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Real Balompédica Linense - Algeciras CF | La crónica
La Línea/El primer Clásico entre SAD se constituyó en una pesadilla (otra) para los balonos, que siguen viendo a los suyos descender por la clasificación, y en reparador sueño para los algeciristas, que no solo presenciaron como su equipo escalaba hasta la decimotercera plaza -con todo lo que eso conlleva- sino que de paso hicieron un daño ¿irreparable? (el tiempo lo dirá) a su eterno rival, que no es precisamente un dato baladí. En un partido malo hasta decir basta a los de Iván Ania les bastó con poner más de intensidad para lograr un triunfo incontestable. De esos a los que no se puede poner un solo pero.
El técnico asturiano, que se mueve entre el descrédito y la adulación según soplen apenas un par de marcadores, sale reforzado, como cada vez que se enfrenta a la Real Balompédica, que es poco menos que su equipo fetiche. Víctor Basadre, que comenzó a perder este importante pulso el viernes en sala de prensa, queda desnudo ante una hinchada que no entendió ni su planteamiento cobardón, ni la alineación ni la tardanza en los cambios. Al final lo pagó su presidente, Raffaele Pandalone, para el que la grada pidió la dimisión porque no le perdona la destitución de Rafa Escobar, seguramente porque no tiene explicación. Los marcadores empiezan a dictar sentencia.
El Clásico parece tener un guion prescrito de unos años hacia acá. Esté lo que esté en juego, el Algeciras va a La Línea y gana. Una vez festeja un ascenso. Otra celebra un 0-4. Y Esta vez no necesitó ni siquiera un alarde. Capturó los tres puntos a la sombra del Peñón sin hacer nada del otro mundo, que todavía duele más en el otro bando. Le bastó con ponerle un poco más de eso que los cursis llaman intangibles, lo que distingue las últimas temporadas a los de La Menacha con los del Municipal. Que un equipo que ejerce de local en un partido en el que está media vida en juego acabe noventa minutos con un disparito a puerta es suficiente para explicar la agónica situación que viven los albinegros. Que para colmo cuentan que acabaron entre empellones en el autocar.
Los visitantes fueron mejores en el primer tiempo. Quizás sería más correcto decir que fueron los únicos. La Balona no presionaba la salida desde atrás a un rival al que se le ha atragantado esa suerte en infinidad de ocasiones esta temporada. Los de Ania no solo estaban cómodos, sino que tenían esa marchita más que les hacía ganar todos los balones divididos. Todos los duelos. Méritos de los que vestían de albirrojo, que sí entendieron lo que estaba en juego y contra quién. Deméritos de sus rivales que no vivieron el partido con todo las connotaciones añadidas que tiene. Escribir que estos últimos le faltaron el respeto al homenajeado Manolo Mesa no es faltar a la verdad.
La Balompédica estaba agazapada atrás y su centro del campo sencillamente no existía, engullido por un imperial Mario Ortiz, que parecía tener un clon en el césped. Alguna vez lo intentó Alhassan Koroma, al que, como a Joao Pedro, los suyos deben agradecerle que se prestase a jugar sin estar en condiciones. La realidad es que, sencillamente, no podían. El de Sierra Leona pidió el cambio en el descanso, pero no le hicieron ni caso. Los balones largos a Gerard Oliva sólo servían para enervar a los aficionados, que no entendían su presencia en el once. Ni uno le ganó a Admonio y Figueras, que estuvieron más que sobrios. Sobrados.
Tampoco es que los algeciristas se desmelenasen. Parecían jugar con el reloj. Con el tiempo. Como si supiesen que llegaría su momento. Algún lanzamiento desde la frontal y más de una internada de Siddiki, que no encontró réplica en Loren. En el 37' llegó la más clara. En un buen centro de Albarrán al que el '17' llegó muy forzado y cabeceó fuera.
Tras el intermedio daba la sensación de que la Balona estaba por despojarse del encefalograma plano. Pero fue un espejismo. Solo hizo falta esperar al minuto 66. Una jugada por banda y un centro al área, muy defendible. La Balona enseñó todas las vergüenzas, permitió a Roni controlar de espaldas y ceder a un costado. Loren se pasó de frenada y Siddiki después de preparársela encontró el justo premio a su partidazo e hizo el 0-1. El goleador completó la fiesta del final del Ramadán seguramente como había imaginado.
Entonces sí Basadre creyó que llegaba el momento de hacer cambios. A buenas horas. Por fin prescindió de Romero y de Gerard Oliva para dar entrada a Fekir, que mientras el club decida tenerlo en su caseta, tiene que jugar sí o sí. La otra solución es mandarlo a Heliópolis. También entró, parece ser, Bobby Duncan.
Pero ya era tarde. Lo que tenía que suceder sucedió. La Balompédica no tuvo otra que desabrocharse, asumir riesgos y en una contra llegó el 0-2. Marcó Elejalde en el 86' para desatar la locura en la zona de la Preferencia en la que estaban los apasionados rojiblancos.
Lo que quedaba fue solo un trámite. En un partido donde el exquisito despliegue de seguridad (policial y del club) y el no menos sobresaliente arbitraje fueron lo mejor, el desenlace fue muy significativo. Un parte de los sufridores balonos -de los que quedaban, porque muchos no fueron capaces de aguantar el escarnio- pidió a gritos, por primera vez de forma tan rotunda, la dimisión de Pandalone. Después, en una muestra mitad de deportividad mitad de impotencia, aplaudió a los jugadores del rival cuando se dirigían a la caseta mientras le negaban las palmas a los suyos.
Los Clásicos, guste o no, son partidos diferentes. Extra largos, porque empiezan antes y terminan mucho después. Pero últimamente siempre acaban igual, con victoria del Algeciras. Y esta vez, con un balón de oxígeno de descomunales dimensiones para los vencedores y con una herida de dos trayectorias (en la clasificación y en el corazón) de los balonos de bien. Con todo, si la Balompédica se da de bruces con la Segunda Federación no será por culpa de esta derrota ante el Algeciras. Hay muchas responsabilidades distribuidas por los últimos meses.
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