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Acuerdo de Doñana: Un año de paz y pocos pero necesarios avances
-Usted es trasplantada y diabética. ¿Cuántas pastillas toma?
-Treinta y tres. Dos inmunosupresores, corticoides, vitamina D, un protector gástrico, hierro, un anticoagulante, hipotensores, para el colesterol... Cada día.
-¿Cuántas veces ha tenido que ingresar en un hospital?
-Alguna vez he intentado hacer un recuento, por morbo, y la verdad es que he perdido la cuenta. Estoy enferma desde niña. El coste económico de que yo esté viva gracias a los impuestos de todos es altísimo. Por eso, los que usamos la sanidad pública con la intensidad que requiere nuestra enfermedad rompemos la lógica del mercado: por eso las compañías privadas no nos quieren.
-Para usted no va a ser una broma el incremento del copago en la sanidad pública...
-Si se aplica con toda su crudeza, se va a notar en casa. Mi hija tendría que dejar de vestir la ropa que viste, no podría pagarle clases particulares si las necesitase y yo no podría comer cosas que hoy tengo en el frigorífico. El copago criminaliza a los hijos de los pacientes, a sus familiares, por tener en casa un enfermo que necesita afrontar unos gastos extraordinarios porque tiene que vivir.
-Parece que es una restricción obligada del gasto público.
-Políticamente se puede ser tan restrictivo como quieras en la interpretación de la normativa. Si quieres cargar sobre los enfermos todo el peso de la crisis, puedes hacerlo. Si quieres defender a los enfermos, lo puedes hacer.
-¿Por qué la gente no defiende con fuerza a la sanidad pública?
-Porque, sobre todo entre quienes no la utilizan, hay sensación de que todo el mundo roba, incluidos los pacientes, y, por tanto, no hay conciencia real de lo que cuestan las cosas. Se ha construido un relato exagerado sobre lo que podrían llamarse mecanismos perversos de libre elección a tocateja, el acceso directo al especialista a través de su consulta privada y luego las intervenciones te las haces en la pública, por la vía rápida, gracias a ese mismo especialista que te ha visto en la privada. Los usuarios recurren a veces a esos mecanismos por el miedo que tienen a las listas de espera cuando, en realidad, las demoras están más relacionadas con el hecho de que algunas especialidades tengan una fuerte implantación en la privada que con el funcionamiento de la sanidad pública. Pero la gran mayoría de los profesionales son honrados. ¿Por qué no se denuncia esto? Porque mañana me pueden ir las cosas mal en la pública y quizá necesite trabajar en la privada.
-¿La sanidad pública es viable?
-Claro. Decir lo contrario les viene muy bien a quienes piensan que, como hay crisis, hay que recortar en sanidad y en educación. Hoy recorto y da igual, porque cuando aparezcan las consecuencias ya estará gobernando otro. Existe una casta política que vela por sus intereses personales.
-¿No pueden presionar las asociaciones de pacientes?
-Las asociaciones de pacientes dependen de las subvenciones.
-¿También la que usted preside?
-No. En nuestro caso no recibimos ni un euro. Es una opción que nos hace sentirnos más libres.
-No le gustan las subvenciones.
-Se pierde la independencia. En el mundo de los pacientes, no tendría por qué existir el asociacionismo; no digo la participación ciudadana, sino el asociacionismo, que son dos conceptos distintos. Una asociación de pacientes no debería prestar servicios asistenciales cuando tenemos un sistema sanitario público.
-¿Eso no es porque la sanidad pública no da un servicio integral y el hueco hay que cubrirlo?
-Sí. Pero es que en vez de que el dinero de la Junta de Andalucía se vaya a las asociaciones de pacientes, donde tiene que ir es a invertir en mejorar los servicios que ofrece la sanidad pública. ¿Por qué dejar en manos de las directivas de las asociaciones la gestión de un servicio que se financia desde lo público? Para eso, me fío más de que ese servicio lo ofrezca y lo controle directamente la Administración pública. Y, además, sale muchísimo más barato.
-¿Por qué ese recelo a la iniciativa privada? El color de la bata que lleve el médico da lo mismo...
-No da lo mismo. Si quitas dinero de los impuestos y lo pones en el bolsillo de la gente para que acuda a la sanidad privada, por el camino se pierde la equidad. La diferencia, para un enfermo sin suficientes recursos, entre un sistema basado en el negocio y otro basado en el servicio público es la que hay entre la vida y la muerte.
-Bajarán los sueldos en el SAS...
-Y se va a notar. Si los profesionales no están contentos, no nos van atender con la misma dedicación; o, quienes no acepten lo que hay, se irán a otro país. El bienestar del paciente está relacionado con el bienestar del profesional.
-La cosa pinta mal...
-Hay muchas cosas que no funcionan en la sanidad pública. Pero la solución no es cargársela, sino arreglar lo que no funciona.
-¿Pueden ayudar los pacientes?
-Mucho: simplemente presentándonos a la cita en el hospital o en el centro de salud cuando nos hemos comprometido a ello. Con una cosa tan sencilla, le garantizo que habría muchísimas menos listas de espera en las consultas y en las pruebas diagnósticas.
-¿Por dónde ve la solución?
-Gente digna. Personas honestas que hagan bien su trabajo.
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