Fortines y búnkeres como elemento patrimonial a conservar
observatorio de la trocha | nuestras fortificaciones históricas
El creciente auge del turismo cultural ha despertado el interés por estas construcciones
El conjunto defensivo de la comarca se conoce desde 2014 como 'La Muralla del Estrecho'
El turismo cultural es una actividad en alza en el mundo, que complementa con una presencia cada vez más decisiva a los de sol y playa, naturaleza y turismo activo.
El Ministerio de Cultura y Deporte de España ha publicado que, en 2019, los ciudadanos españoles emplearon 9.085,4 millones de euros en viajes realizados principalmente por motivos culturales, mientras que los visitantes extranjeros gastaron 38.233,1 millones por la misma razón.
Las cifras son notables, especialmente si se compara esta última con el total de ingresos realizado por nuestro país, en ese año, del turismo internacional: 91.911,97 millones de euros. Es decir, que un 41,6% del total de nuestros visitantes de origen extranjero del último año "normal", es decir, anterior a la pandemia, lo hizo para realizar actividades culturales.
Muy especialmente en Europa occidental se ha extendido la costumbre de visitar lugares de relevancia histórica, aparte de los destinos habituales de los grandes conjuntos artísticos que caracterizan a nuestro continente. Los escenarios de batallas, los territorios muy disputados y convertidos en casus belli, así como las construcciones militares de cualquier época son reclamo de primer orden para viajeros que disfrutan paseando por Waterloo o el Marne, recorriendo las playas de Normandía, los cementerios de caídos en los diferentes bandos y conflictos o degustando la indefinición nacional del paisaje, los topónimos o la gastronomía de Alsacia.
En esta corriente de interés por los "sitios históricos" –esta es una de las figuras protectoras de bienes inmuebles integrados en el Patrimonio Histórico Español que recoge la Ley del Patrimonio de 1985 de nuestro país–, la visita a fortificaciones ocupa una posición muy relevante. En Francia resultan referencia obligada los búnkeres que conformaron su enorme Línea Maginot, extendida desde la frontera con Luxemburgo por el Norte hasta el litoral mediterráneo por el Sur –con la salvedad de sus límites con Suiza–. Perduran infinidad de ellos, conformando conjuntos espléndidamente conservados y que atraen a muchos visitantes, como en los fuertes de Schoenenbourg, Hackenberg, Simserhof o Four-à-Chaux –Lembach–, sin olvidar la atractiva musealización, en el extremo septentrional del dispositivo, del conjunto de La Ferté.
Posiblemente, el segundo conjunto de fortificaciones hormigonadas del siglo XX más conocido sea, tras el francés, la Muralla del Atlántico. Fue esta una inmensa construcción de la ingeniería germánica al servicio del III Reich de Hitler. La Organización Todt levantó unos 10.000 edificios fortificados a lo largo de 5.500 kilómetros, entre el cabo Norte, en la costa ártica de Noruega, y la frontera española del golfo de Vizcaya. Esta enorme línea defensiva representaba 250 de los 700 diseños estandarizados de búnkeres y fortines en Alemania. Todas las cifras en torno al mismo son desmesuradas y, por ejemplo, había requerido el empleo de unos once millones de toneladas de hormigón y en torno al millón de toneladas de acero.
Algunas líneas blindadas del periodo de entreguerras fueron las denominadas Stalin, Molotov, Metaxas o Benes, entre otras, mientras que en España solo recibió nombre genérico la "Línea P" o "Línea Pirineos", cuyo inicio vino ordenado por el dictador el 1 de febrero de 1939, al objeto de impermeabilizar los 500 km de la frontera hispano-francesa en previsión de la guerra que parecía iba a estallar en Europa. Sin embargo, es menos conocido que las "Instrucciones para el establecimiento de posiciones enmascaradas" en las zonas fronterizas de Guipúzcoa, Navarra y oeste de Huesca ya se habían dictado en los primeros compases de la Guerra Civil Española, nada menos que en enero de 1937, por las nuevas autoridades militares del bando nacional. Por su parte, la Instrucción D-1 del Estado Mayor del Cuerpo de Ejército de Urgel, de finales de 1939, ordenaba el despliegue de dos divisiones de infantería en la frontera al objeto de impedir "la progresión de cualquier clase de fuerzas que intentasen invadir el territorio nacional".
