Medio siglo de la nueva Escuela de Arte

A vista del Águila

Este viernes se cumplen cincuenta años de la inauguración del nuevo edificio de la Escuela de Arte

Miguel Ángel Del Águila captó aquellos tiempos de mudanzas e inauguraciones

Comitiva en la inauguración de la Escuela de Artes de Algeciras.
Comitiva en la inauguración de la Escuela de Artes de Algeciras. / Miguel Ángel Del Águila

La Escuela de Arte es una institución docente pública con largo arraigo en Algeciras. Sus orígenes se remontan a 1911, al reinado de Alfonso XIII, poco después de que se regularan estas enseñanzas. De titularidad y patrocinio del consistorio, quien debía encargarse de su financiación, conoció como primera ubicación el tramo alto de la calle Real, justo donde se produce la bifurcación que baja hasta el Mercado a través de Sacramento.

Se trataba de un vertical edificio dieciochesco de tres plantas cuyas crujías fueron testigos de enseñanzas y prácticas, claustros y reclamaciones sostenidas por docentes que se convirtieron en primeros adalides de la modernización de la ciudad: profesores, periodistas, aspirantes a escritores y artistas dieron vida a sus encalados muros y convirtieron el centro en referente cultural de una urbe que comenzaba a reconocerse a sí misma.

La antigua Escuela: retazos de interior

Entrada a la antigua Escuela de Arte.
Entrada a la antigua Escuela de Arte. / Miguel Ángel del Águila

En 1924, aprovechando las reformas del Estatuto de Enseñanza Industrial realizadas en tiempos de la dictadura primorriverista, la Escuela de Artes y Oficios de Algeciras se convirtió en Elemental de Trabajo. Seguía dependiendo del municipio; sin embargo, a pesar de las sempiternas estrecheces económicas, se consiguió un cambio de local que llevó consigo una mejora incuestionable en sus instalaciones. El centro abandonó la estrecha y oscura finca de la calle Sacramento y se trasladó a una noble y despejada casa de San Antonio esquina a Sevilla.

De planta cuadrada y amplia superficie, se dividía en dos plantas que giraban alrededor de un gran patio porticado. Allí se desarrolló la docencia durante cuarenta y siete años. En los primeros días de otoño de 1970, Miguel Ángel Del Águila cruzó el umbral del edificio que hoy lleva el pertinente nombre de la Escuela y captó esta imagen donde todo parece lo mismo, sin ser lo mismo. Por fortuna, la construcción se salvó de ser derribada y se ha convertido en raro resto de lo que la ciudad fue: un ejemplo de equilibrio y proporciones.

El oscuro zaguán limita con una primorosa cancela entreabierta que invita a pasar de la oscuridad a la luz: sol que ilumina un patio sin montera, que esquiva las ramas de un naranjo joven y cae sobre arcadas de cal y fustes de piedra. Un espacio familiar donde hoy no perviven los testimonios de su antigua función docente que transmite esta fotografía: la jardinera realizada por los alumnos de forja o la Venus de Milo y los tondos de escayola que sirvieron como modelos con los que ejercitar el principio de mímesis. Todo entre macetas de cintas y lámparas de techo con breves pantallas de pobres vatios, que servían para llevar luz a las sombras del arte.

El nuevo edificio

Aquella misma mañana de octubre, el fotógrafo se desplazó desde la calle de San Antonio a la antigua huerta del Mirador, donde se estaba concluyendo el nuevo edificio de la Escuela. Diseñado por Fernando Garrido, fue un innovador proyecto galardonado con el primer premio de arquitectura en la Exposición Nacional de Bellas Artes de 1968. El autor quiso desarrollar la idea de una caracola: una estructura abierta al mar por donde entraran sus ruidos y modulara la luz y los espacios. Tuvo que adaptarse a la fuerte pendiente del terreno, para lo que diseñó una amplia galería en forma de nueve por donde discurrían sucesivos planos de escaleras desde el porche truncado de la base a las disparejas torres de remate.

Actual Escuela de Arte, durante su construcción.
Actual Escuela de Arte, durante su construcción. / Miguel Ángel del Águila

La imagen capta las primeras gradas que parten de la actual sala Oblicua, tras la que se observa el monumento a la patrona erigido décadas atrás; el muro del antiguo estadio con su emblemática torre-marcador; los bloques lejanos de la barriada del Arroz y nuevos pabellones del colegio Virgen del Mar. En paralelo a la playa de los Ladrillos discurre vacía y desolada la carretera que llevaba hasta el cementerio, cuyas tapias blancas circundan sufridos cipreses de viento y sal, telón de fondo de una ciudad que tenía en su norte el camposanto.

La inauguración medio siglo después

El 18 de junio de 1971 amaneció caluroso. Un poniente en calma secó pronto los jardines y los suelos recién regados antes de que la comitiva inaugural llegara a la puerta principal del edificio, la que accedía al extremo más estrecho de la muy estética aunque poco funcional caracola en tierra. A pie de calle, el director del centro recibió al ministro de Educación y Ciencia y al alcalde de la ciudad y los tres encabezaron un cortejo que recorrió las nuevas instalaciones.

Fue un acto de postín: secretarios, subsecretarios, directores, subdirectores. Autoridades militares con impoluto uniforme de verano; clérigos con sotana, alzacuellos y agua para bendecir; docentes y periodistas, muchos periodistas con cámaras y libros de notas en los bolsillos de blancas saharianas. Desfile de chaquetas de alpaca, corbatas finas y claros trajes sin mangas aquella mañana de viernes, víspera de feria, de coronación, de cabalgata y de la inauguración del monumento a Alfonso XI, el rey que convirtió a la Palma en patrona.

Inauguración de la actual Escuela de Arte.
Inauguración de la actual Escuela de Arte. / Miguel Ángel del Águila

Desfile camino de un salón de actos donde sonaron por vez primera palabras oficiales y donde se firmó en libros de oro. Por suerte, la mañana fue luminosa y el sol de poniente caía de plano sobre los blancos muros y metros de cristaleras; por suerte, el recorrido fue exterior y todos pudieron contemplar el juego de volúmenes y vanos, el derroche de estética orgánica del varado caracol marino. El edificio se inauguró con pompa y circunstancia, cables y tomas, pero sin luz conectada que pudiera desleír las sombras.

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