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Consummatum est. Ya no vale seguir engañándose. Se acabó. Punto final. La Real Balompédica Linensedesciende a Segunda Federación y lo hace al más puro estilo Balona 2022-23. Sin orgullo, sin un ápice de esa Recia que lleva impreso el ADN de ese escudo desde que hace más de un siglo lo parieron los bisabuelos de esta generación. Sin crear una puñetera ocasión de peligro en un partido en el que desde el principio sabía que solo le valía la victoria. Un triunfo que de haberse producido le hubiese concedido otra temporada en la tercera categoría nacional (y hubiese bajado al Ceuta), porque en una tarde-noche de esas de carambolas le beneficiaron todos los resultados... menos el suyo. Faltó un gol. Solo un gol. Nada menos que un gol. El cuarto equipo menos batido del grupo I se va de la categoría por la puerta de atrás, por donde se merece. Con dos miserables disparitos a puerta el día en que se jugaba la vida. Los balonos de bien no se merecían este desenlace. Ni en la forma ni en el fondo. Pero esta Balona, para qué mentir, sí.
La historia, ésa que se consulta dentro de unos años, dirá que la Balona descendió en el Alfonso Murube y que fue testigo de una de las mayores proezas deportivas que se hayan protagonizado en muchos años, la del equipo de José Juan Romero, que llegó a estar a 14 puntos de la salvación y que nunca se rindió (¡chapeau!). Pero no es así como lo recordarán los sufridos balonos, los que respiran en blanco y negro. Este equipo -al que se ha permitido solo Dios sabe por qué, lucir la sagrada camisola albinegra- fue descendiendo durante toda la temporada. Desde aquel comienzo catastrófico de ocho jornadas casi sin sumar, pasando por la permisividad con el motín en vestuarios de algunos que ahora se van de rositas. Desde aquel penalti fallado frente al Linares en el 93'al gol en el alargue en el Fuenlabrada de hace dos semanas. Y así en bucle hasta el infinito.
Del partido en el Ceuta hay tan poco que contar que sonroja. Si acaso, que Alhassan Koroma jugó como mediocentro en lugar del sancionado Nico Delmonte. Da la impresión de que cualquier otra opción hubiese resultado igual de pobre. De donde no hay no se puede sacar.
Un equipo que sabe que tiene un pueblo detrás, que desde que salta al campo es conocedor de que sus únicas opciones pasan por conseguir la victoria nunca dio la sensación de estar jugándose el pan. Compartió con el conjunto de casa que era conocedor de que con el empate era prácticamente imposible que bajase y administraba esos tiempos- un partido insulso, vacío de contenido. Impropio de una lucha por la salvación y por todo lo que institucionalmente conlleva.
Pasaban los minutos y no sucedía nada en las áreas, donde, que se sepa, es donde se logran las permanencias. Hasta que en el 43' los de La Línea permitieron un centro desde la izquierda para que Rodri superase a Jesús Muñoz y cabecease al marco. Alberto Varo (que la Balona haya descendido con un portero así...) sacó una mano que prolongaba la agonía.
Tras el descanso no cambió el guion. Basadre (al que por mucho que algunos se empeñen no se puede culpar más que en una pequeñísima parte de este desaguisado, hay que apuntar a otro lado) llegó a prescindir de Loren para intentarlo con tres atrás. Pero de verdad que este equipo que ya consumó su descenso rezumaba la sensación de que podría jugar con 20 por delante del balón y que no pasaría nada bueno. Es complicado imaginar menos sangre y más incapacidad.
De hecho, oportunidad, lo que se dice oportunidad, solo la tuvo Julio Iglesias para los locales en el 80' y haber descerrado el tiro de gracia. Pero otra vez Alberto Varo abortó, esta vez con el pie.
Por si fuese poco Joel del Pino, que había entrado apenas un ratito antes, se autoexpulsó a tres o cuatro del final. Para completar el disparate de esta última jornada para olvidar. Para borrar de la mete como el resto de la temporada.
El pitido final no sonó como un tiro en el pie. Fue, más bien, un disparo en el alma de los balonos. Significa, casi con total seguridad, el fin de un ciclo. Ahora se cuela en la memoria, de manera sibilina, aquel mensaje que dejó Alberto Monteagudo, el primero de los decapitados, en su marcha: “Este proyecto de supervivencia no tiene nada que ver con el que se me vendió", Se equivocó el entrenador albaceteño. No sirvió ni para sobrevivir. Llega el tiempo del análisis y la autocrítica. Y de parar, respirar hondo y volver a empezar. Así es el fútbol. Así es la vida.
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