Sin embargo, otros conjuntos de origen germánico –como la mencionada Muralla del Atlántico o New West Wall– también se denominaron “murallas”. Fue el caso de la erigida, entre 1934 y 1938, frente a Polonia y llamada Ostwall, East Wall o Muralla Oriental. Asimismo, frente a la Maginot francesa, la Westwall o Muralla Occidental alemana. De ahí que, a falta de una denominación de conjunto oficial para lo que venía conociéndose de manera tan aséptica e irrelevante como sistema fortificado del Campo de Gibraltar, surgió en 2014 la denominación de "La Muralla del Estrecho" como imagen de marca de un importante conjunto defensivo propio y singular de nuestra comarca. Se trata de obras erigidas principalmente durante la Segunda Guerra Mundial desde el valle bajo del río Guadiaro hasta cabo Roche, en Conil, en número cercano a los 700 elementos, con una inusual unidad tipológica, conforme a modelos checos y alemanes de los años treinta del siglo XX.
En nuestro país existen miles de estas obras, muchas procedentes de los diversos frentes estables de la Guerra Civil y otros muchos de los conjuntos fortificados ordenados por el régimen de Franco en la frontera francesa, en las costas peninsulares y de los archipiélagos, sin olvidar los que ya no se encuentran en territorio español porque guarnecían los límites del Protectorado de Marruecos.
Denominados fortines por la bibliografía especializada de las obras blindades de la Guerra Civil, se han popularizado con el barbarismo búnker o búnquer a partir de películas y documentales de la Segunda Guerra Mundial, siendo Salvar al soldado Ryan (dirigida por Steven Spielberg en 1998 en una exitosa coproducción de DreamWorks Pictures, Paramount Pictures, Amblin Entertainment y Mutual Film Company) una referencia bien conocida.
Las defensas hormigonadas del Estrecho conforman un sistema integral, intercomunicado y perfectamente integrado en el terreno para cuya protección fue diseñado y construido, aportándole una peculiaridad paisajística que se ha consolidado absolutamente después de casi 80 años de existencia.
El empleo de la denominación citada de "La Muralla del Estrecho" buscaba explotar una estrategia de marketing tendente a identificarla de manera inequívoca ante sus potenciales visitantes, tanto turistas nacionales y extranjeros como la población estudiantil de la zona, que debe ser uno de los objetivos de cualquier campaña de divulgación que pretenda, además, un efecto identificador, de reconocimiento de valores patrimoniales colectivos y, en definitiva, de suma de adeptos a la idea de su conservación. Se pretendía lograr una imagen de marca definida como un conjunto de valores que sus destinatarios asociasen a este producto cultural específico, vinculado a su vez con el topónimo del Estrecho de Gibraltar, fuertemente arraigado ya en el imaginario colectivo.
La idea ha tenido cierto recorrido, ha permitido la identificación del elemento patrimonial que designa y la denominación ha sido empleada por instituciones públicas y privadas como reclamo para visitas a algunos de sus escenarios más característicos.
Los más del medio millar de fortines o búnkeres del sistema fortificado del sur de España se construyeron en los años cuarenta, estuvieron poco tiempo en servicio y nunca llegaron a tener su bautismo de fuego. En realidad, nacieron ya obsoletos. Diseñados los de tipo casamata para albergar cañones anticarro, permitían alojar solo piezas ligeras –de 37 mm, como los míticos Ansaldo y los eficientes PaK 35-36 alemanes–, que, en 1942, dejaron de ser fabricadas en la Alemania nazi porque no podían perforar los blindajes de los tanques enemigos. Ese año comenzaba el diseño del Muro Atlántico, cuyos cañones más ligeros eran los de 50mm, ya obsoletos ante los carros T-34 y KV-1 a los que se enfrentaron en el frente ruso.
