Tribuna libre
Manuel Gutiérrez Luna
Limitar la acción popular
Instituto de Estudios Campogibraltareños
Fue a finales de los años sesenta cuando, tras los importantes descubrimientos realizados por Betty Molesworth Allen, empezó a reconocerse la importancia botánica del sector aljíbico, incluido en su mayor parte en el Parque Natural Los Alcornocales. Los hallazgos de esta insigne naturalista británica situaron nuestra comarca por primera vez, y con nombre propio, en el extenso mapa de la flora europea.
Sus primeras publicaciones y otros estudios que se fueron sucediendo, desde poco tiempo después hasta la actualidad, fueron sacando a la luz la existencia en nuestra zona de un refugio de flora relicta paleotropical de origen terciario, sobre el que, a pesar de la escasez del registro palinológico, existe un acuerdo casi unánime por parte de la comunidad científica, basado sobre todo en la singularidad de dicha flora y en las peculiaridades geoclimáticas que hacen posible su presencia en el sur europeo.
Esta vegetación “puede considerarse como un enclave relíctico de bosques lauroides que en otra época tuvieron mayor extensión y cuya composición florística participa fuertemente de influencias póntico-europeas y macaronésico-atlánticas”. Se trata de un tipo de flora que sobrevive en comunidades riparias endémicas de carácter lauroide, denominadas ojaranzales aljíbicos, y formadas fundamentalmente por ojaranzo (Rhododendron ponticum), avellanillo (Frangula alnus subsp. baetica), laurel (Laurus nobilis), acebo (Ilex aquifolium), hiedra (Hedera maderensis subsp. ibérica), zarzaparrilla (Smilax aspera), brezo turel (Erica arborea), Scrophularia laxiflora, Ruscus hypophyllum, Sibthorpia europaea junto a un interesantísimo catálogo de helechos hidrófilos, como Athyrium filix-femina, Blechnum spicant, Osmunda regalis, Culcita macrocarpa, Diplazium caudatum y Pteris incompleta; reófilos, como Vandenboschia speciosa; y epífitos, como Davallia canariensis y Polypodium cambricum.
De todos ellos, los que representan un mayor valor, por su distribución disyunta y su elevado grado de amenaza, son los relictos Culcita macrocarpa, Diplazium caudatum y Pteris incompleta, de distribución ibero-macaronésica, y Vandenboschia speciosa, con un areal más amplio que incluye además algunas zonas atlánticas europeas. A ellos hay que añadir dos taxones de distribución tropical: Christella dentata y Psilotum nudum. Estas seis especies están incluidas en el Plan de Recuperación y Conservación de Helechos de Andalucía (en adelante PRCHA), del cual forman parte, como técnicos o colaboradores, los autores de este artículo.
Para la mayor parte de los investigadores este catálogo florístico “constituye la vegetación natural de cabeceras de arroyos en topografías abruptas del tipo valle encajado (localmente denominados “canutos”), como comunidades edafohidrófilas y puntualmente en cumbres y cabeceras caracterizadas por la presencia de nieblas frecuentes (climatófilo-aerohigrófilas)”.
Aunque este tipo de vegetación se incluye en la asociación denominada Rhododendretum pontici, que engloba a todos los ojaranzales aljíbicos, existen variaciones significativas que permiten una división más compleja de este tipo de bosque, que incluiría subasociaciones como los ojaranzales con alisos (alnetosum glutisonae), en contacto en su tramo inferior con las alisedas de las zonas medias y bajas de los arroyos; los ojaranzales con quejigos, situados en las zonas más altas, en contacto continuo con las nieblas (daphnetosum latifoliae) y los ojaranzales con helechos relictos (culcitetosum macrocarpae). “Esta última serie constituye la vegetación más original del parque natural al tratarse de los relictos de laurisilva mejor conservados y de mayor extensión de la Península Ibérica y por tanto de Europa Occidental”.
Estas series de vegetación coinciden en líneas generales con la clasificación incluida en la Guía de Identificación de Hábitats de Interés Comunitario en Andalucía, donde aparecen dos hábitats endémicos relictos a estudiar y proteger: Las alisedas con Rhododendron (92B0_0), que ocupan márgenes de tramos altos o medio-altos en arroyos y torrentes encajados; y los canutos con ojaranzos del Aljibe (92B0_1), que aparecen en cabeceras o tramos altos de ríos y arroyos aljíbicos, con estructura típica de canutos, en áreas de humedad ambiental muy elevada y constante gracias a la abundante pluviosidad y a la presencia de nieblas continuas. En algunos enclaves, estos ojaranzales, con una composición florística similar, no aparecen asociados a corrientes de agua, sino formando parte de los quejigales morunos altos, en zonas donde las precipitaciones son muy elevadas (por encima de los 1500 mm anuales) y donde las nieblas son predominantes (bosques de niebla), como ocurre en la Sierra de la Luna.
