Conchita Peris del Corral, la dama española de Villa Carmela (II)

Los italianos de la décima

La puesta en funcionamiento tanto de la base secreta del Olterra como de Villa Carmela, exigió el envío de importantes cantidades de material, armamento y equipo desde Italia hasta el Campo de Gibraltar

Fotografía dedicada al autor por Conchita Ramognino, coprotagonista de estos hechos.
Fotografía dedicada al autor por Conchita Ramognino, coprotagonista de estos hechos. / E.S.
Alfonso Escuadra

30 de noviembre 2022 - 03:00

Pero lo más curioso fue que la Regia Marina también había visto con buenos ojos que su esposa volviese a acompañarle en esta su segunda misión. Antonio era consciente de que se trataba de algo mucho más comprometido y peligroso que su viaje anterior. De manera que, tal como contaría Conchita, sólo había accedido a ello tras comprobar el entusiasmo con el que, una vez informada, esta había vuelto a confirmarle su solícita predisposición a seguirle en esta nueva aventura. No fueron pocos los curiosos -comentaría sonriendo- que, al preguntar por los motivos de su presencia en el Sur peninsular, pudieron escuchar admirados que todo se debía al firme deseo de su cariñoso marido; el cual, había querido aprovechar su nuevo destino en España para que el supuestamente delicado estado de salud de su esposa se beneficiase de la tranquilidad de aquel lugar, de los baños de sol y de la brisa marina.

De tal suerte que, el lunes 29 de junio de 1942, tres semanas después del final de su primera misión, la pareja regresaba otra vez a España. Esta vez con los pasaportes en regla. Conchita era perfectamente consciente de que el momento en que abrieron la puerta de Villa Carmela, había marcado la entrada en servicio de aquella nueva base secreta.

Más allá de la simple mención de que el acceso a la vivienda se había hecho en régimen de alquiler, ni Borghese, ni estudiosos del tema, ni el propio Antonio Ramognino han proporcionado excesiva información de cómo el Servicio de Inteligencia Naval italiano (SIS) se había hecho con la villa. Cierto que el testimonio de Conchita no proporciona todos los detalles pero, como es fácil comprobar, sí resulta tremendamente ilustrativo: "Desconozco como fue alquilada Villa Carmela pero sí puedo afirmar que primero se intentó que fuese yo la que firmara el (contrato de) alquiler, pero al final no se hizo así… Si el contrato lo firmó mi marido o (alguien de) la Marina no lo sé. Lo que sí sé es que Bordigioni, el cónsul italiano en Algeciras, fue el que se ocupó de todo eso".

Estas palabras ya sugieren la participación en el asunto de agentes del SIS dependientes del viceconsulado. Hoy, gracias al material desclasificado, se puede afirmar que el bruñidor de toda la operación y la persona que ayudó a cerrar el contrato de alquiler con el abogado Antonio de Sola, administrador de la propiedad, fue el omnipresente Giulio Pistono. Entre los aspectos que aún quedan por documentar, se encuentra la posibilidad de que, como en otros casos, la operación se hubiese realizado con la aquiescencia de los servicios de Inteligencia españoles. No obstante, hubiesen o no participado en ello, sólo desde una ingenuidad verdaderamente conmovedora se puede pretender que el alquiler por parte de una pareja procedente de Italia de una propiedad en las inmediaciones de una base que se sabía atacada por la Marina de ese país, pudiese pasar desapercibida a los diferentes servicios secretos, tanto españoles como extranjeros, presentes en la comarca.

Como recordaría Conchita, prácticamente desde que pusieron los pies en su nueva vivienda, habían detectado la presencia de un coche con matrícula GBZ (Great Britain Zone) en sus proximidades. Más adelante, supieron que el vehículo en cuestión pertenecía a Jaime J. Russo, vicecónsul británico de La Línea y cuya residencia de La Rosaleda se encontraba en el cercano Campamento. Además, estaban las continuas y sospechosas visitas de sus vecinos de Puente Mayorga, tanto gibraltareños como españoles, entre los cuales se incluían militares de la guarnición y hasta el mismísimo cura de la barriada que solícitamente, acudió a informar a sus nuevos feligreses sobre el horario de los oficios parroquiales. Es evidente que no todos eran agentes buscando información, pero estas visitas mencionadas por Conchita demuestran muy a las claras que su presencia allí no había pasado precisamente desapercibida.

Gracias a las memorias de Borghese es posible precisar el lugar que los Ramognino y esta nueva base ocuparían dentro del complejo dispositivo secreto que la Marina italiana mantenía en el Campo de Gibraltar. De entrada, aunque perteneciese a la misma Flotilla y facilitase cuanto pudo sus operaciones, Antonio nunca estuvo operativamente encuadrado en la escuadrilla de maiali que actuó desde el Olterra, sino que, desde su condición de responsable de Villa Carmela, iba a servir como fuente de información para el SIS y como apoyo cercano para los buceadores de combate en sus futuras acciones en la Bahía.

Se explica así que una de las primeras cosas que había hecho la pareja había sido mejorar las posibilidades de la villa como puesto de observación. En este sentido, la Bahía era perfectamente visible desde las ventanas abiertas en la fachada oeste, pero la mejor perspectiva del puerto enemigo y sus aguas era la que se ofrecía a la fachada sur. Pues bien, de nuevo con la excusa de los cuidados que su mujer necesitaba, Antonio había solicitado permiso a la propiedad con objeto de practicar una apertura en la misma para -supuestamente- mejorar la ventilación de la casa.