Sin embargo, los fortines campogibraltareños siguieron siendo eficientes como nidos de ametralladoras. Al comenzar la década de los setenta permanecían vigentes en los estadillos de instalaciones del Ejército de Tierra, aunque mayoritariamente estaban fueran de uso.
Su historia ha sido la de la desatención y deterioro paulatinos, sufriendo deterioros por los agentes meteorológicos, el reiterado anegamiento de algunas estructuras y los deslizamientos de ladera o de arenales. Sin embargo, la principal causa de la desaparición de diversas obras ha provenido del avance urbano de las poblaciones costeras, mientras que su absoluto abandono fue permitiendo reiterados actos de vandalismo y depósitos de basuras, principalmente.
Desde que dejaran de considerarse útiles para fines militares, algunos fueron usados como alojamiento por familias que no podían acceder a viviendas dignas de tal nombre; para almacenes de útiles agrícolas o como aljibes, etc.
Existen pocos casos de aprovechamiento patrimonial, aparte de su empleo pasajero como salas expositivas del Ayuntamiento de La Línea de la Concepción. Uno se ha musealizado en el recinto arqueológico de Carteia, otro empleado como sede de un colectivo ciudadano y otros pocos han sido incorporados a viviendas particulares.
Los restantes, la inmensa mayoría de los aproximadamente 350 que aún existen, continúan con su lento proceso de deterioro ante la pasividad de las administraciones públicas responsables de su conservación, según establece la normativa autonómica (Ley 14/2007 de 26 de noviembre, de Patrimonio Histórico de Andalucía). De hecho, los fortines de hormigón son elementos integrantes del patrimonio histórico cultural andaluz, cuya protección está encomendada a las administraciones públicas competentes. Es decir, que todos estos bienes patrimoniales del territorio andaluz son de la Junta de Andalucía (y, por tanto, de todos los ciudadanos), quien tiene competencia exclusiva sobre protección del patrimonio sin perjuicio de lo que dispone el artículo 149.1.28.º de la Constitución.
Es cierto que la norma establece que la protección y el deber de conservación de tales bienes corresponde al propietario de los terrenos, pero de manera subsidiaria han de intervenir los ayuntamientos y la Junta, a quienes corresponde adoptar, en caso de urgencia, las medidas cautelares necesarias para su salvaguarda.
Es doctrina de la Consejería de Cultura de la Junta de Andalucía que, al ser elementos defensivos, tienen protección por ministerio de ley (Decreto de 1949 que asumen las leyes 16/85 del Patrimonio Histórico Español y la citada 14 /2007 del Patrimonio Histórico Andaluz). En consecuencia, cualquier actuación en ellos tiene que ser comunicada a la Junta y autorizada por ella. No en vano, dicha Ley del Patrimonio Histórico Español establece que los elementos constructivos de carácter defensivo se han de proteger conforme a su carácter de Bien de Interés Cultural. En contra de lo que sostienen personas e instituciones poco comprometidas con la salvaguarda de nuestro legado monumental, que los búnkeres no tengan protección específica no significa que no estén amparados por las leyes autonómicas y estatales sobre protección del patrimonio histórico.
En fechas recientes, la Dirección General de Bienes Culturales de la Consejería de Cultura de la Junta de Andalucía trabajaba en su inclusión en el "Inventario de Bienes Reconocidos del Patrimonio Histórico Andaluz" a través del Plan de Arquitectura Defensiva de Andalucía.
Finalmente, en julio de 2017, la Junta de Andalucía concluyó la fase de valoración para la declaración de catorce nuevos Lugares de Memoria Democrática en seis provincias andaluzas, de acuerdo con el decreto 264/2011 y la Ley 2/2017 de Memoria Histórica y Democrática, que incluye el sistema de fortificaciones del estrecho de Gibraltar.
Ángel J. Sáez Rodríguez. Miembro de Honor de la Asociación Cultural La Trocha y exdirector del Instituto de Estudios Campogibraltareños.
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