajo”, reconoce Berrocal.

Fadua, Mari, Mari Ángeles y Fran, del grupo de teatro de Barrio Vivo.
Fadua, Mari, Mari Ángeles y Fran, del grupo de teatro de Barrio Vivo. / Erasmo Fenoy

De esa época arranca el grupo de teatro. Ahora trabaja todo el año, no solo en sala, sino que promueve un teatro social con voluntariado, con el apoyo permanente del Ayuntamiento de Algeciras. Se ha ido transformado desde su creación con más adultos. Puntualmente, cuando hay programas en marcha, se interviene en barriadas, como ocurre ahora en Los Toreros o en La Piñera, al mismo tiempo que acuden a distintos lugares de la ciudad a actuar, por propia iniciativa o para colaborar con otras entidades y en fechas señaladas. Ofrecen performances, o lo que es lo mismo, actividades artísticas que tienen como principio básico la improvisación y el contacto directo con el espectador. Zapatos rojos es una de las más reconocidas, montada con la bailaora Mercedes Alcalá y la cantaora Alicia Carrasco, para evidenciar la existencia de la violencia machista.

Mari y Fadua, del grupo de teatro de Barrio Vivo.
Mari y Fadua, del grupo de teatro de Barrio Vivo. / Erasmo Fenoy

Fran, que llegó rebotado del mundo carnavalesco, representa en Zapatos Rojos a un maltratador, tan bien metido en su papel que impone verlo. “Fue a raíz de la pandemia, de conocerme realmente y de saber lo que era el teatro. En este momento me atrae mucho el autor, lo que quiere transmitir con su obra, estudiarlo a él y a sus personajes, investigarlo, intentar transmitirlo. Me tomo en serio el papel de maltratador porque quiero comunicar cómo actúan ese tipo de personas. Cada vez hay nuevos retos”, cuenta.

“A mi me captó Carmela –dice Fadua, joven y risueña-. Vine a hacer el curso de monitora de ocio y tiempo libre. En un trabajo de mesa salió el teatro, y dije que era mi ilusión hacerlo. Pensé que nunca me iba a llamar. Me llamó y vine. Estoy muy agradecida porque me ayudó a sanar, porque en esa época de mi vida era todo muy turbio. Me ayudó a sanar y a saber que no tenía un círculo único, sino que había otros, que se podía salir de ahí. Aparte he ganado el compañerismo, esta es otra familia también”.

Olga, Francis, José y Tatum.
Olga, Francis, José y Tatum. / Erasmo Fenoy

Tatum, que combina sus papeles de monitora y de actriz, comparte familia teatral y familia propia: “Cuando llegamos de Sevilla yo solo era mamá, y todo era estar en casa. De repente, gracias a Carmela estoy aquí. Me enganché al teatro y me da vida. Es terapia porque lo necesito para recargar pilas, tanto dirigir a niños y adolescentes como recibirlo yo. El teatro y la biodanza me ha soltado el cuerpo. Todo esto en mi vida es como un puzzle que encaja y que me viene genial”.

Azulina no es su nombre, pero todos conocen a Mari Ángeles por ese apodo, ganado por el color de su pelo. Es viuda y lleva un año en Barrio Vivo. “El teatro ha sido como liberarme, como quitarme una mochila de lo alto. A mi me ha dado seguridad. Cuando subo al escenario no soy ni Azulina ni María Ángeles, soy mi personaje. He aprendido mucho. El teatro es cultura”, confiesa.

Hay muchas razones por la que entran en el grupo de teatro de la coordinadora antidroga. Olga y su hermano Francis, ambos invidentes, llegaron de La Perseverancia, grupo de la ONCE, que dejó de existir: “Yo me consideraba muy tímida. Desde que conocí el teatro no lo abandono. Estoy muy agradecida de estar aquí porque nos ayudan mucho a mi hermano y a mi. Al no ver, están pendientes. Si es verdad que nosotros aportamos que se puede hacer teatro de otra manera. Quiero decir que nosotros nos tenemos que aprender el texto en braille, cuando estamos ensayando tenemos que marcar en el escenario dónde están las cosas, tenemos que memorizar dónde están las entradas y salidas. Es tanto lo que me da el teatro que me ayuda también a tener más movilidad y poder trasladarlo a mi vida. Y la magia del teatro. Sobre el escenario ves, ves como ve tu personaje, aunque mis compañeros piensen que me voy a caer cuando me acerco demasiado al filo del escenario. Tenemos otras capacidades. Medimos el espacio”.

