(0-1) La Balona fulmina a Jordi Roger
Real Balompédica - Córdoba CF | La crónica
Los albinegros caen a manos del Córdoba y la afición dicta sentencia
Los linenses, indolentes en la primera mitad, reaccionan tras el descanso, pero sin argumentos
Ni hubo indulto de una afición asqueada ni hubo respuesta de un equipo incapaz. La Balona volvió a perder, esta vez ante el Córdoba, y el resultado –o mejor sería escribir los resultados– provocaron a última hora de la noche la destitución de Jordi Roger.
Al contrario de lo que sucedió en el Clásico, esta vez no fue tanto un problema de indolencia como de incapacidad. Claro que es complicado saber qué resulta peor. La Balompédica unas veces no quiere y otras no puede, pero lo cierto es que suma dos victorias en trece jornadas y que ya siente más cerca los puestos de peligro que los del éxito. Y sobre todo, viene de perder como lo hizo en el Nuevo Mirador. La grada, que ya lo había hecho durante la semana a través de las redes sociales, dictó sentencia al final. Hacía mucho tiempo que no se escuchaba una bronca como ésa en el vetusto Municipal. Más que una bronca, era una petición unánime.
El Balona-Córdoba comenzó a jugarse mucho antes de que el balón echase a rodar. La ausencia al comienzo de los siempre fieles grupos de animación era un reflejo del hastío generalizado, de la desesperación de una afición que vio a su equipo líder nada más comenzar el curso y que ya anda rebuscando en los cajones las calculadoras y los rosarios no vaya a ser que haya que echar mano de ellos otra vez al final de la temporada. Que con el cariz que están tomando los acontecimientos nunca se sabe.
El equipo de casa tampoco entró al partido. Estaba cortocircuitado. Intimidado por su propia afición. Avergonzado como el chico que llega tarde a casa y es sorprendido en medio del pasillo. El Córdoba traía la lección bien aprendida. Ganó en colocación, en intención, en saber leer el partido. Ejerció de equipo con oficio, eso que es tan importante en esta categoría.
La apatía de los casa quedó patente unas pocas de veces. Los califales robaban en el mediocampo y parecían encontrar una autopista que les llevaba hacia el área. Otra veces era Jesús Álvaro el que ejercía de estilete y casi siempre un Javi Flores al que se le queda chica la división.
El cántaro fue y fue a la fuente. Hasta que llegó el 34’. Bandago perdió un balón en el semicírculo del ataque albinegro. Imanol García se fue y se fue, mientras unos le contemplaban y otros reculaban. Jugó al costado para Owusu. Y rechazó Javi Montoya, volvió a lanzar De las Cuevas. Y paró Montoya. Y ya a Imanol no le quedó otra que mandarla dentro del marco ante la indolencia generalizada de los que se suponían que tenían que defender.
Tras el descanso, mitad por algo de vergüenza torera, mitad por la entrada de Koroma y, sobre todo, de Bakr, la Balompédica dio un paso adelante. Seguramente también porque aquel movimiento de piezas sirvió para que algún futbolista volviese a la posición natural.
Pero ya era tarde. Demasiado tarde, porque el Córdoba es mucho Córdoba. Se parapetó atrás con un Djetei imperial ejerciendo de mariscal. El equipo cordobesista supo sufrir y jugar con el reloj. Como hacen los equipos grandes, los que son capaces de entender que a veces no es necesario brillar. Jugó a lo que quiso. Hasta sacar de quicio a los de casa. Tanto que fue necesario que el árbitro hiciese la vista gorda con Moussa, que le soltó un golpazo a un adversario que bien podría haberle valido la roja.
En toda una larga segunda parte de ataques, de intentonas, de revuelos... ocasiones, lo que se dice ocasiones, hubo una y eso que el público hasta se olvidó por un rato de todo el cabreo que atesora y dejó sentir su apoyo. Los de casa echaron mucho en falta a Dopi, que en estos casos ejerce de mucho más que guía espiritual.
La oportunidad se registró en el minuto 63’. Koroma cabeceó abajo con intención un centro y el meta Isaac Becerra repelió en corto. El balón le quedó muerto, al borde del area pequeña a Moussa, pero este acabó renunciando a marcar y casi se le entregó el esférico al cancerbero. Era la demostración de que la suerte estaba echada.
Después de muchos minutos de angustia, de impotencia, el final llegó acompañado de muchas miradas cómplices de esas que no presagian nada bueno. “¿Alguien se acuerda de la Recia Balona?” preguntaba un añejo aficionado mientras abandonaba el estadio, cabizbajo, dolido porque su Balona no encuentra freno a la hora de despeñarse. Ya por entonces sonaba a que iban a pasar cosas. Cosas desagradabes. Y acabaron por suceder.
El fútbol, lo dijo el presidente hace poco más de un mes, solo entiende de marcadores. Y ya ni las excusas, por muy justificadas que estuvieran, sirvieron como salvoconductos.
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