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Nicolás López
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Análisis
Cuando el Movimiento 15-M llenó calles y plazas de indignados, Cádiz quiso ser paradigma del cambio político. Podemos, con un Pablo Iglesias en modo mesiánico, fijó en la capital gaditana su laboratorio, un lugar en el que experimentar el alumbramiento de un nuevo orden escorado hacia babor. Kichi y Teresa acumulaban apariciones en medios nacionales y todo eran sonrisas y buenas intenciones. Eran los nuevos Kennedy, sólo que sustituyendo la mansión de los Hamptons neoyorkinos por el partidito en la Viña (lo cual no deja de ser un cambio sustancial).
Pero los tubos de ensayo saltaron por los aires antes de encontrar la fórmula mágica. Se puede medir el alcance de la influencia de una persona por la intensidad del silencio que la rodea, y en torno a Kichi y Teresa había demasiado ruido. Siempre. Un runrún atronador que acabó en un divorcio político poco amistoso. La parejita se quedó con los niños, el partido con la vivienda familiar en el número 51 de la calle San José, aunque por poco tiempo.
El sector anticapitalista impuso su ideario y se hizo con un poder que, tras las dos últimas citas con las urnas, se ha comprobado efímero. Podemos ha comenzado a vender sedes en todo el país y despedir a trabajadores, pero en Cádiz ya llevaba más de dos años bajando escombros. “Nos vamos del local de la calle San José 51, con una sonrisa por todos los buenos momentos vividos aquí, pero también con la necesidad de soltar lastre y dejar atrás ese mismo pasado que tornó en engaño por quienes un día dijeron ser de los nuestros”, dijeron en julio de 2021 en referencia a los anticapitalistas liderados por Kichi.
Desde entonces, el ya ex alcalde ha dejado la política, su pareja encadena fracasos electorales y Podemos en Cádiz, ese feudo morado en el que un día clavó su pendón, ha vuelto a virar a estribor.
Es lo que tiene el dinero, que no se puede comer, ni tampoco abriga, pero compra comida y ropa. Y hasta una sede política.
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