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Real Balompédica - FC Cartagena | La crónica
La Balona se atragantó con la fórmula que tiene patentada y firmó su primera derrota en casa de la temporada. Por segunda campaña consecutiva, ante el Cartagena. Ante un Cartagena que hizo del fútbol práctico, del oficio y de la austeridad virtudes insalvables para el equipo de La Línea, que en este partido renunció a sus colores y vistió de celeste. Un símbolo de que también se dejó en la caseta algunas de sus virtudes. Un error colosal de Carrasco nada más comenzar la segunda mitad permitió a Jovanovic adelantar a los visitantes. Y la estadística demuestra que si marca el rival lo de la Balona es un poco como la película de Titanic, que todo el mundo sabe cuál es el final: el barco se hunde.
Dos derrotas en ocho días truncan el inicio feliz de la Balompédica. Dos reveses por 1-0 que ponen de manifiesto que lo de la falta de gol es algo más que una reflexión malintencionada. Los albinegros salen de la zona VIP, que es verdad que es algo simbólico, pero también es cierto que es un lugar muy confortable, sobre todo para el aficionado.
Los de La Línea cayeron ante un rival que tiene un libro de ruta inalterable, porque le funciona a las mil maravillas: tres de tres a domicilio. Parece que no hace nada pero está exquisitamente trabajado. Controla el tiempo de los partidos y arriba, un día uno otro día otro, tiene pólvora. Muchísima pólvora. Es lo que tiene hacer una plantilla con dos millones de euros.
Hay que ser muy memo para no reconocer las virtudes de quienes ganan como tantas veces se ha visto hacer a la Balona: sin brillantez pero con efectividad. Eso también es fútbol. Y no es nada fácil llevarlo a la práctica.
La Balompédica comenzó con variantes. Podría decirse que sorprendentes, pero ya estaban anunciadas en esta casa. Sergio Rodríguez lució brazalete de capitán en el costado derecho de la zaga, Jordan Sánchez jugó por delante suya y el discutido Tito Malagón –que hizo los mejores minutos desde que llegó a La Línea– en la media punta.
En la primera mitad el conjunto de casa cargó con el peso del juego. De hecho el cronómetro no había llegado al minuto dos cuando Moussa –sobresaliente en primera mitad, desaparecido después– envió un pase muy bien intencionado a la espalda de la defensa y encontró a Dopi. El ariete lanzó... justo donde estaba Marc Martínez. Indultar a un rival de esa envergadura suele tener consecuencias. Y las tuvo.
Desde ese instante hasta el descanso solo tuvo protagonismo una Balona vertical, que quiso el balón. El Cartagena, paciente, esperaba agazapado su oportunidad. Conocedor de que acabaría por llegar. Convencido de que sabría rentabilizarla.
En ese empuje local, a ratos un poco desorganizado, se entrometieron un par de centros de Tito Malagón, una falta ensayada... pero más ruido que nueces.
Los departamentales solo se dejaron ver una vez en el medio campo rival. Una acción de Elady que se asemejó a un slalom pero llegó trastabillado y el balón terminó en las manos de Javi Montoya.
Nada más volver los equipos al campo, un pelotazo largo acabó con todo. Carrasco vio salir a Montoya y dudó. Y en vez de mandar el esférico a la playa de Santa Bárbara permitió que un insistente Jovanovic se le adelantase y marcase casi a placer. Ésa es la diferencia: que el Cartagena sabe que llega y golpea. Por eso espera agazapado.
La Balona recurrió a la raza, pero su reacción tuvo más de casta que de orden. Los cambios no mejoraron nada. De aquel Koroma que dejó a todos con la boca abierta en su primer entrenamiento nada de sabe. No desborda y su anarquía no conduce a objetivo alguno. Luis Alcalde lo intentó, pero el rival se había atrincherado delante de su portero y aquello parecía un campo de minas: no había por donde entrar.
Poco a poco el conjunto departamental fue calmando a la fiera. Se fue adueñando del partido, durmiéndolo, como hacen los buenos equipos. Sin aspavientos fue dando pasitos adelante. Cada vez defendía más lejos de su marco. Hasta el punto de que ocasiones, lo que se dice ocasiones, solo hubo dos en los últimos veinte minutos: dos disparos del internacional panameño Carrasquilla que desbarató Javi Montoya.
De la impotencia que sentían los de casa hablan las tarjetas. Todas las amarillas en el tramo final. Signo de frustración.
No hubo para más. Será verdad aquello de que los ricos también lloran. Pero lloran menos y menos a menudo. Al resto solo les queda seguir trabajando.
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