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Real Balompédica - UCAM Murcia | La crónica
No existe momento más oportuno para exorcizar los miedos que cruzarse en el camino de la Universidad Católica. Una Real Balompédica atemorizada en el primer tiempo, pero fiable como a comienzos de temporada en el segundo, rompió con una racha de dos derrotas que se ha hecho interminable para su gente. Derrotó al UCAM Murcia, al que minimizó tras el descanso. En un solo duelo se jugaron dos mini-partidos totalmente diferentes. Los de Romerito se reencontraron consigo mismos y recondujeron justo a tiempo el amago de divorcio con su hinchada -que ya andaba echando los papeles para la ruptura en el descanso- en un partido que cambiaron Alhassan Koroma, que es un factor diferencial cuando juega cerca del marco, y Gabriel Chironi. Los albinegros acaban el sábado en puestos de play-off. Pero es ahora, precisamente ahora, cuando hay que recordar que lo que realmente están es diez puntos más cerca de la permanencia. Sin dejarse llevar. Lo demás, ya se verá.
El fútbol, lo dijo uno que de esto sabe un rato, tiene mucho de estado de ánimo. El Balona-UCAM es el vivo reflejo de como a un equipo le puede atenazar el miedo y como puede transformarse al verse por delante en el marcador. Esa metamorfosis llevó a la Balompédica a un triunfo que vale su peso en oro. Por lo que supone para la clasificación, pero sobre todo, por lo que implica de acabar con un luto de dos semanas, sobre todo la primera, que amenazaba con romper la sociedad que existe entre los que están dentro y fuera del terreno de juego.
El primer periodo fue una continuación de los dos últimos encuentros. Salvando un disparo de Leandro Martínez nada más empezar, al que replicó bien Unai Aguire, el equipo de casa no existió en ataque. Se fue angustiando a medida que corría el cronómetro. Era incapaz de dar tres pases seguidos. El balón les quemaba a todos. Coulibaly quería hacer más cosas de las que debía y por ahí los de La Línea perdían hasta el equilibrio. Y la tarde entró en un peligroso círculo vicioso, porque la hinchada empezó a dejar sentir su malestar con ese murmullo de reprobación tan característico de la Tribuna, que a su vez iba difuminando más a los que estaban en el césped.
El UCAM -que nadie se engañe, tiene un verdadero equipazo- olió la sangre se dio cuenta pronto de esa sensación de vértigo de los albinegros, cargo su ataque a la izquierda y buscó el gol. En el 4' ya avisó Ferrando y en el 11' llegó su primera gran oportunidad. Moyita se coló entre Loren y Fran Morante y los locales necesitaron una vez más de su portero, Nacho Miras, que se hizo grande, achicó el marco y evitó lo que parecía un gol cantado. Ojo a esa parada, porque pudo hacer mucho más que cambiar el rumbo de un partido. Igual hasta detuvo la caída de su equipo a los infiernos.
El resto del primer periodo fue un quiero y no puedo de la Balona ante un UCAM que daba la sensación de estar convencido de que más pronto que tarde acabaría por ponerse por delante. En el 18' Moyita estrelló un zapatazo en el larguero después de burlar a la zaga y en el 27' el madrileño Pérez Muley a instancias de su auxiliar, anuló un tanto a Josete por un fuera de juego de esos milimétricos que cuando son a favor todo el mundo ve claro y cuando son en contra es que los árbitros se han equivocado. La verdad, la puñetera verdad, es que sin VAR lo que vale es lo que pita el de turno. Unas veces a favor y otras, en contra.
Los visitantes ganaban todos los balones divididos, todos los aéreos en el área y la Balona daba una sensación de desgana (que seguramente tenía más de inseguridad que desaplicación) que propició que su gente la despidiese con pitos en el entretiempo.
El UCAM había dejado escapar vivos a los de Romerito. Y acabaría pagándolo con la derrota. Porque tras el paso por el vestidor se vio otro partido. Por un lado porque salió Chironi y por otro porque a los cuatro minutos Unai Aguirre pecó de pardillo e hizo un penalti de manual a Alhassan Koroma. Gerard Oliva se reivindicó lanzándolo -no era un momento fácil para asumir esa responsabilidad después de todos los palos recibidos- y anotando frente a su exequipo.
Es complicado decir si fue Chironi, el gol o la suma de ambos, pero lo indiscutible es que el tanto descosió los miedos del equipo de casa, que de repente recuperó esa tensión, esa actitud que es lo único que su gente no da por negociable.
Salmerón sacó de su banquillo a todo pelotero con perfil ofensivo. Pero esto no va de poner más gente arriba, porque si fuese así, lo haría todo el mundo. A veces hay que ser un poquito menos exquisito y practicar un fútbol más directo. Mientras los de amarillo se empeñaban en gustarse sin inquietar a Nacho Miras, la Balona supo leer el partido.
Los católicos se empeñaron en tocar y tocar y la Balona administró su ventaja con coraje. A ratos los extremos se sacrificaban tanto que parecía que los de casa defendían con seis. Hasta Bandaogo se parecía a Bandaogo. Pero eso la grada no solo lo valora, sino que lo agradece.
Al final al UCAM no le quedó otra que desabrocharse, arriesgar. Y en el 85' cuando los visitantes acababan de hacer sus dos últimos cambios en busca de la ruleta rusa, Chironi puso el colofón a su más brillante partido y dio una asistencia a Dorrio, que avanzó apenas dos pasos antes de ejecutar la condena.
La Balona y los balonos respiran tras celebrar juntos una merecida victoria. La centenaria escuadra albinegra se reencuentra con sus valores y pone fin a su primera crisis, que como todas deja heridas, pero que, como de tantas, saldrá [casi seguro] fortalecida.
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