El peso de una victoria insuficiente
Javier Arenas nada; nada en la piscina más que antes, cuando pasaba la vida en el coche entre Ayamonte y Pulpí, aunque todas las mañana, desde que anunció su marcha el pasado 11 de junio, ha seguido yendo temprano a la sede de la calle San Fernando, en Sevilla, para leer la prensa, seguir los asuntos nacionales -es vicesecretario general de su partido-, y también algunos andaluces, aunque le ha transferido todo el mando a Zoido. El congreso del PP transcurre como todos los cónclaves populares: según el guión previsto, aunque con un cierto temor a la protesta social por los recortes. Un congreso donde se vio, por ejemplo, a dos de sus compromisarias quitarse la acreditación del cuello al salir a la calle; lo nunca visto entre los populares.
Así es el PP, un partido donde también hay luchas internas, pero donde se estila más el veneno escondido en el anillo que el estruendoso navajeo al que acostumbran los socialistas. Algo de veneno goteó desde Génova -calle madrileña- a Andalucía para empujar a Arenas a romper su hoja de ruta, a tirar la toalla ese 11 de junio y mudarse, a modo de escenificación, hasta la tercera fila de la bancada popular del Parlamento andaluz. "No reconozco a Javier", comentó a este medio, entonces, una persona vinculada a las estrategias del PP. De Cospedal repitió tres veces en Granada que Arenas no se va... se queda en Andalucía. Pero eso no fue lo determinante. Es cierto que la rivalidad entre Arenas y su secretaria general no pudo ser resuelta durante esos días por un Mariano Rajoy que vivió aquellas horas más preocupado de la prima ( de riesgo) que de su amigo (Javier). Lo determinante había ocurrido el 25 de marzo, el día de las elecciones andaluzas, cuando perdió en su victoria.
Después de dos meses de reflexión, el que durante muchos años fue el Campeón, arrojó la toalla. Tres derrotas electorales -las tres contra Manuel Chaves- no habían hecho mella en el olvereño; entre otras razones, porque su PP subía elección tras elección; el derrotero de Arenas obedecía, fielmente, a la máxima leninista de caminar de derrota en derrota hasta la victoria final. Pero no fue así: el 25 de marzo, Arenas, que se presentaba por cuarta vez a las autonómicas, aunque ya había ganado para su partido las locales y las generales por primera vez en la historia, conseguía una victoria insuficiente; es decir, una derrota política.
¿En qué se equivocó Javier Arenas? Un repaso detallado de aquellos días de campaña electoral permite adjudicarle a su persona una serie de errores y otros -quizás los determinantes- a su partido, porque los tres primeros meses del Gobierno de Rajoy fueron la clave para explicar por qué los populares no mandan hoy en Andalucía.
Primero: Arenas, listo como pocos políticos en la comunidad, no supo leer algunos indicios desfavorables. Por ejemplo, el resultado de las elecciones generales en la comunidad, cuando le sacó nueve puntos al PSOE, no fue tan bueno como esperaba. La diferencia prevista era de más de diez. Arenas debió comprender, entonces, que el resultado de las municipales de mayo de 2011 tuvo que ver más con el tortazo que el electorado andaluz estaba preparándole a Zapatero que con el buen hacer de ellos.
Segundo: algunas encuestas publicadas en las vísperas de las elecciones andaluzas, como la del Grupo Joly, indicaban que algo se movía; había malestar por la reforma laboral y la subida del IRPF de Rajoy, y De Guindos, el ministro de Economía, había roto el talismán que se suponía iba a ser el PP para solucionar el problema España al anunciar que este año se cerraría con 600.000 parados más.
Pero Arenas siguió como si nada ocurriese. ERE que ERE; esto se arregla con sólo llegar el PP a San Telmo y, además, se permitió desahogos como ausentarse al debate de Canal Sur. Debió girar su campaña electoral, pero no la movió un grado, mientras que los delegados sindicales de UGT y CCOO, que fueron los verdaderos agentes electorales de los socialistas -mucho más, que el propio PSOE- iban de empresa en empresa, advirtiendo de los recortes y, posibles, despidos. Las críticas del PP a las empresas públicas de la Junta, a la llamada administración paralela, metió el miedo en el cuerpo a esos supuestos "20.000 enchufados" que ya se veían en la calle. Arenas había sido vicepresidente del Gobierno de Aznar, por lo que debía de saber cómo se mueven las corrientes subterráneas de un país, pero su olfato político -tan fino como el de un viejo zorro- le falló. O le ensordecieron tantas palmadas.
O no. Rajoy, en una maniobra quizás irresponsable, pero encaminada a ayudar a su amigo Arenas, retrasó la aprobación de los Presupuestos Generales del Estado, pero aprobó una dura reforma laboral y, sobre todo, instaló la desesperanza ante un Gobierno que anunciaba cada viernes un Viernes de Dolores. 415.000 votos andaluces perdieron los populares entre las elecciones generales y las autonómicas. Y Arenas se quebró. De la opción Zoido se venía hablando, incluso, antes del 25-M, pero cuando llegó su hora, él se resistió. O quiso marcar sus tiempos. Bastantes presidentes provinciales que solicitaron por escrito el miércoles 13 de junio que asumiese la presidencia del PP no sabían que habían firmado ese documento.
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