El puerto pesquero

A vista del Águila

En los años en que Miguel Ángel del Águila lo fotografió, la pesca era uno de los puntales del puerto de Algeciras

El paso del Estrecho

Algeciras a babor.
Algeciras a babor. / Miguel Ángel Del Águila

Algeciras/Desde mediados del pasado siglo hasta bien entrada la década de los ochenta, el puerto de Algeciras no podía entenderse sin su actividad pesquera. En los años sesenta era el tercero de toda España en el volumen total desembarcado y fueron muchas las familias que acudieron a este sur al amparo de los noráis y de las quillas, las acedías y los calamares, las merluzas, chocos, agujas, rapes y gallinetas que eran descargados en los relucientes adoquines de unos muelles que no paraban de crecer.

Una relevante emigración de puertos levantinos llegó a la ciudad y se asentó en barrios como el de Pescadores o el del Arroz, donde muchos de sus vecinos comían ese alimento casi a diario cocinado según alicantinas maneras. Fueron largos años de intensos trajines que comenzaban en las horas más frías de las tempranas madrugadas: marineros, patrones, remitentes o transportistas hollaban los húmedos suelos de los muelles de Villanueva y la Galera camino de almacenes y lonjas donde arribaban toneladas de pescado antes de que posteriores restricciones en el caladero atlántico-marroquí provocaran la decadencia de un sector que Miguel Ángel Del Águila llegó a tiempo para fotografiar.

Quillas en la dársena.
Quillas en la dársena. / Miguel Ángel del Águila

Quillas en la dársena

El 4 de abril de 1971 amaneció con un poniente sosegado y claro. La lluvia de días anteriores había encharcado la tierra con la que se estaba colmatando el muelle de la Isla Verde y con la que se cubrían los viales del llano Amarillo. Los surcos de los neumáticos rebosaban de un agua que el viento terral oreaba, dejando nítido el perfil clausurado de Gibraltar, que solo podíamos ver de lejos.

En el puerto pesquero, sobre un mar plano y calmo, se reflejaban numerosas embarcaciones que entonces llenaban los muelles: bacas, traíñas, merluceras y marrajeras eran asiduas en el atraque en paralelo formando un civilizado y artificial bosque de mástiles y antenas, proas y amuras dobladas en el azogue quieto del mar. Junto a ellas se posan botes de luces con sus grandes faroles con los que se jugaba a crear multiplicados soles o tríos de lunas capaces de engañar a la socorrida pesca de la bahía.

Tras las catedralicias cubiertas de medio cañón de la lonja antigua; tras fábricas de hielo y tinglados portuarios, se yergue horizontal y ufana la nueva terminal de pasajeros, inaugurada apenas dos años antes, frente a la que muchos automóviles permanecen ordenadamente aparcados. Apenas hay grandes grúas, ni contenedores en un paisaje cercano y familiar, donde destacan el Ciudad de Tarifa, de accidentada historia, esperando llevar pasajeros a la otra orilla del Estrecho y el dragaminas Tambre, de la serie Bidasoa, al que ya le quedaban pocas misiones que cumplir y pocos contratiempos que sortear.

Regreso a puerto.
Regreso a puerto. / Miguel Ángel del Águila

Regreso a puerto

Caía una fría tarde invernal de enero de 1980 cuando el fotógrafo subió a los pisos superiores del paseo Marítimo para captar esta imagen de la rada portuaria más próxima a una ciudad que proyectaba en ella sus literales sombras vespertinas.

A pesar de que las expectativas de crecimiento del sector pesquero estaban ya amenazadas, toda la ampliación de la antigua dársena de Villanueva, que acabó adquiriendo el topónimo del llano Amarillo, aún desarrollaba funciones directamente relacionadas con la pesca.

La totalidad del cantil aparece orillado por nutridas embarcaciones que hasta en grupos de cuatro permanecen atracadas junto a unos noráis que todavía cumplían su cometido. Todo el primer tramo del Llano se utilizaba para roles pesqueros: automóviles que acercaban a los marineros hasta sus embarcaciones, barcas auxiliares varadas, casetas encalladas tierra adentro, cajas apiladas y largos rosarios de redes formando líneas paralelas a un mar donde bullía la vida.

Bajo el sol corto de la tarde, cuerpos inclinados con manos encallecidas reparan las tramas con olor salobre, un olor a algas secas, a púas de erizo, a estrellas de mar inertes, a restos pisados y a yodo de otros tiempos, mientras un barco entra por la bocana norte abriendo el mar con la punta de flecha de su proa; un barco cargado de cajas frescas, de pesca fresca, de vida fresca con el aroma a escamas aún intactas, agallas cárdenas y las retinas transparentes de los peces de la infancia.

Algeciras a babor.
Algeciras a babor.

Algeciras a babor

Soplaba levante corto una mañana de marzo de 1971, cuando Miguel Ángel Del Águila tomó esta fotografía desde el borde mismo de la lonja. Un barco con matrícula de la Capitanía Marítima de Algeciras enfila la salida norte del puerto pesquero cargado de vacías cajas de madera impregnadas de sal y anhelos de capturas que estaban por venir.

La popa apenas deja un leve surco sobre el mar plano donde se refleja su huella y el perfil a babor de una ciudad que iniciaba en esos años una radical transformación. Junto a la torre mirador cubierta de tejas azules y flanqueada de palmeras canarias del chalé de los Cervera; junto a los viejos tejados y ventanas de muchos cuartos de atrás de antiguas casas que mantenían el volumen y las proporciones pretéritas; junto a una Escalinata que comunicaba un paseo Marítimo en proceso de ampliación con una plaza Alta invisible desde esta perspectiva, nuevos edificios empezaban a dibujar un nuevo telón de fondo.

Amplios vanos, hormigón recubierto, abiertas cristaleras y altos horizontes sustituyeron armonías viejas. Apenas dejaban asomar el pináculo de la Palma a un mar calmado donde abundaban reflejos de discontinuos delirios verticales, rotos aquí por un barco de otros tiempos capaz de borrarlos, aunque de forma pasajera; aunque quedaran menos tejas azules y proporciones pretéritas; aunque las cajas de madera acabaran carcomidas de humedad y aunque los barcos dejaran de navegar en busca de añoradas abundancias.

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