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Real Balompédica - CD Castellón | La crónica
No, no hay que frotarse los ojos ni aferrarse al manido recurso de Anthony Blake, porque lo que están viviendo los balonos no es producto de su imaginación. Después de tres jornadas y de haber calibrado su realidad con la de otros tantos conjuntos llamados a hacer cosas grandes, la Balompédica es colíder del grupo II de la Primera RFEF y llega al Clásico del próximo domingo sin haber conocido la derrota. Lleva ganándose el derecho a pasearse por la zona VIP de la clasificación desde el primer minuto de competición, pero lo corroboró ante un auténtico equipazo como el CD Castellón, al que doblegó en un partido inmenso. Una victoria inmensurable a estas alturas, pero que terminó -si es que aún quedaba alguna duda- por matrimoniar a la hinchada con el equipo de Romerito. Porque hasta viéndolo calentar se sabe que este equipo está donde está por obra y gracia de lo que le inculca su entrenador.
Balona y Castellón propusieron desde el pitido inicial del esta vez desafortunado Conejero Sánchez un partido tremendo. Que tú me aprietas, pues yo te aprieto más. Fue una contienda, sobre todo hasta que llegó el gol, entre dos equipos osados, valientes. A calzón quitado. Ni el calor intimidó a los protagonistas, que se dejaron literalmente el alma sobre el césped.
No había un respiro entre dos rivales que a ratos parecían estar mirándose en el espejo, jugar con el mismo guión. Es verdad que se producían muchas llegadas, pero entre el exceso de precipitación en el último pase y que las defensas le ganaban a las delanteras, ocasiones, lo que se dice ocasiones, hubo una por bando en la primera mitad. Demostración de que no hace falta estar saltando del asiento cada treinta segundos para poder disfrutar de este bendito deporte.
Durante la media hora inicial -luego se fue apagando- el colombiano Dani Torres ofreció una tesis de cómo jugar en el centro del campo y eso fue determinante para que el Castellón se mantuviese en la pelea. Aburría verle recuperar balones como si tuviese un imán. A esas alturas de partido la Balona reordenó su línea de tres, colocó a Alhassan Koroma por dentro, cambió de banda a Dorrio, acomodó a Antoñito en un costado y empezó a dar más sensación de peligro.
Tanto que tres minutos después llego su gran oportunidad. Por dos veces remató Gerard Oliva, más trabajador que solvente. La primera de cabeza, mal despejada por Álvaro Campos. La segunda, en una postura un poco forzada, la repelió ahora bien el capitán de los orellus.
En el 36' una entrada una mijilla más allá de la cuenta de Coulibaly, que merecía tarjeta y poco más se enredó por mor de las comparaciones y acabó con el segundo entrenador local, Fernando Niño, expulsado.
Un pase de la muerte de Dorrio que no encontró asociado (41') y una caída de Gerard Oliva dentro del área con más protestas que argumentos parecían cerrar la primera parte.
Sin embargo, cuando el primer tiempo agonizaba llegó la réplica castellonense. Mario Barco lanzó desde el borde del área con mucha mala uva, que además tocó en un zaguero. Pero se encontró con la mano dura de Nacho Miras, que interceptó el durísimo disparo y lo sacó por encima de su marco. Lo que supone contar con un porterazo, que parece que como es costumbre no hay que reseñarlo.
Nada más reanudarse el juego comenzaron a pasar cosas. A los diez minutos una asociación entre Antoñito -que no negocia su esfuerzo- y un Coulibaly brutal, con fugaz colaboración de Koroma (que hace más cosas para la grada que para sus compañeros), acabó con un centro de Víctor Mena que la defensa despejó. El de Algeciras enganchó un buen disparo al que Álvaro Campos se contentó con poner los puños, pero dejó en la trayectoria el balón y el parisino, que empieza a estar en el sitio con cierta frecuencia, soltó un pepinazo que tuvo la fortuna de rozar en Edu Luna para hacerlo ya imposible.
El tanto estuvo acompañado de un rugido de júbilo propio de un gol copero. La afición sabe lo que supone cada punto en esta Primera RFEF. Y conoce también cuál es su papel para aminorar las múltiples heridas del Municipal y convertirlo, al menos en el apartado deportivo, en un fortín inexpugnable. Todos unidos que cantan en Preferencia.
Daba la sensación de que a la Balona le llegada el momento de sufrir. Pero un futbolista del currículum de Mario Barco le quiso echar una mano a los de La Línea. Rodó por el suelo en un forcejeo con Jesús Muñoz que tenía de penalti lo mismo que el de Gerard Oliva del primer tiempo: nada. Pero se encaró con Fran Morante y le soltó un pechazo. Una cosa muy burda, más propia de un niñato que de un futbolista con galones. El árbitro le mostró la roja directa, pero se hubiese ido a la calle de todas formas, porque ya estaba amonestado.
Aun con diez el míster visitante, que seguía el encuentro desde la grada, dio entrada a dos nueves, pero entre las innumerables virtudes de esta Balona que está ahí, en la zona VIP como quien no quiere la cosa, es que sabe del oficio. Casi (solo casi) consiguió que no se jugase más. Ya había regalado una hora de espectáculo y es de listos nadar y meterse debajo de la sombrilla.
En lo que quedaba un intento de gol desde su casa de Víctor Mena que replicó, otra vez, el portero con los puños y un balón que se encontró Borja Martínez tras una dejada de Juanto Ortuño (abucheado al saltar al campo) pero al que le pegó rematadamente mal con todo a favor.
La última jugada destacada del partido acabó por emborronar aún más la tarde ya de por sí bastante negra del colegiado. Ignoró una falta al balono Chironi en el centro del campo y la acción, para su desgracia, acabó con un derribó de Fran Morante a Salva Ruiz al borde del área que podría -y debería- haber supuesto la roja para el zaguero balono. El colegiado enlazó, que se sabía culpable, errores y acabó... amonestando al delantero.
Diez minutos más tarde y después de que el Castellón hasta sumase a su cancetbero al remate de un córner, llegó el pitido final, acompañado de un profundo suspiro en la grada. La Balona es colíder. No admite debate. La Balona se está abriendo sitio a codazos entre los grandes de una categoría cargada de equipos con nombres ilustres. Y eso, a no ser que a alguno le duela ver la realidad, tampoco admite discusión.
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