Gárgoris y los primeros eslabones de la mitología tartésica

Mitos del fin de un mundo

Rey mitológico de los cunetes, Gárgoris fue un monarca tartésico perteneciente a la saga de otros como Gerión o Nórax

Gobernante de un territorio rico en recursos, supo aprovecharlos con astucia y se convirtió en el introductor de la miel

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Gárgoris y los primeros eslabones de la mitología tartésica.
Gárgoris y los primeros eslabones de la mitología tartésica. / Enrique Martínez
José Juan Yborra / Enrique Martínez

01 de febrero 2024 - 01:20

Algunos mitos trascienden su carácter ficcional y realizan sugerentes coqueteos con la historia, con lo que se desliza un tenue lienzo de confusiones entre la leyenda y la narración objetiva de los hechos. Gárgoris es uno de ellos.

Su nombre se encuentra nimbado por el aura mítica de gobernantes primigenios que ocupan los primeros capítulos de libros que estudian el devenir de las civilizaciones y las culturas. Es uno de los primeros monarcas relacionados con Tartessos y se inserta en una legendaria cronología de soberanos cuya relación tiene mucho de evolución diacrónica. Gerión, Nórax, Gárgoris, Habis, Argantonio son destacados hitos en un proceso lleno de sugerentes sombras y fugaces relámpagos que han esbozado las lindes de una tendencia civilizadora en los confines occidentales del mundo.

Gerión fue el primero de los reyes tartésicos. Quizás por ello aún poseyó rasgos poco humanos. Su gigantismo y su triplicidad lo enmarcaron en estadios anteriores, en tiempos donde el imaginario colectivo dibujaba iconos fantásticos para interpretar realidades tan prístinas como las primeras visiones. A pesar de sus hiperbólicas monstruosidades, palpitaba la riqueza que atesoraba el territorio donde habitaba. Esto se puso de manifiesto en lecturas como la de Marco Juniano Justino, quien llegó a considerar que en el antiguo reino de Gerión había tanta abundancia de pastos que si no se ponía coto a la alimentación, las reses reventarían. Igual por esta razón, los rebaños que pastaban junto al estrecho que cerraba el Mediterráneo por poniente alcanzaron una fama tal que obligaron al desplazamiento de Hércules desde el otro extremo del mar debido al desmesurado valor de tan nutrida ganadería. El historiador narbonense llegó incluso a reivindicar las cualidades humanas de Gerión, negó su triple naturaleza de gigante y defendió la existencia de tres hermanos gobernantes entre los que existía una concordia tal que parecía que ejercían el poder con un ánimo parejo y si se enfrentaron a Hércules no fue por su propia voluntad, sino como respuesta a una incursión externa en la que se emplearon métodos de lo más coercitivos.

Heredero directo del primer rey mítico de Tartessos fue Nórax, vástago del dios Hermes y de Eritea, hija de Gerión. Fue un monarca igualmente asociado a la cultura del suroeste peninsular, aunque poseyó una proyección bien distinta a la de su antecesor, ya que se asoció con todo un proceso de expansión y colonización tartésica hacia meridianos más orientales del Mediterráneo.

La leyenda de Nórax narra la expedición marítima de este rey occidental hasta las costas meridionales de Cerdeña, donde fundó la ciudad homónima de Nora, fechada en tiempos míticos de Hilo, el hijo mayor de Heracles que acabó con la vida de Euristeo. La fundación de la urbe a manos del nieto de Gerión fue recogida por autores como Pausanias, Salustio y Solino y se interpretó como todo un hito, ya que se consideraba el primer asentamiento urbano de la isla. Próxima al cabo de Pula, cerrando por el oeste la actual bahía de Cagliari, Nora se erigió como una posición estratégica desde la que se controlaban todas las travesías marítimas entre la península ibérica y el centro del Mediterráneo. Formaba uno de los ejes del triángulo entre Cerdeña, Cartago y Sicilia, por donde debían pasar todas las naves que quisieran surcar el mar desde el estrecho de Gibraltar a sus orillas más orientales y viceversa. A diferencia de la mayoría de expediciones, que tuvieron una dirección este-oeste, la de Nórax tuvo una trayectoria inversa y alentó un buen número de hipótesis, aventadas por el descubrimiento de la Estela de Nora, una lápida fenicia datada en el siglo IX a.C. en la que se inserta la inscripción en lengua púnica más antigua de Occidente. Su estudio ha generado un buen número de interpretaciones, entre las que se suceden la de un viaje de Nórax, que tuvo mucho de huida, desde Tarsis hasta buscar refugio en las costas sardas. Detrás de este desplazamiento marítimo hay un componente larvado de mito fundacional, de héroe que implanta una cultura trasplantada. Se ha querido ver en el nieto de Gerión un estadio más avanzado de un proceso civilizador. Desde el antepasado ganadero que sufrió extranjeros abusos hasta el heredero igualmente autóctono capaz de organizar un periplo naval con tintes colonizadores hacia estratégicos territorios. Este mito refleja las relaciones comerciales entre Tartessos y Cerdeña en tiempos del Bronce Final, como lo atestiguan en la isla los hallazgos de armas y útiles de zonas atlánticas y los de cerámica sarda en yacimientos de Cádiz y Huelva fechados a partir del siglo X a.C. Estos vínculos coinciden con el auge comercial de metales extraídos en la Faja Pirítica Ibérica, fuente de ingresos de la economía tartésica y motor de una importante red de nexos mercantiles que tuvieron en el suroeste peninsular el destino de un buen número de travesías navales provenientes de las costas orientales.

