(0-0) Hay empates y empates
Real Balompédica Linense - Cádiz B | La crónica
La Balona sobrevive al sibilino arbitraje de Del Río Lozano y logra un punto heroico
Los albinegros juegan con diez desde el minuto 34' por la expulsión, justa, de Carrasco
El trencilla ignora en el 62' una entrada brutal e indulta al visitante Seth
Los linenses se crecen en inferioridad y acaban acariciando el triunfo
Hay puntos y puntos. La Balompédica, que hace poco más de una semana maldecía su suerte tras igualar con el filial del Sevilla, ahora está legitimada para sacar pecho tras firmar tablas con el del Cádiz. Los albinegros, a pesar de afrontar el encuentro con ocho bajas (sí, sí, ha leído bien, ocho), se vinieron arriba cuando se quedaron con un hombre menos en el 34 por la expulsión de Carrasco y se hicieron acreedores, incluso, a la victoria, aunque el resultado final tampoco es que sea un disparate.
El partido estuvo totalmente condicionado por el arbitraje sibilino y malintencionado -se podría escribir que rastrero si no fuese porque suena mal- del pacense Sergio del Río Lozano, que se carcajeó de la Balona y de su hinchada. Bueno, en realidad de eso y del fútbol en el más amplio sentido del término. La afición de La Línea, que sabe infinito de esto del balompié, dictó sentencia tras el pitido final: aplausos a su equipo al que no hizo un solo reproche y bronca a un colegiado que o es un incapaz supino o tiene muy mala leche. Y lo mismo es mejor ni siquiera pararse a resolver esa incógnita.
Un empate en casa que no es otro empate en casa. La Balona rescató su ADN sufridor y logró un punto con tintes heroicos ante un Cádiz B con muchos argumentos colectivos e individuales, al que minimizó, cosas del fútbol, cuando el rival era el que tenía uno más.
Con once para once el filial cadista B fue mejor. Sin medias tintas. Estaba con una marcha más, en campo rival, jugando con desparpajo. Ya por entonces, también, con la complicidad del presunto árbitro, que no contempló la posibilidad de amonestar a ningún jugador visitante a pesar de que los de amarillo insistían en parar el juego cuando les interesaba en faltas que estaban, una tras otra, al límite del reglamento.
Los niños del Cádiz merodeaban al área de Javi Montoya, pero tampoco es que se prodigasen en disparos a puerta. Hasta que en el 17’ Momo estrelló el balón en la cruceta en medio de un resoplido generalizado.
En el 33’ la Balona dio señales de vida más allá de su medio campo. Fue en un disparo abajo de Súper-Dopi al que respondió muy bien Flere. No había pasado un minuto cuando a Carrasco se le fue la mano, salió al centro del campo y, aunque intentó encoger la pierna en el último segundo, acabó asestando un golpazo a Jordi Tour. Nada que oponer a la roja que le mostró Del Río Lozano. Solo que después no mantuvo el criterio.
Carrasco no lo sabía, pero su expulsión acabó por convertirse en un favor para su equipo. Al verse con uno menos la Balompédica liberó su instinto de Recia. Si hace una semana se desinfló contra una menos, esta vez se creció, y mucho, al hacerlo ante uno más.
Como avisó, una doble oportunidad en el 41’ de Tito Malagón y de ¿quién si no? Dopi, que no entró de milagro. Igual no estaría de más que el club se apresurase a alargar el contrato del nueve vasco, siquiera como gesto de reconocimiento a quien se deja, literalmente, el alma sobre el césped.
Tras la expulsión, como la Balona está llena de recosidos, muchos jugadores de casa (Tomás, Fabrizio –ojo a lo que está aportando el italiano juegue donde juegue–, Malagón) volvieron al sitio natural del que se han visto desplazados por mor de las circunstancias. Y eso la hizo más fuerte en medio de la adversidad.
A la vuelta de la caseta la escuadra albinegra supo leer muy bien el partido. Manu Molina se deshizo de los grilletes y comenzó a aparecer y era difícil detectar quiénes eran los que estaban con diez y quiénes con once.
El Cádiz B no encontraba el hueco en la recompuesta Balona, que esperaba, con paciencia, su momento. Tomás –enorme– lo tuvo en el 55’ pero cuando pisa área se le nota que no es su hábitat natural.
Y en el 62’ llegó la constatación de que el árbitro estaba actuando de mala fe. Seth, cabreado por un recorte de Manu Molina, le lanzó una patada canallesca buscándole el talón. A un metro del linier. Y el árbitro transformó lo que era una roja tan clara o más que la de Carrasco en una miserable amarilla.
Pavón vio tan claro que apenas su jugador respirase más fuerte de la cuenta se iba a tener que ir la calle que no tardó cinco minutos en mandarlo a la ducha. Una manera implícita de reconocer que el ¿árbitro? le había indultado sin justificación alguna.
En el tramo final Roger se desató. Esta vez, quizás porque ha reflexionado después de lo de Sevilla, no le tembló el pulso y sacó a Bakr –que por fin hizo cositas– y a Mai. Lo que hay es lo que hay.
La Balona fue a por el partido. Tanto que en el 80’ Dopi hizo la primera intentona de abrir la Puerta del Príncipe con un taconazo al que replicó Flere con una mano magistral.
El árbitro, viendo que la Balona iba decidida a por el triunfo, prolongó apenas tres minutos una segunda parte con cinco sustituciones y al menos tres parones de cierta consideración. Uno de ellos, ya casi al final, para que un jugador visitante se calzara la bota. Que tardó más que Blancanieves y aquello dio para escribir un cuento.
Pero ni así evitó Del Río Lozano el arreón final. Después de alguna escaramuza de los cadistas llegó el 93’. Dopi –el mismo Dopi que saltó al campo literalmente cojo– sacó fuerzas de no se sabe dónde y lanzó desde la frontal del área con toda la intención del mundo. En medio de un gritito de la grada, que la vio dentro, el esférico, burlón, no quiso devolver a la Balona lo que le arrebató en la Ciudad Deportiva José Ramón Cisneros. Una pena porque ni Del Río Lozano hubiese podido anular ese gol.
No ganó la Balona. Pero esta vez no hay motivos de reproche sino más bien de orgullo. No es una exageración decir que, incluso empatando en casa, los albinegros se revalorizaron de cara al Clásico. Y es que hay puntos y puntos.
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