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ENTREVISTA
David Galván lleva cuatro noches sin dormir, desde que el pasado miércoles, 22 de mayo, firmó en Las Ventas una preciosa faena a un ejemplar de la ganadería gaditana de El Torero, propiedad de Lola Domecq. Su paso por Madrid ha sido lo más destacado de la feria de San Isidro, que se desarrolla estos días en la capital del toreo.
La crítica dijo de Galván que estuvo airoso, firme, distinguido, entregado, imaginativo, clásico pero ajeno al canon habitual, la "faena diferencial" del ciclo. A toro pasado, en la redacción de Europa Sur, y acompañado por su apoderado, Miguel Ortega, él describe aquello como un acto de fe e instinto. "Esa faena ni siquiera la entrené de manera previa, toreando de salón. Sencillamente fluyó y fue inspirada porque seguí mi intuición. Sin embargo, estoy convencido de que no habría salido igual si no me levantara para entrenar todos los días a las cinco de la mañana. Lo de Madrid nació por el trabajo, la preparación, mi convicción y mis creencias. La magia brota del esfuerzo previo".
Y también, tal vez, gracias al amparo del Cristo de Medinaceli, al que visitó poco antes de enfundarse el terno azul azafata y oro que lució en la Monumental madrileña.
Sin probaturas, una tanda de doblones genuflexos abrochados con el de pecho a pies juntos y un molinete convirtieron a Galván en dueño del toro y pusieron en vilo al público de Las Ventas, unas 15.500 almas aquella tarde primaveral. "Esa misma mañana, antes de torear, me preguntaron si mi sueño era abrir la Puerta Grande. Respondí que lo que anhelaba realmente era sentir respirar Madrid. Y ocurrió. Cuando estaba pegando los muletazos, la gente rugía, pero en el momento en que paraba, se hacía un silencio sepulcral. Llegué a escuchar la respiración de la plaza". Al rememorarlo, el torero nacido en San Fernando hace 32 años vuelve a emocionarse.
"Este invierno sentí que tenía que darle a mi tauromaquia una vuelta de tuerca a nivel artístico. Era la temporada de estar en los escenarios, de demostrar por lo que había luchado todos estos años atrás". Y añade Galván: "En el toreo no solo basta con la regularidad, que se traduce en cortar orejas, sino que también hay que dejar huella en la gente que me ve", cuenta mientras desciende por el empedrado bicolor de la calle Rocha de Algeciras, en la barriada de San Isidro, donde vive desde hace un tiempo.
Un buen amigo, el cantaor flamenco Rancapino, lo explicó de una manera clara y sencilla después de presenciar en directo la faena de Galván en Las Ventas: "Tú tienes una cosa que no tienen otros: que eres valiente y templado. Porque yo veo que el que es valiente no es templado y el que es templado no es valiente. Pero tú eres valiente y templado".
Aclara el diestro que tampoco pretende inventar nada. "Si la analizas, mi faena de Madrid fue muy clásica. Porque no hay nada más clásico que un doblón, un trincherazo por abajo, que es lo difícil, o un pase de pecho llevando al toro hasta el hombro contrario. Mi sueño es ser un artista clásico con vistas contemporáneas". Y, sin duda, en ese camino anda Galván, quien no necesitó cortar las dos orejas para que, días después, los aficionados sigan hablando de él, con el runrún de las grandes ocasiones.
Si no abrió la Puerta Grande fue, quizá -porque esas cosas nunca se saben a ciencia cierta-, a que debió irse a por la espada tras los naturales ligados con trincherillas. Pero decidió dar una tanda más y al animal después le costó cuadrar. "No me di cuenta, pero después vi en el vídeo que llegué a hablarle al toro en el último tramo. Le dije: Vamos allá, como hemos empezado. Pero le tuve que cambiar de terreno porque empezó a ponerse un poquito incómodo". Al final, la estocada y la oreja indiscutible. Casi dos. "Estoy contento porque, con la oreja, logré la unanimidad y eso me reconforta".
Confiesa que, durante la vuelta al ruedo paseando el trofeo, le vinieron a la cabeza muchos momentos difíciles, años de letargo en los que, para sobrevivir, tuvo que recoger corcho en el Parque Natural de Los Alcornocales, pero felizmente superados con enormes dosis de constancia y sacrificio. "Si no duermo ahora es, entre otros motivos, porque esto solo ha supuesto la punta del iceberg. Mis ambiciones son muchísimo mayores y yo mismo he subido la altura de mi techo".
Tras la corrida, prefirió no dormir en Madrid. Se duchó mientras la cuadrilla recogía los trastos y, esa misma noche, regresó por carretera hasta Algeciras. A las siete de la mañana, como siempre, estaba en la zona del Varadero entrenando con Javi, su preparador, que también es detective privado. "No tengo ningún interés en ser peor que ayer. Y sé que el camino para mejorar no es gratuito", expone el torero, sencillo y tajante, tranquilo e inquieto a partes iguales.
"Aquí nadie regala nada. Soy totalmente consciente de la exigencia en el toreo. Por fortuna, no digo por desgracia, sino por fortuna, tengo en mi cuerpo las señales del toro. Y llevo en mi interior también muchas marcas de lo que supone el esfuerzo en esta profesión". Entre unas cosas y otras, catorce cornadas y no pocas lesiones.
"Necesitaba lo de Madrid y ese toro era mi última bala", resume. Bien que aprovechó el tiro. Ahora David Galván prepara su arsenal para el resto de la temporada 2024. Sus próximos compromisos son Istres (Francia), Algeciras y Cutervo. En aquellas plazas peruanas, perdidas en la cordillera de Los Andes, el torero afincado en el Campo de Gibraltar, se reencontró con su pasión cuando en España no lo anunciaban. Allí se curtió para ser lo que es hoy. Mejor que ayer, en un camino donde no se vislumbra el final.
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