En las escasas referencias donde ha logrado sobrevivir la memoria de Gárgoris, suele aparecer como rey mitológico de los Cunetes, un pueblo intrínsecamente ligado a la deshilvanada trama tartésica. Se trata de un lexema del que han llegado hasta nosotros variantes como Cinetes, Caunios o Conios, palabra cuya etimología entronca directamente con la griega Okeanos, que servía para designar el apartado, desconocido e intrigante Atlántico. Se considera que moraban en las costas del suroeste peninsular en época pre-romana. Justino se refiere a ellos como los habitantes de los montes tartésicos, las elevaciones que salpicaban el territorio de la orilla norte del Estrecho, tupidos y arbolados en los alrededores de la laguna de la Janda, así como en las sierras más septentrionales que custodiaban las copiosas reservas de metal de Sierra Morena.

Fue un pueblo que gozó de cierta consideración por parte de los historiadores clásicos. Autores como Diodoro Sículo le atribuyeron la invención del arco, la espada, el casco, la ganadería, el arado y hasta la apicultura. De orígenes poco claros, se ha asociado a inscripciones en escritura tartésica coincidentes con el periodo de mayor esplendor de esta cultura. Una posterior alianza de los conios con los romanos acabó provocando la destrucción de numerosos enclaves urbanos a manos de las tropas de Cauceno en las Guerras Lusitanas, lo que provocó el olvido de buena parte de ellos, como su capital, Conistorgis, que muchos ubican a orillas del Guadiana, en Medellín. Perviven restos toponímicos conios en lugares más próximos al canal, como Conil, territorio que reivindicó Plinio el Viejo como el espacio donde se ubicó el Litus Curense Inflexo Sinu.

En los amplios territorios del suroeste, junto a estratégicas costas, metalíferas sierras, dehesas ganaderas, cursos de agua y paleoestuarios, se extendía el antiguo reino de Gárgoris, que abarcaba según Justino las zonas boscosas de los Tartesios, donde, la tradición oral ubicó también la mítica guerra entre los antiguos Titanes y sus descendientes, los Dioses Olímpicos. En este lugar ubérrimo y densamente poblado, el mito de Gárgoris se asoció a la implantación de nuevas técnicas de caza y aprovechamiento de unas riquezas que se consideraban inagotables. Su reinado supuso una suerte de estado ideal, utópico, de un grupo social indígena anterior a posteriores colonizaciones orientales. En esos estadios iniciales, el rey tartésico simbolizaba los primeros intentos de explotación de los recursos naturales mediante el ejercicio de la observación y de la astucia, lo que provocó adelantos en la práctica de la caza y en la obtención de productos como el aceite o la miel. Sin embargo, esos estadios iniciales se asociaron también con desordenadas prácticas sexuales que acabaron afectando a la reputación social de un mito absolutamente autóctono, que se convirtió en paradigmático exponente del indigenismo cultural de las tierras de Occidente donde se asentó la cultura de Tarsis.

De todos los avances impulsados por la figura de Gárgoris, la miel ha sido el más utilizado por la iconografía y las referencias posteriores. El rey tartésico se ha asociado con la figura de las abejas, aunque estos son unos animales cuyo componente simbólico posee lecturas bien significativas. Para la cultura clásica eran unos insectos cuyo origen estaba en la putrefacción de los bóvidos, desde cuyos cráneos fueron capaces de acceder hasta el supremo territorio de las Musas que eran quienes, además de inspirar el poder de los reyes divinos, concedían a los humanos la capacidad de la conciliación gracias a las golosas cualidades de su producto. Considerado como el más dulce de los alimentos naturales, la miel es el principal beneficio de un ser que posee otras cualidades simbólicas, como su constancia en el trabajo, sus labores geométricas, su capacidad para adivinar y pronosticar los cambios meteorológicos y sus complejas relaciones sociales. Forman comunidades estructuradas, ordenadas y autoreguladas, hasta el punto de que si el número de miembros resultara excesivo, un grupo de ellos es capaz de promover una disgregación para formar colonias nuevas. Todo un listado de metafóricas virtudes asociadas al poder y la realeza. Tanto Gárgoris como Aristeo son figuras civilizadoras que tienen propiedades fácilmente relacionables con la miel y las abejas.

El rey tartésico supo aprovechar los bienes físicos de su entorno. Heredero de un colonizador marítimo, Gárgoris sentó las bases de un mito tartésico acorde con una nueva sociedad con bases aún rurales, pero en la que comenzaba a balbucear un componente urbano donde el monarca se vio obligado a desarrollar un rol legislador y regulador de sus recursos. Todos sus intentos instructivos, pragmáticos y civilizadores se vieron eclipsados por un hecho que trastocó su figura: se acabó enamorando de su hija, con la que yació y concibió a su heredero Habis. Con este alumbramiento tuvo lugar el nacimiento de otro mito que lo suplementó con la perfección de las mitades completas, pero eso es otra historia que tiene también mucho de leyenda.

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