Briareo: el nombre del Estrecho
Mitos del fin de un mundo
Briareo es un mito relacionado con el Estrecho desde tiempos primitivos
Su carácter primigenio motivó que la mitología clásica lo utilizara como pretexto antes de olvidarlo
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Briareo tiene aire de precursor. En él se conjuga el desconocimiento más extendido con la fortaleza más hiperbólica. Emparentado su antropónimo con el significado "fuerte", es un personaje enraizado con los mitos más originales que los complejos vaivenes de lo legendario han depositado en apartados recovecos de una conciencia colectiva demasiado acostumbrada a dejarse llevar sin apenas saberlo.
Su árbol genealógico entronca con la divinidad más primaria de la teogonía clásica: Urano, el cual, tras unirse con Gea, concibió numerosos vástagos. El dios personificador del cielo se esposó con la diosa personificadora de la tierra. Tierra y cielo, elementos fundamentales a partir de los que se articularon las iniciales tentativas de totalización mítica. Estas primeras deidades fueron adornadas por sucesivas interpretaciones ficticias con una sarta de temores y desafecciones que acabaron conformándose en recurrentes lacras. Su abundante descendencia se articuló a partir de tres grandes grupos: los Titanes, los Cíclopes y los Hecatónquiros. En ellos descollaron figuras como Cronos, Polifemo o Briareo, respectivamente, y tenían en común una descomunal fuerza que acabó siendo la causa de buena parte de sus penalidades.
Urano, temiendo ser destronado por uno de sus herederos, los fue desterrando al extremo occidental del mundo, a un espacio lóbrego y apartado donde fueron gestando venganzas y desquites. Los exilios y expulsiones larvaron un sentimiento vindicatorio que se hizo más latente en Cronos, que acabó castrando y derrotando a su padre antes de gobernar durante un tiempo que tuvo mucho de recurrentes imposiciones y temores sucesorios. El hijo mostró claros paralelismos con el padre y deportó de nuevo a sus hermanos a las occidentales tierras del Tártaro. El imaginario común recreó a los Hecatónquiros reclusos como gigantes monstruosos e hiperbólicos, dotados de cien brazos y cincuenta cabezas. Conocidos también como los Centímanos, Briareo, Giges y Coto formaban una tríada que rozaba el malditismo de unos engendros monstruosos que poseían la fuerza de los seres primigenios y despertaban pavores atávicos. Hesíodo consideró que ni sus nombres debían pronunciarse, ya que el mal que podían provocar con sus descomunales miembros era directamente proporcional a su exageradas copiosidades.
Unos seres tan robustos debían poseer una férrea custodia en su distante reclusión. Cronos recurrió a Campe para el desempeño de esta labor. Desalmada carcelera, era una ninfa también relacionada con Occidente. Habitante del Tártaro, tenía alas y era multiforme, serpentina. Vinculada al Inframundo, poseía cuerpo de mujer y mitad inferior de dragón. Epicarmo la describió como un monstruo marino que escupía veneno y tenía garras que se doblaban como una hoz de uñas curvas. Las hipérboles de los Hecatónquiros presos se multiplicaban en su guardiana, que tenía un millar de colas reptantes que surgían de sus patas y su cabello de sierpes. De su cuello brotaba medio centenar de cabezas de leones y jabalíes. Rematada con una cola de escorpión en la espalda, su ira provocaba pavorosos huracanes y tormentas. Su función era custodiar la reclusión de Briareo y sus hermanos en las profundidades del Tártaro y fue tal su maldad que hubo quien llegó a contemplar con benevolencia a los Hecatónquiros presos, como Apolodoro, el cual reivindicó su belleza, estatura y vigor, aprisionados con la angustia que generan las causas injustas y el dolor desconsolado de los atropellos familiares.
Esta situación se mantuvo hasta que se desencadenó la Titanomaquia, una guerra desmedida entre dos bandos: el del primigenio poder divino frente a una nueva generación de dioses disconformes con los iniciales despotismos. Zeus, hijo de Cronos y Rea, se rebeló contra la heredada actitud paterna de prescindir de su prole. Para ello, organizó un amplio frente para combatirla. Cronos se apoyó en los Titanes Ceo, Crío, Hiperión, Jápeto, Atlas y Menecio. En el otro bando, Zeus se escudó en sus hermanos sedientos de venganza paterna: Hestia, Hera, Deméter, Hades o Poseidón. También se sirvió de las ansias de resarcimiento de los Cíclopes de un ojo y los Hecatónquiros de cien brazos que sobrevivían confinados junto a las puertas del Hades. El dios del rayo procuró ganarse la voluntad de los gigantes centímanos y los alimentó con néctar y ambrosía para devolverles el vigor. De los tres Hecatónquiros, fue Briareo el que mejor reconoció a Zeus su interés y en la batalla contra los Titanes en los bosques donde luego se asentaron los Tartessos mostró un decidido apoyo. En agradecimiento, ayudó a los dioses rebeldes arrojando enormes piedras de cien en cien contra sus enemigos hasta que fueron sepultados. La nueva generación de divinidades olímpicas venció y los perdedores fueron encerrados en el Tártaro, tras unos míticos muros de bronce erigidos por Poseidón. Briareo y sus hermanos custodiaron a los prisioneros en las puertas de este confín. Su rol de vencedor convirtió al gigante de cien brazos en algo más que un mero vigilante, ya que su morada fue un suntuoso palacio erigido sobre las raíces del remoto Océano, en las proximidades del canal que cerraba por poniente el mar surcado por todos. Hesíodo describió la residencia como una fastuosa edificación erigida en el fin del mundo conocido. Convertido en todopoderoso controlador de las puertas del Tártaro, Briareo comenzó a ser nominado como Egeón y no cesó de mostrar fidelidad hacia su benefactor Zeus. En la Iliada se narra un intento de derrocamiento de este a manos de Hera, Atenea y Poseidón, tentativa que acabó en el más absoluto de los fracasos al invocar Tetis a Briareo, el cual acudió presto a socorrer al triunfante hijo de Cronos. Como recompensa por todos estos servicios, Zeus concertó el enlace del Hecatónquiro con Cimopolea, hija de Poseidón. Ambos habitaron en el fastuoso alcázar erigido junto al río Océano y allí concibieron a Eólice, deidad de las olas producidas por las tempestades y dueña del cinturón dorado que Heracles tuvo que obtener en uno de sus trabajos.