En la documentación consultada para la redacción de este artículo se repite, casi sin excepción, que la serie mejor conservada de todo el conjunto, la de los ojaranzales con helechos relictos, se encuentra en el interior de un conjunto de valles encajados y abruptos, denominados localmente canutos, situados en las cabeceras de las corrientes fluviales. Se denomina así localmente a un arroyo pequeño, generalmente de agua permanente, aunque con un importante estiaje veraniego, que en los valles más meridionales (y situados a mayor altura) es matizado por la humedad de las nieblas que se forman en las cumbres del Estrecho. La humedad ambiental en su interior es elevada y constante, con temperaturas suaves en todas las estaciones. En su curso alto suele ser un somero cauce excavado por la unión de pequeños manantiales de escaso caudal, provenientes de los rezumaderos de las cabeceras. Luego, gracias al aporte de otros afluentes, la erosión provocada por un caudal cada vez mayor va excavando un estrecho valle profundo, encajonado y de fuertes pendientes, cubierto en su fondo y sus laderas por densas bóvedas arbóreas, verdaderas malezas casi siempre impenetrables, formadas por especies lauroides, especialmente ojaranzos, avellanillos, laureles y acebos, acompañados por alisos en las zonas más bajas, que sirven de refugio a un conjunto de helechos relictos que sobreviven al amparo de la densa galería vegetal.
Y, sin embargo, los datos recogidos por nuestro equipo desde el año 2015 hasta la actualidad, después de realizar seguimientos bianuales o trianuales de todas las localidades con presencia de los helechos relictos que sobreviven en los ojaranzales aljíbicos: Culcita macrocarpa, Vandenboschia speciosa (helecho de cristal), Diplazium caudatum y Pteris incompleta, no indican precisamente que sean los canutos los hábitats preferentes en los que vive la mayor parte de los efectivos de esas especies de pteridofitos incluidos en el PRCHA. De hecho, no llegan a un 20% del total, en tres de las cuatro especies reseñadas. Por ejemplo, en el caso de Diplazium caudatum, de las doce localidades existentes en nuestra zona, solo seis de ellas tienen individuos viviendo en los cauces, y en todos los casos son cauces pequeños, poco encajonados y que en realidad son más canales de desagüe de las surgencias de cabecera que verdaderos canutos, entendidos como valles abruptos de laderas pendientes y hondonada profunda. Y lo mismo podríamos decir del resto de especies, a excepción de Vandenboschia speciosa, como veremos después.
La experiencia de siete años de observaciones y seguimientos sistemáticos, nos ha permitido constatar que este tipo de hábitat no ofrece la estabilidad necesaria para el desarrollo de comunidades permanentes y viables de especies herbáceas, como los helechos. El carácter de valle rocoso, de empinadas laderas y fuertes pendientes, convierte las subidas de caudal en los períodos de fuertes lluvias, tan características de un clima como el nuestro, en un fenómeno fuertemente agresivo que elimina, sobre todo en otoño y primavera, una parte importante de la vegetación más expuesta del interior de los cauces, sobre todo de especies de helechos no reófilas, como Culcita macrocarpa, Diplazium caudatum y Pteris incompleta.
No ocurre lo mismo con Vandenboschia speciosa, que se refugia en las oquedades, grietas y rincones más protegidos de los cauces, en los que consigue sobrevivir, debido a su carácter reófilo, gracias a un potente sistema rizomatoso que se adhiere fuertemente, como una densa red, a la superficie de las rocas, incluso en las cercanías de rápidos y cascadas, donde en ocasiones puede sobrevivir soportando las salpicaduras permanentes del agua. Otros helechos más comunes, no incluidos en el PRCHA, como el helecho real (Osmunda regalis) o el helecho hembra (Athyrium filix femina), utilizan para resistir en los inestables canutos el recurso de la caducidad, y se defienden de las crecidas manteniendo frondes solo durante los estiajes veraniegos y permaneciendo latentes el resto del año solo con el rizoma, siempre bien arraigado en las rocas del cauce.
