Tribuna Económica
Joaquín Aurioles
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El enoturismo ha ido ganando peso como experiencia para los amantes del buen vino, se ha convertido en actividad demandada y muy atractiva para muchos curiosos. Esta práctica turística va más allá de la cata o el maridaje, se trata de conocer el entorno en el que se crían los caldos, la cultura que los rodea, la economía del territorio y el paisaje donde se produce este fenómeno.
El Jerez es uno de los vinos tradicionales andaluces que tiene una gran historia a sus espaldas y que ha ganando terreno en el ámbito internacional, consiguiendo regar gastronomías muy diversas. El carácter genuino del vino de Jerez, su propia identidad, no es solamente el resultado de un origen geográfico determinado, por más excepcionales que sean las condiciones naturales que confluyen en el Marco de Jerez.
Los vinos de Jerez son el resultado de la impronta dejada en esta tierra por culturas muy diversas y, a veces, de orígenes muy lejanos. Civilizaciones distintas que, seducidas por esta tierra, han ido sedimentando su aportación a un producto que es, por encima de todo, cultural. Conocer la historia es fundamental para entender adecuadamente toda la genuina personalidad de los vinos de Jerez.
Con el paso de los años, las diferentes poblaciones que han habitado esta región gaditana han podido desarrollar nuevos procedimientos con respecto a la crianza de los vinos en Jerez de la Frontera, desde los griegos hasta los musulmanes pasando por la reconquista de los cristianos, todos ellos supieron ver el potencial de los vinos que se elaboraban aquí y comenzaron a ser tenidos en cuenta en el resto de España.
En el siglo XIX cuando se comienza a hablar de la propiedad intelectual o del derecho marcario, surge el concepto de crea la Denominación de Origen. Por lo que a finales de siglo, bodegueros del Marco de Jerez, decidieron crear la Denominación de Origen Jerez y aparece recogida en 1933, cuando se publica la primera Ley Española del Vino.
Su particular crianza, el velo de flor, el sistema de criaderas y soleras y el carácter salino que le proporciona la zona donde se elaboran, aportan una singularidad especial a los vinos del Marco de Jerez.
Esta comarca atesora más de 3.000 años de tradición enológica, a lo largo de los cuales ha desarrollado métodos de elaboración propios y singulares. Sus privilegiada condiciones climatológicas propician el cultivo de tres variedades de uva: Palomino, de la que se obtienen vinos secos, Pedro Ximénez y Moscatel, ambas utilizadas para vinos dulces.
La combinación de una dilatada historia y la preservación de una de las más singulares y antiguas prácticas vinícolas en el mundo convierten al Jerez en un vino realmente excepcional y único.
La flor es una levadura espontánea que transforma el vino del año en vino de Jerez, sometido a una crianza mínima de tres años. Es lo que hace de este vino uno de los más excepcionales. Todos los vinos de Jerez empiezan su crianza de esta forma biológica espontánea, incluso los que más tarde se envejecen por oxidación, que reciben el nombre de olorosos y amontillados.
La flor protege al vino de la oxidación al evitar el contacto directo del líquido con el aire contenido dentro de las botas; este proceso se llama 'crianza biológica'. Pero para la elaboración de otros vinos -amontillados, olorosos y palos cortados- la flor se rompe para que los vinos estén en contacto con el aire, lo que se conoce como 'crianza oxidativa'.
El envejecimiento de estos vinos se lleva a cabo en botas, toneles, que se colocan en fila unas encima de otras para que estén conectadas entre sí. Tienen un orden específico y es que los que aparecen en la fila superior son los vinos más jóvenes, los que se encuentran en la segunda fila, la de en medio es el vino más viejo y la parte inferior se encuentra el solera, el vino de crianza, mezcla de otros vinos. La media de edad de estos vino de Solera es de 20 a 30 años.
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