Convenientemente dotado de un poderoso equipo óptico, aquella apertura circular se iba a convertir en un eficaz observatorio. A fin de que pasara lo más desapercibida posible, los Ramognino emplearon un recurso tan ingenioso que hasta el propio Borghese no dudó en referirse a él en sus memorias. Así lo recordaría Conchita aquella tarde:

"(En la fachada sur de Villa Carmela) abrimos una especie de ventanuco, delante del cual colocamos (una pajarera con) unos periquitos… Por dentro (Antonio ajustó) un conoquiale con la idea de que los pajaritos revoloteasen ocultando el anteojo, que de esa forma no se veía, mientras él disponía de una panorámica del Campo de Gibraltar, la Bahía y el Estrecho que se contemplaba muy bien desde allí. Aquellos pajaritos me los llevé luego a Italia y un día se me escaparon…".

Por otro lado, la puesta en funcionamiento, tanto de la base secreta del Olterra como de Villa Carmela, exigió el envío de importantes cantidades de material, armamento y equipo desde Italia hasta el Campo de Gibraltar. De hecho, una de las primeras cuestiones abordadas por el mando había sido la de orquestar todo aquel soporte logístico. La Marina italiana contaba ya con un importante punto de apoyo en la base naval de Burdeos, dentro de la Francia ocupada. Los envíos hasta allí no presentaban problema alguno ya que todo discurría a través de un territorio bajo administración alemana. El problema era salvar la frontera y atravesar el territorio peninsular.

Cierto que hacía casi un año y medio que España había firmado un protocolo tripartito de alianza con el Eje y eso podía facilitar las cosas. Pero según la letra del mismo, la fecha de la comprometida entrada de España en la guerra debía ser fijada mediante acuerdo unánime de las tres potencias y la marcha de los acontecimientos bélicos hacía mucho tiempo que habían llevado a Franco a tomar la decisión de mantenerse, de momento, al margen del conflicto. Todo ello mientras los alemanes se hallaban volcados en su nueva ofensiva de verano en el frente ruso. Eso quería decir que, siendo un país indiscutiblemente vinculado al Eje y deseoso de su victoria, tal vez se pudiese contar con cierto margen de tolerancia, pero siempre y cuando no se pusiese en peligro su proclamado estatus de nación “no beligerante”. O lo que es lo mismo, siempre y cuando todas las actuaciones quedasen ocultas bajo el más absoluto secreto para no comprometer la posición internacional del Régimen. Y eso era algo que afectaba tanto a la misma existencia de las bases o a los esperados trasiegos de hombres y material, como al desarrollo de las operaciones.

No es extraño pues que el soporte logístico de estas bases haya sido considerado uno de sus aspectos potencialmente más peligrosos. Fue el Servicio de Información Naval italiano (SIS) el que se encargó directamente de organizar estos envíos de material desde La Spezia. En primer lugar hasta la residencia de Pistono en Pelayo, siempre como valija diplomática y por supuesto, apoyándose en la base de Burdeos que, en aquellos momentos, era utilizada conjuntamente por la Marina italiana y la Kriegsmarine.

Curiosamente, su transporte final hasta Villa Carmela se realizó en un camión alquilado por Pistono y aprovechando la mudanza de los Ramognino. De esta forma, el armamento y los equipos necesarios para la preparación y dotación de la nueva base secreta pudieron llegar camuflados entre los muebles, la blanquería, los múltiples utensilios domésticos y el carbón necesarios para equipar su nueva residencia. Así lo recordaría Conchita medio siglo después:

"(Tras alquilar Villa Carmela) encargamos una gran cantidad de muebles, muchos más de los que necesitábamos. Los encargamos todos al mismo tiempo pero en lugares diferentes, y nos los traían en camiones que, durante el trayecto,… completaban su carga". Ella nunca lo supo, pero el lugar donde se había realizado esta operación había sido la villa de El Buen Retiro en Algeciras.

"Las diferentes partes de los equipos –manifestaría Conchita- tales como respiradores, trajes de goma, las botellas de oxígeno, etc.- llegaron hasta nosotros ocultos dentro de los muebles. Dos bombonas cilíndricas de aire comprimido, que eran excesivamente grandes para ser trasladadas de esta forma, fueron vestidas con sombreros y abrigos y llevadas a casa en el asiento trasero de (nuestro) Peugeot. Tenían la apariencia de dos personas medio dormidas... (y) afortunadamente, nadie se interesó por comprobarlo".

"El problema de transportar las cargas explosivas fue más complicado. Como no se las podía trasladar dentro de los muebles, estuvieron pensando durante algún tiempo la forma de traerlas... Finalmente, encontraron la solución ocultándolas en sacos de carbón… Con toda seguridad, aquel era demasiado carbón para una pequeña villa habitada sólo por dos personas pero, también en este caso, nadie hizo nada por investigar".

Todo esto debió tener lugar a un ritmo trepidante y con toda seguridad, a lo largo de los primeros días de julio de 1942. Ya que estaba previsto que la madrugada del martes catorce tuviese lugar la primera acción de guerra con buceadores de combate desde aquella villa española. La joven Conchita Ramognino también sería testigo directo de la misma.

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