Teniendo esto en cuenta, los escasos individuos del resto de especies que son capaces de sobrevivir en los cauces, lo hacen en los canutos de menor caudal, casi siempre en las cercanías de las cabeceras, donde la fuerza de las avenidas es menor, en refugios rocosos situados en las orillas o de espaldas a la corriente. En riadas fuertes, como la ocurrida en la primavera de 2021, la destrucción de ejemplares adultos de Diplazium caudatum y Pteris incompleta llegó a ser en algunos canutos y gargantas de la sierra de Ojén cercana al 20%, por poner solo un ejemplo. Esa riada también desarraigó y tumbó en varios arroyos, sobre todo de las sierras del Niño y de Ojén, un número importante de árboles de las orillas, entre ellos numerosos ojaranzos, algunos de buen porte. Y se llevó también por delante, en esa misma jornada, los dos últimos individuos adultos de Culcita macrocarpa que seguían resistiendo en el tramo medio de la garganta del Espino, uno de los afluentes más importantes del río de la Miel.
Por esas razones las mejores poblaciones de las cuatro especies, incluyendo Vandenboschia speciosa, a pesar de su excepcionalidad, se desarrollan mayoritariamente fuera de los cauces de los canutos, a salvo de las riadas, en áreas mucho más protegidas, a veces muy extensas, de suelos rezumantes, escasa pendiente y densa vegetación de cobertura, denominadas localmente albinas.
Desde el punto de vista geológico las llamadas albinas son surgencias dispersas, por lo general de caudales reducidos, que suelen encharcar suelos arcillosos.
Estas surgencias se localizan en el contacto de potentes estratos de areniscas del Aljibe con niveles lutíticos (margas y arcillas) con los que están interestratificados, cuando la erosión hace aflorar a la superficie topográfica dicho contacto entre el material areniscoso permeable (acuífero) y el paquete arcilloso infrayacente impermeable.
La erosión de las laderas de las sierras del Campo de Gibraltar, constituidas geológicamente por la Unidad del Aljibe, actúa de forma diferente en los niveles de areniscas, donde produce pendientes más acusadas, que en los paquetes lutíticos, donde la pendiente es mucho más suave, llegando incluso a originar zonas aterrazadas pseudohorizontales, que dan origen a las albinas encharcadas. Es por esta razón por la que la mayoría de las albinas coinciden con un cambio de pendiente.
Al coincidir con estos cambios de pendiente no es difícil encontrarlas mediante un análisis cartográfico, como ocurre en las sierras de Fates, Niño, Luna y Ojén. En estas sierras las cabeceras de los arroyos tienen una o varias albinas cuyos canales de desagüe descienden por las laderas para ir convergiendo en un cauce principal. El caudal sumado de todos estos pequeños afluentes va creando un valle encajado, primero de poco caudal y estrecho fondo, lo que denominamos localmente canuto. La unión de varios de estos canutos va configurando un valle más amplio, de cauce muy rocoso, formado por grandes bloques de areniscas, y de un caudal mayor. Estos arroyos de entidad más notable, cubiertos por alisedas, son denominados gargantas por los habitantes de nuestra zona. Este patrón se repite en casi toda la red hidrográfica que drena las sierras del sector aljíbico. Así pues, las albinas son el origen de los arroyos de caudal permanente y los ríos campogibraltareños, principalmente los situados más al sur, como la garganta del Candelar, la garganta del Rayo, la garganta de Botafuegos, la garganta de la Vegueta, la garganta de la Hoya, la garganta de Valdeinfierno, el río Almodóvar, el río Guadalmesí o el río de la Miel.
La recarga, tanto por lluvias verticales como horizontales (nieblas), de los acuíferos que originan las albinas se realiza en las zonas altas de las sierras, donde los estratos de areniscas han de llegar a aflorar para que dichos paquetes se conviertan en acuíferos, produciéndose, por tanto, una transferencia subterránea de las precipitaciones de las cumbres, mucho más abundantes, a las zonas medias y bajas de las laderas de las sierras del Campo de Gibraltar.
El cambio de pendiente que señala las zonas donde aparecen las surgencias es clave también para el carácter de refugio de flora que tienen estas albinas. Dado que dichas zonas de contacto forman un ángulo y que la albina se encuentra en el lado inferior, el de menor declive, la aparición del agua en pequeños veneros, de escaso caudal, y la poca fuerza de la escorrentía en estas zonas aterrazadas, en muchos casos casi horizontales, favorecen el desarrollo de la vegetación riparia. En estos humedales, sobre todo los más cercanos al Estrecho, las plantas encuentran un buen suelo para arraigar, agua abundante y permanente todo el año (gracias al aporte estival de las nieblas), temperaturas medias templadas y con heladas casi inexistentes y una topografía libre del peligro de las crecidas propias de la estación lluviosa, que sí ocurren en los valles encajados (canutos y gargantas).
Autores: Domingo Mariscal Rivera, Francisco L. Torres Abril, Ramón Alvarado Saucedo y Francisco J. Jiménez Aguilar
Artículo publicado en el número 57 de Almoraima. Revista de Estudios Campogibraltareños. Octubre de 2022.
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