Otros deportes
A VISTA DEL ÁGUILA
Además del fútbol, otros deportes despertaban el interés de muchos algecireños en unos años de introducción de nuevas prácticas que Miguel Ángel del Águila pudo fotografiar
En los años de la Transición, el fútbol seguía siendo el deporte que aglutinaba más adeptos, aunque en la ciudad se practicaban otros con la indisimulada afición a unos hábitos que tenían mucho de novedades importadas. Esto resulta una constante en la comarca, donde, desde principios del siglo pasado, el deporte tuvo mucho de asimilación de hábitos foráneos. Con acento inglés y a través de la verja de Gibraltar, llegó la afición por el balompié y las carreras de caballos; el tenis y el golf; el polo y las regatas fluviales; el senderismo y la caza según británicas maneras que tuvieron en Campamento y San García, en Guadacorte y el Cristina, en la Almoraima y en el Cobre, los espacios idóneos donde adolescentes atildados, con jerséis ingleses y altos calcetines blancos, ejercitaban unas actividades que acabaron extendiéndose a capas sociales cada vez más amplias.
En los años sesenta, la influencia sajona, la televisión y las peculiaridades geográficas de la zona impulsaron nuevas ejercitaciones que sedujeron a muchos jóvenes, los cuales vieron en el deporte una forma de abrir horizontes en un mundo dispuesto a los cambios. Miguel Ángel Del Águila tuvo la oportunidad de fotografiar algunas de estas tentativas.
Primeras equipaciones
En el invierno de 1963, el fotógrafo se desplazó hasta el final del parque. Allí, al lado de la OJE, frente a la hilera de plátanos aún sin hojas, se disponían unas pistas de baloncesto donde entrenaba el Picadero, equipo local de baloncesto. El nombre lo tomó del homónimo barcelonés que en aquellos años hacía sombra al Real Madrid y ganaba copas sin olvidar unos orígenes andaluces. En el equipo de la Diagonal tuvo su referente el entrenador local, Paco Prieto, que posa ufano con gafas de concha, estrecha corbata, pañuelo blanco, manos en los bolsillos y un cigarro en la boca. Hubo un encuentro con el Picadero catalán en Sevilla, tras un partido que acabó con un almuerzo conjunto en el hotel Cristina de la puerta de Jerez, donde se solicitó una equipación que los chavales algecireños estrenaron ufanos ante el fotógrafo: similares calzonas, botas deportivas, camisetas de tirantes, coloridos escudos de un equipo que acabó siendo considerado como filial. En el extremo derecho de la imagen, posa un joven encorbatado que cambió su afición deportiva por una guitarra a lo John Lennon y acabó convirtiéndose en destacado especialista en medicina interna y microbiología clínica. Fue quien solicitó a la mismísima duquesa de Alba, a instancias del entrenador, un balón oficial, un Pivot amarillo, que Cayetana Fitz-James Stuart hizo llegar hasta Algeciras, el primero de reglamento que botó en las pistas traseras del parque aquellas tardes de invierno.
Velas frente al Polvorín
Como ciudad costera habituada a vientos opuestos y cambiantes, en Algeciras arraigaron pronto los deportes del mar. A mediados de los setenta eran ya habituales las competiciones de windsurf y regatas de embarcaciones de vela que surcaban un mar no siempre en calma. A mediados de agosto de 1975, Miguel Ángel Del Águila se embarcó para fotografiar una competición de Optimist que tuvo lugar aquel año con motivo de las fiestas patronales. Media docena de cuadrilongas quillas navegaban con un poniente largo a estribor en paralelo a la línea de costa. Los jóvenes tripulantes enfilaban la proa hacia la bocana de un puerto aún lejano, frente al escarpe sobre el que se alzaba el llano del Polvorín, que llevaba desde el cementerio a la torre del Almirante. Una blanca caseta de carabineros custodiaba un árido y solitario camino que surcaban veraniegas suelas camino del Rinconcillo o ruedas de motos en busca de improvisados circuitos sobre las arenas rojizas de un terreno que ya se urbanizaba. Junto al blanco y solitario perfil de la iglesia de san Miguel y frente a un yermo cerro de los Adalides sobre el que se alzaba una ampliada casita de las Palomas, comenzaban a elevarse los nuevos bloques de san José Artesano: columnas de hormigón, paredes de ladrillo, travesaños de ramas de eucalipto y grúas de hierro hacían crecer niveles que ocultaban la sierra y escoltaban una carretera por la que circulaban escasos vehículos y un autobús vacío que retornaba a la Marina en busca de nuevos pasajeros con destino a la playa.
Entrenamiento público
En diciembre de 1977, cuando el fotógrafo tomó esta imagen, el concurso Torneo, de la televisión estatal, llevaba dos años en antena. Presentado por el veterano Daniel Vindel, famoso desde Cesta y puntos, a él se presentaban escolares de variados acentos para participar en diferentes pruebas. En Algeciras, un equipo del que formaba parte la recordada Susana Marcos, se entrenaba con más ilusiones que medios en espacios cuyas dotaciones dejaban bastante que desear. Sobre la zahorra con la que se cubrió el derribo de la Perseverancia, frente al acristalado parque de Bomberos, junto a unos álamos blancos recién plantados y de corta vida, un grupo de cinco deportistas se preparaba para la prueba de salto de altura. Dos gruesas ruedas de neumáticos ayudaban a calzar la gruesa colchoneta acostumbrada a incómodos desplazamientos; sobre un suelo de terrizo sobre el que nacían yerbas rastreras, con blancas zapatillas y pantalones oscuros, se adiestraban unas jóvenes para los saltos entre vehículos y motocicletas que circulaban ajenos a las tareas. Unas, guardaban cola; otras, charlaban animosas, sin apenas reparar en el intento de una compañera muy por encima del inestable listón que descansaba en la tierra. Ejercicios con telón de fondo urbano sobre un falso albero que había visto cómo los paseíllos se sustituyeron por fugaces entrenos a la vista de todos, sobre escenarios que tenían poco de televisivos y mucho de la ilusión que desprendían los primeros momentos de unas vidas a punto de comenzar.
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