Timidez es un obstáculo que han vencido varios miembros del actual grupo entre los que está Mari: “Mis hijas me dicen que me admiran porque nunca hubieran pensado verme en el escenario, porque muchas veces ellas han hecho de madre mía, porque yo las mandaba a ellas a hacer cosas porque me daban vergüenza”. Carlos Soto, que siempre recuerda a José Luis Muñoz, ya fallecido, cuando se sube al escenario, era otra persona tímida: “Para mí siempre el teatro ha sido una superación, un crecimiento personal, superando mi timidez, a la que prácticamente ya le he dado la patada. Disfruto en el escenario. Siempre me quedo con una frase: no hay papeles pequeños, sino pequeños actores”.

Hay jóvenes que están apunto de alcanzar la mayoría de edad o que hace poco que la han superado, como Abel, que piensa que “cuanto más teatro, mejor”, o como Manuel, que lleva solo dos semanas en el grupo, admirado ya por la unión que ha comprobado que existe. Los hay más jóvenes, como Miguel Ángel, que se estrenó con los Pasos de Lope de Rueda, y que no piensa renunciar.

“Sufro, sufro, pero a la vez estás disfrutando. Hubo un tiempo de mi vida en el que dejé el teatro porque se dedica uno a ganar dinero, con clases particulares y para arriba y para abajo. Luego llegó un momento en el que mi vida dio un cambio muy grande. Necesitas algo con lo que venirte arriba porque estás mal. Como terapia, el teatro es inigualable”, expone José Joya, hijo con el mismo nombre de quien fue profesor de Lengua y Literatura de muchos algecireños, y uno de los más fervorosos promotores del teatro en la ciudad.

Lo importante es el grupo, más que las obras que montan. Y hay unión, mucha unión en un colectivo tan heterogéneo. “Eso es lo importante, el grupo, el equipo –afirma Carmela Berrocal con rotundidad-. No hay protagonista, no hay personaje menor. Así lo aprendí. Vengo de un teatro social donde no hay nadie que destaque más que nadie. Aquí todo el grupo hace que la obra suba”.

Hacer equipo, un objetivo que Barrio Vivo ha conseguido en su colectivo teatral y en muchas intervenciones en diferentes lugares de Algeciras. Todo empieza por llegar a divertirse, como explica Carmela Berrocal: “A través del juego y las dinámicas se desarrollan conceptos, se crean sinergias. Transversalmente estás trabajando en la prevención. ¿Cómo? A través de aumentar la identidad en el alumno, a través de juegos grupales se crean grupos de apoyo”. Y entonces se abre un camino de nuevas formas de vivir, de crecimiento personal.

El próximo estreno, un homenaje a Alfonso Jiménez Romero

El grupo teatral de Barrio Vivo estrena este miércoles, 8 de noviembre, Catalina y el diablo, una obra de Alfonso Jiménez Romero. Con este montaje, que presentarán en la sala del colegio Salesianos, quieren honrar al autor andaluz y rescatarlo del olvido. Alfonso Jiménez llenaba teatros en la década de los setenta del siglo pasado con sus montajes, tan recordados como Oratorio, a cargo de Teatro El Lebrijano, una formación en la que participaron José Luis Muñoz y María Eugenia Ferrero.

Natural de Morón de la Frontera, escribió varias obras junto a Francisco Díaz Velázquez, entre ellas La Murga, de la que el afamado Miguel Gila le pidió derechos para representarla en América. Alfonso Jiménez, que murió en el olvido en 1995, celebró como pocos el descaro de la cultura popular. En palabras del académico Rodríguez Almodóvar, “aportó a la cultura andaluza un concepto desconocido hasta entonces: la dramaturgia del flamenco”.

Francis, uno de los dos hermanos invidentes que son miembros del grupo de teatro de Barrio Vivo, subraya el estudio que han hecho de la tonadilla para representar Catalina y el diablo, como parte de la investigación que es necesaria en todo montaje. “Aparte de entretener, el autor sintetiza todo lo que representan sus personajes. Al ser una farsa es una burla de todos los poderes”, afirma.

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