Yassine Kanjaa, el desalmado vecino de Belyounech que nunca debió haber pisado Algeciras
Ladrón, sin-papeles y okupa, el rostro de un terrorista en las sombras
Ataque salvaje yihadista en Algeciras en directo
Crimen de Algeciras: el terror camina cuesta abajo
Algeciras/Yasinee Kanjaa no es un "sin papeles" cualquiera: con 23 años entró en España sin documentación después de cruzar el Estrecho en una embarcación clandestina, pagando religiosamente a su patrón. Soltero, se ha pasado media vida deambulando por las calles de Belyounech y de Oued el Marsa, dos pequeños núcleos de población muy próximos al puerto marroquí de Tanger Med, desde el que partió en 2019 hacia las costas gaditanas. Nunca tuvo en su país una forma clara de ganarse la vida. Era conocido por sus pequeños hurtos y los trapicheos constantes con el hachís. “Su padre no ha estado nunca bien de la cabeza”, dice Mustafa, un vecino que nos pide que ocultemos su apellido, “pero jamás le hemos visto a él en actitud radical”, concluye. Consigue cruzar el Estrecho a la primera. Conoce en Algeciras a otros dos indocumentados que le invitan a compartir, como okupas, una vivienda abandonada en el Barrio de San Isidro.
Pasan los meses y Yassine, sin medios de vida, no hace otra cosa que sentarse solo en una alameda algecireña a tomar el sol. Vive de la caridad. Apenas habla con nadie. El pasado mes de junio, cuando una pareja de la Policía Nacional lo aborda para pedirle la documentación, es todavía un completo desconocido para las familias de su barrio y para los más de 4.000 pacíficos musulmanes que han creado, en los últimos años, una sólida estructura social en la ciudad. Interior decreta su expulsión. Mientras tanto, el futuro artífice de una de las tardes más negras que se recuerdan en Algeciras no da muestras especiales de demencia. Su aspecto, normalmente descuidado, le hace pasar por un vagabundo más, uno de esos extranjeros ociosos que deambulan por las instalaciones portuarias sin apenas cruzar palabra con nadie.
Protestas en la mezquita de La Marina
Hace dos semanas Yassine entró a una de las mezquitas de la ciudad, en La Marina. Cumplió con la oración de la tarde y, después, protestó ante los responsables de ese templo porque procedieron a cerrar las puertas cuando acabó el rezo: Yassine pretendía quedarse dentro, y que la mezquita ("esa y todas", dijo) permaneciera abierta todo el día para que cualquier fiel pudiera entrar a rezar. Entre gritos y empujones, Yassine tuvo que ser expulsado de la sala de oración. Fue la primera vez que dio signos de desequilibrio, o de radicalismo, según se quiera mirar.
El pasado viernes, Yassine prueba suerte en otra mezquita más grande y popular. Llega al inmueble, en la Calle Miguel Martín, a la hora en que los alumnos de la madrasa abandonan el edificio. Varias familias esperan en la puerta a los pequeños, que salen a la calle gritando y alborotando, como corresponde a su edad. Yassine protesta enfadado por el comportamiento de los niños, y busca a un responsable del edificio. Dirigiéndose a Mohammed Mkaden, uno de los imanes, le advierte de que esos niños y sus padres no saben comportarse, que no deben gritar ni correr, y que ya deberían saberlo. Mkaden, tomándolo por un pesado, le sigue la corriente, como hace siempre con todos esos que quieren opinar sobre cómo ha de gestionarse una mezquita. El asunto no llega a más.
Obsesión religiosa
La obsesión religiosa de Yassine alcanza una nueva cota de delirio cuando el miércoles (ayer) entra en la pequeña y coqueta Iglesia de San Isidro, a escasos metros de la casa que “okupa”. Se enreda en una discusión tremenda con una feligresa, a la que propone que abrace el islam. No parece más que un chalado, comentan los testigos de ese episodio. El marroquí aún no va armado y solo dice que los cristianos están equivocados, y que Aláh sabe más. No le hacen caso y, enfadado, se marcha. Una mujer aprovecha para llamar al 112 y contar lo ocurrido. Pero, en seguida, Yassine reaparece armado con un machete, uno de esos para segar hierba o cortar caña de azúcar. Al entrar ahora en la capilla, es al párroco al que encuentra. Acaba de concluir la misa. Yassine grita frases que nadie entiende y se lanza contra el sacerdote salesiano, su primera víctima, que consigue escapar con vida y numerosas heridas.
El agresor huye de la escena de su primer crimen. Ahora, calle abajo, conduce sus pasos hacia el templo mayor de la ciudad, la iglesia de la patrona, la Virgen de la Palma. También allí la misa de siete acaba de terminar. El celebrante no está ya en el presbiterio. Quedan algunos feligreses en sus bancos, en silenciosa acción de gracias. Otros ya se dirigen hacia la puerta principal. Yassine entra en el templo golpeando imágenes y cirios con su machete afilado. Un grupo de mujeres de cierta edad se asustan y gritan. El buen sacristán, Diego Valencia, que recogía el altar, grita al atacante para que deponga su actitud y se vaya. Las mujeres aprovechan para huir a toda prisa y pedir ayuda en el exterior. En el templo se produce entonces el ataque fatal. Todavía Diego, mortalmente herido, tendrá ocasión de salir a la calle huyendo del agresor. Este, como un zombi, lo persigue y, cuando cae al suelo inconsciente en medio de la Plaza Alta, le asesta varios machetazos mortales con los que se asegura haberle dado muerte.
La Plaza Alta está, a pesar de las bajas temperaturas, llena de familias y jóvenes. Yassine podría estar loco, como su padre, pero llega caminando hasta un balcón que se asoma a la Bahía, se postra en el suelo y comienza a rezar el tasbih. Tan concentrado parece estar en lo que hace que no se percata de la presencia de los agentes de la Policía Local de Algeciras que se acercan por detrás y lo reducen. Sobre el suelo quedará el machete ensangrentado y un misbaha con noventa y nueve cuentas, correspondientes a los noventa y nueve títulos de Alláh. “Ya he hecho lo que tenía que hacer”, repite. Para los testigos y medios de comunicación no hay duda: ha sido un atentado yihadista. Quienes conocían al agresor en su aldea aseguran que ha sido un delirio, un brote psicótico. El cónsul de Marruecos en Algeciras, Mohamed Rafaoui, también prefiere apoyar esta línea. Preguntado al respecto, responde a este periódico: “Ningún humano sano de espíritu y de alma puede cometer este crimen tan repulsivo”.
También te puede interesar