El poder que adquirió el Centímano en el extremo occidental del mar conocido fue omnímodo y el territorio aledaño pasó a vincularse con su figura, hasta el punto de que los hitos que marcaban el Estrecho comenzaron a denominarse Columnas de Briareo.
El desmesurado gigante de cien brazos hijo de Urano y hermano de Cronos, fue aliado de Zeus, pero pertenecía a la estirpe de los dioses primigenios y se encuadraba en el imaginario colectivo en estadios anteriores a los grandes procesos de colonización. Para las primeras expediciones de civilizaciones orientales, el Mediterráneo era un mar que ganaba incertidumbre conforme se avanzaba hacia meridianos más a poniente. Para las flotas de los puertos del Levante, la aproximación al Estrecho suponía todo un ejercicio de audacia y fue tomando forma una mitología que otorgaba una cierta sistematización cosmológica de un espacio que era algo más que el final del mundo conocido. Las estelas o columnas fueron algo más que accidentes geográficos concretos. Más allá de Calpe o de Yebel Musa, existía la necesidad de instituir unos hitos que civilizaran un territorio que tenía mucho de extremo y desconocido. El hecho de situar a Briareo junto a esas columnas fue un decidido intento de colonización por parte de unas culturas orientales que se acercaron a occidente con la inquietud de las primeras veces, la prudencia del avezado y la seguridad del que se cree superior. El Estrecho fue límite y umbral, puerta y frontera que fue nominado por vez primera con un mito integrante de los estadios iniciales de la cosmogonía clásica. Divinidades pre-olímpicas concebidas con las características de los dioses que preceden al orden cósmico y arraigadas en constructos teogónicos que hunden sus raíces en edades muy anteriores. Briareo es un mito clásico anterior a los tiempos clásicos, una necesidad clásica para explicar unos inicios poco clásicos, cuando los mitos tenían el telurismo hiperbólico y desmedido de los estadios pre-culturales.
A partir del siglo IX a.C., los fenicios iniciaron una colonización más avanzada de los territorios occidentales y el estrecho de Gibraltar dejó de ser un hito intraspasable. La posterior arribada de los griegos llevó consigo el intento por aprovechar un conjunto de mitos que hicieron suyos en un indisimulado proceso de asimilación cultural. Hesíodo fue el encargado de re-escribir las leyendas: sustituyó a Briareo por el autóctono Gerión y permutó al fenicio Melkart por un heleno Heracles, el verdadero encargado de civilizar la zona, para lo que se sirvió de la muerte del gigante. Es comprensible que Aristóteles considerara que el nuevo héroe griego se convirtiera en el principal benefactor de la humanidad tras limpiar la tierra y el mar de los confines occidentales y purgarlas de los monstruos que las infestaban. También es comprensible que, como reconocimiento, se le dieran a las columnas del canal su nombre, eclipsando al de Briareo.
Integrante de la mitología clásica, su carácter primigenio motivó que esta misma lo olvidara. Ni siquiera su apoyo a Zeus, decidido, incondicional y constante, pudo evitar que el territorio occidental, el lugar donde habitó en suntuosos palacios al borde del océano ignoto, perdiera la toponimia con la que fue conocido durante siglos. Hoy nadie recuerda las columnas de Briareo y su nombre ha pasado a asociarse a los aspectos más hiperbólicos y negativos de su carácter. Nada ha quedado de su lealtad, de su fortaleza en la guerra ni de su papel de guardián del paso más trascendental de la geografía mítica. Dante se conformó con describirlo mortalmente herido y fulminado por celestiales rayos; Diego de Hojeda lo relacionó con pavorosos orcos, hidras y geriones, mientras que don Quijote se acordó de él al ver descomunales gigantes tras manchegos molinos y más de cien brazos tras móviles y circulares aspas. Hoy es una vulgar marca comercial de rejas de seguridad extensibles y de herbicidas que portan diflufenicán entre sus componentes.
Briareo ya no es el guardián del Estrecho.
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