Humillación sin atenuantes (7-1)

FC Andorra - Real Balompédica | La crónica

La Balona completa un ridículo histórico en Andorra y cae sin oponer resistencia

Las bajas y la nieve no sirven de excusa a un equipo amorfo, entregado

La hiriente derrota resulta hasta corta a tenor de las ocasiones de los locales

Chironi persigue al jugador del Andorra Rubén Bover
Chironi persigue al jugador del Andorra Rubén Bover / RBL
Rubén Almagro

05 de diciembre 2021 - 19:21

Esta vez no hay excusas, ni ganas de buscarlas. Ni motivos para poner paños calientes. Ni las bajas -que como las meigas haberlas las hubo- ni el frío y la nieve, que tampoco es que la Balona jugase contra una selección de pingüinos. La humillante derrota que la Real Balompédica se trajo de Andorra (siete, sí, siete a uno) no tiene más culpable que el equipo albinegro. Desconocido, desposeído de sus valores, ausente, indolente hasta avergonzar a los suyos y habrá que ser generoso y pensar que a sí mismo. Ojalá se hubiese aplazado el partido como se barajó durante la mañana.

Está escrito hace meses que este equipo tenía menos fondo de armario que un indigente, pero eso no justifica la forma en que cayó en el Principado. A ratos, sobre todo en la segunda parte, parecía un encuentro de hombres contra niños. Un partidillo de esos de los jueves de toda la vida en el que los suplentes aceptaban su suerte con resignación. Y cuando se viste la sagrada casaca albinegra eso no es que no sea de recibo, es que no está permitido. Vaya que el resultado, a tenor de lo que se vio en el campo, se antoja hasta corto, que después de un 7-1 ya es decir. El ridículo más grande en años. En muchos años. Una afrenta para una institución perpetrada por los que cobran de ella.

Al poquito, muy poquito, de empezar ya se veía venir que el partido se iba a atragantar a la Balompédica. Por encima de las bajas -que sí, que sí, que están ahí- el equipo de La Línea compareció sin esa entrega, ese orden férreo, esa disciplina que le había caracterizado en casi [casi] todos los momentos de la temporada. Era una Balona desconocida, apática, con los brazos bajados. Entregada a su suerte de antemano. Para entendernos, que vestía como la Balona pero no era la Balona.

El Andorra movía el balón con gusto y al antes conocida como Recia no le duraba nada. Era un asedio constante. Nadie presionaba arriba, los mediocentros albinegros era como si no estuvieran y como el equipo tricolor olió la sangre en el costado zurdo de la zaga, la defensa acabó por contagiarse de las angustias de Dani Lavela y aquello era un despropósito. Del primero al último. No solo cuando se fue Borja López lesionado y entró Masllorens en el eje. Desde el minuto uno al noventa.

Tanto era el desnivel entre unos y otros que el 3-0 del descanso no solo parecía justo, sino que incluso daban ganas de dar las gracias por la gentileza. Todas y cada una de las ocasiones eran del Andorra, de forma que en resumen televisivo del medio tiempo parecía que a los de Footters se les hubiese averiado una cámara, porque no salía un ataque como Dios manda de la Balona. Pero no, era que no había donde rascar.

A base de llegar y llegar, de tenerla, fueron cayendo los goles, que por otro lado era lo lógico y lo previsible. Todos, en jugadas muy trenzadas, en las que la pasividad de la retaguardia servía de cómplice, pero también es cierto que los rivales llegaban desde atrás como por una autopista por la que hubiesen quitado un peaje sin que nadie les persiguiera. Que si un pase de la muerte. Que si varias paredes en la frontal del área. Que si un jugador se recorre media frontal para poder ponérsela en su pierna buena... En resumen que entraban por donde les venía en gana. Enfrente era como si no hubiese nadie. Nadie.

Pero es que no fueron solo los goles. Con el 1-0 Iván Gil resolvió un mano a mano con Mateusz Kania -vaya recuerdo que se llevará de su debut como titular- con una vaselina que se fue fuera por centímetros y en el 35' Marc Fernández remató solo en el segundo palo y el portero polaco sacó como buenamente pudo.

Esta vez el pitido para el descanso no fue una buena noticia. Porque no había que ser ningún genio para vaticinar que quedaban 45 minutos de sufrimiento para unos aficionados balonos. Esos mismo que que hace una semana mal contada veían a su equipo a tiro de piedra del liderato y que ahora presenciaban, incrédulos, como se esfumaba ante sus narices en el Estadio Nacional de Andorra. Mucha metamorfosis por mucho que faltasen jugadores importantes, que es que parece que los que salieron los habían recogido al pasar en cualquier bar de carretera. Y no, son futbolistas de la primera plantilla. Y si alguno no da el nivel para estar pues habrá que plantearse darle un fuerte abrazo y desearle suerte cuando llegue la Navidad.

Tras el paso por el vestidor, más de lo mismo. El Andorra no necesitó morir en el césped para humillar a una Balona que se contentó con el mal llamado gol del honor. Porque honor es otra cosa. El tanto del Antoñito, bonito por cierto, no sirve ni para maquillar el humillante resultado. No sirve para nada.

Los goles fueron cayendo. A veces, no siempre, a Mateusz Kania se le podía pedir algo más. Pero tampoco es cuestión de cebarse con el portero para encubrir un partido insultante de todos y cada uno de los que salieron al campo. Bueno, y de los que no estaban en el césped, que después cuando ganan, ganan todos. Y pudo caer alguno más. No hay que olvidar que hace tres años mal contados que la Balona se fue a Sanlúcar con un niño de portero y arrancó un empate. Algo harían aquellos en El Palmar que no hicieron estos en Andorra.

El 7-1 (sí, sí, siete) del final abre un agujero negro no solo en las aspiraciones de este equipo que tanto y tan bueno ha hecho durante la liga. Es un dolorosísimo desembarco en la realidad. Una demostración de que con el devenir de la competición cada uno acaba por ir a su sitio. Pero por encima de todo es una inyección letal de desencanto para los que quieren creer y cada vez que levantan por fin la cabeza... se llevan un palo.

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