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Real Balompédica - Algeciras CF | La crónica
El primer Clásico de Primera RFEF pasará a la historia como un amargo vía crucis para los balonos y el mejor de los sueños para los algeciristas. Los albirrojos endosaron a los linenses una de esas goleadas que se destacan cuando toca hablar de antecedentes. Ania y sus muchachos supieron reconducir la angustia de su revés en Cornellá y afrontaron un partido de rivalidad como hay que hacerlo. Eso y una efectividad ante el marco propia de un equipo de Champions les bastó para aplastar a una Balona desposeída de todos sus valores hasta sonrojar-enojar a su grada. Los de La Menacha no precisaron hacer un partido deslumbrante para mutilar a su eterno rival, les bastó con hacer el partido perfecto, el que siempre imaginan ante una Real Balompédica que pecó de una injustificada soberbia generada por sus tres primeros resultados y que recibió algo más que una cura de humildad: una indigesta sobredosis de realidad.
La Balona empezó a perder el Clásico el viernes, aunque entonces casi nadie lo supo. Cuando Antoñito cayó lesionado. El vestuario balono lo silenció para no dar ventaja al enemigo, pero lo que no logró esconder en el césped es que se había quedado huérfana del futbolista que le estaba dando equilibrio, agresividad y coherencia a su juego. El segundo golpe llegó en el minuto tres. Fran Morante perdió el balón en una salida precipitada, un chiquillo con pinta de pelotero grande llamado Leiva lo recuperó y la jugada la culmino Roni en el 0-1.
A partir de ahí ya no hubo partido. Porque para que haya y más cuando se trata de un Clásico, tiene que haber dos equipos dejándose el alma en el césped. Y la Balona se quedó enredada en las armas del rival y no encontró nunca ese ADN que le señala como Recia. En realidad no encontró nada. Los algeciristas dieron desde ese momento una lección de eso que los cursis llaman ahora otro fútbol y que no son más que las artes de los que conocen este oficio.
Después de varios intentos queda claro que el Algeciras 2.0 sabe manejar mejor este tipo de confrontaciones. No puede ser una casualidad. Lo mismo es porque en su once albirrojo había cuatro que vieron la luz entre El Saladillo y El Cobre y en la Balona dos o tres que nacieron en diferentes puntos de África. Pero eso, lo mismo.
Esa alineación, por cierto, la había retocado Ania y, a la vista está, con acierto. Retrasó a Tomás Sánchez y Gonzalo Almenara a los laterales, como le reclamaba medio planeta y ubicó a Iván Turrillo en el eje. Ver al capitán algecireño, sobre todo en la primera parte, fue una delicia. Acabó con Coulibaly, que le saludaría más tarde, cuando era relevado, en plan “vaya tarde que me has dado”.
Hasta el minuto 20 el partido, el encuentro fingió estar vivo. Por aquello de la exigua diferencia en el marcador. Cham disfrutó de una en el 11 con un disparo en una buena posición que pegó en un defensa. Pero los de La Línea no sabían cómo llegar y si lo hacían ya estaba allí Gerard Oliva para perder pronto el esférico. En el 24' el Algeciras se acercó al marco por segunda vez. Y anotó Álvaro Romero.
Desde ese momento el primer Clásico RFEF ya no necesitaba aparentar que estaba para cualquiera de los dos. El Algeciras ya lo había ganado, porque tenía enfrente a una Balona amorfa, incapaz de levantar un diferencia como ésa. Una escaramuza por bando y todos a la caseta.
En el vestidor, Romerito que ya había rotado a los tres de la segunda línea tras el minuto de agua, buscó en su chistera una solución, pero no siempre se encuentra el conejo. Tomó una decisión que siendo muy generosos es debatible -colocar tres centrales- y dio entrada a Abdoul Bandaogo, que ya no queda duda alguna de que aún tiene su mente en la Avenida de Las Palmeras.
Nueve minutos, nueve, tardó el equipo visitante en echar el candado a su triunfo. Otra indecisión de lo que hasta entonces había sido su mejor línea, la defensa y Romero marcó de chilena. A los de casa les sonó aún peor que lo del taconazo del pasado mes de marzo. Que ya es decir.
El Municipal se silenció. Herido. Sin fe. Solo se oían los cánticos festivos de un trozo del Nuevo Mirador que se había desplazado hasta La Línea. Un grupo que creyó en lo que nadie creía. Cualquier intentó de cambio organizativo de la Balona daba la sensación de conceder aún más vida a un Algeciras. Y llegó el cuarto. A ocho del final. Pelayo Morilla inscribió su nombre en la historia. Y la mitad de los balonos salieron corriendo del estadio para no seguir padeciendo. Y su presidente, Raffaele Pandalone, abandonó el palco, avergonzado como el que más.
Mientras la afición visitante ponía la banda sonora, los más acérrimos en casa reclamaban al árbitro que tomase nota del tiempo que perdían los pupilos de Ania. Los más sensatos pensaban que cuando antes silbase tres veces Abraham Domínguez, mejor que mejor.
Y llegó el final del no Clásico, porque no es nada frecuente ver en este tipo de duelos que uno de los equipos es incapaz de competir con el otro. El Algeciras pasó como un martillo pilón logró su primera victoria y dejó su marco a cero por primera vez en el escenario que hubiesen elegido todos los suyos. Y la Balona vino a meter la pata, a sumar su primera derrota, justo el día que menos lo hubiese querido su parroquia. Todavía habrá gente que se atreva a discutir que este tipo de confrontaciones son, sencillamente, diferentes.
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